De corte y costura, es el amor

1910 Words
“Aunque pareciera una banalidad, dicen que la ropa tiene otro objetivo más allá de mantenernos cálidos. Cambia nuestra visión del mundo y la visión que tiene el mundo de nosotros.” Virginia Woolf Lucía fue hasta el mostrador. Isadora estaba anotando las cuentas en su cuaderno. –¿Puedo hacer una llamada?– le preguntó. –Claro, puedes. Tomó el teléfono, discó el número. Oyó la voz masculina y se apresuró a cortar la llamada. Era la voz de su padre. Aunque apenas llevaba tres días sin oírlo, le pareció que era una eternidad. Colgó el teléfono. –¿Ya llamaste?– le preguntó Isadora. –Sí, pero suena ocupado. Intentaré en un momento. –Ok. No hay problema. –¿Sabes dónde puedo comprar algo de ropa? –¿Acá en el Pueblo? –¡Sí, bueno!. Si fuese posible. ¿O hay que salir fuera? –Sí es ropa de marca, hay que ir hasta la ciudad, pero Jimena es la costurera del pueblo. Tiene una tienda a unos tres kilómetros de aquí. Ella diseña trajes y los vende. A veces trae ropa de la ciudad. ¿Podemos acercarnos luego de las diez mañana? –Sí, sería perfecto –dijo emocionada– Voy a intentar llamar otra vez. Discó nuevamente el número de su casa, cruzando los dedos para que fuese Mercedes quien le atendiera, esta vez. Repicó un par de veces. Oyó la voz de su nana, y suspiró con alivio. –Meche, soy yo. Óyeme solamente. Necesito me transfieras dinero del que tengo reunido en uno de los bolsillos de mi chaqueta, que era para pagar mis estudios en la universidad de arte. La mujer del otro lado, hablaba monosilábicamente, lo cual indicaba que Antonio debía estar cerca. –Transfiéreme de tu cuenta y toma de la chaqueta Tommy el dinero que está allí. Es urgente. Tengo una entrevista de trabajo mañana. –Sí, bueno. Entiendo. Disculpe pero por ahora no tenemos interés en comprar ese tipo de productos– respondió Mercedes. Era claro que había oído su mensaje. Sólo esperaba a que pudiera ayudarla. Ella sabía que podía contar con Mercedes. Colgó el teléfono. Isadora levantó los lentes y la mirada al oír la última frase de la conversación. –¿Hablabas con tu padre?– preguntó curiosa. –No, eso es casi imposible. Hablaba con mi nana, espero pueda enviarme el dinero para comprar las cosas. –¡Ah pero tú tienes tu cuenta en el banco! –¡Rayos!– dijo golpeando el mostrador. –¿Qué ocurre Lucía?– le preguntó Isadora. –Es que no tengo tarjeta, ni cédula y me urge tener ese dinero. –Sí deseas transfiérelo a mi cuenta y yo te presto mi tarjeta o sacamos del banco. –¡Ay por Dios Isa, tú de verdad eres mi ángel!– respondió, suspiró y se inclinó para abrazarla. –Tranquila Lucía, siempre que pueda, cuentas conmigo. Los ojos de Lucía se iluminaron y llegaron de lágrimas. Ella trató de evitarlo, aún así tuvo que secar su rostro con las manos. –¡Gracias, Isa! Debo volver a llamar para darle tu número de cuenta a Meche. –No es necesario, tengo un celular guardado que uso poco, pero desde allí podrías hacerla ¿no? –Sí, por supuesto. La mujer abrió una de las gavetas cerrada con llave y sacó el celular; aunque no era un último modelo por lo menos tenía una actualización aceptable. Isadora se lo entregó. Ella tomó el celular, abrió su cuenta y revisó; ya Mercedes le había hecho el depósito. Le pidió el número de cuenta a Isadora y le transfirió el dinero. Regresó a su habitación, ya todo estaba bajo control. Sólo faltaría ir al día siguiente a comprar las cosas que necesitaba. Tomó el lápiz y la libreta y comenzó a anotar una lista de lo que debía comprar. Dejó la lista sobre la mesita y apagó la lámpara. Se dedicó a repasar en sus pensamientos cada una de las palabras y los gestos de Victor. Ella jamás había sentido todo aquel cóctel de emociones juntas. Sonrió y se fue quedando dormida. Amaneció. El día seguía algo lluvioso. Se levantó de la cama y vió por la ventana. El cielo estaba nublado. Posiblemente el día estaría frío. Pero nada podía perturbar su alegría. Se estiró para terminar de despertarse, fue hasta el baño, se dio una ducha y se vistió para bajar a desayunar. Isadora como siempre, estaba ya colando el café y preparando un delicioso pastel de queso. –¡Ummmm! Que buen huele –comentó Lucía mientras respiraba profundamente. Isadora volteó para brindarle una sonrisa: –Se nota que estás ansiosa por salir de compras. Aún no don las seis de la mañana y ya estás despierta. –¡Sí! Es algo que no puedo controlar. Habitualmente cuando estaba en el internado, nos despertaban a las cinco para orar y luego bajar a la misa devocional. –¡Ah ok! Entonces eres de esas pocas chicas que despiertan temprano. Lucía asintió con la cabeza, mientras hala la silla y se sienta. –¡Bueno vamos a desayunar y me ayudas un poco en el restaurante para salir a las diez. ¿Te parece? –¡Claro, por supuesto! Felicia llegó a la cocina, justo cuando terminaban de desayunar. –¡Buen día señoritas! ¿Ustedes como que amanecieron aquí desse anoche?. –Fe, voy a necesitar que te encargues del restaurante un par de horas, mientras llevo a Lucía a casa de Jimena para que compre algunas cosas que necesita. –¡Está bien! Pero… necesito que esta noche te encargues de recoger todo porque tengo una invitación a pasear. –¿Pasear de noche? – preguntó inocentemente Lucía. Las dos mujeres soltaron la risa, mientras ellas las observaba sin entender porque reían. –Es un decir Lucía– respondió Isadora al notar la inocencia de la chica. Salieron al restaurante, Lucía ayudó a bajar las sillas y dejar las mesas listas para los clientes que comenzaban a llegar, mientras Isadora, colocaba las monedas en la caja registradora, limpiaba el mostrador y colocaba el rollo de papel para las facturas. Hubo poco movimiento, por lo que ya a las nueve, el lugar estaba vacío. Isadora sacó el dinero de la caja, anotó en su cuaderno cuadró la caja. Abrió la gaveta y guardó el dinero. Se quitó el delantal y lo colocó en el estante de atrás. Lucía caminaba dd un lado a otro con evidente ansiedad. Finalmente salieron y subieron al auto. Héctor no le quitaba el.ojo de encima a Lucía. Ella lo miró y sonrió algo incómoda por su actitud. Encendió el auto y tomó la carretera que la condujo hasta la parte céntrica del pueblo, donde se podían divisar algunas tiendas, supermercados, farmacias, un bar y un pequeño hotel. Bajaron del auto y entraron a la tienda de Jimena. La mujer de piel oscura, cabello ondulado que caía sobre sus hombros y cuerpo esbelto, mostraba una sonrisa al ver a Isadora. –¡Caramba! Se va a acabar el mundo. ¡que milagro que estés peor estos lares– dijo la mujer, risueña. –¿Cómo estás mi querida Jimena?– preguntó mientras se aproximaba a la mujer y le brindaba un abrazo. –Bien mujer ¿Qué te trae por aquí? –¡Ah! Te presento a Lucía, es mi sobrina. Acaba de llegar de viaje y pues necesita algunas cosas. La mujer miró de arriba a abajo a Lucía. Quien rodeo los ojos para esquivar la mirada de Jimena. –¡Bonita tu sobrina! Y la verdad es que se parece mucho a ti. –¡Gracias!– respondió Lucía. –¿Dime qué necesitas muchacha? –La verdad es que ando buscando un atuendo para una entrevista, ejecutiva, pero que no sea muy formal. –¡Vaya! Hasta sabe de modas. Pues. Ven y sígueme, creo que tengo algo perfecto para ti. Levantó la cortina y caminó hacia la habitación de atrás. Isadora fue tras ellas. Era una habitación grande, con varios estantes, donde colgaban en ganchos los trajes de diversos colores y cortes. Era un atelier bastante ostentoso. Las piezas se veían bien elaboradas y finamente planchadas. Abrió con sus manos, separando los trajes. Lucía estaba atónita. No podía creer que en aquel lugar hubiese ropa de alta costura tan bien diseñadas. –¡Esa!– dijo señalando un traje de vestido a cuadros y chaqueta roja. –¡Wow! Adoro los gustos de esta niña, Isa. Es mi último diseño. Y es exclusivo. Creo que le quedará perfecto. Tomó el gancho, y se lo entregó a Lucía. –Puedes pasar al baño y cambiarte. Ella asintió, tomó el traje y caminó hasta el baño para vestirse. Isadora mientras tanto, revisaba algunos vestidos menos elegantes para usar en sus pocas salidas a la ciudad. Cuando Lucía salió del baño, Isadora la miraba asombrada. –¡Lúcete Lucía!– dijo Jimena aplaudiendo. Lucía caminó como si estuviese en plena pasarela. Tenía estilo, eso era indiscutible. Es propio de las bailarinas tener desplazamientos armónicos, sutiles y sensuales. Se acercó a donde estaban ambas mujeres. Jimena La hizo girar tomándola por los hombros. Se puso el dedo en la boca y la observó detalladamente. –¡Sería cuestión de ajustar un poco acá! –haló a la altura de la cintura la chaqueta– ¡Sí, sólo eso! – añadió. –¡Te ves hermosa Lucía!– enfatizó Isadora. –¿Sólo llevarás este?– preguntó Jimena. –¡No! quiero ver dos más, y algunos vestidos y también unos jeans. –Entonces es todo tuyo el salón. Diviértete buscando lo que quieras. Mientras buscaré un buen tinto para brindar. –¡No, gracias! No bebo– aclaró Lucía. –Vamos Lucía, es sólo un brindis– le incitó Isadora para que bebiese al menos una copa. –¡Voy a buscarla! ¿Me acompañas Isadora? –¡Claro! Vamos. Ambas mujeres salieron fuera del salón, rumbo a la cocina. –¿De dónde sacaste a esa modelo? –Es mi sobrina. –¿Tu sobrina? –¡Sí! Es hija de una media hermana. –Se ve que es fina. Y debe tener dinero, porque escoge lo más caro. –¡Sí! Digamos que sí. Regresaban al salón, cuando Jimena, se asomó al ver el auto rojo parado frente a la plaza –¡Wow! ¿A quién andarán visitando en esa nave? –¿Te refieres a Porsche? –¡Sí, mijita! –Es de Lucía– respondió Isadora. –¡Esa chica lo que es, es millonaria! Y yo buscándole lo más económico. –¡Tiene un dinero! Pero está desempleada. Debe administrarse bien mientras consigue un empleo. –Con la venta de ese auto, tiene para vivir un par de años sin tener que trabajar. –¡Ya deja de exagerar! Vamos al salón para brindar. Caminaron hasta el salón. Lucía llevaba el brazo lleno de ropa. –¡Estás! Quiero estás. –Perfecto Lucía. Vamos a brindar por tu entrevista de mañana. Jimena, destapó la botella de vino espumante. Isadora sostenía las copas, sirvieron el vino y brindaron. La alegría en el rostro de Lucía era de retrato. Después de brindar, Jimena le arregló la chaqueta para que se ajustara a su cintura. Luego de una hora, regresaron al restaurante. Ya pronto seria mediodía y Felicia estaba sola.
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