Al fin libre
“Lo que distingue lo real de lo irreal está en el corazón.”
Russel Crowe
Esa mañana Lucía despertó mucho más temprano de lo normal. Su teléfono había sonado durante toda la madrugada, mensajes tras mensajes; significaba que tendría miles de felicitaciones por su cumpleaños.
Aparentemente sería un buen comienzo en aquel día, tan esperado por ella. Sus dieciochos, su mayoría de edad; su posibilidad de decidir a su padre lo que le gustaría estudiar.
Tomó su celular, se sentó en su cama. Y comenzó a abrir y leer sus mensajes. No eran tantas las personas que se habían recordado de ella. Era su mejor amiga, Vanessa, quien le había enviado más de veinte nensajes.
Mientras los leía, no podía evitar sentir emoción. Vanessa y ella siempre estuvieron juntas en la escuela, en el liceo. Pero desde hacía dos meses no la había vuelto a ver, sino por videos que posteaba en sus redes.
Cuando terminaron la preparatoria. Vanessa logró ser aceptada en la Universidad para estudiar Geología. Lucía por el contrario, aún no había escogido lo que estudiaría. No porque no supiera lo que quería estudiar, sino porque ello, sería un motivo de controversia con su padre. Considerando su carácter autoritario y difícil de convencer.
Escuchó pasos en el pasillo. Secó sus ojos. Colocó el teléfono sobre la mesa. Tocaron:
–¡Pase!– dijo mientras se arreglaba el suéter y se levantaba de la cama.
La puerta se abrió, era Mercedes.
–Señorita, su papá le manda a decir, que baje un momento. La está esperando en el jardín.
–OK Meche, ya bajo.
No quería tener que tocar el tema con su padre, pero todo parecía adelantarse.
Bajo las escaleras. Abrió la puerta. Su padre, se volteó para recibirla con un fuerte abrazo y un beso en la frente:
–¡Mi princesa, ya eres mayor de edad!
Ella sonrió para no parecer ingrata ante la demostración de afecto que su padre le brindaba en aquel momento.
–¡Ven para que veas el obsequio que te tengo! Eso si cierra los ojos.
Ella obedeció, él la tomó por la mano y la condujo hasta el garaje.
–¡Ahora puedes abrirlos!
Ella abrió los ojos y quedó asombrada ante aquel regalo de su padre. Un porche rojo 911 modelo GTS descapotable que siempre había deseado tener.
Se volteó y abrazó a su padre, colgándose de su cuello.
–¡Gracias papito! ¡Wow! Es el mejor regalo del mundo– dijo visiblemente emocionada.
–Me alegra mucho que te haya gustado. Es un regalo muy costoso. Pero lo mereces, más ahora que irás a la universidad.
Aquellas palabras de su padre, ya significaban que aquel regalo tendría un costo superior para ella, sacrificar sus sueños para complacer a su padre. Aún así, disimuló no haber escuchado y le pidió las llaves del auto que su padre, sostenía en la mano.
–¿Puedo probarlo?
–Por supuesto mi princesa.
Él padre, le entregó las llaves y ella subió al auto. Encendió el motor. Ella estaba extasiada en aquel asiento de cuero n***o, con olor a nuevo, con olor a aventura, con olor a libertad.
Lo sacó del garaje y lo colocó frente a su casa. Su padre le hizo señas de que bajara del auto. Aún tenía otra sorpresa para ella.
Ella bajó del auto y fue hasta donde estaba su padre.
–¡Hay algo más que quiero obsequiaron!
Sacó un sobre de su chaqueta de capitán de la marina y se lo entregó.
–¡Ábrelo!
Lucía lo abrió y vió que era una tarjeta platinum de crédito por más de 50000 €.
–Es para que la uses durante tus estudios de Ingeniería.
Esta vez no pudo quedarse callada y tubo que detener sus intenciones.
–¡Papá, realmente te agradezco todo esto! Pero no voy a estudiar ingeniería.
–Bueno, puede ser arquitectura mi princesa o biomedicina.
–No papá. No me has entendido. Mi sueño es… ser bailarina.
–¿Qué dices?– dijo sujetándola con fuerza por el brazo y sacudiéndola.
El rostro amable y bondadoso de su padre, se tornó frío y agresivo. –¡Quiero ser bailarina, me entiendes!— respondió en voz alta.
Sólo sintió la bofetada de su padre y sus palabras que hasta ahora le duelen aún más.
–¡No serás una prostituta como tu madre!
Ella lo miró con odio, mientras las lágrimas se deslizaban por su rostro.
–¡Te odio papá, te odio!– dijo lanzando al piso la tarjeta.
Salió corriendo, subió al auto y encendió el motor.
–Detente Lucía, detente.
Ella no escuchó esta vez la voz, ni las órdenes de su padre. Esra vez no. Realmente estaba cansada de hacer siempre lo que él deseaba que ella hiciera. Durante unos minutos condujo sin pensar a dónde iba, sin rumbo fijo; sólo deseaba estar lejos, lejos de su padre.
Cuando se dió cuenta había salido de la ciudad, estaba en medio de la autopista, no sabía que rumbo seguir, sólo sabía que no regresaría a aquella casa, donde estuvo por más de diez años cautiva, luego de la muerte de su madre.
Ella apenas tendría seis años. No recuerda ni siquiera haber visto su ataúd o haber estado en un cementerio. Sólo sabía que desde ese momento, su padre se encargó de que estuviera en el mejor internado de la ciudad, lejos de su familia.
Durante once años estuvo en aquel colegio, La Coromoto, sometida a doctrinas religiosas muy rígidas y conservadoras. Era como si su padre quisiera mantenerla lo más lejos posible de la perversión y los actos que él consideraba “inmorales”.
Cuando por fin logró terminar su último año de bachillerato, pudo salir del claustro en que se encontraba. Desde que salió, Antonio, ya tenía planificada su vida. Durante unos meses recibió clases de manejo, él ya sabía incluso lo que le obsequiará al cumplí su mayoría de edad y donde estudiaría.
Toda, toda su vida estaba planeada por su padre. Y aunque ella lo amaba, no seguiría siendo una marioneta. A medida que avanzaba se sentía más libre y fuera del alcance de su padre.
En plena vía, vió un desvió y se metió por allí, desde ese lugar divisó un gran lago y una lujosa casa frente a él. Le pareció tan hermoso el paisaje que desacelera su auto para verlo y detallarlo con más calma.
Era un lago muy grande, alrededor los árboles lo bordeaban. La casa era grande, con una construcción algo antigua. De pronto sintió un escalofrío por todo el cuerpo. Aceleró y apocos metros tuvo que detenerse, estaba con poca gasolina y el tronco de un árbol impidía que continuará su camino.
Bajó del auto, se acercó hacia el tronco; era realmente grande tendría un diámetro de por lo menos un metro y más de dos metros de largo.
Pasó por un lado, continuó caminando. Quizás podría encontrar ayuda para salir de allí o por lo menos para saber donde se encontraba.
Caminó por lo menos un kilómetro hasta que pudo ver un puesto de gasolina. Se dirigió hacia allá. Estaba sedienta y tenía algo de hambre. Los dos hombres que atendían el puesto, la observaron con malícia y morbo.
–¡Buenas tardes muñeca!–dijo uno de ellos, mientras él otro le silbaba.
Ella caminó más rápido, sin verles el rostro, rumbo al restaurante. Cuando iba a entrar, se topó con un hombre que venía saliendo del local, era bastante llamativo, tendría algunos treinta años, sus ojos eran de un profundo azul y su mirada aguileña, medía casi dos metros, ella que era alta, apenas alcanzaba llegar a su pecho. El hombre la observó y sonrió de forma pícara. Ella se estremeció nuevamente como lo había hecho minutos atrás frente a la lujosa casa del lago.
Perturbada ante la presencia de aquel hombre, se abrió paso y entró al lugar. Caminó hasta el mostrador pidió un café y un paquete de papas fritas:
–Buenos días, por favor me da un café y un paquete de papas.
La mujer sonrió, le sirvió el café de máquina, tomó un paquete de papas fritas y la colocó sobre el mostrador.
Ella metió las manos en los bolsillos de su sudadera y apenas pudo encontrar algunas monedas. Pagó lo que había pedido.
–Me podría decir, ¿Cómo se llama este lugar? – preguntó a la mujer que acababa de atenderla.
Antes de que está contestara, una mujer de algunos cincuenta años que limpiaba una de las mesas, le contestó:
–El infierno.