El hombre que venció al amor

1190 Words
“Una mirada, un suspiro, el silencio son suficientes para explicar el amor” Voltaire Llegó el momento de ella regresar al restaurante. Se despidió de él gentilmente: –Muchas gracias por tu apoyo. Es para mí gratificante compartit con un artista tan sensible– dijo estrechando su mano. Nuevamente se le erizó la piel tras el contacto con la mano de Victor. –¡El placer es mío! hablar de arte no es un trabajo, es placentero para mí, lo mismo que creae una obra de aarte. Él la acompañó hasta la puerta. Ella salió de la mansión, sentía que él la miraba, las piernas parecían temblarle mientras intentaba pisar fuerte para no caerse. Abrió la puerta de su carro. Volteó a verle y se despidió moviendo su mano. Condujo hasta la posada. Sentía el aire fresco en su rostro y en su ser. Victor era un hombre encantador. Aunque no tocó su vida afectiva, deseaba con vehemencia que no fuese casado. No le vió anillo en el dedo. Esa era una buena señal. Pensó en sus labios gruesos y se mordió los suyos al imaginar besarlos, sentirlos, saborearlos. Al llegar al restaurante, Isadora y Felicia estaban sentadas tomando el café de la tarde, ansiosas de saber cómo le había ido a Lucía. Al ver el rostro alegre y el brillo en sus ojos Isadora se recordó treinta años atrás, enamorada, perdidamente enamorada de Herman. Lucía caminó hasta donde ellas estaban esperándola. Haló la silla, se sentó seria y callada. Luego las miró fijamente. –¡Sí, sí! Logré entrevistarlo– gritó emocionada. Ambas mujeres se miraron asombradas por la alegría de Lucía. Obviamente, algo raro había pasado en la mansión. No era habitual que ella hubiese permanecido tanto tiempo dentro y hubiese venido resplandeciente y alegre. –¡Vaya debió irte genial!– comentó Felicia. –Realmente logré entrevistarlo y me parece que es un gran hombre– dijo visiblemente cautivada. –¡Cuéntanos cómo te fue, hija!– le insistió Isadora. –Pues llegué, toqué la puerta y un hombre super apuesto, abrió. ¡Era él, el artista! Me hizo pasar a aquella casa enorme. Había estatuas por doquier, claro un poco insinuantes– dijo haciendo moviendo sus manos inspirada– Luego fuimos hasta el balcón y pues me dejó entrevistarlo. ¡Eso ya es mucho para mí!– suspiró profundamente. Isadora sonrió al ver el humor contagiante de la chica, aunque había una pequeña preocupación. Y era que Lucía se hubiese enamorado de Victor sin conocerle. –¿Estaba solo?– preguntó entonces. –¡Sí! Bueno yo no vi a nadie más dentro de la mansión. Acordamos que fuese el lunes a las nueve de la mañana. ¡Estoy tan ansiosa! ya deseo sea lunes. Hizo una breve pausa, había caido en cuenta que ya no tenía más ropa que ponerse. –¡Ufff! Olvidé un detalle– dijo con menor ánimo. –¿Qué?– preguntó Felicia. –Necesito lavar mi ropa, no tengo que ponerme para ir hasta allá. –No te preocupes, querida. Yo tengo algunas ropas que quedaron en casa de mi hija Paula. Creo que te quedará bien– refirió Felicia. –¿Tienes una hija?– preguntó Lucía. –¡Sí! Pero viajó a la capital para estudiar por allá. –¿Qué edad tiene? –Dieciocho, igual que tú– respondió ante la curiosidad de Lucía. Isadora se levantó y fue hasta la cocina. No deseaba quitarle el brillo de los ojos a Lucía. Vió su vida en restrospectiva como cuando era joven y cómo se enamoró de aquel hombre prohibido para ella. Una lágrima se asomó. Escuchó los pasos acercarse y limpió su rostro. Al voltear, era Felicia. –¡Creo que esta chica se enamoró! –Sí, así parece. Esperemos sea sólo la emoción de haberlo visto. No me gustaría verla sufrir. No sé por qué siento tanta ternura al verla– respondió Isadora al comentario de su amiga. –¡Sí, la verdad que tiene algo especial! Hasta a mí, me cae bien– dijo en tono jocoso. –A ti, todo el mundo te cae bien. Eres una persona muy especial pero inocente a veces. –Querer confiar no es malo. Malo es quien tiene que vivir con miedo a ser traicionado– le dijo Felicia. –Sí, es un martirio creer que todo el mundo tiene pensado traicionarte. –Debes olvidar esa etapa de tu vida Isadora o nunca podrás ser feliz. Mientras ellas conversaban, Lucía subió hasta su habitación. Estaba tan feliz que sonreía y suspiraba de sólo pensar en Victor. Se desvistió y recostó en la cama. Le preocupaba no tener que ponerse. Recordó los ahorros que tenía guardado en su antigua habitación. Pensó entonces que, tal vez Mercedes podría transferirle y tomar ese dinero como p**o al préstamo que le estaba haciendo. Como nunca, tuvo que admitir que precisaba de él. Pero había algo que la motivaba y era verse bien para Victor. –¡Victor, Victor, Victor!– repitió su nombre y suspiró profundamente. De pronto escuchó, un golpe en el vidrio de la ventana, alguien había lanzado una piedra. Se levantó para mirar lo que ocurría. Se asomó y vió a Héctor desde abajo gritándole: –Lucía, dejaste las luces del auto encendidas. –¡Ya bajo!– gritó ella. Él la miraba boquiabierta. Ella percibió entonces que estaba en brasier. Instintivamente se tapó con las manos. Estaba tan emocionsds y distraída que no se daba cuenta de lo que hacía. Se volvió a colocar el vestido y bajó hasta el estacionamiento. Héctor la esperaba cerca del auto. –¡Sueles asomarte así a las ventanas!– dijo con cierto tono de perversión. Ella se sonrojó. –Disculpa estoy algo distraída. –¿Disculpa dices? ¡Eso es una bendición mujer! Verte así es lo mejor que puede pasarle a uno, un domingo de aburrimiento. –Ya Héctor, me haces sentir mal. –Está bien, préstame las llaves. Yo apagó las luces. Ella sonrió y le entregó las llaves. Él abrió la puerta, entró al auto y apagó las luces. Luego salió y le devolvió las llaves, pero al hacerlo, la miró fijamente. Sus ojos brillaban y su corazón latía apresurado. Él siempre se jactaba de decir, que era “Héctor el que venció al amor”. Mas ahora se veía doblegado por esta fuerza. Ella percibió que la veía de forma extraña, sonrió y haló su mano. –¡Gracias, Héctor! Eres muy amable. –Siempre estaré aquí para lo que necesites– dijo con una sonrisa tierna en los labios. De pronto comenzó a oscurecerse y algunas gotas cayeron. Ella aprovechó para entrar al restaurante y él fue hasta la oficina donde estaba Juan. Por una extraña razón, se sentía diferente. Su corazón latió con fuerza. Suspiró profundamente. Aquella chica lo había cautivado. ¿Eso era el amor? Se preguntó a sí mismo. Se levantó de la silla, Juan lo observaba extrañado mientras enviaba un mensaje desde su celular. Héctor caminó hasta la vidriera, se distrajo mirando y contemplando la lluvia caer sobre la carretera.
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