“En asuntos de amor, los locos son los que tienen más experiencia. De amor no preguntes nunca a los cuerdos; los cuerdos aman cuerdamente, que es como no haber amado nunca.”
Jacinto Benavente
Durante el resto de la tarde, Lucía permaneció en su habitación, estuvo transcribiendo la entrevista para luego editarla y subirla a la nube.
Terminó de trabajar, decidió darse un baño, se desvistió, entró a la ducha, abrió la regadera y sintió el agua tibia cayendo sobre su piel. Aquello era reconfortante. Desde que llegó a aquel pueblo, no había podido darse un buen baño, el agua tibia se deslizó por su pecho, se le enchinó la piel y sus pezones se erguieron.
Se estremeció al verlos y sentirlos, recordó el instante en que él tomó su mano y lo llevó hasta el pene erecto. Instintivamente dejó sus manos, descender por su abdomen, hasta llegar a su vientre, abrir sus labios y tocar su c******s, endurecido también por las caricias de sus dedos.
Aquello era nuevo para ella, pero los movimientos y contracción de su v****a, la orillaban a tocarse y dejar que sus dedos se internaran entre sus pliegues. Estaba sumamente excitada. Cuando de pronto, creyó oír la puerta. Apartó nerviosa su mano y cerró la regadera para asegurarse de que alguien había tocado la puerta. Volvió a oír la puerta sonando.
–Espere un momento, por favor.
Tomó la toalla, se envolvió y fue hasta la puerta.
–¡Sí!– preguntó antes de abrir.
–¡Soy yo Lucía! –respondió Victor.
Ella abrió la puerta, su cabello estaba goteando agua, las gotas se deslizaban por sus prominentes senos y se detenían en la toalla.
–¡Wow! Disculpa por interrumpirte – dijo mirándola fijamente.
Ella colocó sus brazos en el pecho para taparse.
–¡Dígame! ¿Qué necesitaba?
–Sólo venía a ver que no necesitaras nada y ya veo que no.
–¡Gracias! Por ahora todo está bien. Me visto y bajo.
–Bien, así me acompañas a tomar un café.
–¡Sí! Me urge un café para despertarme un poco.
–¿Pero si quieres duerme?
–No, prefiero estar despierta ahora y dormir durante la noche.
–Ok. Entonces te espero abajo.
Su mirada permanecía fija en sus labios húmedos. Y el cabello en sus hombros destilando agua. Ella lo miró fijamente y le señaló el pasillo para que se fuese, aunque su corazón palpitante aún reclamaba lo contrario, su presencia, su piel, sus caricias.
Él sonrió, se volteó en dirección a las escaleras y se alejó de ella.
Lucía cerró la puerta y se recostó buscando calmar aquellas extrañas sensaciones en su cuerpo y su mente.
Minutos después, bajó. Él estaba en la terraza con la las tazas de café, aún humeantes y una bandeja con galletas.
Ella se acercó al volteó a verla. Aún su cabello estaba húmedo, llevaba una camisa blanca de botones y un jeans que se ajustaba a sus amplias caderas.
Se sentó. Él le mostró la taza y las galletas para que ella comiera.
–¿Chocolate o vainilla?– preguntó él, mientras tomaba un par de galletas.
–¡Chocolate! –respondió ella.
Él le dió la de chocolate y tomó la de vainilla para él.
–Era la que querías, o sólo me la diste porque la pedí.
–Eres la invitada, por hoy tienes derecho a escoger – respondió guiñando un ojo.
Ella la mordió y él sintió ganas de ser él entre sus labios y dientes. En ese momento de abrió la puerta, era Mickail. Fue hasta ronde estaban, Victor se levantó para recibirlo. Extendió sus brazos y le ofreció un abrazo y un par de palmadas.
–¿Quieres café? Voy a servirte. Quédate para que converses con Lucía.
–Primero necesito darme un baño. Quédate sentado. Me baño y luego bajo.
–¡Está bien. Aquí te espero!
–Con permiso –dijo y se retiró.
Lucía lo siguió con la mirada, no podía negar lo apuesto e interesante que era aquel misterioso hombre. Victor se percató de su expresión en su rostro. Tosió y ella volteó a verlo. Por primera vez sintió celos de Mickail, no estaba seguro de si era porque ella lo miraba con deseo o si era porque siempre lo creyó suyo.
–¿Te parece atractivo? –le preguntó.
Ella no esperaba aquella pregunta, ni menos el tono en qué lo dijo, demostraba irritabilidad y celos.
–¡No! Sólo me preguntaba por qué es tan callado.
–No lo conoces bien, suele ser muy agradable cuando te tiene confianza.
–¡Bien! Iré a mi habitación a terminar lo que me falta –dijo ella mientras se ponía de pie.
–Perfecto. Te mando a buscar cuando vayamos a cenar.
Ella asintió con la cabeza y subió hasta su habitación. En ese instante, él salía de su habitación. Cruzaron miradas, él guiñó un ojo y ella sintió que le ardían las mejillas.
Bajó las escaleras. Ella lo siguió hasta que se perdió de vista, entró a su habitación. Se sentó en su cama, para arreglar un poco su cabello. Leyó un poco, uno de los libros que estaban sobre la mesa de noche. Aunque intentaba distraerse, no lo lograba. Volvía a recordar la imagen de la estatua, las suavidad de las manos de Victor y la mirada escrutadora de Mickail.
Dos horas después, tocaron a su puerta. Esta vez oyó la voz de Anahí llamándola:
–Lucía, la cena está lista.
–Enseguida bajo.
Se quitó la camisa y se puso una camisa de tiros. Recogió una media cola, puso un poco de brillo en sus labios y bajó.
Al verla entrar, los tres mantuvieron sus ojos sobre ella. Se sintió acosada por aquellas miradas. Esta vez, en la punta de la mesa, estaba Mickail y a cada lado, Victor y Anahí. Titubeó en donde sentarse, pero él le mostró la silla de frente a él. Ella se sentó un tanto incómoda.
Esta vez, quien sirvió la cena fue Victor. Le llevó la cesta con pan, ella tomó una rebanada, el jugo ya estaba servido, frente a ella, había un plato con varios envases con cremas para untar. Nutella, mantequilla de maní, mermelada de guayaba, crema se leche.
Tomó el cuchillo y untó chocolate y maní. Cuando levantó el rostro observó que todos las veían sorprendidos.
–Un gusto exquisito, querida –comentó Anahí.
–Amo el maní y la Nutella. Juntos no podría escoger cuál es mi preferido –respondió Lucía.
–Justamente por eso. Es una de las combinaciones más exquisitas al paladar –infirió Victor.
Ella sonríe y come su rebanada. Durante la cena, se sentía algo de tensión. Anahí no se veía tan alegre como durante la mañana, ni Mickail tan relajado como cuando llegó. No sabía que podía haberlos hecho cambiar de humor. ¿Sería su presencia? Pensó. Terminaron de cenar y Victor descorchó una botella de vino. Sirvió las cuatro copas.
–iPor nuestra invitada de honor, Lucía! –levantó la copa y ellos también.
–¡Salud! –respondió Anahí, quien parecía haber estado tomando desde temprano.
–¡Gracias! –contestó ella, mientras sorbía un trago del vino y veía los ojos azules y profundos de Mickail frente a ella.
–¡Por qué no nos cuentas de ti, querida! –incitó Anahí.
–Es poco lo que puedo contar de mí. Soy de la capital. Estoy aquí porque debo hacer un reportaje con artistas nativos de alguna localidad. Inicialmente pasé a visitar a mi tía Isadora y terminé encantada con este lugar. Luego supe que el señor Castello era escultor y decidí hacer el reportaje sobre su vida.
–¡Qué interesante! –respondió con sarcasmo, la mujer mientras tomaba de un sólo trago su bebida.
–¿Por qué no nos cuentas de tu vida, Anahí? La señorita tal vez deseé saber
–¿De mí? Bueno soy pintora, mi maridito debe haberte contado. Soy huérfana. No tengo padres, me crié en un convento. A los quince me escapé del lugar cuando me descubrieron con una de mis amigas en el baño. Luego entré a la universidad y allí conocí a estos dos tipazos.
–Es suficiente Anahí –dijo Victor al mirar el gesto de estupefacción de la chica.
–¿Por qué querido? Aún no le he contado lo mejor.
–¡Cállate! –gritó Mickail golpeando la mesa.
Lucía dió un salto. Y se le cayó la copa.
–¡Disculpen!
–Disculpa tu Lucía, Anahí está un poco tomada. Llévala hasta su cuarto Victor.
Él se levantó, la tomó de la cintura y subió con ella hasta la habitación de al lado.
Mickail siguió tomando si copa, mientras Lucía secaba su camisa y se levantaba para recoger los vidrios.
–Deja eso allí, Victor lo recogerá cuando vuelva. Disculpa la escenita de Anahí, se pone insoportable cuando bebe.
–¡Sí, entiendo!
–Linda tu historia. Esperemos sea real –se levantó y dejó la copa sobre la mesa.
Pasó a su lado y le tomó un mechón del cabello para olerlo. Ella se estremeció al sentirlo cerca. Se levantó y fue hasta la sala. Ella se sentó nuevamente. Decidió ir a su habitación aquella escena había sido muy desagradable. Subió las escaleras. Cuando llegó al pasillo, vio a Victor saliendo de la habitación. Entró a su cuarto.
Oyó cuando él bajó las escaleras. Respiró profundamente y se quitó la camisa aún mojada de vino. La puerta se abrió, e instintivamente ella cubrió su pecho. Anahí la miraba de pie a cabeza.
–¿Qué deseas?
–Conversar con alguien ¿me escuchas?
–Claro, dame un chance, entró al baño, se envolvió en la toalla.
Cuando salió Anahí estaba recostada de la cama, sentada en el piso. Lucía se sentó a su lado.
–Disculpa la escena de la noche. Es que a veces me canso de todo esto.
–No te preocupes, es válido sentirse mal de vez en cuando.
–No me entiendes querida, necesito desahogarme de todo esto que llevo dentro.
–Sí te sirve, puedes contarme –dijo mientras le quitaba los ricos del rostro.
Anahí la miró fijamente, se inclinó hacia ella e intentó besarla.
–¡Creo que te confundes Anahí!
–No estoy confundida Luci, desde que te vi, me llamaste la atención. Me gusta demasiado.
–Estás casada con Victor.
–No, estoy cansada de Victor, eso es diferente.
Lucía se apartó un poco, pero Anahi la sostuvo por la muñeca.
–No te vayas, te necesito –dijo acariciando la entrepierna de la joven, quien se cubrió con ambas manos, soltando la toalla y dejando ver sus hermosos senos.
La mirada libinidosa de Anahí, la puso nerviosa, se levantó y le pidió que saliera de la habitación.
–Disculpa, creo que te equivocaste, por favor retírate.
Anahí se levantó del piso y salió de la habitación tambaleándose de un lado a otro.
Lucía cerró la puerta con seguro. Se quedó recostada de la puerta, mientras se le pasaba el susto. Estaba sorprendida de todo lo que había ocurrido durante aquella insólita y peculiar cena.
Durante esa noche, Lucía no pudo dormir tranquila, sentía pasos cerca de su habitación, incluso creyó oirlos discuriendo. Tenia los nervios de punta. No sabía cómo enfrentar al día siguiente a Anahí. Aunque quería estar al lado de Victor, no podía evitar sentir angustia y querer salir corriendo de aquel lugar.
Se levantó para ver a través de la ventana y contemplar la noche, como solía hacerlo. Recordó entonces, que tenía el celular de Isadora, marcó el número del restaurante. Necesitaba hablar con ella, pero no debía contarle lo ocurrido. Desistió de llamarla al comprobar la hora en la pantalla de su celular, realmente ya era muy tarde.
Pensó en lo ocurrido con Anahí. Ella entendía que aquella exótica mujer estaba ebria, podía entender que tuviese dudas, lo había percibido durante la cena; se crió en un convento. Era lógico que al estar rodeada de chicas sintiera atracción por las mujeres.
Pero ¿por qué se casó con Victor? ¿Para huir de sí misma? ¿Tal vez lo amaba al principio y luego se dió cuenta de que no? Todas aquellas preguntas eran absurdas. Pues a pesar de todo lo ocurrido, en su corazón emergía la esperanza de que al Anahí no amarlo, terminarían separarados y ella entonces, tendría la oportunidad de estar a su lado.
Se sentó en su cama, escuchó algunos gemidos en la habitación de al lado. Se preguntó si se habrían reconciliado. Era posible, a fin de cuentas eran pareja. Pero esa habitación no era la de él. Ella lo vió salir del otro lado del pasillo. Había cosas que no encajaban o que tal vez ella, deseaba no tuviesen engranadas.
Finalmente escuchó un absoluto silencio. Ya era medianoche. Se acostó y se quedó dormida.