“Cuando estoy a solas contigo, me siento libre otra vez.”
Adele
Al despertar, se levantó al ver que ya era algo tarde. Se duchó y bajó. Aún le preocupaba lo que podría pasar al encontrarse con Anahí. Sin embargo, para su tranquilidad, Anahí había salido de viaje esa misma madrugada. Por lo menos, no debía preocuparse por sentirse asediada durante esos días.
Caminó hasta el comedor, al escuchar la voz sonora y ronca de Mickail.
–¡Buenos días! –dijo y se sentó en una de las sillas.
Victor y Mickail la observaron fijamente. En la mirada de Victor, había cierto brillo y ternura. En la de Mickail algo de misterio y perversión.
–¡Buen día Lucía! ¿Cómo amaneciste? –preguntó con un gesto amable Victor.
–Bien, dormí como un lirón.
–¡Qué bueno! Me alegra que no te hayan despertado ciertos ruidos –comentó con sarcasmo, Mickail.
Ella sonrió evitando hacer un comentario indebido o peor aún teniendo que escuchar esas cosas que no deseaba oír.
Victor se levantó para acercarle la cesta con rebanadas y la jalea de guayaba.
–¡Gracias! –le contestó ella.
Mickail rodó la silla para levantarse. Sacudió sus manos, tomó el último sorbo de café.
–Regreso a la tarde. Cualquier cosa me llamas –dijo guiñando un ojo a Victor.
Salió del comedor. Lucía tragó en seco. La sola presencia de Victor, generaba en ella una serie de sensaciones corporales inusuales.
–Luego que terminemos de desayunar, creo que podremos trabajar en el área más tranquila de la casa.
–¡Sí! No hay problema, donde estés más cómodo.
Victor comienza a recoger las cosas de la mesa y llevarlas hasta la cocina, Lucía termina su café, toma el resto de las tazas y va tras de él. Cuando él está colocando los platos en el fregadero, oye los pasos que se acercan. Al voltear, ve que es ella.
–¡No te hubieses molestado! Ya iba a buscar el resto de la losa.
–No te preocupes. Me gusta ayudar.
Ella le entrega las tazas y él las toma, sus dedos largos rozan los de Lucía. Un fuego se enciende en sus adentros. Ella lo mira como suplicando que apague aquel ardor.
Él se separa de ella instintivamente, tratando de racionalizar aquello que él también siente y que no logra entender.
–Me esperas en la sala, mientras termino de arreglar esto.
–¿De verdad no necesitas que te ayudé?
–Preferiría hacerlo solo –le dice mirándola con seriedad–. Ve y busca tus cosas para comenzar a trabajar –añade.
–¡Vale! Como desees.
Gira y se aleja hacia la sala. Él la ve alejarse, ve sus caderas moverse de lado a lado, su cintura pequeña y sus piernas gruesas. Se muerde los labios, hace un gesto de negación con su cabeza, como recriminándose a sí mismo aquel tipo de pensamientos.
Ella sube hasta su habitación. Se recuesta de la puerta, tratando de colgar aquellas reacciones corporales. Respira un par de veces, se arregla el vestido. Busca su libreta, la grabadora y el celular que Isadora le dejó prestado. Regresa a la sala. Cuando llega, él ya la espera parado en la ventana, fumando un cigarrillo.
–Está un poco nublado el día –le comenta él.
–¡Sí! Posiblemente llueva. Amo los días de lluvia —responde ella.
–A mí me agrada la lluvia. Es hermosa, musical, melancólica.
–¡Vamos a trabajar, entonces!
–¡Sí! –le responde, mientras apaga la colilla de cigarrillo en el cenicero– Vamos hasta la biblioteca. Ese suele ser un lugar donde me gusta estar los días de lluvia, me trae recuerdos de mi infancia.
–¡Vamos!
Él camina delante de ella, abre una puerta corrediza. El salón inmenso, la primera vez que lo vió, no detallo con tanto interés el lugar, aparte de los estantes repletos de libros, también estaba rodeado de grandes ventanales que dejaban caer los rayos de luz sobre el hermoso piano de cola.
—¿En verdad eres concertista? —pregunta ella.
—¿Lo dudas? —le pregunta él.
—¡Ummm! La verdad. ¿De quién es?
—¡Mío! —responde él, sonriendo.
Camina hasta el piano, hala la banqueta, se sienta y repentinamente comienza a llover. Él inicia tocando el Canon in D de Johann Pachelbel. Los ojos de Lucía brillan de emoción, su corazón se estremece y contempla atónita la ejecución magistral de Victor.
—¡Oh por Dios, por Dios! Eres un excelente músico. —dice tapando su boca con ambas manos.
—Exageras mi admirable reportera. —continúa tocando el piano, repentinamente, cambia la melodía y empieza a tocar el tema que más lo conmueve durante las horas de soledad y lluvia.
Al percibir los acordes del intro de aquella canción de Queen, Bohemia Rapsodia, Lucía entristece cuando a su memoria llega la imagen de su padre encerrado en su biblioteca y escuchando a solas esa melodía cuando pareciera invadirlo el pasado y los recuerdos de Emma.
Es tan fuerte la sensación que la invade, que desvía la mirada, camina hacia la ventana para limpiar su rostro de forma discreta. Él la sigue con la mirada. Ella voltea, lo mira, él asiente con la cabeza, entra en la parte de la estrofa, comienza a cantar el tema, ella sonrié nuevamente y regresa al centro del salón, de la nada comienza a danzar y ejecutar algunos movimientos de balet, un demi plié, luego hacer un relevé y se impulsa para un hermoso un giro doble. Sus movimientos son limpios, con precisión asombrosa. Victor la observa extasiado en cada figura que realiza.
Aquello lo impulsa a tocar con mayor vehemencia el piano, ya no canta, sólo toca. Ella está envuelta en aquella melodía, él se levanta aplaudiendo, se acerca hasta ella, pero Lucía gira, gira y gira. En su último giro, da un traspiés y él está cerca para sostenerla. Él la prende por la cintura, ella se sujeta a su cuello. Sus rostros permanecen muy cerca, sus labios como imanes se atraen, ella cierra los ojos, siente su respiración cercana. Su corazón palpita cada vez más rápido.
Siente la suavidad y humedad de sus labios apenas rozando los suyos. Abre su boca para aprisionarlos, pero no los halla, él entonces estampa un beso en su frente. Ella abre los ojos, lo mira sorprendida. Victor la ayuda a incorporarse, ella se suelta de su cuello, arregla su vestido y se encamina hacia la puerta. Pero siento, de pronto, una mano sujetarla y halar hacia atrás.
Él la abraza y con una pasión desenfrenada comienza a besarla, a acariciarla, a responder a aquellas emociones que intenta controlar desde el primer día que la vió frente a él. Sus labios se deslizan por su cuello. Lucía es inexperta, pero deja que su instinto la guié, deja que sus manos, sus labios, su lengua, sus caderas tomen el control de la situación.
Siente la mano de él, levantar su falda y colarse entre sus piernas. Quiere poner freno porque aún es virgen, pero su cuerpo está encendido y sólo quiere terminar de consumirse en las llamas del placer y la pasión. Bisbisea su nombre entre gemidos:
—¡Víctor!
—Calla Lucía, no me detengas, necesito saber a dónde me lleva esto que siento por ti.
—¡Víctor, Vic…
Él la interrumpe besando su boca nuevamente.
La lluvia se hace cada vez más intensa, cuando intensas son las caricias y los deseos de aquel par de almas que están vibrando en una misma frecuencia.
Repentinamente se oye el auto estacionarse. Victor reacciona y se detiene de isofacto. Ella aún está perturbada, él limpia su boca, se arregla el cabello. La mira algo nervioso. Ella respira profundamente, arregla el escote de su vestido, la falda. Toma su libreta de encima del piano y sale del salón.
Cuando ella camina hasta la sala, se tropieza con Mickail, quien la sostiene por los codos y la observa fijamente.
—¡Lo siento! —se disculpa ella, aún nerviosa.
—Parece que hubieras visto un fantasma —dice él en tono burlón.
Ella trata de disimular su excitación, esbozando una sonrisa. Pero Mickail, la sostiene de la barbilla y se aproxima a ella. Lucia permanece inmóvil. Él sonrié y la suelta. Ella se aparta de él y sube las escaleras corriendo.
—¡Eyyy! ¿Dónde está Victor? —le pregunta casi gritando.
Ella se detiene, voltea y le señala la puerta. Sigue subiendo, entra en su habitación. Se tira en la cama, cierra los ojos y respira una y otra vez, intentando calmar sus batidas cardíacas.