La decisión

1639 Words
"A veces, la decisión más pequeña puede cambiar tu vida para siempre." Keri Russell Amaneció, Lucía bajó hacia la cocina. Isadora preparaba como habitualmente lo hace, el desayuno para ellas. –¡Buen día Lucía! Espero que estés de mejor ánimo hoy –la saludó mientras le daba la taza de café y unos hot cakes que había preparado. –¡Gracias, Isadora! Son mis preferidos. Ya esto me pone de mejor ánimo. Isadora se sentó y tomó su mano: –No sé que puede estar pasándote, pero si puedo ayudarte en algo, cuenta conmigo. –¡Lo sé! Eres muy especial para mí. En el corto tiempo que llevo aquí, me has demostrado que puedo contar contigo y confiar en ti. Pero por ahora, sólo puedo decirte, que el señor Castello me invitó a pasar unos días en la casa del lago, mientras termino el reportaje. –¡Eso es genial! Es un lugar hermoso y además lo que mereces. Sabes y sé, que este lugar no es a lo que estás acostumbrada. Eres una chica que siempre ha tenido todo. –Pero no lo soy ahora. Abandoné mis lujos por un sueño. –Eso no significa que no puedas darte la oportunidad de estar bien y cómoda, y continuar con tu sueño. No te niegues esa oportunidad. Yo te conté que estuve allí por un mes, mientras encontraba un buen empleo. Y tienes hoy esa misma oportunidad. Ve, yo tengo que ir los fines de semana. Allá podremos vernos. –Entonces, ¿no te importa que vaya hasta allá? –Para nada mi niña. Mereces algo mejor. Y si en algún momento no te sientes bien allí, aquí está tu cuarto. Sólo te aconsejo no husmear mucho en la vida del patrón. Ellos son diferentes a nosotros. –¡Sí, lo sé! Haré lo que me dices –se acercó y besó en la mejilla– Voy a terminar de arreglar mi bolso. ¡Gracias Isa! La mujer le sonrió, mientras seguía tomando su café, algo distante y pensativa. No podía negar sentir un poco de nostalgia, Lucía era una joven muy especial, pero sería egoísta de su parte, negarle que tuviera esa experiencia. Aunque también le preocupaban los secretos de aquella familia. Lucía salió media hora después, abrió el baúl del auto y metió el bolso. Héctor fue hasta donde estaba para ayudarla. –¡Buen día princesa! –¡Hola Héctor! ¿Cómo estás? –Bien ¿y tú? ¿Vas de viaje? –¡No! Será una o dos semanas, voy a un trabajo en la casa del lago. –¡Ah ok! –contestó algo triste. –Cuídate mucho y cuida a Isadora –le dijo mientras subía a si auto. –¡No te preocupes! Así lo haré. Espero que regreses pronto –tomó su mano y la besó caballerosamente. Lucía sintió una extraña sensación en su cuerpo. Lo miró y sonrió. Encendió el suiche del auto. Echó de retroceso y tomó la carretera. Minutos después estaba parada frente a la puerta. Iba a tocar, cuando nuevamente la puerta se abrió. Era Victor quien la recibió como aquel primer día, con aquella sonrisa mágica. Extendió su mano para tomar el bolso, que ella traía en la mano. Ella se lo entregó. El caminó delante de ella. Ella cerró la puerta y fue tras de él. Subieron la larga escalera. Tomó el pasillo izquierdo, había dos puertas, abrió la segunda. –¡Pasa! Esta será tu habitación. Ella estaba sorprendida de lo prolijo y bien decorada que estaba la habitación. –¡Es hermosa! –Me alegra que te guste– dijo colocando sobre la mesa el bolso. –¡Gracias! –respondió ella. –Bueno a trabajar. Te voy a dar un pequeño tour para que sepas donde están algunos espacios de la casa. Ella asintió sonreida. Bajaron las escaleras. Caminaron al lado izquierdo, ya ella sabía donde estaba el comedor. Un poco más allá estaba la cocina y un cuarto de empleados. Supuso allí se quedaba a descansar Isadora. Luego fueron hasta la sala, la biblioteca y un salón donde estaba el piano de cola. –¿Tocas el piano? –preguntó ella. –¡Sí, de joven fui concertista. Era el único tipo dr arte que mi padre me permitió aprender. Ella sintió cierto rencor en sus palabras. –Ven. Vamos a mi lugar preferido –extendió su mano para tomar la de ella. Cuando sintió sus dedos rozar los suyos, se le incendió el cuerpo. Él abrió una puerta, había una escalera que conducía al sótano. Ella bajó tras él. Era un salón enorme lleno de estatuas sin terminar, torsos desnudos, formas abstractas y un sillón. –¡Wow! Es un lugar increíble. –¿Te gusta? ¿de verdad te gusta? –Por supuesto, es perfecto para crear. –Creo que aparte de mí, eres la única que coincide en eso. Aunque Anahí es pintora no le gusta mi taller, dice que es oscuro y sórdido ¿pero acaso es arte no lo es? –Claro que lo es. Por ejemplo, Goya trabajó esa temática en sus obras. –¡Vaya, sabes mucho de arte! La tomó nuevamente de la mano y la llevó hasta donde estaba una estatua desnuda. –¡Ve esta, está sin terminar pero es muy especial para mí. Tomó la mano de ella y la deslizó por el dorso masculino de su obra. Ella sintió el frío y dureza de aquella escultura. No pudo desviar la mirada y se enfocó en la perfección de aquel pene erectó que mostraba la pieza. Él la observó y llevó su mano hasta esa parte. Ella quería contenerse pero deseaba sentirlo. Volteó para mirarlo. Y él sonrió. –¡No temas! No es real. ¿no me digas qué no has tomado uno antes? ¿qué edad tienes? Lucía se ruboriza, él se quedó asombrado de su silencio y aunque no dijo nada, notó que era ¿Virgen? –Tengo veintidós años y sí, he tocado muchos –respondió tartamudeando. Victor sabía que mentía, pues no sostuvo ni un segundo su mirada. –Vaya, que interesante. Eres experta entonces. –¡Sí! Y creo que estamos perdiendo algo de tiempo valioso para trabajar con el reportaje. –¿A ver? Háblame de cuáles son para ti, las condiciones adecuadas para un creador de arte? Él se sorprendió con la interrogante, pero decidió contestarle. –La única condición a parte de la necesidad de expresarte, es estar en un lugar donde te sientas tú, donde puedas ser libre de crear, sin miedos a ser juzgado y sin otro espectador, que no seas tú mismo. Ella tomó notas, él seguía pensativo, no podía creer que una mujer tan bella e inteligente aún conservara su pureza y virginidad. Hasta ahora, todas las mujeres que había conocido no lo eran. “Un unicornio en un mundo real” pensó. Terminaron de recorrer el lugar. Luego subieron, él le dejó en la terraza a solas, mientras iba hasta la cocina para preparar el almuerzo. Ella sintió el aroma de la salsa que él estaba preparando. Olía muy bien. Se paró de la silla y fue hasta la cocina. Él estaba moviendo la salsa. –No sabía que eras Chef. Volteó hacia la puerta, ella estaba recostada, mirándolo. –¡No lo soy! Me gusta cocinar. Tuve que aprender cuando entré a la universidad. –¡Pues, huele exquisito! –¿Quieres almorzar aquí o en el comedor? –Creo que aquí es un lugar muy acogedor. Pero si quieres vamos hasta el comedor. –No, aquí estará bien. Este lugar me trae muchos recuerdos de mi infancia. Luego que mi madre muriera durante el parto, mi padre trajo a mi abuela para cuidarme. Siempre preparaba pasta y siempre comíamos aquí. Un año antes de entrar a la universidad, ella murió. Por alguna circunstancia, todas las personas que he amado han muerto. –No puedes culparse por ello. Es parte de la vida. –¡Sí, tienes razón! –dijo mientras servía el plato de comida de ella y lo colocaba en el mesón de mármol. Luego haló la silla y se sentó. Ella degustó el plato, realmente estaba muy bueno. Incluso podría asegurar que no había probado una delicia como aquella. –¡Esto está genial! –¿Lo dices en serio o es broma? –¡No sé porque siempre dudas de lo que digo! No estoy acostumbrada a mentir. Siempre digo la verdad, bueno mi verdad. –¡Gracias por ser sincera! Es algo que pocas personas conservan como esencial. Incluso yo mismo, guardo mis secretos. –Qué guardes tus secretos, no quiere decir que no seas sincero. La hipocresía es decir, lo contrario a lo que se piensa. Como por ejemplo, que yo te dijese, que está divino, aunque esté horrible, eso es mentir y ser hipócrita. De lo contrario, es simplemente algo personal que no deseas compartir. –¡Wow! Eres maravillosamente inteligente y sabia Lucía. Cada vez me sorprendo más de ti. –¡Gracias! Pero tampoco soy tan perfecta. Hay secretos que guardo. –Pues eso no es malo. Es tuyo y cuando decidas contarles, me ofrezco a escucharlos. Ella sonrió por la astuta manera de querer persuadirla para saber de ella. Terminaron de almorzar. –Puedes ir a tu habitación y descansar. Yo me encargo de esto. –¿Te puedo ayudar? –No, ve y descansa. O trabaja. ¡Lo que quieras hacer! –Iré a mi habitación a transcribir la información entonces. ¡Estuvo genial tu comida! Subió hasta su habitación. Se recostó a recordar todo lo que había vivido en esas cuatro horas; emociones de alegría y tristeza, miedo y rabia. Todo en un mismo momento. Todo con Victor, como motivo principal.
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