“Todas las cosas deben cambiar llegando a ser algo nuevo, algo extraño”
Henry Wadsworth Longfellow
Después de contarle la historia de porqué huyó de su casa, para lograr su sueño de ser bailarina, Isadora comenzó a contarle como ella llegó también a aquel lugar.
–No es mucho lo que pueda contar. Salí de mi casa a los dieciocho años, luego de que mi madre muriera en un accidente automovilístico justo cuando estaba a un mes de cumplir mis dieciocho. Mi padre nos había abandonado cuando yo tenía como cinco años; mi madre se volvió a casar con Joaquin. Él no era un hombre del todo malo, sin embargo, comenzó a mirarme de otra forma en la medida que fui creciendo. Una noche intentó propasarse conmigo y aunque le conté a mi madre lo que había pasado, ella no me creyó. Luego cuando ella murió, me fui de mi casa porque vi las intenciones oscuras de él.
–¿Pero nunca te casaste?– preguntó Lucía.
–No, no me casé, pero me enamoré del hombre equivocado. Era el marido de mi hermana más joven, pero yo no lo supe sino una tarde que ella lo llevó para mi casa.
–¿No vivían juntas?
–No yo me fui de mi casa, luego que mamá murió. Ella era hija de Joaquin y mi madre por lo que no correría con mi misma suerte. Después llegué aquí a Santa Lucía, por dos años estuve trabajando como sirvienta en la casa de unos hacendados pero al ser soltera y joven, eran muchos los buitres que se te presentan. Luego conseguí trabajar en un pueblo cercano, en un restaurante, tendría en ese entonces unos veinte años. Un mes antes llegaron unos guardias nuevos al pueblo. Ellos estaban en la alcabala de la entrada. Él subió al bus para revisar y mi mirada se encontró con la suya, nunca vi un hombre como aquel antes, era muy rubio, con aspecto alemán, fuerte y parecía un héroe de película con aquel uniforme. Desde esa tarde, siempre él subía al bus de las seis. Allí comenzó nuestra historia.
–¿Qué más, cuéntame tía, que más pasó?
–¿Me dijiste tía?
–¡Ah, sí! Disculpa me emocioné.
–No te preocupes. Puedes decirme tía. Siempre quise tener una niña como tú– dijo en tonterías triste y melancólico.
–¿No tuviste nunca hijos?
–¡No!.
–¡Sigue contando tu historia! Es tan romántica–dijo entre suspiros la agraciada muchacha.
–Luego de unos meses, Herman desapareció. Yo lo amaba pero él… se fue y nunca supe de él. Hasta aquel día en que mi hermana vino a mi casa y me lo presentó. No podía creerlo. Él estaba con mi hermana y yo había sido suya. Después de allí, intentó disculparse y me pidió vernos. Estábamos en el campo cerca al río. Esa noche fui suya nuevamente. Mi hermana no sé cómo supo. Nós encontró. Él decidió por ella y nunca más volví a verlos a ninguno de lid fos.
–¡Uyyy! Que mal.
–Bueno señorita, se acabaron los cuentos. Así que a trabajar.– le dijo Isadora a Lucía.
Lucía la ayudó a arreglar las mesas mientras Isadora, abría las santamaria y volteaba el cartel “Abierto”.
De pronto empezaron a llegar los clientes. Normalmente Felicia la ayudaba con las mesas mientras ella atendía la cocina y la caja, pero no había salido aún de su habitación y ella, entretenida con la mayoría de la conversación no se había percatado de ello.
–¿Puedes encargarte de la caja?– le preguntó a Lucía.
–Por supuesto. Yo te ayudo.
Si para algo era buena Lucía era para los números y la tecnología. “Tal vez habría sido una buena administradora” piensa, pero su sueño es bailar. Los clientes más asiduos al lugar, la miran y murmuran entre ellos. Los otros, recién llegados parecen sorprendidos de ver a una linda joven en aquel pueblo.
El movimiento durante las primeras dos horas fue bastante movido. Siendo ya las diez, había mermado. Isadora fue hasta la habitación de Felicia.
–Felicia ¿Estás bien? ¡necesito tu apoyo!
–Pasa, Isadora. No estoy bien.
Isadora abrió la puerta y la encontró en su cama, envuelta entre las sábanas.
–¿Qué tienes?– preguntó mientras se acercaba y la tocaba para ver la temperatura.
–Me siento muy mal, me duele mi cuerpo.
–¡Estás hirviendo en fiebre! Déjame colocarte una toalla con agua en los pies.
Fue hasta el baño, tomó la toalla, la mojó y luego le envolvió los pies.
–Déjame buscarte una pastilla para la fiebre y un té de limón para bajarte esa calentura.
–¡Y el cura, creo que me voy a morir!
–¡Por Dios Felicia, que exagerada eres! Aguarda que te preparo el té y te traigo una píldora.
Luego de llevarle el medicamento a Felicia, minutos después ella apareció en el salón para ayudarla.
–¿No que te estabas muriendo? – preguntó Isadora.
–¡No será tan fácil deshacerte de mí!
Ya eran casi mediodía y comenzaban a llegar nuevamente los clientes que almorzarían en el local. Mientras tanto Lucía seguía ayudando desde la caja, en la cobranza. Pero ya se sentía algo cansada de estar parada, no era que el trabajo fuese fuerte, pero ella no estaba acostumbrada a ese tipo de trabajo, mejor dicho a ningún tipo de trabajo.
Era la primera vez que debía estar haciendo algo para ganarse por lo menos el derecho de dormir otra noche en el restaurante hasta tanto pudiese encontrar un empleo.
Cuando logró desocuparse de la caja, ya eran las dos de la tarde. Quizás tendría tiempo para ir hasta la casa del lago pero no había hablado con Isadora para que le prestase algo decente con que ir hasta allá. Ya para la tarde Felicia, se había recuperado bastante. Isadora notó el cansancio de Lucía.
–¡Puedes subir a descansar Lucía!, ve y date un baño.
–Gracias Isa, de verdad necesito descansar.
–¡Ve! En el guardarropas puedes ver si hay algo que pueda quedarte. Tengo cosas allí de cuando estaba más delgada y no pueda que te quede. Aunque no sea del nuevo grito de la moda.
–¡Sí! Gracias, necesito cambiarme de ropa.
Subió a la habitación, entró y se recostó para descansar los pies unos minutos. Luego se levantó, se desvistió, se metió a la ducha. Podía sentir su piel erizada al contacto con el agua fría de la regadera. Se enjabonó para salir rápido de la ducha. Tomó la toalla y fue hasta la habitación. Abrió el guardarropas. Movió algunos ganchos para poder ver que tenía Isadora dentro del closet que pudiese quedarle.
Encontró un jeans que podía quedarle, también un suéter blanco con rayas negras y un vestido de poliester, color rosa que también se veía pequeño y de su talla.
Comenzó a probarlo, el jeans le quedaba algo flojo en la cintura y caderas. El suéter le quedaba bien, le gustaban las rayas. Luego se probó el vestido, parecia hecho a su medida. No sobraba ni faltaba tela. Era perfecto, le daba un toque angelical, pero muy sensual.
Esa noche Isadora debía nuevamente ir a la mansión. Eso era una buena noticia para Lucía; pues así tendría el camino despejado para ir hasta aquella misteriosa casa. El lugar le provocaba cierta curiosidad; se sentía atraída inexplicablemente, necesitaba descubrir los secretos que la envolvían.