El misterio de sus ojos

1259 Words
“El amor comienza cuando comprendes que el otro es un misterio insondable” Ovalo de Carvalho Esa noche Lucía durmió poco, sólo quería ver amanecer para preguntarle a Isadora si podría ir a la mansión. Era ya algo tarde, cuando oyó el teléfono sonar. Salió de su habitación esperando ver si Felicia, atendería la llamada. Algo temerosa por lo que Felicia le había contado, salió en puntillas y viendo hacia todos lados. Bajó las escaleras. Tomó el teléfono justo en el último repique. –¡Aló!– dijo en voz baja. –¿Eres tú mi niña?– dijo la mujer al otro lado del teléfono. Ella creyó reconocer la voz, respondió: –¿Meche? –¡Sí mi niña Lucía! Disculpe haberme atrevido a llamarla a ese número y a esta hora, pero es desde que hablé con usted hace dos días, no duermo pensando en cómo estará pasándola por all. –No te preocupes Meche, yo estoy bien. –¿Por qué no me dice donde está? –No puedo Meche. Sé que papá te haría decirle la verdad. Yo tomé una decisión, luchar por mis sueños y eso haré. –Yo lo sé mi niña. Yo sólo quiero poder ayudarla desde aquí, usted no está acostumbrada a andar por ahí, comiendo y durmiendo mal. –Es parte del riesgo que debí correr. Por favor Meche, no me llames, al menos que yo lo haga. –¡Está bien señorita Lucía! Cuídese por favor. Y no dude en llamarme por lo que necesite. –¡Gracias Meche, gracias por tu apoyo siempre! Colgó el teléfono. Algunas lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Todo lo que Meche le dijo, era real. Ella siempre contó con su apoyo, desde muy pequeña. Se limpió los ojos. Cuando pensaba regresar a su habitación oyó un ruido y dio un grito sobresaltada. –¡Ahhhh! –¿Qué es, Lucía?, soy yo– le dijo Felicia. –¡Me asustaste! Con tus cuentos del anciano que anda por allí. –¿Qué haces a estas horas por ahí?– le preguntó. –¡Tenía mucha sed! Vine por un vaso de agua. –¿Ya tomaste? –¡No, no! Justo iba a encender la luz para ir hasta la cocina. –También tengo algo de sed. Vamos, yo te acompaño. Luego de aquel susto, Lucía tomó el vaso de agua y regresó a su habitación. Seguía un tanto consternada por las palabras de Mercedes. Se acostó e intentó dormir, sólo quería ver que amaneciera y ver que respuesta le traía Isadora. Aunque fuese la que ella esperaba o no fuese, estaba decidida a presentarse y descubrir quienes eran esas personas que vivían en la mansión, junto al lago. Despertó al sentir los rayos del sol en su rostro. Miró su reloj, pudo ver que ya era poco más de las cinco de la mañana. Se levantó rápidamente, arregló la cama, entró al baño para hacerse aseo personal. Luego se arregló la ropa y bajó hasta el restaurante. Escuchó el ruido en la cocina. Ya Isadora había llegado. Sentía una extraña sensación de euforia y ansiedad por obtener aquella respuesta afirmativa. –¡Buen día Isadora! ¿Cómo amaneces? –Bien Lucía –respondió para verla y quedó sorprendida al ver que su ropa le sentaba muy bien– ¡Estás guapísima! –¡Gracias!– dijo ruborizada. –¡Vamos para que desayunes! Me deja sorprendida ver cuando delgada fui en un tiempo. –Sigues siendo una mujer muy hermosa– comentó Lucía. –¡Wow! Gracias por ese cumplido. Mientras servía el desayuno, Lucía se moría de curiosidad por saber que le había dicho el dueño de la mansión. Ansiosa no pudo contenerse; le preguntó de una manera muy sugestiva para abordar el tema. –Conseguí un hermoso vestido color rosa en tu guardarropas, me lo medí y me quedó que ni mandado a hacer. Creo me servirá para la entrevista. –¡Uh! La entrevista. Bueno le comenté a Victor, sobre eso. No me dijo que sí, pero… tampoco me dijo que ¡no! Así que no veo inconveniente en que vayas. –Entonces, ¿puedo usar ese vestido?– preguntó emocionada. –Por supuesto. Es un vestido muy especial para mí. ¿Recuerdas la historia que te conté ayer? Ese mismo traje lo usé en mi primera cita. –¡Ha de ser muy importante para ti! Si quieres no lo uso. –¡Póntelo Lucía, tal vez tengas mejor suerte que yo! –¿De verás no te importa?– pregunta insistente. –¡Quiero que te lo pongas! Será muy lindo verte vestida así. Lucía asiente con la cabeza, mientras toma las manos de Isadora entre las suyas. Luego del desayuno, regresó a su habitación. Todo estaba dispuesto para ese encuentro. En el mismo guardarropas encontró una caja con algunos accesorios, una cartera tipo sobre y algo de maquillaje. Ella no estaba acostumbrada a maquillarse, pero su amiga Vanessa la había enseñado a hacerlo, al igual que a bailar. A escondidas durante las noches en el internado aprovechaban que las monjas estaban durmiendo para practicar. Muchas veces debieron cumplir con las tareas diarias y las clases sin haber pegado un ojo. Pero sus ganas de aprender, recompensaba todos los esfuerzos que ambas hicieran. Sonrió tras aquel recuerdo y luego volvió Se metió a la ducha, aunque estaba más fría de lo común, le pareció que era perfecta para que su piel se tensara, quería verse fresca y resplandeciente. Salió del baño envuelta en la toalla, se secó el cuerpo y luego recogió su cabello con la misma toalla. Se sentó en la cama, comenzó a maquillarse, luego soltó su cabello, ya casí seco, lo peinó e hizo una media cola, que dejaba ver lo largo de su cuello. Colocó un par de aretes, y se puso el vestido. Realmente se veía hermosa. Sonrió frente al espejo del viejo guardarropas. Tomó las llaves de su auto y salió. Al verla Hector no pudo evitar lanzarle un piropo. Le parecía una chica hermosa, aunque de muy alto nivel para él. –¡Santo Dios están floreciendo las malvas! Ella no pudo disimular su sonrisa y lo miró con agrado. Subió a su auto, encendió el motor y fue hasta la carretera que la conduciría a aquel lugar en el que anhelaba estar. Diez minutos después, estaba frente a la casa. Bajó de su auto. Se arregló el vestido y tocó el timbre la puerta. Cuando finalmente se abrió. Un hombre alto, de tez blanca, cabello ondulado que rozaba sus trapecios, con una barba incipiente, ojos oscuros y profundos, mirada misteriosa y sonrisa sexy. –¡Buenos días! –dijo ella– soy Lucía López. Periodista de la revista Artcon y me gustaría hacer un reportaje sobre su obra artística. Él la miró sorprendido por la forma incontrolable que tenía de hablar. Era lógico, es reportera, pensó. –¡Buen día Lucía, yo soy Victor Castello! Puede pasar– dijo en tono amable con su voz grave y muy sensual mientras estrechaba su mano. Ella sintió un corrientazo en su corazón, al sentir la tibieza de su mano, el doble más grande que su fina y delicada mano. Él abrió la puerta y caminó delante; ella fue detrás de él, mientras su mirada recorría la anatomía perfecta de aquel hombre. Llevaba un jeans claro que se ajustaba a sus glúteos y muslos, un suéter beige que mostraba lo amplio de su espalda. Lucia parecía estar hipnotizada. Lo estaba.
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