“Somos esclavos sólo si dejamos que el destino nos controle. Siempre hay una elección”
Julie Kagawa
Aquel silencio de Felicia es perturbador para Lucía. No entendía por qué ella había cambiado su ánimo, ni mucho menos por qué no le respondía.
–No deberías estar preguntando tanto Lucía. A veces es bueno, no saber mucho porque luego uno queda envuelta en una historia que no le pertenece.
Lo que decía Felicia parecía tener mucha lógica. ¿Mas, que podía ser tan oscuro en aquel hombre, que ella ofrecería no mencionar?
–Realmente creo que puedes tener razón en lo que dices. Pero era simple curiosidad. Una forma de ir conociendo un poco de este lugar. Por ejemplo, hay una casa enorme junto a un lago en la ruta que conduce hasta acá. Quede simplemente maravillada al verla, tanto que tuve que detenerme en mi auto para verificar que no fuese un espejismo.
–¿Tu auto?– preguntó con remilgos Felicia, pues nunca la vio llegar en auto.
Pensó “esta me ve la cara de tonta”. Entonces Lucía le contó:
–Vine en auto, pero a pocos metros de acá, encontré un obstáculo y mi carro quedó allí abandonado.
Sacó las llaves de su suéter y se las mostró, podía notar que no le estaba creyendo mucho.
–¡Dios bendito! ¿Dejaste tu carro botado?
–No podía cargarlo y montármelo en el hombro.
Soltó la risa y Felicia no pudo hacer otra cosa que reírse también.
–Aprendes rápido de sarcasmo. Pero si quieres mañana vamos. Supe que días atrás cayó un árbol por el fuerte temporal. Pero eso fue como a un kilómetro de aquí.
–Bueno no tengo como medirlo. Pero me bajé del auto y llegué hasta aquí. Debo recuperarlo, es lo único que tengo. Pues estoy en un lugar que no conozco y sin empleo.
–Apenas acabas de llegar, ya mañana podemos ver que se hace. Por lo pronto, debes recuperar tu carrito.
“Mi carrito, si supiera cuantos miles de dólares hay en él” pensó.
–¿Me cuentas sobre la casa grande del lago?
–Pensé que ya se te había olvidado eso, eres muy curiosa Lucía, muy curiosa. Pero bueno, será.
–¡Ay sí, por fa! Me gustan las historias misteriosas.
–Pero el misterio de esa casa no es de brujas, ni fantasmas. Aunque su dueño, parezca uno.
–¿Su dueño?
–¡Sí, según he oído porque no me consta, es un artista algo excéntrico, como suelen ser los escritores, músico, pintores. Y vive allí con dos personas más. Poco se le ha visto por el pueblo. Yo diría que no sale de allí. Cuando Isadora llegó al pueblo ellos le ofrecieron trabajo y quedarse por un tiempo mientras encontraba un empleo. Pero Isadora, es una tumba. No suelta prenda de lo que sabe.
–¡Ah, OK! Algo de eso me comentó, entonces ella ha entrado a ese lugar.
–Sí, pero como te digo es muy reservada. Ella aún va hasta allá, cuando ellos ya la llaman. Hoy por cierto está allí.
Aquella información era una puerta abierta para Lucía. Luego de cenar, se despidió de Felicia para descansar y pensar como solucionar lo de su auto. Debía recuperarlo. Debía buscar algo que le permitiera sobrevivir. Si algo agradecía era la buena voluntad de Isadora y Felicia, quien al final, resultó ser una mujer muy activa y bonachona.
–¡Qué tengas una excelente noche, Felicia! Voy a descansar.
–Ve muchacha, descansa. Mañana hay que madrugar para ver que podemos hacer para recuperar tu carrito y que puedas conseguir algo por ahí– le respondió mientras se le escapa un bostezo.
–¡Gracias por todo!
Se alejó y subió las escaleras. Al ver el pasillo solo y oscuro recordó el cuento del anciano y corrió hasta la puerta de su cuarto.
Lucía tiene dieciocho años, pero aún resulta inocente en muchas cosas. Digamos que no tiene ese rasgo de maldad que el resto de las personas.
Entra a su habitación, se acuesta en su cama. Hace algo de calor, se quita el suéter y el jeans. Una imagen viene a su mente, el hombre misterioso del que no quiso hablar Felicia. ¿Quién es? ¿Por qué me perturba? Hay algo en él, que me gane sentir que lo conozco. ¿Pero de dónde? Por una extraña razón, el nombre de Victor, aparece en su mente.
Una idea comienza a rondar en su cabeza. Tal vez pueda hacerse pasar como escritora de un periódico, entrevistarlo y lograr que le den algún empleo. Ella fue encargada por cinco años de la editorial del periódico escolar. Aquello era una buena idea, considerando que no sabía cocinar o hacer oficios de la casa.
Si lograba arreglar su auto, podría hacer creer su historia. Sólo necesitaría algo de ropa un poco más sofisticada. Se sentó en la cama y se asomó por la ventana. Afuera había un auto frente a la farmacia que quedaba al lado del restaurant. El hombre se bajó del auto. Era él, el hombre sin nombre con quien se encontró en la mañana.
Era él, aunque estaba oscuro, no podía haber dos iguales. Respiro profundamente. ¿Qué significaba aquel hombre en su vida? Era algo que no había sentido antes. En los internafos religiosos, no suele haber chicos. Aunque estaba apasionada por su profesor de Teología, nunca había sentido tanta atracción por alguien. Ni siquiera había besado a ningún chico, ni sentido unos labios una manos, unos…
Se asustó cuando el hombre salió de la farmacia y miró hacia donde ella estaba, se encontró con su mirada, y se escondió detrás de la cortina. Vió cuando el auto se marchaba.
Regresó a la cama. Sintió cierto calor en su v****a y algunas sensaciones extrañas en su cuerpo. ¿Qué era aquel fuego tan inusual en ella? ¿Por qué se sentía tan perturbada por aquel hombre?
Finalmente se quedó dormida. Cuando amaneció, sintió los rayos del sol, en su ventana. Despertó, frotó sus ojos y se estiró antes de levantarse. Miró su reloj, apenas las seis de la mañana. Le pareció tan increíble estar despierta a esa hora.
Normalmente cuando se está en otro lugar diferente a tu propia casa, sientes algo que te hace reconocer que no vives allí, es como si tu espíritu te alertara y tuvieras que despertar.
Fue hasta el baño, se cepillo, lavó su rostro y se vistió para bajar.
Cuando llegó al salón. Ya Isadora estaba preparando el desayuno. Aquel olor a café era seductor. Caminó hasta la cocina. Tocó la puerta antes de entrar. Isadora volteó y la miró sorprendida.
–¿Qué haces despierta tan temprano Lucía?
–No sé, desperté y decidí levantarme para salir.
–¿Salir a donde criatura?
–Tengo que ver como recupero mi carro?
–¿Tu carro?
–Sí, es que me quedé atrapada donde cayó el árbol dias atrás. Tenía poca gasolina y no conozco el lugar, así que preferí bajarme y caminar hasta acá.
–Pues siéntate para que tomes tu café y luego si quieres, te acompaño .
–¿Harías eso por mí?– respondió visiblemente emocionada.
–Claro, ayer te dije que me recuerdas mucho cuando llegué a este pueblo; tenía tu misma edad y venia llena de ilusiones y sueños. Me gustó tanto el lugar que nunca más quise volver a donde vivía. A diferencia de otros pueblos, la mayoría de las personas que viven aquí son extranjeras y muy preparadas.
–Hablando de eso, Felicia me habló de un artista que vive en la casa del lago. Me ha creado tanta curiosidad conocerle. Incluso me gustaría entrevistarlo para hacer un reportaje de su trabajo.
–¿A quién? ¿A Victor? Él es un poco serio y amistoso. No tiene muchos amigos excepto…
–Excepto…
–Sus dos amigos. Yo he trabajado con ellos, no te lo recomendaría, porque a pesar de ser muy buena gente, también son muy reservados y misteriosos.
–Pues me encantaría conocerlos– respondió mientras se levantaba emocionada para abrazar a Isadora.
–¡Calma niña! Veré que puedo hacer. Como ahora para ver lo dr tu automóvil –dijo mientras le servía unas hot cakes con miel.
Lucía estaba muy alegre con la propuesta de Isadora de ayudarla a entrar en la casa del lago. Ahora sólo necesitaba un buen atuendo para ir hasta allá.
Terminaron de desayunar, eran las siete de la mañana, Isadora cerró el local para regresar una hora después y abrir al horario que le correspondía.
–¡Héctor!– llamó a uno de los chicos de la gasolinera.
Era moreno, alto, de buen parecido, cabello n***o y ojos también muy oscuros. Se acercó con una espléndida sonrisa.
–Dime Isadora, ¿para qué me necesitas?– preguntó mientras observaba de pie a cabeza a Lucía.
–Deja de mirar a mi sobrina de esa forma– dijo dándole un manotazo en el antebrazo.
–¿Tu sobrina? Pues parece una muñeca.
Ese comentario la hizo recordar el momento en que llegó y uno de ellos la llamó muñeca.
–¡Sí, es mi sobrina, recién llegó ayer! Pero tiene su carro accidentado ¿Será que nos puedes ayudar?
–Claro, tía suegrita– dijo mientras le guiaba un ojo a Lucía.
Ella se sonrojó con aquel comentario.
–¡Juan, ya regreso!– gritó a su compañero, que en ese momento llenaba el tanque de gasolina de un cliente.
Caminaron hasta el lugar. De ese lado no pasaba auto justamente por el árbol que se había caído, sólo los que iban por gasolina, venían del otro lado y al salir retornaban por la misma ruta.
Mientras iban camino al lugar, Héctor no apartaba su mirada de la hermosa Lucía. Eta poco común ver mujeres tan jóvenes y bonitas en aquel pueblo.
A lo lejos divisaron el auto. El gesto de sorpresa de Isadora y Héctor fue extremadamente evidente.
–¡Wow! ¿Ese es tu carro muñeca?– preguntó Héctor.
–¡Sí!– respondió ella por primera vez.
–Pero es un carro muy costoso Lucía– dijo Isadora mientras se llevaba las manos a la boca.
–Sí, fue el obsequio de mi padre por mí cumpleaños.
–¡Pues te ha de querer mucho tu papá – comentó Héctor aún maravillado, mientras daba la vuelta al carro para verlo por todos lados.
Ella activo el botón para que el techo del vehículo se moviera y lo descubrió para que él revisara si era suficiente lo que quedaba de gasolina y poder llegar hasta la gasolinera.
–¿Me dejas conducirlo? –preguntó casi suplicando Héctor.
–Sí, claro –contestó amablemente.
–¡Chicas a bordo! –gritó él, mientras subía de un salto al carro.
Lucía le cedió el puesto delantero a Isadora y se sentó en el asiento de atrás. El recorrido era bastante corto, algunos cinco minutos de donde estaban. Pero él que no conoce el lugar, puede creer que es lejos o de difícil acceso porque una parte era de tierra y la otra asfaltada.
Al llegar al puesto de gasolina, Juan estaba boquiabierto viendo a su compañero conducir aquel hermoso y ostentoso vehículo.
Juan se acercó al auto, destapó el tanque y colocó la manguera para llenarlo de combustible; ella metió su mano dentro del bolsillo para juntar las monedas y pagar, pero Isadora la detuvo.
–¡Yo p**o esta vengadora!– dijo y le guiñó el ojo.
Ella sonrió y pensó “si existen las hadas madrinas, ella sería la mía”.
Héctor condujo el auto para estacionarlo frente al restaurant; abrió la puerta de Isadora para que bajara, le hizo una reverencia de cortesía. Isadora bajó y luego Lucía.
–¡Venga esas cinco!– dijo él chocando la mano de ella
Entraron al restaurant. Isadora haló una de las sillas y se sentó.
–Ahora me cuentas ¿Qué haces tú en este pueblo mi niña?
Había tantas cosas que podía decirle u ocultarle. La miró fijamente:
–Me traes un café y te cuento –le pidió a Isadora