“Hay un camino seguro para llegar a todo corazón: el amor.”
Concepción Arenal
Al día siguiente y puntual como suele hacerlo, llegó Lucía para continuar con su reportaje. Era un estratagema que le permitiría estar cerca de Victor. Aunque al comiendo y desde su primer encuentro en el restaurante con Mickail, sintió una fuerte conexión con él, ahora sentía cierto escalofrío al verlo.
Bajo del auto y tocó la puerta. En ese instante se abrió la puerta y apareció Mickail frente a ella, a diferencia del día anterior, la salida con una amable sonrisa.
–¡Buenvenida querida!
–Buen día. ¿El señor Castello se encuentra?
–¡Sí! Por supuesto. Te está esperando en el comedor. Puedes pasar –dijo señalando hacia el ala derecha del salón.
Salió de la casa. Cerró la puerta tras de ella, quien aún se sentía algo impresionada por su cambio repentino. Se arregló el cabello, alisó la falda de su vestido y fue hasta el comedor.
Cuando entró el estaba sentado en la larga mesa de doce puestos. Realmente aquel lugar era muy hermoso. Se podía observar lo delicado de los adornos, lámparas y cortinas. Él le hizo señas para que tomara asiento. Ella haló la silla de la punta que coincidia con la de él.
–¡Buen día, Lucía! –dijo él, mientras ella se sentaba.
–¡Buen día, Victor! –respondió algo tímida.
–Vamos a desayunar juntos y no aceptó un no por respuesta.
Ella asintió con la cabeza. Había algo raro en él. Como cierta alegría. Hubiese querido creer que tenía que ver con su presencia en aquel lugar, mas su instinto le decían que no.
En ese instante, entró aquella extraña mujer, con el cabello enmarañado y una sonrisa, traía una bandeja con una jarra de café y jugo. La colocó en el centro de la mesa y caminó hasta donde estaba Victor y le dió un beso en la boca, se sentó a su lado.
–¡Buen día mi amor!– dijo sonreida, mientras alzaba su ceja izquierda y miraba a Lucía.
–Lucía, ella es Anahí, mi novia.
Lucía sintió un frío recorrerle el cuerpo. La tristeza invadió sis ojos y un nudo en la garganta le impidió contestar, esbozó apenas una sonrisa.
–¡Hola Luci! –la saludó con cierto tono burlesco Anahí.
–¡Hola! –respondió al recobrar el habla.
–Ella es mi reportera, y está aquí para retratar con sus palabras mi historia. Aunque no había tocado nuestra parte personal. Creo que Es importante que conozca mi historia por completo.
–¡Excelente mi amor! ¿Por qué no le pides que se quedé con nosotros, mientras hace su trabajo?
Ella sólo los miraba moviendo los labios, se negaba a oír su conversación. Aquello la había lanzado contra el piso.
–Es una excelente idea. ¿Qué opinas Lucía? –preguntó él.
Ajena a la conversación y como instinto, respondió:
–¡Sí, claro!
–Entonces no se diga más, a partir de mañana podrás estar con nosotros. La verdad es que mi maridito, suele estar más tiempo solo que acompañado. Yo me la paso viajando con mis exposiciones de arte –dijo Anahi, mientras tomaba la mano de Victor entre la suya.
Por una extraña razón, Lucía sintió nauseas y escalofríos en el cuerpo. Victor observó que palidecía.
–¿Te sientes bien?
–¡Sí, sólo necesito algo de agua –respondió y tomó el vaso servido frente a ella.
Anahí se levantó, caminó hasta Lucía, le sirvió la taza de café, el jugo y le ofreció la cesta de pan.
–¡No, gracias! Con el café estará bien. Ya había desayundao antes de salir para acá.
Anahí la observó de arriba a bajo y regresó a su asiento. Mientras ellos, comían, reían y coqueteban, Lucía, sentía su corazón agitado y ganas de irse de aquel lugar. Intempestivamente su deseo de estar con Victor, se había transformado en una escena dantesca. No podía creer que aquello fuese real.
Y aunque lo era, sentía una tristeza inexplicable. ¿Podría haberse enamorado tan rápido de él? ¿era aquello, lo que trataron de decirle Felicia e Isadora aquel día?
Luego de desayunar, Anahí se levantó, recogió las cosas y salió del comedor. Victor la miraba compasivo, sabía que ella no estaba bien, pudo notar su expresión cuando Anahí lo besó. Pero no podía evitarlo. Era necesario que ella comenzara a decepcionarse de él. No quería que ella supiera su verdad.
Nunca le había importado decir y gritar al viento, su verdadera historia. Pero, Lucía provocaba en él, algo diferente, algo que le llenaba de dudas y miedo.
–¿Vamos a la terraza o prefieres otro lugar?
–Sí no tiene inconvenientes, creo que podemos quedarnos aquí.
–¡Como gustes! Quería algo más íntimo pero, si prefieres que estemos aquí, no hay problemas.
Ella también deseaba estar íntimamente con él, pero ahora sabía que eso era imposible. Sacó surpresa y la grabadora e inició su entrevista. Sintió los pasos acercarse nuevamente. Pulsó el stop de la grabadora. Desde el umbral de la puerta Anahí se despidió de ambos.
–¡Rey, ya me voy! Lucía quedas en las manos de mi esposo.
Ella volteó a mirarla y sonrió forzadamente por tercera vez.
–Apartando un poco el tema ¿vendrás a vivir con nosotros, nuestras terminas tu trabajo?
–No lo creo. No estoy acostumbrada a estar en otros lugares. No sé si sea conveniente.
–¿Conveniente? No entiendo. Será sólo para que tu trabajo sea más fácil y cómodo. Anahí es una mujer muy comprensiva y Mickail aunque es un poco más desconfiado, anoche conversé con él y aceptó que sólo estás haciendo tu trabajo.
–¡Déjeme consultarle con mi almohada y mañana le confirmo.
–¡Cómo desees!
Su tono de voz fue algo irritado, por lo que ella sintió que estaba defraudando al hombre por el cual, estaba allí, enfrentando sus miedos y sua deseos.
Regresó al restaurante, Felicia e Isadora, estaban sentadas almorzando. Su rostro evidenciaba que todo había estado mal. Ambas mujeres se miraron entre ellas. Felicia tratando de quebrar el estado de ánimo hizo un comentario jocoso. Pero esta vez, no logró sacarle una sonrisa.
–¿Almorzaste querida? –le preguntó Isadora.
–¡No! Gracias, no tengo apetito. Voy a mi habitación a descansar un poco. Buen provecho para ustedes.
Subió las escaleras corriendo, era evidente que no estaba bien.
–Es mejor dejarla sola. Debe haber descubierto la verdad. Se notaba que le gustaba Victor.
–¡Sí, es una llástima Tan bonito el lago y le cayó ranas –agregó Felicia.
Isadora no pudo evitar soltar la carcajada.
–¡Eres de lo peor Fe!
Lucía abrió la puerta, se tiró sobre la cama. Comenzó a llorar. Sentía necesidad de hacerlo, desahogar su tristeza y decepción. Asumir que se había equivocado y que el amor no era posible para ella.
De tanto llorar se quedó dormida. Cuando despertó ya eran las seis de la tarde. Había oscurecido. Se desvistió, se dio una ducha. Se puso un jeans y una franela; bajó al restaurante, tenía algo de hambre. No quiso comer en la cocina, se sentó en una de las mesas y pidió una pizza grande para comer.
Felicia la atendió. Ella parecía estar hambrienta o tal vez ansiosa. Comió desesperadamente. Sacó un billete de su bolsillo y pagó. Se levantó y fue afuera a tomar algo de aire fresco. Héctor la miró y decidió Hacer acercarse para saludarla. Limpió sus manos con su toalla.
–¡Linda noche! No te parece –le dijo sonriente.
–¡Sí, lo es!
–¿Puedo Acompañarte? –preguntó él.
–¿Sí quieres? –respondió encogiendo sus hombros.
Se paró al lado de ella, ambos se miraron y sentaron en la orilla de la calzada.
–¿Te pasa algo? Puedes contarme lo que quieras.
–¡No! Creo que es melancolía. Extraño a mi padre.
–¿Está muerto!
–¡Nooo! Estás loco. Dios lo proteja.
–¡Disculpa, pensé que…
–No te preocupes. Hay cosas que no tienes por qué saber y es lógico. Yo huí de mi casa, abandoné todo por mi sueño de ser bailarina.
–Eso es muy valiente de tu parte. ¿Qué te detiene ahora?
–¡No lo sé! Tal vez, no debí huir. Tal vez me apresuré.
–¡No digas eso! Sí lo hiciste por tus sueños, debes continuar. Hay quienes, como yo, prefieren no tenerlos o renunciar a ellos.
–¿Cuál era tu sueño? –le preguntó entristecida por aquellas palabras.
–Ser piloto de carreras. Por eso, cuando vi tu auto, me quedé impactado.
–¿Qué te lo impide?
–Tener dinero y un auto.
–Pero eso lo puedes conseguir. El dinero es algo que se consigue si tienes motivación y haces lo que necesites, ojo por el buen camino, para obtenerlo.
–Hablas así, porque tú lo tienes. Pero no es tan fácil. Tengo que ayudar a mi madre y mis cuatro hermanos. Trabajo para ello.
Ella lo miró con orgullo al ver que era un hombre trabajador y bueno. Se acercó y le dió un beso en la mejilla.
–Lo lograrás. Ya lo verás –le dijo, se levantó y caminó de regreso al restaurant.
Él la observó, mientras acariciaba su mejilla. Aquella chica era especial. Estaba sintiendo algo hermoso por ella.