“Cuando dos personas se conocen y se enamoran, hay una repentina oleada de magia”
Tom Robbins
Esa noche fue interminable para Lucía, unas cuatro veces se despertó cuidando no quedarse dormida. Aunque debía estar allí a las nueve de la mañana y ella acostumbraba a despertar a las seis, su miedo y ansiedad la hacían creer que eso podría ocurrir.
La última vez que vió su reloj, eran las cuatro de la madrugada, por lo que prefirió permanecer despierta y crear mentalmente toda la conversación, las preguntas y anécdotas que podría hacer para generar una entrevista de alto nivel.
Se dió una ducha. Se arregló el cabello. Dejó todo listo sobre la silla que estaba cerca de la ventana. Caminó de un lado a otro, practicando su saludo. Todo debía salir perfecto. Todo si se trataba de Victor Castello, debía ser perfecto. Él lo era y ella debía hacer lo posible por cumplir sus expectativas.
Cuando la alarma sonó, comenzó a maquillarse, en tonos muy suaves pero definidos que contrastasen con su vestuario. Se colocó el vestido y la chaqueta. Los zapatos rojos de tacón semi alto. Tomó su cartera, guardó la cámara fotográfica y la grabadora usada, que logró conseguir en la tienda de Jimena.
Dicen que cuando las cosas están dispuestas a ocurrir, todo fluye de manera perfecta. Y ella está segura de que era así. Arregló la cama antes de salir, bajó hasta el restaurante. Felicia estaba arreglando las mesas, Isadora estaba terminando de hacer la tabla del menú del día.
Ambas se quedaron sorprendidas al verla bajar por las escaleras con tanto glamour y elegancia; percibieron rápidamente lo que aquella chica representaba, dinero, lujos y buena educación.
–¡Buen día!– saludó ella.
–¡Caramba Lucí, que guapa te has puesto!– dijo Felicia usando un acento gallego.
–¡Gracias, Felicia!– respondió ella con algo de pena.
–¡Arriba esa carita Lucía! –le ordenó Isadora– Es tu hora de brillar.
Lucía no pudo evitar ir hasta ella y abrazarla con fuerza.
–¡Estás sencillamente bella! Así que haz gala de tu belleza y conquista al mundo.
Ella asintió con la cabeza. Verificó la hora en su reloj, aún faltaban veinte minutos. No quería llegar tarde, pero tampoco llegar antes de la hora que Victor había acordado con ella.
–¿Quieres un café?– le preguntó Isadora.
–Puede ser, a ver si se me quitan estos nervios. No tengo hambre, pero siento un vacío por dentro.
–Estás ansiosa, por ello te sientes así– le dijo mientras le entregaba la taza de café, que acababa de servirle.
Lucía tomó la taza de café, la bebió en dos tragos. Verificó nuevamente la hora, había pasado tres minutos desde la última vez que vió el reloj. Dejó la taza y decidió que saldría antes e iría conduciendo lentamente para poder llegar puntualmente a su cita.
–¡Me voy chicas! Deséenme suerte– dijo, tomó las llaves del auto y salió del restaurante.
–¡Suerte, querida!– exclamó casi a gritos Felicia.
Héctor estaba llenando el tanque de gasolina de un auto y al verla salir, quedó perplejo; se dio cuenta cuando sintió el líquido espeso caer junto a sus pies. Juan le miraba y gritó:
–¡Cierra la bocota y concéntrate en lo que haces, n***o!
Apenado por el desastre que estaba causando. Colgó la manguera de gasolina en el dispensador, sacó la toalla de secar sus manos y limpió el costado del auto. Lucía estaba tan entretenida pensando en su encuentro, que ni siquiera volteó hacia donde él estaba parado observándola, atónito.
Ella subió a su auto, encendió el motor y salió del estacionamiento rumbo al encuentro con su amor. Era válido decir que, Victor era su primer amor o su amor a primera vista. Condujo lentamente dando chance a que se llegara la hora definida. Cuando faltaban pocos minutos aceleró un poco.
A las nueve en punto, estaba estacionado su auto frente a la mansión del lago. Bajó del auto, cerró la puerta, tomó su cartera y caminó rumbo a la entrada. Iba a tocar el timbre cuando la puerta repentinamente se abrió. Al verlo parado, frente a ella, con su mirada tierna y su pícara sonrisa, su corazón comenzó a latir con fuerza.
–¡Buen día Lucía! Muy puntual – dijo él y le señaló con la mano para que entrara– ¡Bienvenida!
–¡Buen día Sr. Castello!– respondió ella respetuosamente mientras entraba a la sala.
–¿Quiere que nos reunamos en el jardín o en algún otro sitio de la casa?– preguntó él.
–¡Donde ud guste, podemos sentarnos!
–Bueno, entonces vamos hasta la biblioteca. El día sigue frío y tengo algo de malestar viral.
–¿Estás enfermo?– preguntó ella visiblemente angustiada.
Él la miró y sonrió.
–¡No! No es grave. Algo de malestar en la garganta y nariz.
Ella suspiró profundamente. Él caminó delante de ella, mientras tomaba el pasillo para ir hasta la biblioteca. Abrió la puerta y le cedió el paso para que entrara. Era un salón grande, rodeado de estantes muy altos, repletos de centenares de libros.
–¡Wow! Esto es una biblioteca.
–¡Sí! Es la biblioteca que me heredó mi padre antes de…
Hizo un breve silencio y cambió la conversación de manera extrema:
–¿Te gustaría un café?– le preguntó.
–No, gracias. Ya tomé. Pero si no ha desayunado, no tengo problemas en esperar por ud.
–¡La verdad es que no amanecí con mucho apetito. Puede ser el mismo malestar.
–¡Sí! Puede ser.
–¡Siéntate Lucía!– le dijo mostrándole la silla ubicada frente al escritorio.
Él haló el sillón n***o, forrado en cuero y se sentó. Colocó sus manos sobre el escritorio y la escrutó con la mirada. Sus ojos recorrieron su rostro y se detuvieron frente a su prominente pecho. Ella bajó el rostro y arregló el escote del vestido.
–¡Estás muy elegante Lucía!– mencionó él, mientras pasaba una de sus manos por su cabello ondulado.
–¡Gracias!– respondió parcamente, intentando controlar sus nervios.
–Vamos a comenzar entonces.
–¡Sí! Es mejor no perder tiempo. Las horas se pasan muy rápido cuando estoy con…–permaneció callada unos segundos.
Él mentalmente completó la frase e intervinó para no dar cabida a aquella emoción.
–¡Muy bien! ¿Te parece hablar de los movimientos artísticos presentes en mis obras?
–¡Sí, por supuesto! Todo creador tiene influencia de otros artistas–comentó ella.
Él comenzó a hablar sobre sus influencias barrocas, realistas y vanguardistas. Ella lo contemplaba con profunda admiración. En ese instante él hizo un comentario jocoso y ella comenzó a reír descontroladamente.
Victor la miró sorprendido pues no pensó fuera para tanto. Al ver que ella no paraba de reír, comenzó a reír también, influenciado y motivado por lo genuíno de su risa y su emoción.
Sus risas fueron interrumpidas cuando la puerta de la biblioteca se abrió y apareció Mickail. Instantáneamente, Victor cambió su rostro, tornándose algo serio y evitando mostrarse nervioso.
–¡Hola! Pasa, pasa. Ven para presentarte a la señorita Lucía.
Ella volteó un poco para no ser discreta, mientras él caminaba hacia donde estaba Victor. Al pararse frente a ella, Lucía quedó abismada al reconocer al hombre que vió por primera vez en el restaurante.
–¡Buenos días!– dijo con una media sonrisa y una mirada perversa.
–¡Buen día!– contestó algo nerviosa.
–Ella es la periodista que te dije. La del reportaje ¿Recuerdas,?
Parecía enredado con sus pensamientos y palabras, además de la angustia que se notaba en su voz.
–¡Sí! Lo recuerdo. Te dejo entonces– dijo mientras caminaba hacia la puerta.
Lucía estaba paralizada. Por alguna extraña razón, aquel hombre le hacia temblar por dentro. Abrió la puerta y antes de salir le dijo:
–Un placer volverla a ver, Lucía.
Victor se sorprendió por el comentario de Mickail.
Después que este salió de la sala, se sentía algo de tensión en el lugar. Lucía mordía su labio inferior y fingía escribir en su libreta.
–¿De dónde se conocen?– preguntó él.
–Lo vi un par de veces en la posada donde estoy– dijo ella.
–¡Ah ok!– respondió con cierto alivio.
Ella continuó con la entrevista, ya pronto sería mediodía. Él contestaba de forma fría. Algo había cambiado desde el momento en que Mickail entró a la sala. Lucía también se sentía dispersa y distinta. La magia había desaparecido momentáneamente.