“La lujuria merece tratarse con piedad y disculpa cuando se ejerce para aprender a amar.”
Dante Alighieri
Él saca su pene antes de eyacular, toma la toalla limpia con la que seca sus manos durante su trabajo y se limpia los restos de fluidos y sangre. Ella apenas está recuperando el aliento y el autocontrol. Ella se baja de la mesa. Víctor sonríe con ternura, ella algo apenada, se acerca a él y se recuesta de su pecho desnudo y sudado. Él la abraza, acaricia su espalda, dispara profundamente, aún si latidos cardíacos son acelerados. La lámpara se enciende y él puede contemplar su rostro y sus ojos brillosos.
—¿Por qué no me dijiste que eras virgen Lucía?
—No creo que eso deba estar en mi tarjeta de presentación. Además me apenas decirlo.
—¿Apenarte? Eres una mujer excepcional, bella e inteligente.
Ella se mantiene callada, sus secretos son también difíciles de entender. Como decirle que apenas tiene dieciocho años y que ni siquiera ha entrado a una universidad aún. Eso sería decepcionarlo.
—Necesito ducharme.
—Vé, yo recojo el desorden.
Ella sube las escaleras, se nota la incomodidad al hacerlo. Eso le provoca cierto remordimiento al recordar que esa chica virgen acaba de entregarse a él y ofrecerle su más digno tesoro.
—Demonios, ¿qué hice?
Se sienta en la silla de su padre y empieza a revivir los momentos que acaba de vivencias. De abstrae en su mente y recuerda el momento en que también perdió su virginidad.
—Víctor, sube al auto, vamos a dar unas vueltas.
—Sí papá, ya voy —responde el adolescente de catorce años, mientras sube a la camioneta con su padre.
—Ya eres un hombrecito, es bueno que aprendas las cosas de la vida y como debes cuidarte de ser envuelto por las mujeres.
—¿A dónde vamos papá?
—A demostrar tu hombría, a coger hijo, a coger.
Victor no entiende las palabras exactas de su padre, pero algo le dice que no será nada divertido para él, pues todo con su padre se convierte de distracción a obligación.
El auto se detiene, es un lugar algo peculiar, tiene pocas ventanas, y es sombrío. Al entrar el color rojo de las luces, lo aturde un poco, se quita los lentes y frota sus ojos. Pronto se acercan a su padre, mujeres vestidas con trajes algo insinuantes, escotes pronunciados, tacones altos y faldas excesivamente cortas. Una de ellas es bastante mayor, y la otra un poco más joven. Ya se va imaginando lo que va a pasar, pero por lo menos la chica joven es agraciada y le sonríe con picardía. Su padre, lo lleva a una de las mesas y pide una botella de vino.
Toma junto a él, para brindar por sus quince, las mujeres conversan amenazante con ellos y ya Víctor se siente a gusto con Cristina. Cuando la botella se ha acabado, su padre le hace un gesto y le dice al oido: vas a coger hoy y demostrarás que eres digno de ser mi hijo.
Victor asiente automáticamente sin saber si debe sentirse orgulloso o amenazado.
—Vé a aquella habitación y espera —le dice su padre señalándole la puerta que está al final del pasillo.
Victor se levanta, mete las manos en sus bolsillos y camina hasta la habitación. Minutos después entra una mujer de algunos treinta años. Él se sorprende pues pensó que sería con Cristina con quien pasaría la noche.
La mujer se acerca, coloca las manos del joven en sus caderas y comienza a acariciarle el cabello:
—Así que sos el hijo de Abel, el médico.
Él asiento, algo nervioso.
—¿Es tu primera follada? —pregunta la mujer, quien por el acento él presume es argentina.
—¿Qué debo hacer? No quiero decepcionar a mi padre.
—No te preocupes, yo me encargaré de todo.
Por una extraña razón, aquella mujer le inspira confianza, y deja que ella tomé el mando, se sienta al lado de él, lo sujeta por el mentón, lo besa con ternura, comienza a acariciarlo y su cuerpo reacciona a las caricias, pronto tiene una gran erección. La mujer sonríe, baja la cremallera, le pide que se levante, toma si falo, lo introduce en su boca y comienza a chuparlo, aquello le genera un placer incontrolable por lo que en pocos minutos sujeta el cabello de la mujer y mueve su pelvis para sentir mayor contacto con sus labios.
La mujer lo mira y sonríe. Lo saca de su boca y le dice:
—Sos un buen porrillo. ¿Querés que quede ajustado?
Él se encoje de hombros, la mujer sonríe, levanta su falda, mueve a un lado su pantie y se inclina para que el chico la penetre. Él la sujeta de las caderas, coloca su pene y la penetra, aquella sensación quedó grabada en su subconsciente, que hoy la revive al sentir la hendidura justa, apretada y caliente de Lucía.
Minutos después, oye pasos en la escalera, voltea a ver, es Lucía quien viene recién bañada con su cabello aún húmedo goteando la camisa blanca que deja ver sus pezones y un pantalón corto, que deja a la vista, las torneadas y gruesas piernas.
—¿Estás bien? —le pregunta ella.
—Sí, por supuesto. Me quedé pensando. Vamos arriba Mickail no debe tardar en llegar. Suben las escaleras, ella va delante y él detrás, desea volver a poseerla, sentirse dentro de ella.
Cuando entran a la cocina, el celular de él, que dejó olvidado durante todo el día, está sonando. Lo revisa, tiene más de cincuenta mensajes. Abre para ver de quiénes don. Todos pertenecen a Mickail. Los lee, los primeros son para desearle buen provecho al mediodía, los tres siguientes para saber como va su tarde y por lo menos treinta de ellos, demostrando rabia al no recibir respuesta. El último que acaba de recibir, es un audio, lo coloca en su oído y lo escucha:
¿Dónde carajos estás metido? Creo que debo preocuparme y tomar cartas en el asunto ¿Te estás enamorando de la reporterita esa?
Le envía entonces un mensaje corto y preciso:
No me interesa Lucía, estuve la mitad de la tarde en mi taller y dejé el celular en la cocina. Te espero para cenar, mi amor.
Pronto recibe respuesta:
No iré a casa, está fuerte la tempestad, me quedaré en un hotel, regreso en lo que amanezca.
Aquello provoca cierta alegría en él, tendrá toda la noche la casa sola para èñ y Lucía. Aún no entiende que le ocurre con ella, pero no puede dejar de desearla y estremecerse junto a ella.
—Era Mickail, no va a venir esta noche. Me ayudas a preparar algo de cenar.
—Por supuesto. ¿Qué quieres cenar?
—Algo que tengo tiempo que no pruebo, es un chocolate caliente, con pan tostado y queso frito.
Ella suelta una carcajada, él la mira con asombro.
—¿Qué te provocó risa?
—No te molestes, es que justamente pensaba en algo así. Mi nana, siempre me lo preparaba.
—¿Tu nana?
—No, quise decir mi abuela.
Mientras preparan el chocolate, él sirve un par de copas de vino. Le entrega la de ella y bebe la de él en un sólo trago.
—Está fría la noche. Nada mejor que un buen vino para calentar el cuerpo —le susurra detrás del oído.
Ella se estremece y de forma inmediata su v****a comienza a contraerse cada vez con más fuerza. Aquel hombre tiene un poder increíble de seducirla. Lucía también lo desea, desea ser suya inevitablemente una vez más.
Él la abraza por la cintura, ella se gira y lo besa. Sus labios danzan al ritmo de sus ganas y su cuerpos comienzan a hervir a la temperatura del chocolate.
—Tengo hambre —susurra ella entre sus labios.
Él sonríe, la deja terminar de preparar las tostadas, saca el queso de la nevera, lo fríe. Cenan entre miradas de deseos y manos que se buscan debajo de la mesa.
Después de terminar de cenar y lavar la losa, él le toma de la mano. Ella lo sigue, llegan frente a la escalera y él la besa ahora con pasión desenfrenada, Lucía se deja arrastrar como si fuese un huracán quien la lleva de un lado a otro.
—Te necesito —bisbisea él.
La levanta y sube las escaleras con ella en brazos. Al llegar a su habitación, empuja con el pie la puerta, ella lo ayuda moviendo la manilla, la lleva hasta la cama. La acuesta, se sube sobre ella y continúa besándola. Lucía, está vez está ansiosa, desabotona su camisa para dejar sus pechos a la intemperie de los labios y lengua de Víctor. Él desabotona su pantalón, lo saca y se interna entre sus piernas, los gemidos de Lucía ya no están reprimidos, ella grita de placer ante las caricias linguales de él. Siente cuando abre sus labios con los dedos y la humedad de su v****a es mayor, introduce sus dedos mientras se deleita con su cartílago rosado. Ella tiembla, sus piernas tiemblan, ella se mueve mientras sujeta la cabeza de él y abre más sus piernas para sentirlo, Víctor, saca sus dedos, desesperado baja su cremallera, se saca el pantalón junto con el bóxer y se sumerje entre ella, los movimientos son frenéticos y mucho más enloquecidos. Ella clava sus uñas en la espalda y está vez él la llena de sí. Cae exhausto sobre su cuerpo. Ambos han alcanzado la plenitud del placer y el deseo.
Esa madrugada, entre relámpagos y pieles, hicieron el amor una tercera vez. Lucía esra vez fue quien siguiendo sus instintos lo hizo estremecer con sus besos y su lengua.
Amaneció y ambos permanecían desnudos, el resplandor del sol, los hizo despertar. Él oyó el auto estacionarse, la despertó bruscamente.
—Lucía por favor, despierta.
—¿Qué sucede? —dijo frotándose los ojos.
—Por favor, ve a tu cuarto, mientras bajo a recibir a Mickail, él no puede saber sobre lo que pasó.
—¿Por qué?
—Por favor, no preguntes —le entregó el pantalón y la pantie.
Ella lo mira algo desconcertada por la actitud extraña de Víctor ante la presencia de Mickail. Sin discutir, sale hasta su habitación. Víctor se coloca una franelilla, un pantalón de algodón y baja a recibirlo.
—Te ayudo —dice extendiendo las manos para que le entregue la caja que trae en las manos y le dificulta cerrar la puerta.
—Toma la llave que dejé del otro lado y cierra el baúl de mi auto, por favor.
Víctor sale, cierra el baúl del auto, toma las llaves y va hasta la cocina para preparar el café.
—Parece que acabaras de despertar.
—Sí, la verdad es que quedé exhausto ayer.
—¡Ummm! Y tu invitada, ¿durmiendo?
—No sé, imagino debe estar arreglando sus cosas para ir a visitar a su tía.
—Me alegra que podamos estar solos este fin de semana. —responde y lo mira con un gesto perverso
—Sí, por fin estaremos solos —sirve el café pata ambos.
En ese momento Lucía baja las escaleras con el bolso de mano y las llaves de su auto. Su sonrisa es inevitable.
—Lucía, ven para que tomes un café antes de irte —le grita desde la cocina Víctor.
Ella se dirige hacia ellos. El comentario de Mickail, no se hace esperar.
—¡Se ve que amaneciste muy contenta!
Lucía sonríe tímidamente, toma el café y se despide de ambos hombres.
Sube a su auto, rumbo a casa de su amiga Isadora.
—Se veía muy contenta la reportera ¿no te parece?
—Puede ser, va a visitar a su familia. Es lógico.
—No sé, vi algo diferente en su mirada.
—Ya, deja a esa chica en paz. Vamos a arriba.
Mickail camina detrás de él, suben la escalera, cuando ve su espalda arañada, sin pensarlo dos veces, le pone el dedo en el rasguño y le pregunta:
—Esto ¿que es? —pregunta con notable enojo.
Víctor calla por unos segundos y luego responde:
—Me lo hice ayer, mientras arreglaba el taller, te dije que estuve allí toda la tarde.
—Vamos a ver entonces que obra maravillosa creaste.
—Más, que crear lo que me ocupé fue en arreglar un poco.
—¡Mmmm! Igual me gustaría ver.
—Vamos luego, date un baño y nos divertimos un rato. Habías estado esperando por este momento y ahora vas a perder tiempo yendo al sótano.
—Sí, bueno, ya luego iré.
Si algo tiene Mickail es que no lo engañan fácilmente y cuando slgo tiene en mente, no descansa hasta ver que es lo que está ocurriendo realmente.
Luego de estar juntos y mientras, Víctor se duchaba, bajó hasta el sótano. Efectivamente como lo imaginó, Víctor no había arreglado nada, por el contrario todo era un desorden. Que le haya mentido enciende la alarma de peligro en su cabeza.