“El placer es el bien primero de toda preferencia y de toda aversión. Es la ausencia del dolor en el cuerpo y la inquietud del alma.”
Epicuro de Samos
Durante la noche se podía oír la lluvia, sobre el tejado y azotando los cristales de las ventanas, Adriana se despertó al escuchar los truenos y el resplandor de los rayos que a ratos parecían el flash de una sesión fotográfica.
Se puso de pie, caminó hasta el lago y pudo mirar las gotas de lluvia salpicando el lago, el olor a tierra húmeda trajo a su mente aquellos días en el internado, allí había un enorme patio y un jardín inmenso por donde podían pasear ella y Vanessa, pero que también significaban trabajo para ellas.
Aquellas memorias desaparecieron cuando escucho que alguien conversaba en el pasillo. Se acercó en puntillas para reconocer si era la voz de Mickail o de Víctor. Pero sólo terminó oyendo una puerta cerrarse. Cuando miró el reloj de pared eran las 4:00 de la madrugada. Volvió entonces a su cama e intentó dormir, más sus pensamientos parecian un carrusel de circo, se paseaban uno a uno.
Un recuerdo más nuevo, le hizo estremecer, la humedad del cuerpo de Víctor saliendo del baño días atrás. Acarició entonces sus labios y lamió para humedecerlos. Luego deslizó sus manos que comenzaban a helarse dentro de sus entrepiernas. Esa tibieza era la que necesitaba sentir de manos de aquel hombre que le había robado suspiros, gemidos y tranquilidad. No supo cuándo, pero finalmente se durmió.
Mickail despertó a las cinco de la mañana para salir un poco antes de lo normal, la carretera húmeda implicaba mayor riesgo e ir con precaución hasta la ciudad. Salió con su paraguas y subió al auto. Víctor lo despidió desde la puerta.
El día se mostró oscuro, Víctor preparó el café y el desayuno para él y Lucía. Esta vez no lo sirvió en el comedor, prefirió hacerlo en el desayunado de mármol de la cocina. Cuando Lucía bajó pudo percibir el aroma del café, se acercó hasta allí y la recibió con la más tierna sonrisa Victor.
—Buen día señoriita López. Usted como que se quedó enredada entre las sábanas.
—Buen día, pues así parece. La lluvia no invita a otra cosa que a refugiarnos entre las sábanas o las pieles.
Él la miró sorprendido ante aquella hermosa pero muy sugestiva frase. Quizás él también deseaba abrigar su cuerpo con la piel suave y fresca de Lucía. Permaneció sin decir nada, ella tampoco volvió a hacer un comentario, desayunaron y sus miradas se encontraban de vez en cuando y sus labios parecian querer sólo contar ese secreto que bos escondían tras las sonrisas.
Terminaron de desayunar. Ella lo ayudó a recoger los platos y cubiertos, él los colocó en el fregadero. Aunque evitaban acercarse, era imposible no sentir entre ellos una atracción que como un imán los mantenía siempre cerca.
—Vamos hasta la biblioteca ¿o deseas un lugar en especial?
Ella recordó la tarde en la biblioteca y estar allí sería incrementar la necesidad que tenía de ser suya y aunque su cuerpo se lo pedía, su mente le recordaba que él estaba comprometido con Anahí. Era mejor no caer en tentación.
—Preferiría que no fuese allí.
—Entonces debería ser en el sótano. Mi taller es el lugar más silencioso y por lo visto hoy será un día muy lluvioso aparte de ser algo frío.
—Perfecto, vayamos hasta allá.
Caminaron al final del pasillo, abrió la puerta y bajaron las escaleras. Él encendió las luces, le ofreció a Lucia, la silla de su padre y tomó un taburete de madera, para sentarse frente a ella. Las preguntas comenzaron a fluir de manera perfecta. Cada tena que tocaban iba siendo fructífera y productiva la entrevista. Pasaron las horas, llegó la hora de almuerzo. Él prefirió pedir comida por delivery. Las horas pasaron rápidamente entre risas y comentarios jocosos. Como nunca Victor rió y se sintió tan feliz. Aquella mujer era motivo de alegría en su ser.
Isadora estuvo todo el día en el restaurante atendiendo las pocas personas que iban al local, los días de lluvia suelen ser flojos. Sólo algunos pedidos por delivery le salvan el día. Termino de armar las marmitas. Héctor tenía el turno de la mañana libre, por lo que pudo ayudarla a repartirlas.
—Esta es para Don Josias. Llevate la maquinilla para que cobres el servicio. Aquí tienes anotado el monto.
—Perfecto. Isa, como viste a Lúcia. ¿Le dijiste que la extraño?
—Por supuesto, le hice llegar tu mensaje, estaba feliz de verme y saber de ustedes. Hasta me dijo que vendría pronto.
—Me encantará verla. Extraño su sonrisa y el brillo de sus ojos.
—¿Qué es, n***o? Te gusta la muchacha, ¿no?
—Vamos Isadora, es sólo un comentario. ¿Acaso tú no la extrañas?
—Claro que la extraño, pero a mí, no me brillan los ojos como a ti.
Héctor sintió las mejillas caliente, tomó el pedido y salió del restaurante.
Felicia fue hasta la cocina.
—Dos pedidos más y acabamos. Voy a darme un baño y descansar un poco, a las seis saldré de paseo con Juan.
—Pues aprovecha, hoy de esos días en que la soledad pesa.
—No digas eso, me haces sentir culpable. No sé cuando te vas a abrir al amor nuevamente Isadora, ya han pasado varios trenes que hacer dejado pasar.
—No se trata de subir a cualquier tren, pues a veces, no todos te llevan al lugar que deseas. No te preocupes por mí, ve y disfruta.
Cuando se hicieron las seis de la tarde, luego de un buen descanso y dispuesta a verse deslumbrante, Felicia se arregló con toda la parsimonia posible, se hizo una media Cola con ondas surferas y usó el labial más rojo que tenía, aretes dorados y aquel vestido n***o que estilizada su figura, a pesar de sus cuarenta, estaba y se veía realmente conservada. Juan en tanto la esperaba afuera, vestía un pantalón azul marino de gabardina y camisa de manga larga a rayas azules.
Subieron al malibú modelo 88, rumbo al bar de Los Luceros, en el centro de la ciudad.
Isadora, los vio partir, abrió una de las botellas de vino, se sentó en la mesa que daba a la ventana, tras cada trago, un recuerdo aparecía en su memoria. Bisbiseó el nombre del único y gran amor de su vida:
—¡Herman, Herman!
La noche está dispuesta para revivir el pasado y para desatar las pasiones que están allí, esperando ser invocadas por los cuerpos.
Su mano, se desliza por su muslo, la lluvia se precipita con mayor intensidad igual que sus propias caricias. Recuerda los besos y labios recorriendo si cuerpo, se estremece y su boca se seca, humedece con su lengua sus labios, su respiración se acelera mientras sus dedos abren sus pliegues y su dedo frota cual lámpara de Aladino su c******s. Gime en silencio para no ser oída por Héctor, quien está en el turno de la noche cubriendo a su compañero Juan. Mas, él no está tan solo como parece. Jimena lo espera en la oficina, ansiosa de estremecerse entre sus brazos.
Lúcia, se levanta para estirar las piernas y ver de cerca las estátuas que aún están por terminar, mientras Víctor, busca dos tazas de café para calentar los cuerpos.
—Ten cuidado, está algo caliente, —le da la taza— ¿Te gustaría ir mañana a visitar a tus amigos del pueblo?
—Eso seria maravilloso.
—Mañana puedes tomarte el día, incluso regresar el domingo.
—Oye eso seria genial, ¿pero no habrá problemas? Digo por retrasarnos un día.
—No lo creo, hemos trabajado todo el día.
—Sí, la verdad es que hoy el tiempo ha sido productivo.
—No se diga más. Entonces, mañana tienes el día libre.
Espontánea y alegre como suele ser cuando está emocionada, Lúcia en un arrebato de emoción, extiende sus brazos y lo rodea para estampar un beso en la mejilla. Repentinamente la lámpara se apaga, la respiración de Lúcia es agitada, Víctor la toma por la cintura y sus labios buscan los de ella, entregarse a sus sentimientos es algo que ambos han puesto como límite. Pero los límites están hecho para eso, para ser traspasados por las almas rebeldes.
Víctor, la besa con pasión desenfrenada y sus manos y las de ellas buscan descifrar l8s códigos de acceso que logren desactivar cualquier posible barrera entre ellos, la lluvia es el mejor instante para amar.
Él comienza a desvestirse, ella observa a penas su torso desnudo, espera que él continúe haciéndola vibrar con sus caricias y besos. Víctor nota su falta de experiencia, deja a medias lo que hace, le quita la chaqueta, fija sus ojos en los de ella, ella lo observa con pasión y a la vez, con cierto miedo. Es su primera vez, pero él desconoce ese detalle. Le sube la camisa para sacarla, al ver la redondez de sus senos, se detiene a besarnos y acariciar con su lengua, se arquea y estremece con cada roce.
—¡Víctor! —bisbisea— no está bien.
—Calla Lucía, no nos neguemos a esto que sentimos. Nunca había sentido algo así, por nadie, por absolutamente nadie —la levanta y la sienta sobre el mesón de trtrabajo.abre sis piernas y se mete entre ellas, mientras presiona con fuerza su cuerpo para amalgamar al suyo.
Con su lengua desciende por su pecho como si esculpiera las formas ya diseñada, ella sujeta su cabeza, instintivamente lo lleva hasta su centro, Víctor desciende hasta su pelvis, ella abre sus piernas y se echa hacia atrás, apoyándose en sus codos, nunca Lucía estuvo tan cerca del placer como en ese instante, en que el pasa su lengua por sus labios inferiores y se intenta entre ellos, los abre con sus dedos e intenta penetrarla, pero ella lo detiene con un:
—¡No! Por favor, soy virgen.
Aquellas palabras detienen a Víctor en el acto. No puede creer que ella sea virgen y que sus instintos masculinos se vean frustrados.
—Lucía, perdóname por favor —se levanta, la toma de la mano, la ayuda a bajar y en un instinto paternal besa su frente.
—No por favor, no te vayas. Te deseo y te necesito. Sólo te pido lo hagas con cuidado. —Lo hala por el brazo, él se acerca y la besa con ternura, imagina su cuerpo como un pedazo de arcilla que debe amasar con suavidad e ir dándole forma para construir así, la mejor de sus obras de arte.
Se desliza por su cuerpo con besos suaves y caricias tiernas, que de igual forma van haciendo efecto, porque ella lo desea y eso basta, se pone rodillas, besa su abdomen y su ombligo, lame las hendiduras de su cadera y desciende. Esta vez Lucía no lo detiene, arquea sus piernas para poder sentir a plenitud sus caricias.
Ella acaricia su cabeza y mete sus dedos entre sus cabellos, él acelera la intensidad , Lucía toma su cabeza y la presiona contra sus labios, gemidos se hacen esos entre las paredes de aquel lugar.
Isadora levanta una de sus piernas colocándola sobre la mesa e introduciendo sus dis dedos en su hendidura húmeda.
Jimena se recuesta del escritorio mientras Héctor hace a un lado su pantie y ka penetra una y otra vez.
Felicia gime de placer mientras cabalga sobre la pelvis de Juan, quien la sostiene por las caderas y la impulsa hacia arriba y hacia abajo para que la penetracion sea madre profunda.
Victor en cambio, la recuesta sobre el mesón, dejando que sus nalgas queden en el borde de la mesa, frota su pene erecto un par de veces y coloca en la v****a de ella, con suavidad y si dejar de mirarla se introduce poco a poco entre ella, quien al comienzo se queja con gestos, pero una vez dentro, él comienza a celebrar, aquella sensación de estar dentro de ella y sentir su sexo ajustado al suyo le provoca mayor excitación, él se encarga de que ella experimente en su primera entrega, un orgasmo.
La noche es de lluvia y transcurre entre gemidos, jadeos, fluidos, pieles y deseo.