Los primeros encuentros

1823 Words
“Todos siempre tendrán un primer encuentro inolvidable” Ana Karina Martínez La mañana siguiente, Lúcia despertó asustada, pensó que se había quedado dormida, se estiró, frotó los ojos y miró el reloj de pared. Aún faltaba media hora para sonar la alarma, el día se veía radiante, se levantó de la cama y caminó hasta la ventana, vió hacia el jardín, realmente era un día cálido y hermoso. Miró hacia abajo y pudo ver que Mickail subía a su auto. Mientras observaba el inigualable atractivo de aquel hombre, él vio hacia la ventana y ella corrió la sabana rápidamente. ¿Estaba sola con Víctor, qué pasaría cuando lo viera? ¿Cómo podría controlar las ganas de besarlo y sentir su cuerpo? Y peor aún ¿Cómo podría huir esta vez y no entregarse por completo a aquel deseo? Se alistó para bajar. Su corazón latía con fuerza, aquello le provocaba angustia e incertidumbre. Se asomó en el comedor, pero él no estaba, caminó hasta la cocina, tampoco lo encontró. ¿Sería que había salido y ahora estaba sola en aquel lugar? Salió para sentir el aire fresco y el calor del sol, estaba mucho más pálida de cuando llegó al pueblo. Recuerda brevemente esos instantes, que pasan por sí mente como un view máster: la discusión con su padre, el accidente en la vía, la llegada al restaurante, la sonrisa de Isadora. Respira profundamente, y siente el sol quemando su piel. De pronto siente pasos detrás de ella, se gira y encuentra con la sonrisa de Isadora. Corre hasta ella para abrazarla. —Viniste, qué sorpresa —dice a gritos, eufórica e incontrolable. —Claro mi niña. ¿Crees que te hemos olvidado? Esta semana ha parecido interminable. Todos por allá te extrañan, sobre todo Héctor, no deja de preguntarme por ti. —¡Uyyyy! Yo también los extraño. Que falta me hacías. —Y tú a mí. Pero vayamos a la cocina por un café. Ya lo tengo preparado. Lucía está muy emocionada con la llegada de Isadora. —¿Cuándo llegaste acá? —Desde temprano. Anoche Victor me llamó y me pidió que viniera temprano porque debía salir y hacer algunas compras. —¿Él no está? —¡No! Salió, debe regresar en la tarde, siempre tarda más de lo debido. Pero… así tú y yo, tendremos tiempo para chismear un rato. —¡Sí! Realmente es mucho lo que ha ocurrido estos días aquí. —Eso no es raro, mi Lúcia. Eso es lo más normal, cuando vives con artistas. —¡Sí! Me imagino. Son tan raros, la verdad. A veces están de un risueño y otras, Dios pareciera que quieren matarte con la mirada. —Sí, digamos que son más sensibles que el resto de la humanidad. Pero ven, siéntate y cuéntame como te ha ido. Lúcia se sienta, Isadora sirve las dos tazas de café y unos biscoitos de vainilla que trajo para desayunar. Mientras conversan amenamente, transcurre el tiempo con rapidez. Luego de desayunar, Isadora sube a arreglar los cuartos, Lucia se ofrece a ayudarla, limpian las habitaciones y los baños, luego van a la biblioteca, mientras ella sacude los libros, Isadora baree y cambia las cortinas. Después van a la sala principal y por último entran al taller de Victor. —Es genial este lugar Isa, ¿no te parece? —Sí, lo es, pero también algo misterioso. Cada vez que entro aquí, siento que me observan y cabe destacar que no son las estátuas pues ni cabeza tienen. Aquel comentario provoca una ataque de risa en Lúcia quien, se aguanta el estómago de tanto reír. Isadora se contagia con la ilarante comportamiento de la joven y comienza a reír también. El eco de las risas se queda en el lugar. Salen de allí a la cocina para preparar el almuerzo, ya es poco más de mediodía. Juntas preparan la comida del almuerzo. Lúcia le propone de postre una tarta de manzana. Ambas se divierten concinando para Victor. Lúcia e Isadora toman el té, desde la terraza. Ven un auto aproximarse, es un Uber, en él viene Victor. Su corazón late a más de 150 palpitaciones por minuto, al saber que él se acerca y volverán a mirarse. Isadora, se levanta para recibirlo y ayudarlo con las compras. —¡Tranquila Isadora! El taxista me ayuda, ya le pagué para ello. —Igual debo arreglar las cosas en los estantes. —Sí, eso sí —responde mientras, lleva la caja pesada que trae los materiales para su trabajo artístico. Coloca la caja sobre la mesa, bebe un vaso con agua y se sienta en el desayunador de la cocina. —¿Vas a almorzar ahora? —No, primero voy a darme un baño. Luego de descansar como algo. Sí, ya te desocupaste, puedes irte —saca, su cartera, toma algunos billetes para pagarle. —Sí, ya casi termino, sólo me falta regar las plantas del jardín y listo. —Voy a mi habitación. Como siempre gracias por venir. —Gracias a ti, Victor. Me encantó ver a Lúcia y saber que me la cuidas bien. —Dirás que ella es quien me cuida, desde que llegó la casa tiene otra luz ¿no crees? —Sí, igual pasó cuando llegó al restaurante, es una niña hermosa. —¿Niña, dices? Ella me dijo que tenía veintidós años. —Tú sabes que para uno, los hijos no crecen. —respondió intentando no dejar mal parada a Lúcia. —Voy a descansar, quedas en tu casa. Se despidió con un abrazo y un beso en la mejilla. Isadora entonces fue hasta donde estaba la joven, debía regresar al restaurante. —¡Ya tengo que irme mi niña! —se inclina para despedirse de wlla con un beso en la frente. Lúcia se levanta y la abraza con fuerza. —Me alegra haberte visto. No sabes cuanto te extrañaba. Saluda a todos por allá. Espero ir pronto a visitarlos. —Con gusto le haré llegar a todos tu mensaje. Cuídate mucho —hizo sobre ella la señal de la cruz y murmuró —Dios te bendiga. Lúcia la acompaño hasta el inicio de la carretera, llegó el bus, Isadora subió, la chica se despidió agitando su mano con euforia pero, a la vez con tristeza. Regresó a la mansión, entró y subió las escaleras, en ese instante, Victor salió envuelto en una toalla, con el cuerpo mojado y sus cabellos recostados sobre su trapecio. —¿Isadora, ya se fue? —preguntó agitado. —Sí, acaba de irse. Él bajó las escaleras apresuradamemte creyendo que podría alcanzarla, escuchó entonces la voz de Lúcia: —Ya tomó el bus. Él volteó a verla, subió las escaleras, ella estaba petrificada con el corazón a punto de salirse por la boca. Él llegó hasta ella, la miró con ternura, tomó si barbilla, la acercó y besó en la frente. —Cuidaré de ti, cómo me pidió Isadora. Lúcia deseaba que él la besara, no necesitaba un guardaespaldas, apenas un hombre que la hiciera sentir mujer, que le ensrñara sobre la magia del amor y que le llenará la piel de sueños. Él se aleja de ella, entró a su habitación. Ella permaneció un par de minutos pensativa, abducida por el amor. Después fue hasta su habitación y se recostó. Mientras revisaba el celular que Isadora le había dado para comunicarse, recordó que no había vuelto a saber de Mercedes, dígitó los números, aguardo unos segundos. —Buenas tardes, residencia Sánchez, ¿con quien desea hablar? —¡Soy yo Mercedes! —Dios bendito, por fin apareces mi niña. ¿Dónde se había metido? —Estoy trabajando en casa de un escultor, bueno también es músico, ¡bueno es de todo! —dijo suspirando. —¡Ay señorita, usted como que se enamoró! La risa de Lucia es inevitable, ella también cree que es amor lo que la hace sentirse flotando en una nube. —Sólo quieto que sepas que estoy bien. ¿Mi padre, como está? —Triste aunque intenta ocultarlo, mi niña. Creo que saldrá de viaje en una semana. —Estaré pendiente de él, cuídense mucho. Un beso inmenso. Cuelga la llamada. Oye las voces en el pasillo, ya debió haber llegado Mickail. Recuerda las gotas suspendidas en el pecho definido y musculoso de Victor, el calor de su cuerpo, su respiración mientras besaba su frente, sus caderas y aquel abdômen perfectamente tallado. Esculturalmente hermoso, piensa. Durante la cena, Victor y Mickail conversan sobre algunas cosas que ella no tiene claras, pero se ven animados y sonríen de vez en cuando al verla. Ella termina de cenar, recoge la mesa. —No te preocupes Luz yo recojo eso ahora. —Tranquilos, puedo hacerlo. Continúen su platica. Sale rumbo a la cocina. —Voy a darme un baño. Te espero en la habitación. —¿Puedes esperar hasta mañana? Le diré que vaya hasta su casa el fin de semana. —¿Por qué tanto miedo de que se enteré? —No comiences, no es miedo. Es respeto por ella. No es como nosotros y no tenemos porque incomodarla. —No voy a discutir contigo por esa… —Ya Mick para con eso. Mickail lanza la servilleta sobre la mesa, se levanta bruscamente. Camina hacia su habitación. Víctor termina de tomar su volante de vino y lleva lo restante a la cocina, se topa con ella en el pasillo. —Déjame ayudarte con esto. —insiste ella. —No señorita, usted es mi huésped, no mi mucama. ¡Ah! por cierto, tu postre estuvo exquisito. —¿Cómo supiste que lo hice yo? —Tengo mucho tiempo conociendo a Isadora y sé cuales Don sus postres y cuales no. —¿Es un halago o una crítica constructiva? —Realmente es un halago. ¡Es mi postre preferido! —Me alegra que te haya gustado. Ella regresa a la cocina y él lleva el resto de las copas y vajilla. Lo coloca sobre el fregadero, ella comienza a lavar los cubiertos. Él la observa con detenimiento. Por primera vez, piensa que es muy joven realmente. Él ya es diez años mayor. Debería tomar en serio las palabras de Isadora y cuidarla. Pero algo superior a su boluntad lo impulsa a desearla y a amarla. —¡Listo! —toma la toalla seca sus manos— que descanses, voy a subir y me pondré a transcribir lo que dejé pendiente. —Igualmente, descansa Lúcia. ¡que tengas una linda noche! Ella sonríe, sale de la cocina, va hasta su cuarto. Él enciende un cigarrillo, se sienta en la terraza a contemplar la noche, a cavilar sobre aquello que está dentro de su cuerpo y que lo hace vibrar de ganas cuando está cerca de Lucia. Una mezcla de pasión y ternura, locura y amor, alegría y melancolía, todo una montaña rusa de sensaciones que nunca antes sintió tan profundamente.
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