Arth llevaba un buen rato escondido en el sitio debajo de las escaleras, una pequeña habitación la cual estaba llena de polvo, por lo que seguro estuviese olvidada por los anteriores dueños.
Aunque la casa no se veía en mal estado, esa pequeña área sí que necesitaba mantenimiento, se había asombrado ya de cuántos bichos había logrado ver en tan corto tiempo, algunos de los cuales ni siquiera sabía cómo describir correctamente.
Se sentía atrapado, y sí que lo estaba, pues podía notar a lo que nombró "la bestia" en su mente merodear de aquí para allá sin poder atraparle, pero creía que en cualquier momento le atacaría sin piedad, que podía incluso romper la pequeña puerta que les separaba.
Todo cambió cuando sintió el suelo rechinar, y es que este no solía hacerlo si no se trataba de que hubiera algo debajo o humedad que le hiciera caer en algún otro lugar, cosa que le generó esperanza, de algún modo.
Tanteó con ayuda de la poca luz que se colaba por las rendijas de la puerta que funcionaban a modo de respiradero del pequeño nido de ratones y cucarachas, encontrando algo aún mejor, una manecilla.
Sonrió para sí mismo, pareciendo haber descubierto el agua tibia.
Tiró de dicho objeto de lo que parecía ser hierro y se retiró un poco hacia la esquina para poder ver qué había debajo, si es que su vista humana se lo permitía.
Cuando logró abrirla tras un par de tirones extra fuertes, se levantó una capa de polvo indecible.
Tosió un par de veces, retirando de su rostro dicha suciedad. Quedó casi ciego, aparte de la oscuridad que pudiera impedirle la vista.
A pesar de todo, logró distinguir un poco que se trataba del sótano de la casa, el cual probablemente tenía conexión con varios sitios de la construcción, lo que le generó curiosidad y un poco de miedo.
Miedo debido a que no sabía si la criatura que quería sus huesos era capaz de ubicarse allí, ya que solía ser su hogar, y de algún modo podía conocer un poco más que él mismo al ser la primera vez que entraba allí.
Sin embargo, su única motivación, era sin duda Holly y la gran herida que se había hecho en el brazo, y la que no permitiría que se expandiera ni siquiera un poco más. Solo debía soportar un poco más y de seguro encontraría lo que la pelirroja requería.
Tenía que ser fuerte por ella, porque nadie más lo sería, ella era una chica demasiado sensible a todo, así que él era el que quedaba a su cago.
A Arth nunca le importó la diferencia de edades, bien sabía que los menores de su grupo podían saber incluso más que él sobre el mundo, cosa que no le ofendía en absoluto, en realidad lo reconocía cada vez que tenía la oportunidad, ya que se sentía sumamente orgullosos de lo que habían logrado juntos, como amigos, como casi hermanos de sangre.
Querían con todas sus ganas llegar a ser famosos, pero jamás pensaron que se encontrarían con una situación parecida, lo cual no podía ser más bizarra, pareciendo haber salido de las películas de terror con menor presupuesto del mercado.
Cuando se adentró en aquella trampilla, cayó de un salto en el suelo que quedaba a algunos metros del pequeño cuarto. Se preguntó por qué no habría escaleras allí si se suponía que era una casa bien construida y la parte del sótano debía ser una de las más importantes, debido a que en tiempos anteriores, las personas solían considerar a esos lugares sagrados para guardar su comida y conservarla mucho tiempo.
También era a motivo de las guerras, lo cual obligó a familias enteras no solo a huir sino a algunas esconderse, ya que no tenían ninguna otra opción.
Frunció el ceño al encontrarlo prácticamente vacío, los estantes que allí estaban se hallaban con pocos frascos de conservas y algunas botellas de vino bañadas de una gruesa capa de polvo.
Caminó un poco más allá, intentando que el interruptor encendiera, y milagrosamente lo hizo.
Soltó todo el aire que tenía retenido y casi le había ahogado, pudo observar con más claridad el deterioro de las cosas en ese lugar.
Quizá llevaba pocos años abandonado, pero lo cierto era que había ratas por doquier, las cuales parecían burlarse de él cada vez que pasaban.
Se sintió enfermo y atrapado de repente, quizá mareado, como si allí hubiera una mala vibra gigante que no hubiera logrado ver antes.
Se encaminó hacia lo que parecía ser otra de las entradas y pudo sentir los pasos de la bestia merodear encima de su cabeza, algo totalmente tétrico que no le desearía ni a su peor enemigo.
Retrocedió unos pasos más en otra dirección y dio de lleno con otro estante, solo que este no contenía comida, sino que habían residuos químicos en otros frascos y tubos de ensayo.
Dirigió sus pasos hacia el fondo del sótano, la parte que no había podido divisar antes a causa de la nula luz que entraba hacia ahí.
Se encontró con lo que parecía ser un laboratorio clandestino. Habían muestras de algunos seres en tamaño prematuro. Posters acerca del cruce de razas de peces y fórmulas químicas por doquier en pequeños trozos de papel, como si la persona hubiera estado en busca de algo o quizá huyendo.
Se asustó un poco con lo que vio, ya que habían animales a los que le habían practicado la propia taxidermia y huesos de los mismos esparcidos por la larga mesa de madera que se hallaba hacía el fondo.
El olor que ahí se concentraba era ácido y casi parecido al del alcohol, pero mucho más fuerte.
Como si de una señal de Dios se tratara, logró divisar un pequeño armario con puertas de vidrio donde se hallaban distintos medicamentos.
Celebró mentalmente su pequeño hallazgo, yendo directo hacia allí. Tomó un hueso de lo que parecía ser un elefante y quebró ambas puertas de lo que le dividía de los medicamentos, ya que tenían candado y él no cargaba consigo herramientas o la fuerza de voluntad necesarias para abrirlo de forma convencional.
Buscó y buscó entre lo que le ofrecía el pequeño espacio, y halló algunas vendas y otros insumos, pero no el medicamento que buscaba.
Cuando estuvo a punto de rendirse, logró observar un gel que decía ser de aloe, el cual no parecía vencido, así que celebró mentalmente.
El reto sería salir con vida de ese lugar.
...
A las seis treinta y siete de la tarde, se encontraba el grupo centinela en las adyacencias de la aldea donde hacían vida, esperando por Odis y las instrucciones que este les daría para poder comenzar con el entrenamiento que les impartía tres veces por semana.
La excusa para que Jaden no se hubiera enterado antes de la existencia de ese entrenamiento era porque, según Alenka y Jov, querían saber de qué estaba hecho, para poder confiar plenamente en él.
En esa aldea, tenían la costumbre de colocarle pruebas a las personas que iban a ingresar, especialmente en esos tiempos de apocalipsis, donde nadie sabía si el compañero de al lado quería o no asesinarle o hacerle daño de alguna manera.
El rubio podía comprender aquello, pero a veces le parecía un tanto excesivo lo que le pedían para poder ser parte de ellos.
Era sin duda, una buena manera de probar a las personas, de estresarlas a tal punto en que pudieran salírsele los colores, como expresarían en la tierra natal de Jaden. Lo que significaba que se podría saber con qué clase de persona o problema estarían tratando.
Una vez que el de piel canela se presentó ante todos con un atuendo completamente diferente al que solía lucir siempre, fue que el chico de cabellos claros le pudo creer que el fuera el encargado de hacer de su equipo centinela el mejor.
Tragó con fuerza, pues e alguna manera se encontraba nervioso ante lo que podían pedirle que hiciera, así se sentía cada día con ellos.
Al parecer, primero se tenía que hacer una especie de calentamiento estilo yoga para liberar las malas energía que se pudieran concentrar en el combate, ya que, según el jefe de la ladea, era posible que estas afectaran la manera de atacar de cada individuo, pudiendo ser también su mayor punto débil.
Todos parecían muy de acuerdo con el hombre, así que tampoco puso pero a la hora de hacer formación y comenzar a estirarse como lo hacían las personas que solía ver antes en la televisión, que por cierto, jamás disfrutó.
No era un chico al cual le gustaran los deportes, aunque podía jugarlos sin problemas, ese no era su estilo, prefería ser libre, por ejemplo, andar en skate, lo cual le generaba una sensación de euforia que casi ninguna cosa en el mundo podía.
Primero había comenzado en el mundo del kayak, con algunos amigos que solían practicarlo en el río cercano, aunque no eran del grupo con el que solía estar.
A veces su madre temía que se hiriera de tal manera que no fuera capaz de volver a caminar, pero le hacía saber que estaría bien, que no debía preocuparse tanto.
Amaba a su familia, y nunca se olvidaba del motivo por el cual despertaba todos los días, es decir, ella dos, lo más preciado. Su hermana y su querida madre.
Su plan de fuga se hallaba cada vez más lejano, y no porque él en particular quisiera, sino que era debido a que de algún modo, se había enamorado del sitio y del trabajo que solían designarle allí.
Le parecía extraño haberse adaptado a ese lugar a donde le habían llevado secuestrado, porque no había otra manera de describir lo que había sido aquello, un total abuso, ya que nunca dio su consentimiento para tal cosa.
Luego de un rato haciendo estiramiento, comenzó lo fuerte, lo cual se basó principalmente en cargar todo el peso que pudieran de una sola vez, transportándolo de un lado al otro una y otra vez.
Pasados veinte minutos haciendo tales esfuerzos, se veía el sudor correr la frente de Jaden, quien se hallaba completamente exhausto, aún sin saber el porqué, debido a que él era un chico bastante fuerte, o eso creía.
Todo lo que había pensado sobre sí mismo hasta ese momento, parecía ser una total mentira, así que su mundo se venía una vez más abajo.
Odis le hizo saber que no debía reaccionar de tal manera ante los estímulos que él brindaba en cuanto a todas las personas, ya ue eso era lo que se quería.
Le dijo que de ese modo, el estrés ya no estaría.
Y de una extraña manera, así era.
Hallaría la manera de sentirse fuerte antes de regresar con su familia.