En cuanto el equipo canino-humano entró en las adyacencias del centro comercial tras una larga travesía esquivando lo que parecían ser los mismos seres de las películas, es decir, zombies, Peter se dio cuenta de que sería complicado salir de nuevo.
Sería el mimo recorrido de vuelta el que tendrían que hacer, cosa que no animaba al pelinegro, pero debían hacerlo, o de lo contrario sería fácil ubicarlos, debido a que el centro era increíblemente grande, no pudiendo bloquear todas las entradas y salidas aunque quisieran.
Quisieran era un decir, ya que el humano solo era uno, el canino le ayudaba de cierto modo, pero no siempre. Por ejemplo, no era capaz de abrir una puerta, y eso no le permitía ser un compañero completo, por mucho que le hubiera servido anteriormente tenerle como compañía.
Teryon era bastante activo, si se quería, pero había veces, como sucedía con la mayoría de los animales, que su instinto podía más, por lo que lo encontraba simplemente echado en el suelo sin querer hacer más nada que solo eso el resto del día.
Supuso que por ser tan pequeño, el anterior dueño no había podido entrenarlo por completo, sin embargo le agradecía haberlo advertido de ciertos peligros.
Apenas lograron penetrar la seguridad del lugar, Peter hizo lo que venía haciendo desde hacía un tiempo, lo cual era guardar las espaldas de su compañero de cuatro patas. Dejaba que él entrara primero y luego le seguía el rastro por si acaso habían peligros mayores allí. Esa vez, se encontraron de frente con dos caminantes, los cuales daban tumbos de aquí para allá, así que lograron verles.
El pelinegro se asustó bastante, pero logró reaccionar a tiempo, controlando bastante bien sus emociones.
Si bien era cierto que la ansiedad lo comía vivo, por otra parte, podía saber cuándo reaccionar, ya fuera por miedo o su cerebro en piloto automático.
Le había pasado antes que se congelaba cuando era necesario que reaccionara, por lo cual estaba sudando frío, con solo pensar que le podría suceder una vez más.
Se encontró un poco más calmado al ver que podía moverse, y que un ataque de pánico no le había alcanzado esa vez.
Tomó una de las cadenas que le había quitado a las rejas de la entrada momentos antes y las cuales no poseían ningún candado.
Fue fácil tomarlas en sus manos, lo difícil fue luchar cuerpo a cuerpo con varios zombies a la vez. Uno de ellos quiso hacer de su yugular una fiesta, queriendo enterrar sus uñas allí, pero o lo dejó, se agachó a tiempo, por milésimas de segundo.
Sus latidos se aceleraron a más no poder, sentía que se mareaba de lo rápido que iba su sistema.
Otro de los seres le atacó por la espalda, logrando ahorcarle por unos momentos, pero se dio cuenta de que no poseían la fuerza necesaria para matarlo, pero sí para desestabilizarlo, lo cual era una pérdida de tiempo absoluta y un riesgo enorme.
Observó que uno más se hallaba en camino hacia ellos, así que tomó el abrazo que le brindaba el ser moribundo detrás de sí, y le empujó hacia adelante con toda su fuerza, haciendo que cayera de frente hacia el que se dirigía hacia ellos.
Ambos cayeron de una manera casi graciosa, lo que le dio tiempo de correr junto al cachorro, quien no paraba de ladrar y chillar a la vez, alterado por la situación.
El chico buscó con su mirada algún lugar en donde pudieran refugiarse exitosamente, de modo que unos segundos más tarde se decidió por la pequeña farmacia que se halaba a pocos metros de distancia de su posición.
Guió al cachorro con él hasta el lugar, tomando su hocico para que no generara ningún otro sonido fuerte que les delatara.
Intentó hacer lo posible para no ser descubiertos, respirando muy bajo detrás del estante principal del local, en donde sintió que los pasos estaban cada vez más cerca.
Escuchó cada uno con un eco tremendo que nunca llego a pensar que pudiera existir, creía estar perdiendo la cabeza.
Comenzó a contar en su mente una y otra vez del uno al diez, queriendo concentrarse en lo realmente importante. No quería que le pasara de nuevo el perder el hilo de asunto.
Incluso creyó en algún momento estar rezándole a Dios para poder salvar su vida, lo cual era gracioso tomando en cuenta que no era una persona devota ni religiosa para nada.
El cachorro en sus brazos comenzaba a moverse obstinado en su lugar, pues quería ser liberado, pero no podía dejarlo huir así, ya que podían ser descubiertos de la manera más tonta, y no tenía idea de cuántos seres más podían haber rondando cerca.
Quiso calmar a Teryon con unas pequeñas caricias, pero no parecía estar saliendo muy bien. Lo intentó de nuevo hasta que logró que dejara de moverse, pero seguía intranquilo. Creía estar a punto de sufrir un ataque de pánico y eso no era una buena señal en absoluto.
Los pasos se acercaban cada vez más y no podía saber si se trataba de un solo par de pies o de muchos más, estaba perdiendo el sentido de la realidad, el no poder tener control sobre la situación lo dejaba completamente desesperado.
Cerró sus ojos, manteniendo al cachorro cerca de su pecho, como una especie de petición de tregua o una súplica hacia cualquier ser que por allí se hallara.
Segundos después, todo quedó en un silencio absoluto, lo cual le asustó en demasía y tuvo que volver a la realidad quisiera o no.
Lo que vieron sus ojos al volver a abrirlos le robó el aliento.
No se trataba de ningún ser asqueroso que quisiera llevarse su vida, sino de su querida Holly, la misma pelirroja con la que había estudiado varios años y una de sus mejores amigas en el mundo.
Primero pensó que era su imaginación e intentó concentrarse en la realidad como le fuera posible, pero cuando la chica se acercó a él de modo preocupado y observó que tenía una herida en el brazo, abrió los ojos como platos.
—¡¿Holly?!— expresó, completamente sorprendido.
...
Evans bajó las escaleras a toda prisa, pues debía despertar a la chica que había dormido allí la noche anterior.
Su madre le dijo que fuera a asegurarse de que esta no había robado nada, y eso le parecía muy injusto, pues creía fielmente que cada persona merecía un voto de confianza.
Aunque tuviera solo trece años, sabía muchas cosas de la vida, sobre todo que esta no era justa, su madre se había encargado de recordárselo a cada segundo de su corta existencia.
A pesar de ese tipo de crianza, tenía sus propias creencias, comenzando a desarrollar su propia personalidad. La mayor parte de las veces no estaba de acuerdo con cómo su madre hacía las cosas y su manera de ver al mundo, le parecía anticuada y retrógrada.
Ralentizó el paso cuando llegó a la primera planta, recordando que el suelo era de madera y rechinaba con el menor de sus movimientos. Si continuaba con el paso como lo llevaba era probable que se escucharan gritos desde arriba reclamando que no caminara así o lograría por fin partir las frágiles maderas que cubrían el suelo.
Aparte de querer hacerle caso a su madre por una vez en la vida, no tenía intenciones de despertar a la chica si se hallaba durmiendo, al menos no tan bruscamente.
Cuando estuvo frente a la puerta de la pieza en donde le habían dado permiso de quedarse, tocó varias veces, pero nadie contestó, así que se adentró en esta, poco a poco.
La encontró extrañamente vacía, así que se preocupó debido a que aún faltaba un rato para el alba. Salió de allí a paso rápido y revisó las pertenencias más preciadas de la familia, no pasaba a creer que de verdad sucediera algo como lo que su madre le había insinuado, se rehusaba a creerlo.
Caminó a paso lento hacia la cocina, la cual también halló vacía. Frunció el ceño, comenzando a sentir la situación un tanto rara.
Salió de la construcción hacia el patio, buscando indicios de algún evento fuera de lo común, pero lo cierto, fue que no encontró nada extraño.
Colocó sus brazos en jarras y se encaminó hacia el gallinero, donde debía alimentar a las pocas gallinas que tenían.
Lo curioso era que las pertenencias que su madre atesoraba seguían intactas, así que comenzó a preocuparse por la chica ¿Habría salido por su cuenta? Era un acto que necesitaba de mucha valentía.
Tampoco se había llevado comida, cosa que no podría proveerse cerca de esos lugares, en donde no había casi nadie.
No quería hacer de la situación un drama o algo complicado, como solía hacer su mamá, pero en vista de las circunstancias, no podía evitar pensar mal acerca de todo.
Cuando llegó al corral, todo parecía estar en orden, así que supuso que no vería más a la chica, se había resignado casi por completo cuando escuchó a alguien hablando solo.
Volteó hacia el establo donde se encontraban los caballos y las vacas, comenzando a guiar a sus pasos hasta allí.
Cuando logró entrar al lugar antes señalado, la puerta de madera no tenía tranca, así que supo que había alguien adentro. Su nerviosismo aumentó, puesto que no lograba diferenciar si la voz era gruesa o fina.
Fue abriendo la puerta a pequeños toques, ya que solía rechinar por falta de aceite en las bisagras y no quería llamar la atención de quien fuera que había logrado entrar.
Habiendo abierto la puerta con satisfacción sin haber hecho que sonara demasiado, se halló con una graciosa escena. La pelirroja intentaba ordeñar a una de las vacas de una manera en la que no se hacía, de modo que el animal mugía intentando espantarla como a una mosca con la cola.
Evans estalló en carcajadas, alegrándose de encontrar a la chica sana y salva, y por supuesto, le pareció agradable que estuviera intentando ayudarles en un quehacer como ese.
—Lamento ser quien lo diga pero no se hace de ese modo, Heather— expresó el chico, acercándose a la antes mencionada para tomar asiento en un pajar parecido al done estaba ella sentada.
Pasados unos minutos explicándole cómo debía tratar al animal y cómo exactamente debía hacer para que la leche saliera con más potencia y no se quedara solo en sus manos, ambos escucharon a Stella gritar desde fuera del establo, con lo que parecía ser un tono irritado.
—¿Es ella siempre así?— formuló la chica hacia el menor.
—Sí, no te preocupes, no es algo personal, pero le ha tocado bastante duro en esta vida— le respondió con una mueca el hijo de la granjera.
La pelirroja asintió, un tanto avergonzada de haber preguntado algo así, ya que consideraba que estaba siendo grosera, aún sin quererlo.
A pesar de todo, creía que la convivencia era algo que se construía poco a poco.
La pregunta era ¿Quería ella ser parte de ese núcleo familiar?