Capítulo Uno: Estupor.
Caía pleno mediodía en Bisben, y todos sabían lo que eso significaba, por algo tenían la costumbre de cerrar todos los comercios a esas horas, exceptuando los pocos restaurantes existentes.
Y si se lo preguntaran a Arth, diría de inmediato que era un completo desperdicio para el turismo y las ganancias que podría generar tan pequeña ciudad.
La razón de aquello era la brisa tan árida y el calor sofocante, el cual se asemejaba al averno, o eso opinaría un día de junio el blandengue Padre Gregson, quien aseguraba haber pisado dominios del mismísimo durante uno de sus religiosos retiros a las montañas no muy exploradas que rodeaban al insignificante territorio, a la edad de veintidós años. Pero cada quien con lo suyo, advertiría el aburrido y escuálido jefe de policía, que no sabía hacer otra cosa que leer el periódico, alegrándose al llamar a los servicios hotline que allí salían, y si algo era seguro, era que conocía a cada chica en necesidades económicas del lugar. Quién sabe si de todo el distrito.
Podía apreciarse, no tan sabiamente, que el lugar era pequeño para llamarse ciudad, sin embargo, era orgullo de los pocos habitantes el poder presentar la única calle principal de ocio y avances futuristas, claro que solo para los ancianos era de ese modo. Allí no había mayor avance que la llegada de la internet.
Y así, bajo ese preludio, fue como un grupo de adolescentes sin nada mejor qué hacer, se conoció. No porque no se hubiesen visto en el único centro estudiantil allí instalado, sino porque el único de ellos que tenía la tan valiosa conexión con el "mundo exterior" era un completo cascarrabias, y aunque los demás tuvieran interés en conocer sobre las redes, nadie se acercaba más de dos pasos soportando su pesada mirada. Se trataba del mismo Arth Webster, antes mencionado, y a quien no le agradaba nadie. Su familia tenía las posibilidades debido al trabajo de su padre en Washmour, quien solo les hacía llegar el capital para que subsistieran como era debido. Nadie sabía a ciencia cierta a qué se dedicaba, pero todos respetaban al tipo de ceño fruncido y traje de mil dólares que iba de visita cada mes y brindaba varias rondas a los que hacían vida en el único bar céntrico.
El chico en cuestión, heredero del ceño fruncido y carácter volátil de su progenitor, se encontraba justo en la salida del recinto estudiantil, sosteniendo su nuevo teléfono móvil, pues no quería parar en casa tan temprano, y si fuera por él, no regresaría en absoluto al desastroso perfeccionismo de su madre.
A todo esto, le observaban unos ojos con suma curiosidad desde dos metros de distancia frente a sí. Al notar esto, miró de vuelta, encontrándose a la delegada de su clase, junto con dos chicos de grado menor y su hermana melliza, observando, más que su faz, el pedazo de tecnología en su diestra. Alzó ambas cejas, como queriendo decir "qué miran, subnormales".
Tuvo la certeza de que no había funcionado cuando los vio acercarse sin una pizca de miedo en sus rostros, debía admitir que era la primera vez que su metro ochenta y seis no le ayudaba a intimidar.
Ya teniendo a la líder de aquél pequeño grupo de perdedores a pocos centímetros de su integridad física, supo que era tarde para huir.
—¿Tiene cámara?— fue la única interrogante que escuchó de parte de la ojiverde.
—Sí, de hecho tiene dos— respondió entre dientes, mirando hacia otro lado.
—¿Sabes cuánta popularidad se puede llegar a tener solo por grabar vídeos? Podríamos incluso salir de aquí, conocer otros lugares...— comentó un tanto ida en sus pensamientos, hasta risueña.
—Ya... ¿Y eso en qué me afecta?— volvió a responder de mala manera el más alto.
—Queremos hacer negocios contigo—.
—Negocio ya tengo, y es de mi padre— Para éste momento, no le quedaba ni una pizca de paciencia.
—Tú lo has dicho, de tu padre, no tuyo... En cambio esto podría ser de todos, te aseguro que no te arrepentirás de escuchar lo que tengo por decir—.
—Puede que no me arrepienta, pero ahora mismo no me interesa hablar ni contigo, ni con nadie— miró dos segundos el rostro estupefacto de la chica, antes de hacer su siguiente movimiento —Hasta nunca—.
Con eso dicho, se encaminó lejos del grupo y no volvió atrás, detestaba que las personas asumieran cosas sobre él, que le hablaran con tal confianza. Detestaba a las personas, y punto.
Durante su camino recorrido a pie, por el que pasaba todos los días para ir a casa, el cual estaba tan solitario y con corrientes de aire, pensó en que no quería depender de su familia para siempre ¡Ni siquiera quería el puesto de su padre!
Si bien, no quería quedarse en ese lugar toda la vida, tampoco quería ir a la capital, teniendo que estar sentado en un despacho todo el día firmando y yendo a eventos benéficos para fingir ser un ángel.
Pero, entonces ¿A qué podría dedicarse? No poseía ningún talento especial. Ni siquiera tenía amigos.
Debía decidirse rápido, pues la escuela estaba por terminar y pronto tendría que ir a la misma universidad a la que asistió su padre, a estudiar también lo que él, aunque no tuviera idea de qué fuera eso.
Al llegar a su casa, con el uniforme polvoriento por andar a esas horas fuera, y más habiéndose regodeado, fue directo a la cocina, cogiendo en sus manos una fresca pera. La devoró al instante.
No había nadie en casa, pues su hermana menor estaba en el club deportivo, y su madre seguro estaría con sus amigas en la hora del té, lo que usaban como excusa para hablar mal de cualquier alma posible.
Aún recordaba cuando lo llevaba con ella porque no tenía con quién dejarlo, y entonces las hijas de sus amigas terminaban por convencerlo de jugar a las muñecas, y pobre de él si les hacía el feo, porque terminaban jugando a ser Chucky con él, literalmente.
Desvió sus pensamientos hacia otro lugar, en específico una de las casas de su vecindario, que pertenecía a la familia Crawford, quienes mantenían sus gardenias intactas en las vacaciones, pero muertas el resto del año, según por los turistas. También era el hogar de la delegada de su clase, Holly.
La espaciosa casa solo la había visitado una vez, ya que la madre no era compinche de la suya, únicamente fue a rescatar una pelota de fútbol, que al jugar cayó en su jardín cercado, pero estaba pensando seriamente en volver a hacerlo, ésta vez como persona civilizada, para darle la oportunidad a la boquita respondona de convencerlo. Simplemente porque no tenía otra opción, y porque aunque no lo admitiera, quería ver a la pelirroja.
Iría una vez, y si no funcionaba, ya pensaría en otro plan para salir de ese hoyo.
...
En el presente, así fue como pasó, los recuerdos no dejaban de rondar los pensamientos del castaño, quien pedía en su fuero interno que lo que hacían estuviera bien.
Viajarían a Härik, su primer destino a visitar para el canal digital que había crecido descontroladamente desde sus inicios, habiendo pasado un año. El destino era a petición de los suscriptores, quienes también habían colaborado con donaciones para los boletos.
Todo se repetía como una cinta dañada, recordándole cada decisión que había tomado en su vida, y sobre todo cómo se había rebelado contra sus padres y había terminado conviviendo con el grupo de perdedores durante todo ese tiempo, sirviendo de camarógrafo para las tonterías que grababan los chicos, que sin saber porqué, tenían miles de visitas en la plataforma virtual que crecía cada día.
Luego de todo un día de viaje, se encontraban en las habitaciones del hotel ubicado en Gunott, que poseía el mismo nombre. Este lugar era un pueblo bastante pintoresco y cómodo, con playas y costas cercanas, donde el sol golpeaba en todo su esplendor y las aguas brillaban en un cristalino verde esmeralda con motas de azul y blanco. Las aves exóticas cantaban y se posaban en cada palma, otras pescaban con el pico los coloridos y grandes peces que les brindaba aquél oasis.
Tenían planeado hacer contenido al día siguiente, ya que llegaron en pleno atardecer, sin embargo, cenaron juntos y tomaron fotos, celebrando el estar allí con tanta comodidad. Habían cambiado tantas cosas que enumerarlas en un párrafo sería complicado.
No tenían idea de que cambiarían aún más en las siguientes horas.
...
Afuera, la playa estaba en absoluto silencio, todo estaba en absoluto silencio y hacía frío, uno increíble. Eso era lo que pensaba la tranquila Heather, melliza de Holly, mientras despertaba entre pensamientos confusos. Tal vez olvidó apagar el aire acondicionado.
Mediante fue despertando, quitó de su rostro la delgada sábana que le cubría, notando aún más frío el ambiente, por lo que sus ojos tardaron en enfocar.
Al hacerlo, se quedó paralizada, y aunque no fuera una persona temerosa, la escena era para mearse encima.
Lo primero que notó con obviedad, fue que no estaba en su habitación de hotel, parecía más un congelador de tamaño industrial, de los que usan los carniceros, sin embargo, más que animales, se encontró con otros cuerpos como el suyo, cubiertos por telas manchadas y salpicadas en distintas tonalidades opacas, dejando ver lo inhóspito del ambiente. Pensó de inmediato en que era una broma de sus amigos para el canal.
En esto, escuchó un leve murmureo proveniente de su lado derecho, lo que le hizo sentarse de golpe, intentando averiguar de qué se trataba, antes de salir pitando de ese lugar tan lúgubre, en el cual no sabía porqué estaba. Pensó que podía tratarse una persona en aprietos, de ser real la situación.
Se acercó a pasos calmados hacia el final del cuarto, que era más largo de lo habitual en un cuarto así, de pocas dimensiones. Mientras más se acercaba, más nerviosa estaba, pero pasaría a estar peor al descubrir a qué se enfrentaba.
En efecto, era una persona, pero no como ella, claro que no. Ella nunca haría algo así.
Se estaba alimentando de un cerdo, pero no comía su carne, sino sus sesos, impregnando todo con un hedor característico a sangre y putrefacción, pues parecía ser que la persona sufriera de alguna enfermedad grave. Su piel estaba amarillenta y con llagas que escurrían algún tipo de fluido blancuzco con brillo grisáceo a su vez. Estaba de espaldas a sí, por lo que no la había notado. Ya quería salir de ahí.
Sus piernas se sentían como asfalto caliente, empezó a temblar tanto que casi no podía mantenerse en pie, lo que vislumbraron sus ojos era demasiado fuerte para su salud mental.
Creyó que había observado suficiente, hasta que la misma criatura se encaminó hasta uno de los cuerpos allí dispuestos y procedió a abrir la cabeza por el lado posterior con la parte trasera de un martillo grande, encajando los ganchos de hierro en el hueso hasta fragmentarlo y hacer escurrir el líquido espeso color carmín apagado, succionando luego de igual modo los sesos de esta, sin importarle nada, haciendo que el brote de sangre coagulada llegara casi hasta sus propios pies.
Sin una pizca de ánimo y blanca como la cal, retrocedió todo lo que había avanzado, chocando sin intención una de sus botas contra uno de los cuerpos en el suelo, lo que le hizo tropezar y caer de culo sobre el mismo, y no fue simplemente eso, sino que llamó la atención de quien sea que se estuviera alimentando, quien volvió la cabeza hacia el ruido. En cuanto vio el rostro decrépito que poseía, solo pudo gritar a todo pulmón, comenzando a correr después de levantarse a toda velocidad como pudo hacia la salida del cuarto, que estaba sellada, pero al tirar de la palanca, cedió rápida y milagrosamente, con un clic hacia su libertad momentánea.
Se sentía en una pesadilla, sin caer en cuenta de que era la vida real. Cruda y sin cortes.
Salió disparada del lugar, con el vómito atorado en su garganta y el rostro empapado en llanto, fue cuando supo que ya nada volvería a ser igual.