Heather despertó en el transcurso de una madrugada oscura y pesada que amenazaba con lluvia, truenos y relámpagos, y aunque pensó que ese tipo de clima no se podría ver en el soleado ambiente en el cual se había quedado por tanto tiempo, sí que lo era.
Había tenido una horrenda pesadilla acerca de la muerte, en esta sintió que su grupo de compañeros eran arrastrados sin piedad hacia ella.
En el sueño, todo se veía de un lúgubre gris, manteniendo esa aura de misterio que solo el terror puede crear, la pelirroja se sentía perdida, como si los pasos que diera fueran sobre aire y algodón, casi como si no existiera.
Fue una experiencia extraña, lo cierto fue que se encontró llorando apenas abrir los ojos, cosa que no pasaba a menudo en su vida desde hacía mucho tiempo.
Al parecer, había soltado algún grito, pues al pasar de algunos segundos ya tenía al pequeño Evans en ropa de dormir y con miedo reflejado en sus facciones frente a la puerta abierta de su habitación.
─¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?─ formuló con tono agitado debido a la carrera que había echado escaleras abajo para verificar su estado.
El chico estaba descalzo y despeinado, claro signo de haber salido a toda prisa de su pieza, esto hizo que la mayor reaccionara, asintiendo poco a poco. Sus lágrimas no se veían debido a la oscuridad, pero vaya que se escuchaba la lluvia caer y los relámpagos hacerse presente por medio de los cristales.
─Solo ha sido una pesadilla...─ informó ella, intentando levantarse, aunque su cabeza dolía por alguna extraña razón.
Al estar en pie, sintió que se desvanecía, por lo que cayó nuevamente en el colchón.
Ante eso, Evans se acercó sin dudarlo, tocando la frente de la chica para cerciorarse de que no tuviera temperatura, pero por desgracia, estaba ardiendo.
De inmediato, miró en su brazo la herida que ya hacían curada, sin embargo, esta parecía estar bien ¿Entonces a qué se debía la fiebre?
Las dudas azotaron no solo al menor, sino también a Heather, quien se sentía cada vez peor.
Lograron que se recostara de nuevo, pero no había consuelo para ninguno de los dos. El chico subió corriendo escaleras arriba en busca de su madre, ya que no tenía idea de cómo actuar para brindarle auxilio a la de cabellos cobrizos.
Una vez que hubo despertado a Stella, esta le miró confusa, con su más grande ceño fruncido, diciendo que el mantener a la chica con ellos significaba desde ya una pesadilla y que así seguiría siendo, porque según ella, se veía como toda una niña mimada que no estaba acostumbrada a la vida de campo.
Por más que ella se defendiera, era más que obvio que eso no haría a la mujer cambiar de opinión al respecto.
Bajó con toda la calma que una persona puede contener en el cuerpo, pues al no ser pariente suya, poco le preocupaba si vivía o no.
Puede que sonara demasiado cruel por su parte, pero poco le importaba, así había sido su manera de crianza, fría y solitaria, no le debía nada a nadie, y mucho menos a una recién llegada que solo se quería aprovechar de lo poco que tenían.
Al llegar a la pequeña habitación de invitados, observó el cuerpo esbelto de la muchacha ataviado en una bata de las que le cediera para dormir, el modelo que cargaba aquella vez era un simple blanco con la tela más delgada que pudo haber conseguido, pues las mejores las dejaba para ella misma.
Quizá le quedaba un tanto corta y por ello las piernas de la chica quedaban al descubierto, así que Stella le pidió a Evans que abandonara la pieza para ella poder encargarse de Heather, defendiendo que un varón no podía irrumpir en la habitación de una joven de ese modo.
El adolescente se sintió un tanto ofendido, pero acató la orden, retirándose sin protestar, pues solo quería que la chica mejorara.
Pasada una buena media hora, Evans no podía soportar no saber nada de lo que ocurría dentro de la habitación, pues su madre había cerrado con cerrojo la puerta y no tenía manera de saber sobre el estado de la pelirroja.
Soltó un suspiro enorme, recordando todas las veces en su corta edad que le habían sido negadas tantas cosas, por ejemplo, cuando era más pequeño, le gustaba jugar con muñecas, peinarlas, ya que su madre tenía una colección bastante grande de muñecas de porcelana, pero la mujer se había enfadado a tal extremo por el simple hecho de que a su niño le gustara jugar con muñecas que apiló un día a todas las que tenía en un barril de metal y les prendió fuego en frente de los ojitos perturbados del pequeño niño de tan solo cuatro años.
Eso no hacía de él menos hombre, lo tenía claro, pero su madre estaba convencida en que era de ese modo, cosa que le entristecía mucho, pero no podía expresarlo.
Toda su vida, su madre había asumido que tenía tendencias femeninas, cuando en realidad él no creía en que ciertas cosas fueran de varón y otras de hembra. Aunque viviera en el campo, sabía ciertas cosas de la vida, aunque nunca las hubiera visto.
Algunas veces había visto televisión, y por medio de esta es que pudo enterarse de que en realidad lo que hacía no estaba mal, pero para convencer a su madre, no bastaba solo rezar.
Ella creía que su Dios bajaría de pronto y juzgaría todas sus acciones inmorales, pero no se daba cuenta cuando obraba mal, y tampoco permitía que nadie se lo dijera, en especial si se trataba de su hijo, quien debía aprender de ella y no al revés.
De cierto modo, tenía resentimiento dentro de su alma al estar bajo el mando de una mujer así, y aunque había tratado por todos los medios comprender su actuar, nunca era suficiente, nunca la entendía del todo, siempre era un niño malcriado y malagradecido, según las palabras de su progenitora.
El chico cerró sus ojos por un momento, imaginando que todo mejoraba, como hacía la mayoría de las veces cuando estaba asustado o cuando quería que el tiempo alrededor de sí volara.
Sin darse cuenta, cayó rendido en la banca de madera que estaba dispuesta en el pasillo que conectaba la habitación de invitados con el baño de la planta baja y dos armarios que guardaban diferentes objetos.
Tenía la cabeza recostada de la pared de madera, los brazos se encontraban cruzados sobre su pecho y los pies estaban firmes sobre el suelo, no le importó mucho que su cuello doliera después de eso, si había servido de ayuda para mejorar el estado de la pelirroja.
No se dio cuenta del pasar del tiempo, pues estaba ensimismado en diferentes tipos de sueño, lo único que logró volverlo a la realidad fue un toque en su hombro. Apenas pudo abrir los ojos, la luz de los ventanales pegó en su cara, pues la sombra que tenía en frente se había movido.
Cuando su vista enfocó del todo, distinguió a Heather vestida con otro tipo de ropa, con la que había llegado.
Su cabello estaba hecho trenza y tenía mejor semblante, pero parecía querer decir algo.
Aparentemente, la lluvia había pasado, lo que significaba que tenían trabajo en la granja, pero al querer decirle esto, la chica pareció leer sus intenciones y de inmediato lo frenó.
─Me voy, Evans, gracias por toda la hospitalidad a ti a tu madre─ le hizo saber al chico, revolviendo sus cabellos con cariño ─Fue un placer conocerte─.
El adolescente no podía creer que lo que estaba viendo era verdad, quiso pellizcarse, pero la realidad seguía allí por más que cerrara y abriera de nuevo sus orbes.
─¿T-Te vas...? Pero si hace nada estabas ardiendo en fiebre... ¿Dónde está mamá?─ preguntó confuso.
─No ha sido nada más que el efecto de la pesadilla, puedes estar tranquilo, pero en serio agradezco tu amabilidad─ le hizo saber con una amable sonrisa la chica, empezando a encaminarse hacia la puerta principal.
Fue entonces cuando el chico observó que dentro de la habitación de invitados la cama estaba tendida perfectamente, y Stella estaba apoyada en el marco de la puerta, con rostro poco gentil y una taza de té en sus manos.
─Ya es tiempo, querido, no te aflijas─ le dijo esta, simplemente tomando un sorbo de su bebida después.
Evans frunció el ceño, lo que estaba pensando debía de ser censurado, pero no lo diría.
─Madre, has visto cómo estaba hace unas horas, no puedes dejarla ir así...─ rogó él, con insistencia, pues no quería que la chica los dejara.
─Evans Robert ¿Acaso no has visto que la chica quiere irse?─ formuló en tono malhumorado la mujer, empezando a hartarse de la situación.
Entretanto, Heather caminaba cada vez más hacia la puerta, pareciendo ser que solo existían ellos dos en el mundo.
─Como sea, fue un placer quedarme con ustedes, gracias por todo, una vez más─ hizo sentir su voz la pelirroja, tomando el pomo de la puerta y saliendo por esta sin mirar atrás.
Evans corrió tras ella sin importarle estar descalzo, despeinado y en ropa de cama, corrió como si no hubiera un mañana hasta la chica, tomando su brazo bueno entre su mano a medio crecer.
─Por favor, quédate un poco más...─ suplicó, sabiendo que le temblaba la voz de una manera poco usual y sus ojos picaban por dejar salir las lágrimas que contenían.
Heather dio media vuelta, encontrándose con un chico que se hallaba al borde del llanto, esta lo abrazó, siendo que él le llegaba por los hombros.
─Tranquilo, pequeño, todo estará bien, si logro salir de aquí con vida, te aseguro que volveré por ti─ le hizo saber la mayor con voz pausada ─Pero debo buscar a mi grupo, no puedo solo quedarme aquí, aunque quisiera─.
─Sabes que mientes ¿Por qué lo haces? Todos dicen eso, pero al final siempre se van...─ comentó, desgarradoramente, separándose del abrazo, ya habiendo derramado varias lágrimas ─Si quieres irte, hazlo, eres libre─ dijo con un tono distinto, como si le hubieran traicionado su confianza algunas otras veces.
Con eso, Heather intentó detenerlo, pero ya era tarde, Evans había salido huyendo de allí, volviendo a su casa en una nube de dolor que la pelirroja podía sentir en todo su esplendor.
Le dolía tener que dejar al niño que había sido tan atento y cariñoso con ella, pero no podía hacer mucho más por él.
Tomó entre sus manos la cerradura que les dividía del mundo exterior y la abrió, comenzando una nueva travesía en soledad.