Cuando Heather defendía algo, era tema serio, algo casi intocable, así que el que no le creyeran le generaba mucho conflicto interno.
Cuando estaba más pequeña, quería tener a sus padres siempre cerca de sí.
Tenía un grave problema con el apego y cariño paternal, no porque su padre no estuviera para ella precisamente, sino debido a que tenía una melliza la cual era propensa a quitarle la atención que demandaba, esta no era poca.
La de orbes castañas solía ser fuerte, pero no respecto a ese tema. Casi siempre necesitaba más apoyo del que cualquier niño hubiera pedido alguna vez.
No lo hacía a propósito, pero de cierto modo, le tenía algo de resentimiento a su hermana, y aunque sabía que estaba mal, aprendió a lidiar con dicho asunto en la infancia.
Una noche, se encontraba su madre junto a Holly y dos de sus hermanos mayores, charlando animadamente, mientras que decían uno por uno cuáles serían sus sorpresas para el jefe de familia, ya que se acercaba el día del padre, fecha bastante importante en la vida de todos allí. Amaban a su padre, y no era para menos, pues este se desvivía por cada uno, brindándoles la atención que él creía necesaria.
Aunque eran una familia bastante feliz aparentemente, habían siempre grietas que no se podían prever. La mayoría de las veces, los padres hacían lo posible por mantener el orden y la armonía, en especial los de la familia Bridgerton, que ya poseían un grupo tan numeroso que en ocasiones no hallaban manera de organizarse en totalidad.
Ese no era el mayor de los problemas, por desgracia.
La madre de siete, era una una mujer bastante comprensiva y atenta, amorosa la mayor parte del tiempo, solía tener una paciencia y un amor increíble a la hora de dirigirse a sus hijos, una cualidad admirable para cualquier mujer que deseara tener hijos algún día.
Esta se hallaba hablando con Oliver, el hijo mayor, que para el momento tenía catorce años, y aunque era mucho más grande que las mellizas, este siempre tenía un gesto cálido hacia ellas, ya que por el simple hecho de ser sus hermanas, ya se habían ganado un lugar en su corazón.
Este chico era rizado y pelinegro, nada que ver con las niñas, pero sí con sus demás hermanos, quienes habían heredado diferentes tipos de genética, sobre todo por la mezcla de culturas y razas en los hogares de los Bridgerton, quienes eran personas que amaban con todo su ser el contraste.
Habían inculcado eso en el torrente sanguíneo del padre de familia, por ello se había casado con una mujer un tanto diferente a él, solamente de fenotipo, ya que solían ser almas gemelas en cuanto a lo demás.
Junto con Oliver, estaba Adonai, el segundo de los hijos, quien contaba con doce años, siendo que tenía un carácter propio, muy tranquilo y pensativo, sin tanta energía como la tenía Oliver, sin embargo, ambos formaban un gran equipo y se apoyaban en casi todo. Este chico tenía un cabello espeso y castaño, pero liso, lo cual definitivamente significaba un contraste grandísimo.
Cuando la mujer les comunicó a sus hijos que al siguiente día no podrían ir al evento deportivo que tenían ambos chicos en su escuela debido al recital de baile que haría Holly. Cabía destacar que Heather solo había conseguido el papel de nube en aquella obra, a la cual ni siquiera les había hecho saber a sus padres que participaría, tampoco estaba muy segura de si la propia Holly lo sabría, ya que sus prácticas siempre eran en lugares diferentes, así que poco o nada podría enterarse de si alguna de las nubes del fondo era ella.
Heather, por supuesto, se encontraba detrás de la puerta de la habitación de sus padres, donde justamente conversaba el grupo antes mencionado.
La niña bajó su rostro, enfocando su vista plenamente en el suelo de madera, pues su mente de ocho años aún no comprendía cómo su melliza pudiera siempre ser el centro de atención. Ella misma ni siquiera estaba interesada en las obras teatrales y el baile, a ella le gustaban los deportes, las actividades que le generaban algún tipo de emoción viva.
La niña por un momento se sintió como un estorbo, razón por la cual decidió irse de allí sin escuchar más, la mayoría de las veces era de ese modo. Se iba sin buscar más allá, decepcionándose sin casi razón alguna para ello.
Nadie podría culparla, si sentía ese tipo de inseguridades, de todos modos, seguía estando muy pequeña como para comprender ciertas situaciones de la vida.
Antes de poder bajar de nuevo hacia el patio, donde su colección de deportes brillaba de encanto, el cuerpo de su padre, su héroe, la detuvo a mitad del pasillo, la había pillado espiando.
—¿Sabías que es de mala educación espiar a las personas, cielo?— formuló el hombre, a modo de pregunta que pretendía sonar seria.
Heather estaba en shock, le temblaba el labio y ya no podía contener el llanto, razón por la cual explotó silenciosamente, comenzando a derramar saladas y pesadas lágrimas, que se resbalaban por su rostro como si del mármol se tratara.
—Y-Yo no quería... Iba a preguntarle a mamá cuándo iremos a cenar...— expresó en respuesta, entrecortándose de a toques la menor, ya que esa noche era viernes, y los viernes salía a cenar fuera toda la familia.
El hombre volvió a acercarse a ella, abrazándola desde su altura, y ya para ese momento, la chica le llegaba a la altura del estómago.
Había crecido bastante en comparación a la niña tan pequeña y frágil que había visto nacer tiempo atrás. Aún así, seguía teniendo el problema del apego.
—Hija mía, eres lo más preciado que tengo, tú y todos tus hermanos, al igual que para tu madre, estoy seguro ¿Por qué sigues dudando de ello?— preguntó el hombre, lleno de tristeza, aunque la niña no pudiera ver su rostro por estar empapando con sus lágrimas la camisa que llevaba puesta.
En ese momento, antes de que pudiera siquiera responder, sus hermanos junto a Holly y su progenitora salieron de la habitación, encontrando dicha escena, la cual parecía normal a simple vista, un abrazo común y corriente. La verdad de ese abrazo es que curó todos los demonios que afligían a la pequeña.
Oliver le preguntó que cómo se sentía respecto a la obra en donde se presentaría, además defendiendo que sería la mejor nube, informándole además que él mismo fue un ruiseñor años atrás y se había divertido mucho en el proceso de aprender acerca de su personaje.
Todos terminaron abrazándola y felicitándola por lo que había logrado, incluso Holly se veía jubilosa, cosa que le animó bastante.
A partir de ese momento, fue como si su mundo cambiara de repente.
...
A Jaden se le había informado que debía presentarse cuanto antes ante Odis, ya que este solicitaba su presencia. El rubio quedó muy asombrado, debido a que no esperaba que dicho hombre lo necesitara alguna otra vez.
Sin dudarlo, se encaminó hacia la vivienda en donde se encontraba instalado el ya mencionado. Iba acompañado de dos de sus agentes de seguridad, quienes mantenían siempre la distancia, pareciendo robots antes que seres humanos en sí, cosa que le hacía verdadera gracia al de cabellos claros, pro no protestaría, sino por el contrario, se sentía agradecido de que no le dirigieran la palabra, ya que le costaría, en tal caso responder con certeza.
Minutos después de una caminata por el territorio, casi de extremo a extremo, llegaron hasta la construcción, siendo guiado nuevamente hacia una de las inmediaciones donde sería atendido por el hombre.
Esa vez no fue atendido de la misma oficina de ambiente tribal y de relajación, sino que fue en el amplio patio trasero que poseía la construcción.
Allí habían instalados más de aquellos muebles de aspecto playero, fresco y cómodo. Odis se hallaba en una de sus cómodas batas con estampados curiosos, mientras hacía lo que suponía era una meditación.
—Te dije que nos veríamos otra vez— afirmó el hombre, como si estuviera muy seguro, y fue entonces que recordó cuando ocurrió el incidente del lobo, este le había dicho que si necesitaba cualquier cosa allí, estaría, y que si no lo buscaba, entonces lo haría él mismo.
Parecía haber cumplido su promesa, cosa que le gradó al más joven
—Por supuesto que sí, señor ¿En qué soy bueno?— formuló con verdadero interés y poca paciencia el de aspecto jovial.
—Verás, he designado para ti un trabajo ideal, estoy seguro de que te gustará— le hizo saber el mayor, con una sonrisa que delataba su emoción.
Dentro de la mente de Jaden, no se vino ningún pensamiento demasiado obvio, por lo cal dejó pasar el comentario, como queriendo decir "prosiga".
El ajeno pareció entender su seña, por lo que continuó hablando.
—Ya sabes de lo que ha ocurrido con el lobo al cual le tienes tanto aprecio ¿Cierto?— preguntó, por lo que el contrario asintió sin dudas —Entonces se trata de esto, quiero que ayudes a mis hombres a investigar al grupo indígena que ha estado acabando con los animales del bosque. Me parece una total atrocidad—.
Era más que obvio que estaría de acuerdo con ayudarle, por lo que se lo hizo saber sin más rodeos.
Odis asintió conforme a la disposición del chico, pues llevaba rato queriendo hacer posible dicha investigación, y aparte de requerir esa información, también le era de urgencia saber sobre la defensa que tenían aquellos indígenas para combatir a los seres putrefactos que atacaban la isla.
─Me alegra que hayas aceptado, sabía que podía contar contigo, querido Jaden─ con esto, palmeó la espalda fuerte del chico ─Eres un buen chico, no dejes que la ira ciegue tu potencial─.
─No lo haré, señor, le aseguro que sabré actuar en cuanto se de la oportunidad. Por favor, confíe en mí─.
─Créeme que si es por confiar, lo hago a ojos cerrados, pero lo importante es tener el suficiente control para calmar las emociones en el momento justo─ expresó aquél hombre de piel rojiza ─De ahora en más, practicarás conmigo, no más equipo centinela por ahora ¿Te parece?─.
Ante la oferta, los ojos del rubio brillaron con fuerza, así que finalmente accedió a hacer la voluntad del hombre.
Conversaron un rato más de cosas triviales, por lo que fue un rato ameno. Para Jaden, luego de tantas noches de vigía, esos momentos venían siendo el paraíso terrenal, pues aunque era necesario fortalecerse para la meta que se había propuesto, el cuerpo a veces no daba para más, y eso era entendible.