Capitulo Ocho

1475 Words
La piel tiene una memoria tan perfecta que, sin importar las distancias o los tiempos, ella siempre recuerda a quién pertenece y se somete ante él con solo sentir su presencia. Irina Mi interior se ha vuelto una gelatina, gracias a la humedad que brota de mi entrepierna sin razón aparente. Trato de deshacerme de ese extraño deseo de ser tocada y camino por todo el salón, pero mi mente y mi cuerpo se niegan a dejar ir eso que me está consumiendo. Siento el fuego arder en mi pecho, me siento provocativa, seductora, pero no de la manera que quiero o planifiqué, sino de un modo natural, como si todo mi ser reaccionara ante una presencia desconocida. Hasta ahora únicamente he sentido su mirada puesta en mí y sin importar la dirección que tomen mis pasos, la sensación no varía. Me dirijo al área de las bebidas y pido una copa de vino blanco. Sonrió a todo aquel que se cruza en mi camino. Mi cuerpo se balancea con naturalidad, como si cada uno de mis movimientos hubiesen sido programados para seducir a un hombre en específico. Miro de un lado a otro sin distinguir a mi objetivo entre los presentes, sin embargo, es muy pronto para decir que no se encuentra, en este lugar debe haber un poco más de quinientas personas, y alguna de ellas tiene que ser él. Con copa en mano me dirijo hacia la terraza abierta, desde donde se puede apreciar una vista panorámica de toda la ciudad. Es impactante, a decir verdad, es un paisaje deslumbrante: la ciudad se pinta sobre un manto oscuro con figuras retorcidas y de distintos tamaños, en medio de un mar de luces de todos los colores posibles, el frío es mucho más palpable a esta altura, sin embargo, el calor que me recorre las venas no me deja sucumbir ante la frialdad del clima. De pronto, cada poro de mi cuerpo se eriza, al tiempo que un jadeo escapa de mi garganta de manera involuntaria, cuando la voz ronca de un hombre a mis espaldas me envuelve con su presencia varonil y seductora. —Ni siquiera el frío de la noche puede apagar el fuego que corre por tus venas —murmura, de forma que solo lo pueda escuchar yo, a pesar de estar bastante separados físicamente. —Nada puede apagar la llama ardiente que brota en mi pecho —contesto en ruso, sintiendo que cada vez está más cerca de mí. Escucho el tenue sonido de sus pasos al acercarse, a pesar de que trata de enmudecer sus pisadas. —No pareces del tipo rusa, pero puedo complacerte —dice, contestando en el mismo idioma en el que le he hablado. Me giro cuando estamos a un palmo de distancia para encararlo, pero al ver sus ojos me quedo congelada. Su mirada me recorre de una manera que solo he sentido una vez, ha sido su presencia la que me ha mantenido excitada sin ni siquiera tocarme o haberse acercado a mí. Siento el impulso de lanzarme a sus brazos, es como una necesidad asfixiante que nace desde mis entrañas, sin embargo, él no es el hombre que estoy buscando, ni siquiera se asemeja un poco a la imagen borrosa que tenemos de Stuart; he estudiado tantas veces su fisionomía como para estar completamente segura de que perderé mi tiempo con este hombre. —No estoy sola y no creo que a mi acompañante le agrade ver que otro hombre se acerca a mí —digo dejando el ruso de lado. —Sé que mientes, te vi llegar y sé que el caballero con el que entraste solo te ofreció su brazo por un momento, ¿o me equivoco? —inquiere, y me confirma que sí ha sido él todo el tiempo. En sus ojos hay una mezcla extraña entre deseo y añoranza, me mira como si recordara a alguien al verme de frente, no sé si me estoy volviendo loca, pero muy dentro de mí siento el deseo desmedido de refugiarme en su pecho y perderme en los confines de su alma. No comprendo por qué mi cuerpo reacciona de esa manera tan extraña e incomprensible. Sus labios tiemblan cada vez que pronuncia cualquier palabra y el timbre de su voz… ese sonido majestuoso que taladra mis oídos y me embriaga con una mezcla de deseo y lujuria que aumenta mi excitación a niveles impensables. —Acompáñame —pide al ver que me he quedado muda—, ven conmigo, no te haré daño, Andrea —repite, llamándome por un nombre que no es el mío, pero que por alguna razón me suena familiar, sin embargo, no puedo perder el tiempo. —Creo que se ha equivocado de persona y me está confundiendo. Mi nombre es Irina y no conozco a esa Andrea. —Intentando recuperar la compostura—. Si me disculpa... —digo antes de retirarme, pero antes de que pueda dejarlo atrás me toma del brazo, provocando que una descarga eléctrica dé un choque directo en mi intimidad. Una imagen que no logro ver del todo clara se cruza por mi mente. —Sé que eres tú, y que estás ahí adentro en alguna parte, te juro que te traeré de vuelta, Andrea —insiste, por lo que clavo la mirada en él y me suelto definitivamente de su agarre para alejarme aterrada, más por lo que me hizo sentir que por lo que me dijo. La imagen o el recuerdo dando vueltas en mi cabeza me llenan de ansiedad, observó a todas partes, sintiéndome perdida, todo me da vueltas, estoy mareada, el vómito me llega hasta la garganta, pero no sale. Creo que en cualquier momento caeré en medio del salón delante de todos, sin embargo, unas manos me toman del brazo y me llevan a la fuerza fuera de la fiesta. Reconozco la voz de Alexey, por lo que me tranquilizó solo un poco e intento llevar oxígeno a mis pulmones mientras intento aclarar mi mente. ¿Quién es ese hombre? ¿Por qué me afectó de esta manera? ¿Por qué sentí tanto cuando me tocó? Fue como si el mundo se hubiese destruido y recompuesto en un segundo. Por un momento dejé de sentir el piso bajo mis pies y me elevé a un nivel y un sitio nunca antes explorado por un ser humano y que, sin embargo, al estar cerca de ese sujeto me resultó tan familiar, es como si en otra ocasión, yo hubiese pronunciado su nombre a gritos extasiados, pero no lo recuerdo, no recuerdo nada sobre mi vida pasada, solamente tengo lo que Víctor me ha dado. —El jefe me envió a recordarte cuál es tu trabajo, putita, así que deja tu labor de zorra barata para otra ocasión —advierte Alexey, tomándome de la barbilla con fuerza. Con su mano libre me manosea los senos y los aprieta dolorosamente, desde un principio ha querido tenerme, pero el saber que soy de Víctor me hace inalcanzable para él, aunque en ocasiones suceden estas situaciones. Levanto mi rodilla con fuerza y la clavo en su entrepierna, obligándolo a soltarme, al tiempo que se aleja lanzando mil maldiciones juntas, me da igual y justo ahora no tengo tiempo. Estamos en un pasillo donde las personas no pueden vernos, a pesar de que la suave música y el murmullo de las voces nos llegan con claridad. —No te desubiques, porque nunca podrás tener a una mujer como yo, o mejor dicho jamás podrás tenerme a mí —bufo, recuperándome un poco de la impresión que todavía llevo en la mente. No puedo permitir que este imbécil quiera dárselas de listo conmigo, no me importa las veces que tenga que ponerlo en su lugar, tendrá que aprender a respetarme por las buenas o por las malas. No tengo inconveniente con ninguna de las dos opciones y si para deshacerme de él tengo que convencer a Víctor en la cama, entonces pondré todo mi empeño en poder lograrlo, aunque ahora sea un hombre diferente, el epicentro de mis deseos. Regreso a la fiesta, y aunque me dirijo a cualquier lugar, con la mirada busco al hombre que tanto revuelo causó en mi interior, no obstante, lo único que consigo es el rostro congestionado de rabia de Víctor. Es claro que está furioso conmigo, Stuart no ha aparecido y según su apreciación, yo solo estaba de zorra con un desconocido. Sé lo que me espera al llegar. Le sonrío y solo me devuelve una mirada envenenada. Ya no tengo nada que hacer en este lugar, no llegó el hombre por el que vine, pero me voy con el pensamiento de que algo diferente despertó dentro de mí; seguramente Víctor lo usará a su favor para por fin tomarme como siempre ha querido.
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