Una vez llevados los dos ebrios al calabozo, Arturo y los demás vuelven a la fiesta. Jacqueline se encuentra sentada en una banca, sola, observa todo alrededor sin detener su vista en nada ni en nadie. Morgan supone que lo que hace es buscar a Jessie; la pequeña sigue entretenida con Tommy.
La mayor de las hermanas Smith se levanta y se dirige a la mesa de las bebidas. El problema es que también ve a Albert que se acerca a la mujer. El terrateniente se acerca lo suficiente para escuchar lo que hablan.
―Buenas noches, señorita ―dice el hombre―. No la había visto por aquí. Mi nombre es Albert Brown.
―Buenas noches, soy Jacqueline Smith ―responde la mujer con educación.
―¿Smith?
―Sí.
―¿Es familiar del viejo Smith? ¿Louis Smith?
―Soy su hija.
―Vaya, vaya, mire lo que son las cosas.
―¿Por qué le sorprende tanto?
―Porque nadie me dijo que ese viejo tenía una hija tan linda.
―¡Brown! ―lo llama Arturo―. Ven acá.
―Permiso, señorita, me llama mi jefe.
Ella accede con un movimiento de cabeza y Arturo la ve buscar con su mirada a su hermana que ahora habla con varios jóvenes del pueblo.
Arturo le da un par de órdenes inútiles a su hombre para enviarlo lejos de Jacqueline, la que avanza un poco hacia su hermana.
Arturo se acerca a ella en dos zancadas y, esta vez con querer, pasa a llevarla, provocando que su vaso se le voltee encima.
―¡Y bueno! ¿Acaso no tiene ojos? Fíjese por dónde camina ―espeta ella con rabia.
―Esta vez no me voy a disculpar.
―¿Ah, no? Encima maleducado.
―Usted no acepta mis disculpas ni necesita mi ayuda, entonces yo no voy a malgastar mis palabras en usted.
―Imbécil.
―Loca ―replica él.
Ella alza la mano para golpearlo y él se la detiene en el aire.
―Usted a mí no me toca y si lo hace, aténgase a las consecuencias.
―Usted no tiene ni un pelo de caballero.
―Como usted no lo tiene de dama.
―No voy a permitir que me trate de esta manera.
―Usted me va a permitir lo que yo quiera.
―No tiene derecho...
―Tengo todo el derecho, este es mi pueblo y a usted ni siquiera la había visto antes.
―Llegué hace un tiempo, me estaba instalando.
―En mi casa.
El rostro de la joven se pone blanco, más blanco de lo que ya es.
―Esa casa es de mi papá.
―Se equivoca, señorita Smith, esa casa es mía, yo la compré.
Jacqueline se descoloca, pero solo un segundo, antes de volver a elevar su rostro con altivez.
―¿La compró o se la robó, señor Morgan? ―cuestiona con malicia.
―Yo no soy un ladrón, señorita.
―No lo conozco, no lo sé.
―Yo se lo estoy diciendo.
―Viene muy de cerca la recomendación, ¿no cree?
―¿Qué me quiere decir?
―Que yo no sé quién es usted, no puedo estar segura de que no le robó esa casa a mi papá.
―La compré con todas las de la ley, aquí la única bandolera es usted.
―¡No le voy a permitir que me llame ladrona!
―¿Y yo sí tengo que permitirle a usted que me llame ladrón? Esa es mi casa y si quisiera, podría echarla ahora mismo.
―No se atreverá.
―¿Quiere probarme?
―Mire, señor Morgan...
―¡Hermana! ―grita Jessie que llega corriendo hacia su hermana―. No sabe lo que me pasó. ―Se detiene en seco y mira a Arturo―. Lo siento, no sabía que estaba ocupada. Buenas noches ―saluda con una reverencia.
―Buenas noches ―la saluda con una sonrisa, la niña tiene un gran carisma, muy diferente a su hermana.
―Dígame, hermana, ¿qué le ocurrió?
―Si está ocupada...
Arturo no quiere seguir la conversación en otro momento, siente la rabia recorriendo todos sus poros, pero al parecer Jessie tiene algo importante que decir.
―Podemos seguir nuestra conversación más tarde ―ofrece Morgan de mala gana.
―No se preocupen por mí, yo solo venía a solicitar permiso. Hermana, unos chicos del pueblo me invitaron al río mañana ―anuncia con una gran sonrisa y emoción, toma las manos de su hermana―. ¡Ay, hermana! No sabe lo feliz que estoy de haber salido de ese pueblo del infierno donde lo único que querían esos hombres... ―La niña deja la frase a medio terminar, pues los sollozos le impiden continuar―. Aquí todos me han tratado con respeto, nadie se ha sobrepasado y los jóvenes como yo hasta quieren ser mis amigos, sin importar quién fue nuestro padre. Incluso, me invitaron a la Escuela dominical y a las clases de la señorita Irwin.
Jacqueline se incomoda con la confesión de su hermana.
―Lo que sí me advirtieron es que la casa de nuestro padre ya no es de él, tiene otro dueño, dicen que es un hombre justo, deberíamos buscarlo y hablar con él para que nos deje quedarnos y, si nos cobra alquiler, le podemos pedir que nos espere un tiempo, yo puedo trabajar en lo que sea, hermana, solo no quiero volver al otro pueblo, por favor, se lo ruego.
―No se preocupe ―interviene Arturo un poco más calmado ante las palabras de Jessie―, nadie las va a echar, claro, siempre y cuando cumplan las normas de convivencia de este pueblo.
Jessie se gira sorprendida.
―¿Usted es Arturo Morgan? Lo siento, yo no sabía ―dice cubriéndose la boca con la mano.
―Está bien, pierda cuidado, Jessie.
―Muchas gracias, le juro que buscaré trabajo para pagarle.
―No hace falta, usted es una niña, no debería preocuparse de ese tipo de cosas, mucho menos de trabajar ―le dice con un tono de recriminación hacia Jacqueline.
―Mi hermana también está buscando trabajo, ¿sabe?
―Jessie, por favor, el señor Morgan no tiene por qué enterarse de todo ―la reprende su hermana.
Arturo esboza una irónica sonrisa.
―No se preocupe, Jacqueline, es bueno a veces ver la otra cara de la moneda.
―Perdón, hermana. Muchas gracias, señor Morgan, me voy antes de seguir fastidiando.
Y vuelve a correr, esta vez en dirección hacia sus nuevos amigos.
Morgan mira directo a los verdes ojos de la hija de Louis.
―No les iba muy bien en el pueblo de donde vienen ―se burla con sarcasmo.
―No es asunto suyo ―replica la mujer.
―Yo creo que sí, si usted vive en mi casa.
―No se preocupe, nos iremos.
―¿A dónde? ¿Volverá a su pueblo donde su hermana era tan infeliz y donde, incluso, querían abusar de ella?
Jacqueline baja la cabeza.
―Buscaré otra casa ―articula con dificultad.
―¿Con qué dinero? Nadie más las dejará vivir gratis ―encaró.
―Buscaré trabajo.
―No le ha ido muy bien en su empeño.
Es Jacqueline quien busca ahora los oscuros ojos de Arturo.
―Le pagaré, solo necesito un poco más de tiempo ―ruega rendida a las circunstancias.
Él esboza una sonrisa demasiado varonil para el gusto de la mujer.
―No se preocupe, ya veremos en el modo en el que me cobre su estadía.
Un nudo se retuerce en el estómago de Jacqueline. Arturo es atractivo, sin embargo, eso no quiere decir que se entregaría a él a cambio de dinero o de casa o de lo que fuera que él les diera. Para eso, hubiese preferido quedarse en Perley, ahí al menos hubiera ganado dinero como prostituta.
Cuando vuelve a la realidad, Morgan ya no está con ella. ¿En qué momento se había ido?
La fiesta termina con una reyerta entre varios hombres, como era de esperar. El alcohol hace mella en algunos individuos y eso los pone violentos, esta celebración no es la excepción y los golpes entre dos sujetos, termina con varios más que se involucran.
Jacqueline se aparta a un lado y observa cómo Arturo coopera codo a codo con el sheriff y el alguacil en disipar el desorden y ayuda con sus hombres a llevarse a algunos a la comisaría a pasar la noche y la borrachera.
―Parece un buen hombre ―comenta Jessie a su hermana.
―¿De quién hablas?
―De Morgan, el dueño de la casa donde vivimos.
―¿Tú crees?
―¡Claro que sí, Jackie! Nos dejó vivir en su casa sin cobrarnos, por lo menos por el momento, nos dijo que no nos preocupáramos.
Jacqueline no responde, ese hombre tiene de bueno lo que su padre tenía de honrado.
―¡Jacqueline!, no quería irme sin despedirme de usted ―le habla la señora Rangel que se acerca a la joven―. ¿Qué le pareció todo?
―Estuvo muy entretenido, muchas gracias.
―Me alegro mucho, aquí usted está en su casa y si necesita algo, lo que sea, no dude en buscarme. Ya sabe que vivo aquí al frente, en la parte de atrás del emporio tengo mi casa.
―Muchas gracias, señora Rangel ―agradece sincera.
―De nada, niña, que esté muy bien. Buenas noches, Jessie ―se despide de la hermana menor de un modo solo cortés.
―¿Es idea mía o no le caigo bien a esa señora? ―consulta la niña.
―No, yo creo que es porque todavía no la conoce y usted es una niña todavía, ella no tiene hijos, quizás no sabe cómo tratarla.
―Tengo quince años, hermana, ya no soy una niña, ya soy casi una mujer, muchas de mis amigas ya están casadas o a punto.
―Es cierto, Jessie, es que para mí sigues siendo muy pequeña.
―Muy pronto encontraré marido y ya dejarán de verme como una niña ―replica enfadada y se va.
Jacqueline queda muda mientras la ve alejarse. Ella entiende que su hermana está entrando a la edad casadera, el problema es que sabe que la fama que las precede no es la mejor. De hecho, a ella ningún hombre la ha pretendido, precisamente por ser hija de Louis Smith.
―Ya todo el mundo está volviendo a sus casas, ¿usted pretende quedarse aquí toda la noche?
La voz profunda de Arturo Morgan la saca de sus pensamientos y lo mira sin emitir palabra alguna.
―¿Se piensa quedar aquí? ―insiste con reproche.
Ella niega con la cabeza, un poco perdida, mira hacia todas partes.
―No, no, es mi hermana. No la veo, no sé dónde se metió ―comenta preocupada.
―¿Le pasó algo?
―Se fue enojada conmigo.
―Yo la vi en el arco de la plaza, sola, parecía que lloraba, no me quise acercar, no quería que se malinterpretara mi preocupación.
Jacqueline lo mira con desconfianza. Arturo tendría unos veintimuchos o treintaypocos años, al parecer, seguía soltero, ¿acaso se estaba fijando en su hermanita? ¡Claro! Por eso el cambio de actitud en cuanto ella apareció y les permitió quedarse y...
―¿Le pasa algo? ¿Se siente bien? ―inquiere Arturo colocando sus dos manos sobre los hombros femeninos para hacerla reaccionar.
―No, no... ―tartamudea―. Voy a buscar a mi hermana, nos tenemos que ir.
―¿Quiere que las lleve? Tengo mi carreta
―No se preocupe ―responde de mal modo al tiempo que se zafa del agarre.
Jacqueline camina en dirección a la plaza donde encuentra a su hermana, tal como le había dicho Morgan.
―Jessie, nos vamos ―ordena.
La niña se levanta con dificultad.
―¿Qué le pasa? ―interroga.
―Me torcí el pie, me duele mucho ―se queja.
―¿Necesita un médico? Puedo llamar al doctor Johnson ―ofrece Arturo que había seguido a la muchacha.
―No hace falta, seguro mañana amanezco mejor, solo pondré mi pie en agua fría y...
―Las llevo a su casa, Jacqueline, Jessie no podrá caminar en esas condiciones ―impuso el hombre.
―Se lo agradecería, señor Morgan ―acepta la mujer con resignación.
―Gracias ―dice la hermana con emoción.
El hombre, sin dificultad, toma a la menor en sus brazos y la lleva hasta la carreta, allí la sienta. Jessie se acomoda en el medio, Arturo da la vuelta y se sube al lado de la joven. Jacqueline se sienta al otro lado de su hermana.
―Es usted muy amable, señor Morgan, lamento mucho darle este trabajo ―dice Jessie―, yo no quiero traer más problemas.
―No es un problema, Jessie, no se preocupe.
Morgan mira a Jacqueline, esta mira hacia el lado opuesto, no tiene cara para enfrentar a su benefactor.
Jessie y Arturo no paran de conversar en todo el camino. Jacqueline se siente muy incómoda. Su hermana le cuenta al hombre los planes que tienen en ese pueblo, de sus nuevos amigos.
―¿Y mañana podrá ir al río así? ―le pregunta en algún momento Arturo, lo cual hace que Jacqueline se vuelva a mirar a su hermana.
―No sé, espero amanecer mejor mañana.
―Si quiere que la lleve yo, al menos para no dejar plantados a sus amigos, solo debe decirlo.
―¿De verdad? ―preguntó ilusionada―. Es que no sé cómo amaneceré ―dice con tristeza.
―Puede avisarme usted si desea ir.
―¿Y cómo podría avisarle?
―Su hermana puede llevarme el recado.
―Yo no soy mensajera ―replica Jacqueline.
―¿Ni siquiera por su hermana puede ser un poco más amable? ―increpa Morgan.
―Si amanece delicada, no va y punto.
―¡Hermana! ―gime la menor.
―Basta, Jessie. Si no puede caminar hasta el río, no va. Asunto concluido.
La niña hace un puchero y baja la cabeza Las miradas de los dos mayores se encuentran. El uno con rabia, la otra con soberbia.