Arturo observa a los asistentes a la fiesta de aniversario que se lleva a cabo en la plaza del pueblo. Diez años habían pasado desde que los primeros valientes hombres se atrevieron a establecer allí su nuevo hogar.
Debería estar feliz, pues él, junto con otros cinco hombres, fundó el pueblo de Twin Valley en el Condado de Norman, al norte de Minnesota; no obstante, no tiene deseos de festejar nada, desde hace unos días alguien, vaya a saber quién, se mete por las noches a sus dominios y abre las caballerizas para que los caballos huyan, desparrama el pienso de los animales por la pradera, raya las paredes o suelta al ganado. En fin, cosas que más que dañarle, le fastidian, situación que ya lo está sacando de quicio. No sabe quién puede ser, ni siquiera imaginar. Mal que mal, Twin Valley es un pueblo pequeño y todos son conocidos, amigos, y nadie se atrevería a importunar a Arturo Morgan, el dueño de casi todo el pueblo.
―Hola, guapo, ¿no bailas? ―La señora Mark, esposa de Jason Mark, el banquero, y dueña de la boutique del lugar, coquetea con Arturo sin ningún tapujo ante la vista de todos―. Estoy algo aburrida, ¿tú no? Podríamos pasar un buen rato juntos ―susurra y se acerca al hombre de un modo provocador, quien la observa con indiferencia.
―Pues busque a su marido, señora Mark, él es el encargado de entretenerla, no yo ―responde de mal modo y se aleja hacia el otro sector de la pista de baile.
La mujer queda con la rabia hirviéndole por dentro y el hombre lo sabe, no obstante, no caerá en su juego, esa mujer se ha acostado con medio pueblo mientras su marido finge que no darse cuenta y Arturo Morgan no será uno más de esa lista.
Margaret Mark es una mujer muy bonita y sabe muy bien cómo seducir a un hombre para que haga lo que ella quiere, sin embargo, sus artimañas no funcionan con Morgan, a él no le gustan la mujeres atrevidas; a la única que se lo permite es a Leslie Sun, su prostituta favorita, claro que con ella no hay más relación que la que tienen en la cama, por lo tanto, tampoco cuenta.
―¿Qué pasa, Morgan? ¿Y esa cara? ―exclama Jeff Donovan, el sheriff del pueblo, mientras se acerca al aludido.
―Sheriff Donovan, no lo había visto, pensé que no iba a venir.
―Estaba arreglando unos asuntos en Harley, regresé esta mañana, y ahora me encontré con algunas cosas, por eso tardé en llegar.
―¿Problemas?
―Algo así, pero no te preocupes, nada grave.
―¿Tendremos problemas en el pueblo?
―No es momento de hablarlo. ¿Y tú? Tan solo y apartado que estás.
―Estoy escapando de la señora Mark.
―Esa víbora. No sé cómo Jason la soporta. Yo la habría expulsado de mi casa y de mi vida hace mucho tiempo.
―El hombre está enamorado.
―Eso no es amor, Morgan, eso tiene otro nombre y es cualquiera, menos amor.
Los dos hombres largan una risotada, sin embargo, la risa se congela en la boca de Arturo Morgan. Al otro lado de la plaza hay una mujer, una hermosa mujer de pelo n***o, tez blanca y ojos verdes. Una mezcla maravillosa. Jeff sigue el curso de la mirada de su amigo.
―No me digas que te gusta la chica Smith.
―¿Smith?
―Jacqueline Smith para ser más exacto, hija del viejo Louis Smith.
―¿Y qué hace ella aquí?
―Llegó hace unos días con su hermana menor.
―¿Por qué no me dijeron nada? ―reclama.
―Porque solo yo lo sabía, Jacqueline llegó a verme y me pidió que no le contara a nadie que estaban en el pueblo hasta que pasara un tiempo.
―¿Y eso?
―No tengo idea, no me quiso decir, yo creo que querían esperar a que se asentaran, qué se yo.
―Y tú le hiciste caso ―reprocha Arturo.
―No se le niega un favor a una dama ―indica el otro.
Arturo vuelve a observar a la joven. Esta vez ella lo mira con desprecio en sus ojos. La señora Rangel está de pie al lado de ella, es decir, Jacqueline Smith ya sabe todo lo que tiene que saber de él y del pueblo.
―No entiendo. Llegó con el mayor secreto y ahora se presenta ante todo el pueblo en una fiesta tan importante para nosotros, como si nada, sin presentación, como si fuera la dueña del mundo ―medita Morgan, sin mirar a su interlocutor.
―Sus razones tendrá ―responde el sheriff, relajado.
Arturo guarda silencio. Vuelve a mirar y recorre con su vista el lugar, la hija de Smith había desaparecido.
―¿Han sabido algo de los delincuentes que están atacando mi rancho? ―interroga Arturo con un poco más de molestia en la voz.
―Nada. Aparte de las letras que ha dejado en diversas partes, no tenemos nada ―responde Donovan.
―Espero que lo atrapen pronto y que lo hagan antes que yo, porque si yo lo encuentro... ―Se gira para quedar de frente al sheriff de un modo amenazante―. Lo mato.
―Estás en tu derecho, Morgan, bastantes problemas te ha dado y no queremos en este pueblo a cuatreros que nos vengan a revolver el gallinero.
Arturo no contesta. En realidad, el daño no es tanto como la molestia que le provoca.
Al sheriff Donovan lo llama uno de sus hombres y Arturo vuelve a quedar solo, aunque no por mucho rato.
―¿Viste a la recién llegada? ―pregunta, alegre como es él, Charly Doggins, el mejor amigo de Arturo.
―La divisé hace un rato.
―Es bonita.
―¿Te parece? ―responde a desgano.
―¿No la encuentras bonita?
―No sé, no me fijé ―dice despectivo.
―¡Vamos, Morgan! Es una preciosura de mujer.
―Si tú lo dices...
―¿Qué te pasa? ¿Estás enojado?
―No. Estoy un poco cansado.
―Ya y esperas que te crea. Dime, ¿qué te pasó?
―No me gustó esa mujer.
―¿Quién?
―Jacqueline Smith. Me da mala espina.
―¿La nueva? ¿Y eso?
―No lo sé. Todavía estoy tratando de descifrándolo, solo sé que no me gustó.
―Quizás si hablas con ella...
Arturo mira a su amigo con fastidio.
―Te estoy diciendo que no me agradó esa mujer y tú, ¿me mandas a hablar con ella?
―No la conoces, no puedes saber cómo es, Arturo, nunca has sido un hombre prejuicioso.
―Algo oculta, créeme, estoy seguro de que esa mujer nos traerá muchos problemas.
―Quizás el único problema será que nos peleemos por ella ―se burla Charly.
―¿Cómo quieres que te diga que esa mujer, no me gustó, ni me gusta, ni me gustará? No necesito conocerla para saber que no quiero saber nada de ella ―replica más enojado aún.
―¿No será porque es hija del viejo Louis?
―Eso es un factor, no lo niego, Smith dejó un reguero de deudas y timos.
―Es un factor determinante al parecer.
―Puede ser. Ella... No... ¿Sabes que lleva aquí varios días?
―Me acabo de enterar. La señora Rangel dice que lleva aquí dos semanas.
―¡Imagínate! Una mujer que se esconde así y que luego aparece en un evento público... Permíteme que dude de sus buenas intenciones.
―No digo que tenga buenas intenciones y no puedes condenarla por no llegar con bombos y platillos, quizá, necesitaba instalarse y conocer un poco el lugar al que habían llegado.
―No necesitaba esconderse para eso.
―En eso tienes razón, aunque si lo piensas bien, quizá quería tantear el terreno, sobre todo por el lugar donde se está quedando.
―¿Sabes dónde se está quedando?
―¿No lo sabes? ―pregunta el amigo sorprendido.
―No tengo idea. De ella nadie me ha informado nada. Acabo de enterarme que llegó al pueblo, ¿qué parte de eso no te quedó claro?
Doggins expande su pecho al aspirar mucho aire.
―En la vieja cabaña Smith ―suelta con dificultad.
―¿¡Qué?! ―Arturo se espanta―. ¿Se está quedando en mi casa y yo no lo sabía?
―Creí que te lo habían dicho.
―Pues no, no tenía la más mínima idea.
Charly hace un gesto de culpa y lástima. Su amigo está en realidad enojado y duda mucho que las recién llegadas puedan quedarse a vivir en la que fue la casa del padre de ellas. Doggins sabe que Arturo es un buen hombre, justo y bondadoso, firme contra las injusticias y sin temor a luchar por sus valores.
―Arturo, no las emprendas contra ellas, son dos mujeres solas, recuerda eso, por favor, no tienen a nadie que las ampare.
―¿Ellas?
―Las dos hijas de Louis Smith.
―¿Y eso les da derecho a usurpar mi casa?
―Hasta hace un tiempo era de su padre.
―Ya no.
―Quizás ellas no lo saben.
―Eso no les da derecho a llegar como un par de ladronas e instalarse en mi casa.
―Puede ser que tengan miedo, están solas, no debe ser fácil tener que luchar solas contra el mundo y con un padre timador, su fama las precede.
―Sí, y al parecer sacaron las mañas de su padre.
―Han de haber estado desesperadas.
Jacqueline Smith queda en el campo visual de Arturo Morgan, sus ojos se encuentran unos segundos. La verde mirada de la mujer lanza chispas de odio a las oscuras pupilas del hombre, quien no lo hace mejor. El odio entre ambos es patente y, al parecer, no habrá entre ellos acuerdo.
―Arturo ―le habla Charly.
―Créeme que, si no estuviéramos en esta fiesta, iría y la sacaría a patadas de mi casa ahora mismo.
―Es una mujer, Arturo; Jacqueline Smith, aunque sea hija de ese hombre, no merece que la trates mal. Tiene miedo, se le nota.
―Jacqueline Smith ―articula el hombre―. ¿Te das cuenta, Charly?
―¿Qué?
―JS, Jacqueline Smith.
―¿Qué estás pensando?
―Jacqueline Smith es quien se mete cada noche a mi rancho a hacer vandalismo. Es ella, son sus iniciales.
―¡Es imposible! ¡Mírala! Es una indefensa mujer.
―¿Imposible? Piensa, Charly, hace casi dos semanas que comenzaron los ataques a mis tierras, se meten, sueltan a los animales, desparraman el trigo, botan la comida. ¿Cómo no lo pensé antes? No son actos de un hombre, mucho menos de un forajido; más parecen los caprichos de una mujer despechada. Y su inicial es JS.
Doggins queda pensativo, su amigo, en cierto modo, tiene razón.
―Le tenderé una trampa de la que no podrá escapar y no le quedarán ganas de quedarse en mi pueblo.
―No la vayas a lastimar ―ruega Charly.
Arturo clava su mirada en la de su amigo.
―No usaría mi fuerza física contra una mujer, eso está descartado, pero que se merece una lección, debes estar de acuerdo conmigo en que se la merece.
―Morgan ―suplica una vez más un asustado Doggins.
―Esa mujer me las pagará, sí, señor ―sentencia el latifundista.
La fiesta continúa en tranquilidad. A Morgan le apetecería retirarse, sin embargo, no lo hace, prefiere quedarse allí a vigilar que todo marche en paz y que esa mujer no se vaya, si lo hiciera, lo más probable es que fuera a su fundo a hacer de las suyas.
Se acerca a la barra de las bebidas y toma un vaso de whisky que lo bebe de un sorbo. Se da la vuelta y ve a una joven desconocida para él que conversa muy animada con el joven Hiddle, Tommy, quien parece muy entusiasmado con aquella niña. Según sus cálculos, debe ser la hermana de Jacqueline, Jessie. La niña, pues a ojos de los treinta años de Morgan, los quince años de Jessie sigue siendo una niña, es todo lo contrario a su hermana, mucho más parecida a su padre: rubia, de ojos azules, menuda y muy sonriente.
Piensa en acercarse a conversar con ella, parece mucho más afable que la amargada de Jacqueline, quien se cruza justo en ese momento en su campo visual y cubre con su presencia a su hermana, que ni cuenta se da de lo que sucede. Arturo avanza sin mirar más que a la odiosa recién llegada, por lo que no se da cuenta que una incipiente pelea se gesta a un costado de ella.
―¡Idiota! ―Arturo reacciona al grito y mira en dirección a la disputa.
Uno de los hombres del aserradero de Robert Herman golpea a su hermano y en el altercado, empujan a Jacqueline. Arturo reacciona y corre los pasos que le faltan hasta la mujer para alcanzar a sujetarla antes de que caiga con estrépito al suelo que, en vez de eso, choca con el hombre.
―¿Se encuentra bien? ―le consulta él con preocupación.
Ella recorre su rostro y luego, cuando reacciona, le da unos manotazos para apartarlo.
―Hey, solo quería ayudarla ―protesta él ante la resistencia de la joven.
―No necesito su ayuda.
―Al parecer no necesita nada de nadie si no fue capaz de anunciar su llegada como corresponde.
―No tenía obligación de hacerlo.
Los hombre de Herman siguen peleando hasta que aparece el sheriff acompañado de su asistente, el alguacil Watson.
―Lo siento, pero no tengo tiempo para usted, hay cosas más importantes en este momento, ya hablaremos. Permiso.
Morgan pasa por el lado de Jacqueline para ir a ver a los hermanos que pelean.
―Imbécil ―masculla la joven sin moverse de su lugar, aun así, Arturo la escucha muy bien.
Se voltea y respira muy cerca de su oído a su espalda.
―No me provoque, Jacqueline. Yo no le he hecho nada para que me trate de esta forma... Todavía.
Y se va sin volver a mirar atrás. Por primera vez odia a esos dos que viven peleando por cualquier estupidez.