Ely
Siempre me he portado bien, especialmente para Jayden, a quien nunca querría decepcionar, pero su orden de que Kevin no ponga un pie en esta propiedad me parece irracional e injusta. ¿Por qué no voy a poder invitar a un amigo? Jayden ha insistido en que su casa también es la mía. Si eso es cierto, pienso, debería poder invitar a gente.
Así que, desafiando las órdenes de Jayden, no cancelo mis planes con Kevin, pensando que puedo contar con que mi padre estará fuera cenando al menos tres o cuatro horas y que no hay razón para que se entere.
Es un poco incómodo cuando llega Kevin. Está tan tranquilo como siempre, pero yo me cuestiono todo lo que digo, preguntándome si sé cómo hablar con mis propios compañeros después de pasar tantas semanas sola, matando el tiempo en un apartamento que no podía permitirme dejar. Bajamos al estudio y ponemos una película tonta de comedia; es más fácil cuando no tenemos que hablar. Al cabo de un rato, Kevin me rodea con el brazo y, de algún modo, cuando terminan los créditos de la película, ya nos estamos besando.
La última vez que hicimos esto fue unos días antes de que mi madre se fuera. Apenas recuerdo lo que sentí. Habíamos estado bebiendo cerveza y lo único que recuerdo es el sabor del alcohol en su boca y en la mía.
Esta vez todo es más intenso. Su lengua es áspera y suave al mismo tiempo, penetra profundamente en mi boca y se mueve con rapidez. Deslizo las manos por su espalda y él empieza a moverse hacia mí, haciéndome retroceder hasta que me tumbo con él encima. Aprieta todo su cuerpo contra el mío y se aprieta entre mis piernas, y noto la dura longitud de su erección. Una tensión caliente se enrolla en mi interior.
He tenido sexo con una persona antes. Damon era un actor de dieciocho años que participaba en una serie en la que mi madre estaba adicionando el año pasado, y ella le invitó a cenar. Los tres comimos pizza y, de repente, ella se levantó, anunció que iba a salir y se marchó. Damon y yo nos besamos esa noche y salimos varias veces después. Perdí mi virginidad con él en el sofá del apartamento que compartía con cuatro compañeros de piso cuando todos dormían, y luego lo hicimos otra vez en la parte de atrás de su coche. Fue todo bastante poco excepcional, pero ahora, con Kevin, me pregunto si esta vez será mejor.
Acostarme con Kevin sería más estratégico que otra cosa. Es guapísimo y es popular, pero no es mi tipo. Hay algo inmaduro en él. Es un patán rico. Pero ser su novia me facilitaría las cosas en la escuela.
La cabeza me da vueltas. No es un gran besador, pero Kevin y me complace saber que Kevin tiene ahora mismo su lengua en mi boca y su polla dura presionándome, como si fuera un logro. No puedo dejar de besarlo, aunque una pequeña parte de mí empieza a preguntarse a qué hora es probable que Jayden llegue a casa.
—Kevin—, digo finalmente, apartando mi boca de la suya para hablar, —Kevin, mi padre.
—¿Tu padre qué?— respira, todavía apretando su erección contra mí.
—Él... va a estar en casa pronto. Se supone que no debo recibir a nadie.
—¿Hablas en serio?— Parece dolido. —¿Quieres parar?
—No. No quiero parar. Es que... no sé. ¿Y si nos pillan?
—Vamos a tu habitación, entonces. ¿Puedes cerrar la puerta?
Dios mío, si Jayden se enteraba de que tenía un chico en mi habitación... —No, no podemos. No lo sé. Quizá deberíamos parar.
—Vamos—, vuelve a presionar su boca contra la mía, como si pudiera distraerme con un beso.
Me aparto. —No conoces a mi padre. Es estricto.
—Vamos—, se queja. —Me la has puesto dura—. Aprieta su entrepierna contra mí para mostrármelo.
—Lo sé, lo siento—. Giro la cara hacia un lado cuando se inclina para besarme, y él capta la indirecta, sentándose con un resoplido.
—¿No puedes chupármela al menos? No tardaré mucho.
Sopeso rápidamente mis opciones. No quiero que Jayden llegue a casa y encuentre a Kevin aquí, pero estamos en el sótano y, si me dejo la ropa puesta, podría sacarlo rápidamente por la puerta del patio y subir corriendo a fingir que estoy viendo una película si oigo entrar a Jayden.
Y estoy excitada y cachonda. La idea de ver la polla de Kevin, de tenerla en mi boca, es excitante. Las cosas nunca volverían a ser lo mismo entre nosotros después de eso.
—Vamos—, dice, percibiendo mi indecisión, y yo tuerzo la boca mientras me pongo de pie y me arrodillo entre sus piernas.
—De acuerdo.
—Dios, sí—, jadea, se baja la cremallera y saca la polla. La aprieta con los puños y la dirige hacia mi boca.
Tiene un aspecto sorprendentemente anodino, algo menos de lo que esperaba aunque solo haya visto el pene de Damon, pero me inclino hacia delante y me lamo los labios antes de metérmela en la boca.
—Sí—, jadea, moviéndose hacia delante y hacia atrás de un modo que me pilla desprevenida y me hace perder el ritmo. Rodeo su pene con una mano para mantenerlo en su sitio, pero él sólo empuja con más fuerza contra mi mano, hasta que me siento como una participante indefensa en algo para lo que no soy realmente necesaria. Presiono con la mano, intentando ser sutil pero recuperando el control para poder hacer lo mío.
Me rodea la nuca con una mano. —Me voy a correr muy pronto—, gime, y suena más como una petición de paciencia que otra cosa. Bombea con más fuerza y rapidez dentro de mi boca y yo desisto de intentarlo, congelándome inútilmente en mi sitio mientras él usa mi boca.
Por un momento, el único sonido es un húmedo golpeteo, interrumpido por la pesada respiración de Kevin, hasta que una furiosa voz atronadora rompe el aire.
—¡Ely!
El pánico me recorre tan rápido que casi muerdo la polla de Kevin al girar la cabeza. Kevin jura en estado de shock y oigo cómo intenta subirse la cremallera de los pantalones.
Mi padrastro está de pie en la puerta del estudio, con una aterradora mirada de fuego infernal en el rostro. Nunca le había visto tan enfadado. Le salta un músculo de la mandíbula, sus ojos son acerados y duros, y parece realmente... peligroso.
—¡Papá!— Se me escurre la sangre de la cara. Prestaba una atención al menos parcial a cualquier sonido que pudiera alertarme de su llegada. Su casa, perfectamente diseñada, debía de estar tan insonorizada que ni siquiera se oyó un crujido cuando bajó las escaleras hacia el sótano.
—¡Lo siento, Señor!— suelta Kevin, dirigiéndose a Jayden. Hay más tanteos y quizá el sonido de que se levanta, pero sigo sin poder apartar los ojos de Jayden.
—Arriba, ahora mismo—, dice Jayden, con una voz fría y asesina. —Los dos.
Se da la vuelta y sube las escaleras sin decir nada más y yo me levanto para seguirle sin mirar atrás.
—Papá—, le suplico mientras subo las escaleras tras él. —Lo siento.
Me ignora, sube la escalera hasta el primer piso y cruza a grandes zancadas el suelo del salón.
No recuerdo la última vez que me sentí tan mortificada. Mi caja torácica está implosionando, sofocando mis pulmones. Mi padrastro acaba de pillarme chupándole el pene al chico que me prohibió invitar. Me siento mortificada por mí misma, por Kevin e incluso por Jayden. Me mortifica que me hayan pillado mintiendo de la peor manera, no sólo porque Kevin haya venido, sino también porque juré que no pasaría nada. La vergüenza me viene de todas partes.
Jayden se vuelve para esperarnos en el pasillo de entrada. Detrás de mí, los pasos de Kevin son rápidos y sorprendentemente ligeros.
—Es hora de irte, hijo—, dice Jayden, cruzando los brazos sobre el pecho mientras Kevin pasa corriendo junto a él y recoge sus zapatos.
—Sí. Sí. Lo siento mucho señor, lo siento—, dice efusivamente. —Te llamaré, Ely.
Abre la puerta y se despide débilmente con la mano antes de dejar que se cierre tras él con un chasquido sólido y perfectamente ponderado. Jayden me mira.
Ni siquiera se enfadó tanto cuando me llevé su coche sin preguntar cuando tenía dieciséis años. Sus fosas nasales se hinchan y su pecho se agita bajo el peso de sus brazos.
—¡Papá, lo siento!— Las lágrimas amenazan.
Sus ojos se abren de par en par, furiosos. —¿Cómo te atreves?—, muerde, desplegando los brazos y apuntándome con un dedo. —Fui muy claro al decirte que no viniera, Ely, y vengo a casa a buscarte... a encontrarte.
—¡Simplemente... sucedió!— Todo lo que digo suena quejumbroso y lastimero, pero me siento frenética. Esto podría ser lo peor que he hecho nunca. ¿Y si Jayden está tan disgustado conmigo que nunca podrá perdonarme? ¿Y si me echa de su casa? ¿Adónde iré entonces?
Da un paso hacia mí y su cara es tan estruendosa que instintivamente doy un paso atrás, sintiendo que mi talón golpea la pared detrás de mí. —¿Simplemente pasó?— Su cara está pegada a la mía. —¿Fue sólo un accidente, entonces? ¿Caíste de rodillas?
Parpadeo, mi respiración se acelera. No sé qué decir, y nunca le había visto tan enfadado.
Da miedo.
Un músculo de su mandíbula salta mientras me mira fijamente, su respiración llega tan rápido como la mía; puedo sentirla delante de mi cara.
Apoya una mano en la pared y se inclina hacia mí. —¿Crees que quiero ver eso?
—No, papi—, niego con la cabeza. Hacía tanto tiempo que Jayden no se enfadaba conmigo que evoco algo infantil en mí. Papi.
—¿Sabes cómo me hace sentir eso?
Vuelvo a negar con la cabeza. Su cuerpo está tan cerca que puedo sentir el calor que desprende, su tamaño y su poder me abruman mientras cierra el espacio a mi alrededor, y lo único que puedo pensar es que es mucho más grande que Kevin.
Más grande que Kevin, probablemente, en todas partes.
Me ruborizo al pensarlo.
No dice nada y yo mantengo la mirada baja, temerosa de mirarle a los ojos. Soy insoportablemente consciente de su pecho subiendo y bajando, y de su olor familiar y jabonoso. Por una fracción de segundo, me pregunto cómo me sentiría si me lo encontrara en la misma situación. ¿Si entrara en una habitación y encontrara a una mujer de rodillas frente a él?
Entonces me pregunto: ¿le bombearía con fuerza y sin pensar en la boca hasta que ella sintiera que apenas participa, o sería lento y erótico con él?
Que me lo pregunte es tan vergonzoso, además de todo lo que ya ha pasado esta noche, que me arden las mejillas mientras me sube calor por el cuello.
Como si percibiera mi incomodidad, Jayden se aparta y baja el brazo. Un aire más fresco parece pasar entre nosotros.
—Vete a tu habitación. Estás castigada.
—¡Papá!— No puedo ocultar mi indignación. He infringido sus normas y le he escandalizado con mi comportamiento, pero ya no soy una niña. Mi mirada se dirige hacia la suya. —¡Voy a cumplir dieciocho la semana que viene!
—No me importa la edad que vayas a tener, será mejor que subas a esa habitación ahora mismo, Ely. No quiero verte en lo que queda de noche.
Lágrimas calientes me escuecen en los ojos, lágrimas que no quiero que vea. Lágrimas de frustración. Lágrimas de vergüenza. Giro sobre mis talones y pisoteo con rabia la habitación, subiendo las escaleras de dos en dos. Cuando llego al segundo piso, un fuerte sollozo se apodera de mí. Corro a mi habitación e intento cerrar de un portazo la grande y pesada puerta. Se desliza uniforme y suavemente por el suelo de cemento, resistiendo la fuerza que ejerzo sobre ella, y se cierra en un apacible silencio.
Cuando era niña, Jayden era un semidiós para mí. Adoraba a mi madre -no empecé a darme cuenta de lo descarriada que estaba hasta los doce años-, pero Jayden no podía hacer nada mal.
Mi madre era la divertida, la artística, la salvaje. Me animaba a hacer lo que quisiera. Jayden ponía todas las reglas.
Pero me encantaba su estructura y su fiabilidad. Cuando nos mudamos con Jayden, empecé a cenar todas las noches. Por primera vez en mi vida tenía una rutina para acostarme. Me encantaba cómo me arropaba, me leía un cuento y me besaba en la frente, justo en el entrecejo. A veces estaba mi madre, a veces no. Pero en cuanto Jayden entró en mi vida, todo se estabilizó... al menos durante ocho años, hasta que Molly tuvo que hacerlo saltar todo por los aires.
Esa estabilidad, esa rigidez que me encantaba, la necesitaba de niña. Era seguridad en un mundo aterrador. Pero en el último año han pasado muchas cosas. Ya no soy una niña, y he pasado mucho tiempo sin vivir según las reglas de nadie.
Me pongo boca abajo y miro el móvil. Ha pasado una hora y Kevin vive a menos de diez minutos. Pensé que me habría mandado un mensaje.
"Lo siento", le envío un mensaje y me quedo mirando el móvil un rato, deseando que me responda. Pero no pasa nada. Dejo el teléfono y me tumbo boca arriba con un suspiro.
Quizá lo que necesito son reglas. En un momento tenía la polla de Kevin en la boca y al siguiente estaba deseando que fuera la de mi padrastro. No es normal pensar así, pero cuando recuerdo a Jayden inclinado sobre mí, la sensación me vuelve a la mente. El calor y la tensión; cómo el deseo me tenía tan poseída que parecía que bastaría un segundo más para que hiciera algo impulsivo y loco.
Como inclinarme hacia delante y besarle.
Y entonces pienso la cosa más loca. Ha besado a mi madre miles de veces. En todo ese tiempo, me pregunto, ¿alguna vez pensó en cómo sería besarme a mí?