Capitulo 5

2704 Words
Jayden Llevo un whisky a mi habitación y me detengo un momento ante la puerta de Ely. Si fuera una niña, entraría en su habitación y me sentaría en el borde de su cama para que pudiéramos hablarlo. Así nadie se iría a la cama enfadado. Pero ella no es una niña. Está muy claro que no lo es, ya que la pillé haciéndole una mamada a un chico en mi sótano, y no tengo ni idea de cómo hablar de esto con ella. Los niños tienen sexo a la edad de Ely. Dios sabe que yo lo hice. Ya no tiene ocho años y siento que ahora no conozco las reglas. Bebo mi whisky en la cama, viendo las noticias e intentando distraerme de los irritantes acontecimientos de la noche. Nunca debí aceptar salir con Chloé. La verdad es que me siento solo. He estado solo desde que Molly y yo nos separamos. Pero eso no es excusa para mi falta de juicio. Miro la tele sin pensar, con pensamientos amargos sobre el adolescente tarado que husmea alrededor de mi hija y sobre mi propia soledad, pero ni siquiera las interminables malas noticias del mundo consiguen distraerme. Al final me preparo para irme a la cama y caigo en un sueño intranquilo. Sueño con Chloé. Estamos en el coche y ella tiene su cabeza entre mis rodillas. —Papi—, murmura, rodeando mi pene con los labios y succionándome profundamente en el cálido abrazo de su boca. —Buena chica—, le digo, cerrando los ojos y pasándole los dedos por el pelo. Pero su pelo no es tan liso y sedoso como esperaba. Es suave y espeso, y abro los ojos y miro hacia abajo para ver el pelo rojo de Molly en mi regazo. —Molly—, respiro, gimiendo y metiendo mi polla más profundamente en su boca. He echado de menos la boca de mi mujer. Levanta la cabeza, levanta los ojos hacia mí y se retira mientras recorre mi m*****o con la lengua. Grandes y brillantes ojos enmarcados por unas pestañas sorprendentemente oscuras... —Papi—, ronronea. No es Molly. Es Ely. Ely pasa su lengua por la cabeza de mi polla y luego se sienta y me mira con una deliciosa sonrisa en la cara. Precoz y satisfecha de sí misma, como si supiera exactamente lo que está haciendo. —¡Ely!— Grito, y me despierto... Mis ojos se abren alarmados. Por un momento me quedo paralizado, incapaz de moverme. Respiro hondo, consciente de que el corazón se me acelera, e intento calmarme. Tengo esa sensación que se tiene a veces después de un sueño, cuando aún no estás seguro de que no sea real, y desvío los ojos hacia un lado sin mover la cabeza, por miedo a que Ely pueda estar realmente allí. —Mierda. Por supuesto que no es real. Es sólo el maldito sueño más enfermo. Es mi puta cabeza enferma inventando fantasías retorcidas. Maldita sea. Me meto los dedos en el pelo, tiro de él y siento con satisfacción los pequeños pinchazos de dolor en el cuero cabelludo. Me merezco todos esos pinchacitos de dolor. No ayuda que tenga una jodida erección furiosa. Mi polla palpita, dolorida, necesitada, y cuando la rodeo con la mano, se estremece. Mierda, estoy empalmado. No me he corrido esta noche y está claro que lo necesito, así que empiezo a acariciarme el pene sabiendo que es justo lo que necesito para volver a dormirme. Me sacudo al recordar a Chloé en el coche, apretándose contra mí. Chloé en el restaurante diciéndome que —papi va a estar muy ocupado—. Me gustó cómo lo dijo. El recuerdo de Chloé con su vestidito rojo es bonito. Imaginármela con algo aún más travieso es mejor. Imagino a Chloé con un uniforme de colegiala, atrevida pero inocente. Ahora estamos fuera del coche, y ella se inclina sobre el capó, mostrándome sus braguitas blancas bajo la falda. —Mierda—, suspiro en voz alta, con la necesidad creciendo como una presión dentro de mí. Me acaricio aún más rápido, más fuerte, necesitando correrme, imaginándome empujando esas braguitas a un lado para exponer su dulce y apretadito coñito. Pero no es a Chloé a quien imagino ahora. Chloé, que está en sus veintes y que ha tenido mucho sexo antes. Es Ely. Ely que, en bragas blancas, sería realmente toda inocencia. Ely, mi hijastra. Ely, que está completamente prohibida. En mi fantasía, agarro toda esa larga cabellera pelirroja y hago una coleta con ella en mi puño, tirando de su cabeza hacia atrás y frotando la cabeza de mi polla contra la diminuta, apretada y húmeda entrada de su coño. Antes de que pueda imaginarme metiéndome dentro de ella, me corro con un grito ahogado, mi semen caliente y pegajoso salpica mi mano y la euforia me invade en oleadas. Tengo que respirar profundamente -una, dos, tres grandes bocanadas de aire- mientras mi ritmo cardíaco vuelve a la normalidad y las oleadas de calor pasan sobre mí. Cuando por fin me limpio y me doy la vuelta para dormir, lo hago bajo una nube de vergüenza. Me pasa algo malo. Hay algo retorcido en mí. *** Ely Por la mañana, me quedo en la cama más tiempo de lo habitual para no ver a Jayden. Estoy a partes iguales enfadada con él por castigarme y culpable por desobedecerle. Suspiro. Al final, me recojo el pelo -demasiado pelo, creo, como siempre- en un moño desordenado, me pongo unos pantalones de yoga y bajo las escaleras. Jayden está en la cocina junto a la cafetera, que ruge mientras escupe su café. —Buenos días. —Buenos días, Ely—. Levanta los ojos hacia mí sin girar la cabeza. Mis hombros se tensan de irritación. No quiero tener este enfrentamiento. Ojalá no hubiera pasado lo de anoche. Es sábado por la mañana y, por una vez, Jayden no está vestido para ir a trabajar con su habitual traje de chaqueta. Lleva un pantalón de chándal gris y una camiseta blanca que se ciñe a la sólida musculatura de su pecho y sus brazos. Mi padrastro no duerme mucho, y así es como consigue estar extraordinariamente en forma para ser un adicto al trabajo. Su secreto es que antes de empezar su jornada de doce horas en un despacho, se levanta antes del amanecer y hace ejercicio durante casi dos horas. Es agotador sólo de pensarlo. Saco el jugo de naranja de la nevera y cojo un pesado y caro vaso de agua de un armario lleno de vasos a juego. Es todo un contraste con cómo eran las mañanas hace sólo una semana en el apartamento. El grifo de mierda que goteaba por la base cuando echaba agua, que era lo único que tenía para beber. Desde luego, no había jugo de naranja recién exprimido. No había una panera bien apilada y un paquete de bollos recién hechos. Si hubo alguna vez en la que estuve verdaderamente castigada, fueron las cinco semanas que pasé solo en aquel apartamento, sin dinero para comida ni para nada. Nada podría ser así con Jayden. Él nunca me abandonaría. O al menos, nunca lo ha hecho antes. Pero lo que pasó anoche me parece lo peor que he hecho nunca. Después de aquello, no sé si podrá volver a verme de la misma manera. Agarro un bollo mientras el último poco de café de Jayden escupe en su taza, él la levanta de la máquina y se da la vuelta con la respiración entrecortada y tensa. A pesar de mí misma, me fijo en la tabla que es su vientre bajo la camisa y luego algo peor: antes de que pueda evitar que mi cerebro vaya allí, percibo la sugerencia de algo pesado moviéndose en la parte delantera de sus pantalones de chándal mientras se echa hacia atrás y cruza los tobillos. Me recorre un destello de calor abrasador. Es vergüenza mezclada con algo más... vergüenza y... oh Dios, una breve descarga de excitación. Se me calientan las mejillas, aprieto los labios y levanto la barbilla desafiando mis extraños e inapropiados pensamientos. —Cariño—, dice secamente, como si intentara que su voz sonara suave, pero no lo consigue. Parece enfadado y cansado. —¿Podemos sentarnos y charlar, por favor? —Claro. El tono de su voz me pone nerviosa. Me gustaría que por una vez estuviera tranquilo, relajado. Siempre está tenso, al borde de alguna emoción, luchando con el autocontrol. Molly y él son polos opuestos, creo, le siguen hasta la mesa del comedor y se sientan donde él indica. Me pregunto si eso es lo que les gustaba el uno del otro. Ella es de espíritu libre y divertida; él es rígido y serio. Aunque... lo extraño es que en el fondo ambos son lo contrario de sí mismos. Molly es un hervidero de ira bajo sus grandes sonrisas e ideas descabelladas, y Jayden es cálido, cariñoso y sincero bajo la superficie de su tensión casi constante. Intento tenerlo en cuenta cuando se sienta a la cabecera de la mesa y se pasa una mano por la barba incipiente antes de hablar. —Sé que probablemente te has acostumbrado a vivir según tus propias reglas—, empieza, sin apartar los ojos de su taza de café mientras habla. —Y Dios sabe por lo que has pasado. Pero a tu edad, cariño, todavía hace falta un adulto en tu vida.. Le corto antes de que pueda continuar. —Tengo dieciocho años. Le agradezco que se preocupe por mí, de verdad, pero tiene razón: me he acostumbrado a cuidar de mí misma. Y ya soy mayorcita para hacerlo. Levanta los ojos con fastidio y los fija en los míos. —Tienes diecisiete años—. Su fina capa de paciencia se evapora. —Estás en el instituto. Y colaste a ese chico aquí en contra de mis órdenes y entonces tú... tú... Tartamudea y, sin quererlo, pongo los ojos en blanco. —¿Se trata de sexo?— acuso. —Porque no sé cómo era en tu época, pero sí, los chicos de mi edad tenemos sexo, ¿vale? Y las chicas hacemos... mamadas. Puede que me consideres una niña para siempre, pero resulta que me gusta chupársela a Kevin, ¿vale?—. Mi tono es enfadado y entrecortado, y estoy intentando escandalizarle. En realidad, no me gustó especialmente hacerle una mamada a Kevin. Pero el comentario tiene el efecto deseado. Sus fosas nasales se inflaman y sus ojos se abren de par en par. —¡Ely!—, exclama. —¿Así es como quieres darle la vuelta a esto? ¿Que soy un mojigato? El sexo ha existido mucho antes que tú, señorita, así que sí, sé algo sobre él. Y si así es como quieres comportarte, bien. No hay mucho que pueda hacer para detenerte. Pero si quieres vivir bajo mi techo, vivirás según mis reglas. No digo nada, el corazón me late desbocado en el pecho. Perversamente, que Jayden diga que sabe algo de sexo es lo único en lo que puedo concentrarme. —Siempre fui más estricto que tu madre—, continúa, con la voz infinitesimalmente más calmada. —Cuando pongo una regla, es por tu propio bien. Y cuando rompes las reglas, Ely, hay consecuencias. Te dije que Kevin no podía venir y me desobedeciste deliberadamente. Tu prioridad debe ser ponerte al día con tus tareas escolares y completar los trabajos extra que te han dado para compensar tu ausencia. No tu vida social. No chicos. Así que durante las próximas dos semanas no saldrás, nadie vendrá a casa y te centrarás en tus clases. —¡Papá! —Ely. —¿Así que estoy castigada por mi decimoctavo cumpleaños?—. Me levanto y echo la silla hacia atrás. Hace un ruido como de arañazo al patinar sobre el suelo pulido y Jayden hace una mueca de dolor. —¡Qué injusto! Estaba mejor en el apartamento. Él también se levanta, deslizando su silla hacia atrás con más cuidado, y mientras yo corro alrededor de la mesa hacia las escaleras, él habla bajo y áspero. —No digas eso—. La emoción en su voz me detiene en seco. —Nunca tendrías que haber pasado por eso—, dice con rotundidad, dando un paso hacia mí y poniéndome la mano en el hombro. —No es mejor que te abandonen, Ely. Estás mejor siendo amada. Ocurre lo último que quería que ocurriera. Me invade un torrente de emoción y, de repente, se me saltan las lágrimas. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? era una pregunta que me había hecho a menudo. ¿Por qué abandonaría una madre a su hija? ¿Era realmente un lastre volver a mí? Yo, y ese apartamento de mierda. Las lágrimas de mis ojos se derraman humillantemente, y de repente estoy llorando. —Nena. Jayden tira de mí hacia él, y yo me dejo envolver, apretando la mejilla contra el suave algodón de su camiseta, con los brazos colgando sin fuerza a los lados. Por un momento lucho conmigo misma. Algo pesado y caliente se hincha en mi pecho, un globo de dolor que sube por mi caja torácica y me oprime el corazón. Cuando estalla, es como si se rompiera un dique. La tristeza y el alivio se apoderan de mí, me apoyo en mi padrastro, rodeo con mis pequeños brazos la dura columna de su cuerpo y sollozo. Me abraza con más fuerza, con sus brazos tan grandes y firmes que podría dejarme caer sin fuerzas y él seguiría sosteniéndome, y me mece suavemente de un lado a otro. Lloro por las semanas que estuve sola, asustada y perdida. Pero también por todo el tiempo anterior. Todas las semanas y meses que le eché de menos. Solo con la impulsividad de Molly y sus caprichos. Todo el caos, el desorden y lo imprevisible. Lloro por haber decepcionado a Jayden, por haberme sorprendido con la cabeza en el regazo de un chico. Lloro porque ya no soy la niña de Jayden. —Lo siento—, me ahogo. —Siento haber sido una chica tan mala. —No pasa nada, nena—, murmura, apretándome contra el duro plano de su pecho. —No eres una chica mala. —Aunque lo soy—, sollozo. Lo soy. Desde el momento en que Jayden apareció en la puerta del apartamento, una figura reconfortante y familiar en medio de desconocidos, le he mirado de una forma que ninguna hija debería mirar jamás a su padrastro. Me dije a mí misma que era gratitud fuera de lugar, que era el hecho de que las circunstancias le hacían parecer un héroe, pero los sentimientos persistían. Me di cuenta de cosas sobre él a las que nunca antes había prestado atención: lo fuerte que es, lo alto que es. Los ángulos definidos de su cara, lo ancha y firme que es su mandíbula, con la hendidura justo en el centro. Y la pasión feroz en sus ojos oscuros, tan diferentes de su actitud fría y comedida, que insinúan algo tan poderoso en su interior. Sé que nunca podría obligar a mi corazón a latir por Kevin como late por un hombre adulto como Jayden. En las últimas seis semanas, he cambiado. He crecido. Tuve que valerme por mí misma en circunstancias aterradoras y me las arreglé; perseveré. Para mí, Kevin es un chico. Fue divertido por un momento enrollarme con él y ganar su atención, pensar en el capital social que puede ayudarme a ganar en la escuela, pero la verdad es que él no es lo que quiero. Lo que quiero es muy diferente. Y completamente prohibido. —Lo siento—, susurro, hundiendo la nariz contra él. —Te amo—, susurra, me da un suave beso en la coronilla y me mece de un lado a otro. Nos quedamos así un rato. Yo, derramando meses de dolor, y él abrazándome mientras la tormenta se abate sobre mí. Jayden, mi roca. Mi padrastro... No, el es Mi padre.
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