Capitulo 3

2593 Words
Jayden Es agradable volver a tener a Ely en casa, aunque no deja de pillarme desprevenido. Me he acostumbrado a vivir solo, sobre todo en esta nueva casa, donde no hay recuerdos de Molly y Ely. Al ver la cabeza colorada de Ely mientras se prepara un tentempié en la cocina o se tumba en el sofá, sigo teniendo visiones de Molly. Durante medio segundo es mi mujer antes de darme cuenta de que es mi hija. Crecida y rellenita. Aunque siempre será mi niña, se ha convertido en una mujer de muchas maneras en el último año. Me fijo en la figura de Ely, o respiro su aroma cuando está cerca de mí. Huele a vainilla y coco, como un dulce. Con su piel blanca y pálida, sus ojos claros cristalinos y su pelo de fuego, también lo parece. Algo delicado y rico. Mis ojos se desvían hacia los finos huesos de sus muñecas, o el largo estiramiento de su cuello, o los globos sorprendentemente llenos de sus pechos, y tengo que parpadear y apartar la mirada, sorprendiéndome a mí mismo con vergüenza. Puede que se parezca a Molly, pero no es ella. Mientras que Molly puede ser cruel, hastiada y egoísta, Ely es brillante, enérgica y amable. Hay una energía más ligera en la casa con ella dentro, y me doy cuenta de lo mucho que echaba de menos su risa fuerte y repentina, o la forma en que se siente entre nosotros cuando compartimos un momento especial. La forma en que me mira como si mi aprobación fuera lo único que le importara en el mundo, la forma en que podemos sonreírnos sin decir una palabra y cada uno sabe que es amor. Para cuando llega el viernes, sé que me vendrá bien salir de casa y romper con esta nueva conciencia de Ely que roza la fijación. Cuando llegamos a casa de la escuela, preparo la cena de Ely, me ducho y me visto, y casi estoy saliendo por la puerta cuando me avisa casualmente de que Kevin va a venir a ver una película. Me quedo inmóvil y me giro lentamente hacia ella. —¿Perdona? Me mira, confundida. —¿Es eso un problema? —Sí, es un problema—, respondo escuetamente. —Has esperado hasta el último momento para decírmelo porque sabes que es un problema. Ella parpadea, una mirada de culpabilidad aparece en su rostro. —Sólo es para una película. No va a pasar nada. —Ely—. Inclino la cabeza hacia ella. No puede pensar sinceramente que me lo creo. Por un minuto, considero cancelar la cita que tengo esta tarde. No me fío de ese chico, Kevin. Mientras debato mis opciones, me quedo mirando a Ely, trabajando la mandíbula mientras pienso. Ely lleva el pelo suelto y rizado sobre los hombros y la espalda. Lleva una camiseta de tirantes blanca y ajustada que resalta la impecable porcelana de su piel y se ciñe a las redondas curvas de sus pechos, que son proporcionales a su delgada complexión. Es bellísima. A los dieciocho, la habría devorado viva. Es imposible que Kevin no la toque. Me tiembla el pulso al recorrer con la mirada su cuello y sus curvas, y me avergüenzo de sentir cómo se me calienta la sangre. Debería salir. Me hará bien. No puedo vigilar a Ely cada minuto, tratando de proteger su virginidad. Es prácticamente una adulta. —No quiero que venga y punto—, le digo con autoridad, mirándola de arriba abajo. Odio que muchas de nuestras interacciones hayan sido así desde que llegó: yo, el padre dominante; ella, la niña malcriada. Pero después de un año con Molly como única supervisora, se ha acostumbrado a salirse con la suya. Es natural que nos cueste restablecer límites sanos. —Papá—, protesta. Le salen dos manchas rojas en las mejillas. —Si me entero de que ese chico ha pisado esta propiedad—, gruño, —estás castigada—. Atravieso el vestíbulo y salgo por la puerta antes de que pueda intentar otra súplica. *** Estoy tenso cuando llego al restaurante para reunirme con Chloé, la nueva arquitecta de mi bufete, pero mis hombros bajan un poco cuando la veo en una mesa al otro lado de la sala, saludándome con la mano. Chloé es joven, y es guapísima. Sé que no es prudente salir con alguien del trabajo, pero aceptar llevar a Chloé a cenar terminó siendo el camino de menor resistencia. Dejó muy claro su interés por mí a los pocos días de empezar su nuevo trabajo. No ha sido raro en mi vida profesional que mujeres subalternas flirteen conmigo, mujeres con fantasías de acostarse con el jefe, y suelo manejarlo con profesionalidad y cortesía, pero hay algo de travieso en Chloé que me intriga. Incluso cuando me acerco a la mesa, la forma en que me mira seductoramente, sosteniéndome la mirada con sus ojos felinos y almendrados, promete excitación. Esta cita me apetece más que ninguna otra desde hace tiempo. Empezamos con martinis y aperitivos. Chloé bebe rápido, me doy cuenta, y apenas toca la comida. Hablamos de su carrera y sus estudios, y me entero de que tiene veintiséis años, es hija de inmigrantes y trabajó como modelo antes de que sus padres insistieran en que lo dejara para centrarse en los estudios. —¿Y tú?—, pregunta. —¿Casado? ¿hijos? ¿Sueños de vida frustrados? Sonrío ante su broma. —Separado, desde hace un año. Así que supongo que mi matrimonio fue un sueño frustrado. Una niña. Ely. Ahora está conmigo a tiempo completo mientras su madre... no sé... está fuera buscándose a sí misma, supongo. —¡Oh!— Los ojos de Chloé se abren de par en par con interés. —Una niña, ¿eh? Así que eres papi—. Lo dice con coquetería, agitando el palillo de aceitunas, y me da un extraño subidón. Me sube el calor a las mejillas. —¿Cuántos años tiene Ely? No tiene edad suficiente, pienso, imágenes de Kevin centelleando en mi mente. Que Dios me ayude, será mejor que no esté en mi casa. —Diecisiete—, respondo. —Cumplirá dieciocho la semana que viene. —Ooh, dieciocho. Legal. Papi va a estar muy ocupado. Es lo más inapropiado que se puede decir de la hija de alguien, pero me provoca una excitación palpitante. Tal vez sea la forma en que lo dice, con sus ojos de gata entrecerrados y una lenta y sugerente sonrisa que se dibuja en su rostro. Se pasa una mano por el pelo n***o y liso, se lo mete por detrás del hombro y deja al descubierto la suave piel de su escote. Lleva un vestido rojo suelto y escotado que sólo le roza los pechos. Son pequeños pero turgentes y parece que no lleva sujetador. Con repentina certeza, sé que me la voy a follar esta noche. Estoy medio desesperado y lo necesito. Sonrío y le hago una señal al camarero para otra ronda de bebidas. *** Después de cenar, caminamos por el aparcamiento hasta mi coche y me ofrezco a llevar a Chloé a casa. Ella parece decepcionada. —Me gustaría, gracias, pero... pensé que tal vez podríamos ir a tu casa. —Me encantaría que pasáramos más tiempo juntos—, le digo. —Pero mi hija está en mi casa. ¿Podríamos ir a la tuya? Ella niega con la cabeza. —No puedo. Vivo con mis padres. Oh. Dios. Es lo bastante joven para vivir con sus padres. La idea me produce una punzada de culpabilidad, pero luego me recuerdo a mí mismo: tiene veintiséis años. Y está claro que hace tiempo dejó de ser menor. Por un instante, pienso en sugerirle un hotel como solución, pero es demasiado hortera. Le pongo una mano en la parte baja de la espalda y la guío hasta mi coche, decepcionado al darme cuenta de que nuestra noche se acaba. Abro el coche y subimos, girándonos para mirarnos. No levanto la mano del contacto. —Es una pena que no hayamos podido pasar más tiempo juntos. Me lo he pasado muy bien esta noche, Chloé. Me habría gustado, ya sabes... seguir conociéndonos—. Muestro una sonrisa, que ella me devuelve. —Sí. Yo también tenía muchas ganas de conocerte mejor—. Ladea la cabeza hacia mí, muy sutilmente, y yo capto la indirecta, llevo una mano a su mejilla y me inclino para besarla. Ella emite un pequeño —mmm— al separar los labios y juntar mi lengua con la suya, y yo deslizo la mano por su nuca, enroscando los dedos en su pelo y sintiendo cómo me recorre el calor. El ansia de su beso me calienta la sangre. Me sube las manos por los brazos y los hombros, me rodea el cuello con los brazos y me aprieta los pechos. Me río por lo bajo cuando se sube a la consola que hay entre nosotros y se sienta sobre mi regazo, y luego intento no gemir cuando se aprieta contra el creciente bulto de mi polla. —¿Lo has hecho alguna vez en un aparcamiento?—. Me llena de besos, apretándose contra mí hasta que me hincho. —No. Apoyo las palmas de las manos en su espalda.—Pero estoy abierto a ello.— Necesito a esta mujer aquí y ahora, sin importar las consecuencias. No podría importarme menos que trabaje conmigo. No podría importarme menos que francamente no conectáramos durante la cena. Ya sé que Chloé y yo no tenemos futuro, pero la forma en que se mueve en mi regazo me hace pensar con nitidez. Paso una mano por la sedosa tela de su vestido hasta el pequeño montículo de uno de sus pechos y noto cómo el pezón se le eriza al tocarlo. No lleva sujetador, y al darme cuenta me aprieto las pelotas. Me baja los pantalones, me desabrocha la cremallera y desliza una mano por dentro, por fuera de los calzoncillos y a lo largo de mi dura polla, haciéndome gemir. Cierro los ojos y exhalo un escalofrío cuando vuelve a subir los dedos y los mete en la cintura de mis calzoncillos, tocando la sensible cabeza de mi polla. —Papi tiene la polla muy, muy dura—, ronronea. Mierda. Mi polla se estremece entre sus manos cuando la primera gota de semen humedece la cabeza. —¿Le gusta a papi?—, me susurra provocativamente al oído. —Sí—. Mi voz suena tan tensa y urgente como me siento de repente. Gira la palma de la mano sobre los huevos y vuelve a deslizarla hacia arriba, provocándome una oleada de placer. —Dime, papi. Dime cuánto te gusta. Dios. —Eso está muy bien, cariño—, me las apaño, con los ojos en blanco. —Haces que papi se sienta muy bien—. Mis propias palabras amenazan con llevarme al límite. —Eres una buena chica. —Sí—. Puedo oír la sonrisa en sus palabras. —Te gusta, ¿verdad? Sabía que te gustaría. Eres un papito muy sucio, ¿verdad? —Sí—, resoplo. —Sí—. Mierda, ya me voy a correr. Me voy a correr demasiado rápido. —Podríamos hacer esto regularmente si quisieras, papi. Si quisieras una niñita con quien jugar. Podría ser tu niña a largo plazo. Estoy justo en el borde, a un pelo de correrme, cuando siento que mi liberación se aleja, justo fuera de mi alcance. No, pienso desesperadamente. No. —No—, suspiro en voz alta. Mierda, no, siento que mi orgasmo retrocede y lo necesito tanto. Mi polla empieza a ablandarse. Estaba tan cerca. —¿No?—, pregunta ella, con un tono radicalmente distinto, más agudo y menos aterciopelado. —¿Qué quieres decir? Su mano deja de moverse. —No, quiero decir...— Suelto un suspiro frustrado mientras mi pene se ablanda notablemente. —Mierda. No sé qué ha pasado. Estaba tan cerca. Ella suspira, y saca sus manos de mis pantalones. —¿Fueron las palabras que usé? Ahora me toca a mí suspirar. —No—, digo, —no es eso—. Luego: —No sé. Tal vez un poco. Lo siento. Creo que se me ha subido un poco a la cabeza. La verdad es que el comentario de Chloé me ha hecho pensar demasiado en mi hijastra, pensamientos que me hacen sentir culpable y confuso. —¿Sobre qué? ¿De qué se trata? —Creo que...— Doy un largo suspiro. —Creo que tenemos que ir más despacio, Chloé. Lo siento. No sé si esto es una buena idea. —¿Qué? ¿Lo dices en serio? ¿Ahora? ¿Esto no se te ocurrió hasta que mi mano estaba en tus pantalones? —Lo siento.— Mierda. —Lo siento mucho. Creo que me dejé llevar y no estaba pensando con claridad. —Sí—, se burla, subiendo de nuevo sobre la consola al asiento del pasajero. —Esa charla de papi realmente te puso de cero a cien, ¿eh? ¿No podías pensar con claridad hasta que lo arruiné? —Chloé—, alcanzo su brazo y lo toco ligeramente. Parece petulante y dolida. —Lo siento mucho. Eres una mujer preciosa... —Pero no quieres follarme—, me interrumpe, cruzando los brazos sobre el pecho y frunciendo los labios. —O salir conmigo. —Te mereces algo mejor que sexo de primera cita en un aparcamiento—, intento, pero ella se burla. —Tenemos que trabajar juntos todos los días, y tú eres joven. Muy joven. Tengo cuarenta años—. Suspiro. —Creo que he hecho un gran lío de esto. Lo siento. Esto no me gusta. —Creo que vamos un poco deprisa—, añado con desgana. Ella levanta una ceja. —¿He ido demasiado lejos? Se te ha puesto dura cuando te he llamado papi. —No—, respondo enfáticamente. —No demasiado lejos. Eso fue... realmente sexy. No sé. Supongo que eso también me afectó un poco, por nuestra diferencia de edad. Porque no puedes ser mi niña. Porque ya tengo una. Pienso. No dice nada más, arranco el coche y salgo del aparcamiento. Me da indicaciones, pero por lo demás conducimos en silencio hasta que entro en su calle. —Está bien, sabes—, dice ella. —Para ser sincera, no creo que seas lo bastante mayor para mí. Mis cejas saltan de sorpresa. —¿Lo bastante mayor? Me lo indica con la mano y me detengo delante de una pequeña casa ordenada con una valla blanca. —Sólo busco a alguien con quien divertirme, Sr. Jayden. Me estremezco al oír sus palabras, por la forma en como lo dice, una formalidad deliberada. —Si alguna vez quieres divertirte—, continúa, abriendo la puerta del coche. —Llámame. Cierra la puerta antes de que pueda responder y la veo abrir la verja y acercarse a la puerta principal. La cortina de la ventana delantera se descorre y un anciano mira hacia fuera, primero a Chloé y luego a mí. Me mira como yo miro a Kevin. La mirada de padre protector. La conozco bien. Hacía mucho tiempo que un padre no me ponía los pelos de punta. Giro el contacto y arranco antes de que llegue a la puerta.
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