Capítulo 6

1981 Words
Gracias a Dios el ascensor se detuvo en el segundo piso, pues solo había bajado tres, pero en vez de bajarse la mujer y el niño, la señora Samantha corrió a la puerta, colocando la mano frente a ellos; en ese momento no había nadie en el pasillo, la señora Samantha vio a la mujer con una cara de vergüenza, quiso pedirle disculpas con la mirada, pero era tarde, el ascensor cerró sus puertas, llevándose a la mujer y el niño con sus ojos aterrados. La señora Samantha estaba muy agitada, agarrándose el pecho con la mano derecha, su respiración había aumentado al menos dos veces más. El pasillo estaba solo, «quizás es el momento de partir» pensó la señora Samantha en ese momento, mientras pensaba en Julián, Fred y Mours, sus tres hijos; los cuales no había visto desde hacía ya muchos años. Sus tres hijos que estaban en el ejército habían conseguido que su madre saliera en un barco alemán, huyendo de las recientes masacres. Su hijo Julián le había prometido a su madre que pronto todos se reunirían de nuevo en las tierras caribeñas, sin embargo, meses después, la señora Samantha había recibido tres cartas. Todos esos sentimientos y recuerdos fueron suprimidos, en el momento que su enfermedad fue avanzando, bloqueando la verdad. Allí se encontraba aún la señora Samantha jadeando en el pasillo, tratando de vivir, aferrándose a sus últimos recuerdos que le quedaban, los cuales atesoraba como si fuera la piedra más preciada. A los minutos si ritmo cardíaco volvió a sincronizarse de forma normal, sus ojos se encontraban cerrados, allí parada, parecía una estatua de cera, estaba callada, como si de un momento a otro hubiese encontrado la paz. La señora Samantha, abrió sus ojos, encontrándose en un gran pasillo, su rostro estaba inexpresivo en ese momento, no sabía, dónde estaba, ni mucho menos a dónde iba. Un gran miedo invadió a la señora Samantha en ese momento, la cual tenía cara de aterrada. Pero de pronto apareció un joven, alto guapo, tenía un hermoso cutis, parecía haber salido de un comercial de acné. Su cabello castaño peinado hacia atrás, de una forma impecable y lineal, sus ojos eran del tipo oriental, un poco pequeños, parecía tener algunos rasgos asiáticos. Era delgado, pero con músculos bien definidos, parecía una versión más guapa de Bruce Lee. Estaba vestido como un motorizado, con una chaqueta de cuero marrón abierta, debajo llevaba una franelilla blanca, y un jean azul, con unas botas negras que llegaban hasta debajo de las rodillas. Sujetaba unos lentes oscuros sobre si mano derecha ya con la otra mano sujetaba la hebilla de su correa, era la mezcla entre un motociclista y un pueblerino. —Disculpe señora —dijo el joven mientras se pasaba la mano sobre su cabello —puede indicarme dónde vive Mario, el escritor —sus lentes estaban en ese momento en sus labios rosados mordiéndolos suavemente, mientras su otra mano, estaba sobre la pared. Este joven parecía ser un joven seductor, el cual parecía estar insinuándosele en ese momento a la señora Samantha, la cual no lo vio como algo inapropiado o indebido. La señora Samantha miró a todos lados, luego le sonrió al joven. —Por aquí —le dijo ella, enganchando sus dos manos, sobre el bíceps del joven, el cual esbozo una bella sonrisa en ese momento. A la señora Samantha no le gustaba mucho la idea de llevar a este hombre tan guapo a la casa de ese hombre tan repulsivo, pero sin embargo aprovecho la situación para sentir el músculo de aquel galán, caminando mientras sonreía. Al llegar frente a la puerta de Mario, la señora Samantha, golpeó la puerta fuertemente, mientras se dirigía de nuevo a su casa. —Permítame, bella dama —le dijo el joven, tomando las llaves de su mano, para abrir el candado por ella. La señora Samantha estaba muy emocionada con tanta atención, su sonrisa parecía llegarle de oreja a oreja. —Gracias —le dijo ella al jovencito. —No hay de que —contestó el apuesto galán. Luego junto las manos de la señora Samantha, dándole un tierno beso en medio de sus dos puños, por lo cual la señora Samantha se sonrojo en ese momento. Luego entró a su casa cerrando la puerta lentamente, había pasado mucho tiempo desde que la señora Samantha había tenido una cita, y en esta ocasión, había sido lo más parecido a una cita que había vivido. Cuando entró a su casa, se tocó el pecho, pues su corazón estaba muy agitado, y en su cara había ahora una niña riendo por dentro. La casa desordenada de la señora Samantha, se debía al exceso de cosas que siempre traía de la calle, no había límite de tamaño, pues había traído hasta unos viejos muebles, que le subieron unos jóvenes, a los cuales les pago con galletas rancias. El compañero de la señora Samantha era un pequeño pez llamado Paolo, el cual se encontraba en una inmensa pecera que había conseguido medio rota en la calle López cruce con Vargas, y había reparado muy bien, tanto así que Esther al ver su gran trabajo, llevó a la señora Samantha a la tienda de mascota para buscar unos peces de su agrado. La señora Samantha al ver un pececito que estaba solo en una pecera, el cual era un tipo de piraña bebé lo adoptó, llamándolo Paolo. El señor de la tienda aseguró que era muy seguro tener ese pez de mascota, y Esther a regañadientes lo compro, preguntándose si había hecho un favor o si había cometido un error. La puerta de la señora Samantha tiene una mirilla, la cual da justo para ver la entrada de la casa de su vecino. En ese momento ve cuando Mario abre la puerta, con su camisa arrugada, y su cabello sucio. La señora Samantha hace un gesto de desagrado con la boca, y luego ve como el joven entra en la casa. Mario mira a todos lados del pasillo y luego cierra la puerta, no antes sin ver a la mirilla de la puerta, pues sabía que la señora Samantha estaba vigilándolo justo en ese momento. La señora Samantha estaba muy agitada, agarrándose el pecho con la mano derecha, su respiración había aumentado al menos dos veces más. El pasillo estaba solo, «quizás es el momento de partir» pensó la señora Samantha en ese momento, mientras pensaba en Julián, Fred y Mours, sus tres hijos; los cuales no había visto desde hacía ya muchos años. Sus tres hijos que estaban en el ejército habían conseguido que su madre saliera en un barco alemán, huyendo de las recientes masacres. Su hijo Julián le había prometido a su madre que pronto todos se reunirían de nuevo en las tierras caribeñas, sin embargo, meses después, la señora Samantha había recibido tres cartas. Todos esos sentimientos y recuerdos fueron suprimidos, en el momento que su enfermedad fue avanzando, bloqueando la verdad. Allí se encontraba aún la señora Samantha jadeando en el pasillo, tratando de vivir, aferrándose a sus últimos recuerdos que le quedaban, los cuales atesoraba como si fuera la piedra más preciada. A los minutos si ritmo cardíaco volvió a sincronizarse de forma normal, sus ojos se encontraban cerrados, allí parada, parecía una estatua de cera, estaba callada, como si de un momento a otro hubiese encontrado la paz. La señora Samantha, abrió sus ojos, encontrándose en un gran pasillo, su rostro estaba inexpresivo en ese momento, no sabía, dónde estaba, ni mucho menos a dónde iba. Un gran miedo invadió a la señora Samantha en ese momento, la cual tenía cara de aterrada. Pero de pronto apareció un joven, alto guapo, tenía un hermoso cutis, parecía haber salido de un comercial de acné. Su cabello castaño peinado hacia atrás, de una forma impecable y lineal, sus ojos eran del tipo oriental, un poco pequeños, parecía tener algunos rasgos asiáticos. Era delgado, pero con músculos bien definidos, parecía una versión más guapa de Bruce Lee. Estaba vestido como un motorizado, con una chaqueta de cuero marrón abierta, debajo llevaba una franelilla blanca, y un jean azul, con unas botas negras que llegaban hasta debajo de las rodillas. Sujetaba unos lentes oscuros sobre si mano derecha ya con la otra mano sujetaba la hebilla de su correa, era la mezcla entre un motociclista y un pueblerino. —Disculpe señora —dijo el joven mientras se pasaba la mano sobre su cabello —puede indicarme dónde vive Mario, el escritor —sus lentes estaban en ese momento en sus labios rosados mordiéndolos suavemente, mientras su otra mano, estaba sobre la pared. Este joven parecía ser un joven seductor, el cual parecía estar insinuándosele en ese momento a la señora Samantha, la cual no lo vio como algo inapropiado o indebido. La señora Samantha miró a todos lados, luego le sonrió al joven. —Por aquí —le dijo ella, enganchando sus dos manos, sobre el bíceps del joven, el cual esbozo una bella sonrisa en ese momento. A la señora Samantha no le gustaba mucho la idea de llevar a este hombre tan guapo a la casa de ese hombre tan repulsivo, pero sin embargo aprovecho la situación para sentir el músculo de aquel galán, caminando mientras sonreía. Al llegar frente a la puerta de Mario, la señora Samantha, golpeó la puerta fuertemente, mientras se dirigía de nuevo a su casa. —Permítame, bella dama —le dijo el joven, tomando las llaves de su mano, para abrir el candado por ella. La señora Samantha estaba muy emocionada con tanta atención, su sonrisa parecía llegarle de oreja a oreja. —Gracias —le dijo ella al jovencito. —No hay de que —contestó el apuesto galán. Luego junto las manos de la señora Samantha, dándole un tierno beso en medio de sus dos puños, por lo cual la señora Samantha se sonrojo en ese momento. Luego entró a su casa cerrando la puerta lentamente, había pasado mucho tiempo desde que la señora Samantha había tenido una cita, y en esta ocasión, había sido lo más parecido a una cita que había vivido. Cuando entró a su casa, se tocó el pecho, pues su corazón estaba muy agitado, y en su cara había ahora una niña riendo por dentro. La casa desordenada de la señora Samantha, se debía al exceso de cosas que siempre traía de la calle, no había límite de tamaño, pues había traído hasta unos viejos muebles, que le subieron unos jóvenes, a los cuales les pago con galletas rancias. El compañero de la señora Samantha era un pequeño pez llamado Paolo, el cual se encontraba en una inmensa pecera que había conseguido medio rota en la calle López cruce con Vargas, y había reparado muy bien, tanto así que Esther al ver su gran trabajo, llevó a la señora Samantha a la tienda de mascota para buscar unos peces de su agrado. La señora Samantha al ver un pececito que estaba solo en una pecera, el cual era un tipo de piraña bebé lo adoptó, llamándolo Paolo. El señor de la tienda aseguró que era muy seguro tener ese pez de mascota, y Esther a regañadientes lo compro, preguntándose si había hecho un favor o si había cometido un error. La puerta de la señora Samantha tiene una mirilla, la cual da justo para ver la entrada de la casa de su vecino. En ese momento ve cuando Mario abre la puerta, con su camisa arrugada, y su cabello sucio. La señora Samantha hace un gesto de desagrado con la boca, y luego ve como el joven entra en la casa. Mario mira a todos lados del pasillo y luego cierra la puerta, no antes sin ver a la mirilla de la puerta, pues sabía que la señora Samantha estaba vigilándolo justo en ese momento.
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