Capítulo 5

1078 Words
A los segundos apareció la señora Samantha una anciana de setenta y cinco años de edad, la cual vivía sola, era una mujer viuda, sus tres hijos habían muerto en la segunda guerra mundial. Una mujer extranjera, de un pueblo llamado Belcastel al sur de Francia. La señora Samantha sufría de una enfermedad degenerativa llamada Alzheimer, lo cual le hizo olvidar su vida pasada, solo tenía destellos de su vida anterior; y ella se aferraba a esos recuerdos, diciéndoles a las personas de iglesia Bautista de la comunidad; los cuales se encargaban de llevarle insumos a la señora Samantha; que sus hijos vendrían por ella en cualquier momento. La señora Samantha había sido una de las mujeres privilegiadas que había zarpado en un barco alemán, hacía las tierras venezolanas, las cuales le abrieron las puertas a muchos extranjeros, durante y después de la guerra. Con su llegada a Venezuela en 1 9 3 5, la señora Samantha comenzó una nueva vida junto a Bruno, un hombre también de origen Francés, el cual se arraigó en el bello país, y juntos vivieron hasta mediados de 1 8 8 7, en la ciudad de Valencia, en unos edificios en la avenida Bolívar. Cuando Bruno falleció, dejó a la señora Samantha sola, enfrentando su enfermedad, la voz se regó de la enfermedad, y la iglesia muy servicial, se encargó de ella. Dos veces a la semana viene una chica llamada Esther, la cual entrega los víveres, hace labores de mantenimiento, y deja alguna comida hecha. La casa es un desorden total, pues la señora Samantha, es acumuladora compulsiva, todo lo que consigue en la calle, lo quiere traer; llenando su apartamento, de innumerables posesiones sin valor. La señora Samantha estaba vestida ese día con una camisa blanca manga larga, su cuello y el área de los botones rojos; bien planchado, llevaba una falda que hacía juego con los botones de su camisa, y unos zapatos de punta blanco, los cuales, de no ser por las puntas, parecían algo cómodos, pues no tenían ningún tipo de tacón, la falda llegaba unos ochos dedos debajo de las rodillas, donde dejaba ver sus piernas, llenas de varices, y los vasos de las venas reventados. Las piernas las tenía un poco hinchadas, dejaba ver un bulto sobresaliente de sus zapatos. Llevaba un collar de perlas blancas, las cuales a simple vista parecían de fantasía, sin embargo, la señora Samantha, era una señora que le gustaba arreglarse bien; si las personas la veían en la calle, no se les pasaba por la cabeza, que vivía rodeada de basura. Llevaba unos zarcillos iguales de una pequeña perla blanca; tenía buen estilo para vestirse, llevaba en su mano un monedero rojo. El cabello de la señora Samantha era totalmente blanco, desde la raíz hasta las puntas, parecía que llevaba un gran trozo de algodón; su cabello terminaba en sus espaldas en un moño, bien realizado, pues llevaba muchas décadas perfeccionándolo, el cual la hacía ver rígida y estricta, Estaba un poco regordeta, parecía estar muy bien alimentada, sus grandes mejillas, la hacían ver alegre. Tenía los labios largos y aplanados, su nariz era gorda y redonda, sus ojos marrones; los cuales lanzaban un brillo. Ya no había piel, ya que toda su cara estaba completamente confeccionada por arrugas. Cuando salió la señora Samantha abriendo su apartamento, se encontró de frente a Mario, colocando una cara de disgusto, pues su vecino el señor Mario, era un hombre que le gustaba el desorden, las fiestas, y meter a mujeres jóvenes a casa. En ese preciso instante la señora Samantha vio que el señor Mario estaba a lado de una jovencita muy hermosa. Pasó la vista viendo a Priya, colocando una cara de disgusto, meneando la cabeza de lado a lado, pensando en como podía este hombre ser tan cínico, para vivir una vida tan moderna. La señora Samantha pensó en muchas ocasiones en denunciar a Mario, pero cada vez que venía la policía Mario ocultaba a las jóvenes «quizás tiene un cuarto especial donde las oculta» pensó la señora Samantha justo en ese instante. La señora Samantha salió de su apartamento, empezó a colocar cerrojos por todos lados, luego que cerró como cuatro cerrojos, sacó un candado diminuto de su monedero, viendo a Mario, con algo de descontento y desconfianza, se dio la espalda, tapando la vista, cuando colocaba el candado como si estuviese colocando la combinación de una caja fuerte. La señora Samantha era el tipo de persona que se regresaba tres veces, para observar si había cerrado la puerta o no; y aun viendo el candado puesto, giraba la manilla de la puerta con fuerza para ver si se abría. Luego de devolverse varias veces, la señora Samantha fue directa al ascensor, dejando a Mario, con su periódico en la mano, acompañado de una jovencita. «Que persona más desagradable» pensó la señora Samantha, la cual estaba de pie en el pasillo aun dando miradas furtivas, con la intención de devolverse nuevamente a revisar su puerta; pero en ese preciso instante sonaron las puertas abrirse del ascensor, en el cual venía una mujer que inmediatamente saludó con su mano con un gesto de su cabeza a la señora Samantha, la cual, solo ignoró el saludo, colocando en su rostro algo de amargura acumulada. La mujer era de piel morena, cabello ondulado, unos grandes aretes circulares, con un abrigo gris que llegaba hasta los pies, a su lado iba un niño como de unos ocho años, el cual llevaba dos baquetas, una en cada mano, y estaba practicando, dándole a la puerta del elevador como si fuese una gran batería; aunque el niño tenía gran talento, y a la madre no le importaba esa clase de ruidos, «quizás estaba acostumbrada a ruidos peores». La señora Samantha si pareció importarle, pues cuando sonaba el pummmm y el pammm, recordaba unas armas que disparaban, y empezó a sudar repentinamente. La señora Samantha se colocó las manos en los oídos, mientras su cara se colocó roja como un tomate, y le salieron varias lágrimas repentinamente, empezó a gritar. —Ahhhhh —mientras sus manos aferraban sus oídos. El niño se detuvo inmediatamente, colocando una cara nerviosa y pálida, pues su percusión había causado un mal en esta señora, buscó la mirada de su madre, que rápidamente lo abrazó hacía su abdomen, igualmente con una cara de nervios, rezando para que el ascensor se detuviese, dejando de espaldas el niño a la señora Samantha. 
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