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Contratando a mis personajes

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Blurb

Mario es escritor, que lucha día a día por tener una buena historia, ha pasado muchos días encerrado en su apartamento, con las ventanas cubiertas para no saber si es de día o de noche, sufre de esquizofrenia, cuando empieza a alucinar, hablando con sus propios personajes, entrevistándolos, para ver quien es el que será su personaje principal, se ha creado una fila larga fuera de su apartamento, empieza la selección previa, donde conoce a Priya Verons, una chica, actriz, modelo y cantante, la cual quiere ser su personaje principal, cuando la va conociendo descubre que ella tiene un oscuro pasado, ella aparece y desaparece, Mario sufre de Esquizofrenia paranoide, lo cual lo hace escuchar voces, Mario es un hombre de cincuenta años, abandonado por su familia, tres veces divorciado, Mario era el tipo de persona que un día quería comer azúcar y otro día no, los centros psiquiátricos no podían detenerlo en contra de su voluntad, ya que no había sido declarado amenaza, Mario tiene una vecina, la señora Samanta, la cual tiene una mirilla en su puerta, y observa el alboroto que ocurre en los pasillos, la señora Samantha no le gusta tanto desorden y llama a la policía en ocasiones, pero cuando viene la policía no encuentra nada, la señora Samantha, es una anciana viuda de setenta y cinco años, que sufre de Alzheimer, tres hijos muertos en guerra, vive sola, tiene una chica que viene dos veces por semana a limpiar su apartamento, trayéndole los insumos que la iglesia de la localidad le manda.

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Capítulo 1
Cuando Mario se levantó se la silla, marchándose viendo a los lados, aferrando su carpeta marrón contra su pecho. —¿Mario estas bien? ¡Mario! —preguntó Raúl también levantándose de la silla, pasando la palma de su mano frente al rostro de Mario, como si estuviese limpiando un parabrisas. Estaban dentro de una gran oficina, la ventana detrás de Raúl mostraba los paisajes de Valencia, se veían hermosas montañas, contrastadas con los altos edificios. —¡Hey aquí! —Chasqueo los dedos Raúl para que Mario le prestara atención. Luego apretó un botón en su escritorio. —Sara, por favor llámalos. —¿Seguro señor? —Si, de inmediato. Raúl rodeo el escritorio, y fue a donde estaba Mario. Raúl era un hombre que siempre andaba elegante, era de piel morena, no tenía cabello, usaba unos finos lentos, ese día andaba de traje azul, pulcro, zapatos negros recién pulidos, tenía una hermosa sonrisa. —Ven aquí amigo, siéntate ¡Por favor! —le dijo al ver la negativa de Mario al endurecer su cuerpo. Mario era hombre de unos cincuenta años, de piel blanca, pero aparentaba más, estaba desgastado, sus canas estaban pronunciadas sobre su cabello, parecía que algunos cabellos castaños luchaban por sobrevivir entre tanta blancura, tenía una enorme barba descuidada, tenía los mismos colores que su cabello, y ese día estaba en pijama dentro de esa enorme oficina elegante no contrastaba. Estaba pálido en ese momento, sus ojos estaban hundidos, su rostro estaba lleno de arrugas, en sus ojos se veía algo de tristeza, usaba lentes, los cuales estaban algo sucios, al igual que su vestimenta, su cabello alborotado decía que no se había peinado. Parecía que había salido de una ratonera se había levantado y había ido a esa oficina. Sostenía en su mano una gran carpeta, llena de hojas blancas, la cual la protegía con sus brazos como si fuera la joya más preciada. Raúl volteo un poco el rostro cuando se acercó lo suficiente a Mario, pues el hedor se desprendía de él, tal vez habían pasado muchos días desde que había tomado el ultimo baño. Inclinó un poco el brazo para tomar la carpeta, pero Mario la sostenía con las pocas fuerzas que le quedaba, estaba tieso como si fuese una estatua de cera. la oficina era muy amplia, la cual tenía un escritorio de mármol gris, encima de este había una fotografía con la familia de Raúl, donde se apreciaba una mujer de piel blanca sonriendo, junto a dos niños, una niña de piel morena y un niño de piel blanca, los dos niños tenían las mismas facciones que su padre, la foto parecía haber sido tomada en el parque negra Hipólita, ubicado en la avenida Bolívar, al norte de la ciudad de Valencia, Estado Carabobo, por lo verde de su grama y sus ramilletes de bambú en el fondo, el parque más grande de la ciudad de Valencia. A lado de la foto, había un monitor de ultima tecnología era un cajón n***o cuadrado, que había salido para remplazar a las computadoras blancas, ya las maquinas de escribir estaban desapareciendo, un aparato pequeño con una bocina por donde Raúl había hablado con Sara, un teléfono blanco también moderno, acompañaba el resto de las pertenencias, lo cual decía que siempre gastaban en lo último y no escatimaban en gastos, parecía ser una empresa muy lucrativa, y solo adicional de estas cosas, había un letrero en colores plata y dorado que decía: Raúl Sánchez Editor en jefe. al lado en la oficina se encontraba un enorme y cómodo sofá junto a dos sofás de tamaño individual, parecía una pequeña sala de estar, junto a ellas había un enorme porrón de cemento donde unas flores artificiales le daban un toque personal a la oficina, parecía artificial, desde esa vista que daba a la ciudad de Valencia, se podía decir que estaban en el piso veinte o quizás más alto. —Ya están aquí señor Sánchez —una voz salió del escritorio de Raúl —¡Perfecto! Que pasen. En el momento que entraron dos hombres, vestidos con ropa de seguridad, llevaban unas viseras con un tipo de placa fabricada, y un uniforme muy parecido a un policía, pero en vez de esto decía: seguridad privada. Uno de los hombres era robusto de piel canela, de unos cuarenta y cinco años, de bigotes poblados y gruesos, que se unía con un semi candado que se iba formando a través de su rostro, tenía boca ancha lo cual parecía un bagre, su nariz era de boca y tenía dos protuberancias a los lados, sus ojos eran oscuros, su enrome panza sobresalía de su cuerpo, los botones de su camisa estaban a poco de convertirse en armas letales, bajo su camisa llevaba otra blanca, para no dejar ver su piel. El otro hombre era flacucho muy joven, tenía el cabello de lado, finamente peinado, parecía que se había gastado todo el sueldo en champú, tenía los ojos apagados, como si no le importara nada, o se fuera desvelado días seguidos, en ese momento hizo un gran bostezo, moviendo sus enormes mejillas, su nariz era perfilada y pequeña, lo cual costaba creer que respirara por algo tan pequeño, tenía la boca tan pequeña, lo que era difícil imaginar como hacía para hacía para llenar tan abundantes cachetes, era delgado, pero igualmente tenía una panza algo pronunciada, era más alto que el otro hombre, sus largas piernas parecían dos palmeras vecinas, eran algo curveadas. —Buenos días, señor Sánchez —dijo el hombre de bigotes, parecía tener autoridad, el otro sujeto no tenía idea de donde estaba. Solo seguía moviendo la boca como si estuviese comiendo comida imaginaria —perdónelo señor, es que acaba de tener un bebe, no ha pegado el ojo en días. —No te preocupes, Braulio, por favor necesito que acompañen al señor Mario hasta la puerta, y le pidan un taxi, saben con mucha cautela, el es uno de los mejores escritores, pero esta un poco —dijo haciendo leves círculos sobre su oreja. —Seguro señor, confié en nosotros, estamos para servirle —dijo Braulio mientras se colocaba firme parecía que estaba en el cuartel —vamos Alfred —le dijo al hombre flacucho que lo acompañaba, que al oír su nombre, estaba despertando de una especie de trance. Braulio se acercó a Mario, colocándose de rodillas sobre el suelo. —Señor Mario soy Braulio ¿se acuerda de mí? La mirada de Mario paso en ese momento a posarse sobre Braulio. —Eso es, me recuerda soy yo. —¿Beto? —dijo el hombre hablando por primera vez, con una voz aguda, y ahogada. Braulio miró en ese momento al señor Raúl, el cual asintió con su cabeza. —Si señor Mario, soy yo, vámonos a casa. Mario aferro el brazo de Braulio con fuerzas para levantarse de la silla como si fuera un pasamano. —Recuerda Beto, que llegue bien a casa —dijo Raúl guiñándole un ojo —y felicidades por tu bebé Alfred. —Gracias señor —contestó el muchacho en el momento que pasaba la mano por su cabello. Estiró la mano para agarrar a Mario, pero Braulio le hizo señas de que no lo hiciera, así que detuvo su mano rápidamente. La expresión de Mario había cambiado mucho, pues se sentía muy seguro y alegre, cuando iba escoltado a la salida. —¡Mario! —Bramó Raúl. Todos voltearon rápidamente —El manuscrito. Mario se dio la vuelta, dejando la carpeta encima de la mesa, la cual se abre un poco al colocarla, abriendo la primera página, hay un título que dice: Amor en Paris, a través del tiempo. Raúl se inclina hacía delante para leer, estira su mano para tomar la carpeta, en el momento que Mario cierra la carpeta rápidamente, colocando su mano sobre ella. Volviéndola a sujetar, como si fuera un bebé. —¡Esta bien! ¡llévatelo! Liego miró a Braulio. —¡No vuelvas sin ese manuscrito, lo quiero en mi oficina hoy mismo! —¡Si señor! —dijo Braulio en el momento que volvía a colocarse firme. Raúl que estaba un poco molesto, hizo una exhalación de aire profundo. —Ya váyanse —les dijo, agitando su mano derecha, dando la orden de retiro, sentándose en su asiento, tecleando en la computadora. Braulio paso su mano por el hombro de Mario, sacándolo de la oficina. A Mario no parecía importarle nada este exceso de confianza. Al salir de la oficina, había muchos cubículos, con escritorios y computadoras de alta tecnología, frente a la oficina había un escritorio aparte, que decía: Sara Rivas, secretaria del editor en jefe. Cuando Braulio pasó frente a su escritorio, su rostro cambió repentinamente. —Bueno, adiós Sara ¿Nos vemos en el almuerzo? —dijo Braulio, con una sonrisa un poco tonta. Ella se puso algo ruborizada en ese momento, con ojos saltones de vergüenza reprimida. Sara era una mujer guapa de unos treinta y ocho años, ojos cafés, llevaba unos pendientes brillantes, su boca finamente delineada con pinta labios, sus ojos muy bien delineados. —¿Cómo dices esas cosas? —dijo mirando al señor Mario. —¡Oh no te preocupes! Esta fuera de sí —dijo en el momento que paso la palma de su mano frente a los ojos de Mario, el cual no tuvo ni la más ligera reacción —lo ves. Ella se levantó del asiento, haciendo lo mismo, pasando la mano frente a los ojos, y nada paso, luego puso una cara de lastima. —¡Que pena! —dijo inclinando la cabeza un poco de lado. —¡Oh no te preocupes! A mí no me importa. —Lo digo por él, idiota. Braulio bajó la cabeza en ese momento. Pero Raúl salió de la oficina en ese momento. —¿Qué hacen? Rápidamente los hombres, siguieron su camino. Sara fue salvada en ese momento por una llamada que acababa de sonar. Raúl solo meneó la cabeza de lado a lado, como si no diera crédito a lo que acababa de suceder. Braulio y Alfred siguieron escoltando a Mario, pasando entre decenas de cubículos, donde los teléfonos no paraban de sonar, el parloteo excesivo llenaba el lugar, las voces se iban mezclando unas con otras hasta formar una aturdidora voz que rechinaba, o al menos es lo que pensaba Mario, el cual miraba en varias direcciones como si miles de luces lo estuviesen dejando ciego, arrugaba el entrecejo una y otra vez. Al final del pasillo había una gran puerta con un letrero que decía: salida. Parecía ser una puerta que te guiaba a la paz. Braulio iba saludando de aquí para allá, muchas de las personas a las cuales saludaba, hacían gestos extraños, como preguntándose ¿Quién era este hombre? Sin embargo, el sonreía y saludaba sin importarle nada de esto. Al salir de la puerta, llegaron a otro pasillo, el cual, en comparación, este era muy tranquilo, estaba adornado con floreros, y olía a un desagradable desinfectante de piso barato. Frente al ascensor había una multitud de pie, la cual estaba en silencio viendo los números del ascensor cambiar en repetidas ocasiones, veían esto como si fuese un gran programa de televisión. —¡Ya viene! —dijo una de las mujeres que estaba allí frente al ascensor decirle a otro, como si la llegada del ascensor fuera un gran acontecimiento. Lo malo de esto era que el ascensor solo dejaba entrar seis personas, y cuando se abrió de par en par, ya venían cinco personas montadas, las dos personas que estaban esperando más próximas a la puerta, se miraron el uno al otro. —¡Vete tú! —le dijo el hombre a la mujer, como si fuera una película de drama, donde el esta dejando que ella se salve primero. —¿Seguro contesto ella? —Si seguro, yo esperé el próximo, le dijo mientras sus manos se iban separando una de la otra, ya que el ascensor se iba a cerrar. Todos los que estaban viendo esto, resoplaron. —El ascensor se volvió a cerrar, y todos volvieron a mirar hacía arriba hipnotizados, por los números que iban cambiando nuevamente. —Vamos por la escalera —le dijo Braulio a Alfred. Alfred miró a Braulio, no dando créditos a lo que decía, ninguno de los de los dos parecía estar en forma, pero quizás Braulio temía que Raúl saliera de un momento a otro, y les llamara la atención, de porque aún estaban allí, porque de vez en cuando lanzaba miradas furtivas a la puerta. Fueron bajando poco a poco, ya cuando bajaron un par de pisos, aun siendo de bajadas, los ánimos estaban un poco bajos, todos estaban callados. Pero mágicamente se abrió el ascensor, en ese piso no había nadie esperando en ese momento, estaba totalmente vacío, Alfred rápidamente agarró uno de las puertas del ascensor dejando allí su alma, para que no se fuera, las puertas se tambalearon amenazantes, pero los diminutos músculos de Alfred fueron suficientes. Parecía no estar dispuesto a bajar los otros dieciocho pisos por la escalera. Cuando se montaron en el ascensor y se cerró en vez de bajar subieron, al abrirse en el piso veinte, los que estaban esperando allí los vieron en tono de reproche, pero cuando vieron que andaban con Mario, empezaron a murmurar. —Es el escritor. —¿Qué le pasa? —Parece cansado. Tanto hablar, y ninguno se montó las puertas volvieron a cerrarse, cuando las puertas se cerraron se escuchó un alboroto y un intento de abrir la puerta, pero ya era tarde, el ascensor empezó a bajar, solo se detuvo dos veces más hasta rellenar la cantidad de personas. Cuando llegaron a tierra firme después de tan gran travesía, salieron por los largos pasillos, a las afuera de la torre camoruco, uno de los edificios más altos de la ciudad de Valencia con veinticinco pisos, destinados a diferentes oficinas, en el piso veinte funcionaba el editorial Flores, una empresa destinada a la edición de libros y cazatalentos. Un vehículo amarillo se detuvo en la entrada del edificio, mientras Alfred y Braulio acompañaban aún a Mario. Braulio abrió la puerta trasera. —Buenas tardes —le dijo Braulio al conductor. Parecía ser la hora del almuerzo en ese momento, pues las personas estaban saliendo de las oficinas. —Buenas tardes contestó el hombre de unos sesenta años, bien vestido, con una camisa larga manga larga. El cual llevaba el cabello cortado a la perfección y sus bigotes recortados, los cuales parece que lo cortaron con una regla milimétrica. El vehículo estaba completamente pulcro, y olía a flores silvestres y rosas marinas gracias a un ambientador que le habían rociado al vehículo. Cuando el hombre vio por el retrovisor a Mario, tan mal vestido, su humor cambió de inmediato pues parecía ser un taxi, solo destinado a llevar a altos ejecutivos de un lugar a otro. —¿Por favor puede llevarlo a esta dirección? —le entregó Braulio al conductor. —Si, por supuesto —dijo el conductor a regañadientes. —¿Puede entregarme la carpeta? —le dijo Braulio a Mario. Pero este aún aferraba la carpeta en su brazo. Braulio resopló. —Por favor señor Mario, debe entregármela, le daremos buen uso, sus palabras serán publicadas ¿Eso es lo que siempre ha querido? Mario volteó a ver a Braulio —cambiado mucho Beto —le dijo. Braulio, no sabía ya que hacer. —Un momento señor —le dijo al conductor en el momento que estaba encendiendo el vehículo, forzando a terminar la conversación, la cual, para él, no parecía de importancia. Mario comenzó a mover los dedos, despegándolos uno a uno de la carpeta. —Eso es —dijo Braulio —debes dejarla ir, se que para ustedes los escritores esto es su vida, pero también saber que la gente necesita leer sus historias para que haya un complemento. —¿Es un escritor? —dijo el conductor del vehículo —¿Ha escrito algo famoso? De un momento a otro, lo estaba viendo con mejor cara. Ya la vestimenta de Mario no importaba para nada. Mario entregó la carpeta a Braulio y sintió como si le sacaran una muela, sentía que se iba desprendiendo de su alma una parte de él, su cuerpo se aferraba por mantenerla aún con ella, pero fue más la fuerza de Braulio que terminó arrancándolo de un solo halón. Colocando la mano sobre el techo del vehículo, Braulio saco con su mano libre de su bolsillo unos bolívares la monda oficial de Venezuela, entregándoselos al conductor. —Bueno mi hermano, ya tienes la dirección, cualquier eventualidad nos contactas, la empresa de taxi tiene los datos de la editorial. —Esta bien —el conductor se veía más alegre, quizás pensó que estaba llevando a una gran celebridad. El carro empezó su marcha. —¿Todos los escritores son callados? —empezó hablando el hombre viendo por el retrovisor en repetidas ocasiones —¿Cómo es su nombre? Para decirle a mi esposa que conocí un autor. Mario solo veía a través del cristal del auto, mientras se iba perdiendo en sus recuerdos, recordando como empezó la historia de: Amor en Paris, a través del tiempo, sus pensamientos se fueron perdiendo, mientras el hombre al volante hablaba sin parar; hasta que las palabras se fueron ahogando. —¿Qué día es hoy? —preguntó Mario de repente. —miércoles —dijo el hombre un poco desorientado. —¿Y la fecha? —Catorce — pero Mario se le quedó viendo—Catorce de febrero de mil novecientos noventa —contestó el conductor en una sola frase, no respirando. Mario se recostó sobre el asiento, sus ojos habían cambiado de repente. —¿De verdad te interesa saber cómo empezó todo? —le dijo Mario al conductor. —¡Claro! Sería un honor, escuchar las historias de un escritor. —Es una historia larga. El hombre agarró un aparato que tenía en su cintura y lo lanzó en la guantera de su vehículo. Mario se quedo viendo el aparato preguntando qué era eso.

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