Capítulo 20

1093 Words
Mario se levantó nuevamente para dejar pasar a un personaje más; al abrir la puerta había un hombre ansioso. Al abrir la puerta entró a la casa de Mario, sobaba una mano con la otra, dándole círculos, mientras veía el piso, parecía que se había perdido en algún momento. —¡Hola! ¿te encuentras bien?  —preguntó Mario con cara de preocupación al ver este hombre con un cuadro de ansiedad. Mario sabía lo que esto se sentía, pues el también lo había vivido en muchas ocasiones, la gente te veía extraño o te catalogaba, lo cual le parecía una forma grosera, pues todos en la vida según Mario sufrimos de algún vicio, o algo que nos haga estar del otro lado de la línea. Mario en su cabeza había dibujado una línea ficticia que separaba el bien del mal. Esta línea se dibujaba desde tu nacimiento, mientras ibas creciendo la línea se veía más llamativa, ya aprender a caminar era bastante para querer cruzarla, sin embargo, hay dos factores que hacen que cruces la línea, una es cruzarla y otra es querer hacerlo. No todas las personas tenemos malicia o maldad en nuestros corazones, muchos de nosotros cruzamos la línea en algún momento por una necesidad, o por una patología; cruzar la línea significa hacer algo que sabes que esta malo y aún así lo haces, pero cuando lo haces por necesidad, es decir un padre roba para darle de comer a un hijo, allí entran otros factores, sabemos que esto esta mal, pero definitivamente que lo obligo hacerlo, en el caso de tener una patología, la mayoría de las veces es involuntario, como Mario que habla en la calle con personas inexistentes, por eso cuando Mario veía esto, se veía en un espejo. —Si, si, si —dijo el hombre afirmando tres veces. —¿De dónde eres? ¿Acaso estas perdido? —No, no, no —dijo el hombre, el cual dejó de mover las manos, pero empezó a mover los pies. Era difícil para Mario hacer esta entrevista, pero milagrosamente entró una señora regordeta por la puerta. —¡Te me escapaste! —le dijo al joven. —Supongo que andan juntos. —Si —dijo la mujer con una gran sonrisa, la mujer tenía unas abundantes mejillas y ojos alegres, su cabello ondulado, la hacía ver una persona muy extrovertida. —Disculpe —otro hombre se asomó desde la puerta, era un hombre muy anciano, de unos ochenta años, el cual tenía cara de cansado. —¿Qué ocurre? —Yo venía primero, ya estoy muy cansado, tengo muchas horas en la fila formado. Mario se encontró en un embrollo en ese momento, las dos personas para él eran de prioridad uno atenderlos. —Venga, pase usted también y cierre la puerta para que no entre más nadie. —Claro —dijo el hombre el cual caminaba a paso de tortuga, sus ojos apenas los tenía abierto, daba la impresión en que en cualquier momento este hombre caería muerto, se notaba que estaba viviendo sobretiempo en la tierra. —Por favor siéntese aquí. —Si, si, si —dijo el joven, sentándose en el lugar que Mario había designado para el hombre. —Bueno esta bien tu allí y usted aquí. El joven se volvió a levantar de la silla, sentándose en el otro lado que Mario había señalado —Si, sí, sí. Mario vio que esto iba a ser un gran problema, pues lo peor de todo es que el anciano nunca pudo llegar a ninguna silla, pues el joven las dos veces había llegado primero que él robándole el lugar; solamente Mario señaló al anciano la otra silla, por detrás de su espalda asegurándose que solamente él, pudiese ver la seña. Al cabo de dos minutos el hombre logró sentarse, ya Mario suponía que la entrevista iba a ser algo difícil. —Vamos nombres —dijo señalándolos a todos como si fuese una gran dinámica, —El es Jacobo —dijo la mujer. —Si, si si —afirmó el joven. El hombre mayor estaba dormido en la silla. —¿Y tu nombre? —La entrevista es para él. —Esta bien, pero solo quiero saber tu nombre. —Mireya. —Bien Mireya, cuéntame de ti. —Bueno soy madre soltera, trabajo desde casa, pues por el trastorno neurológico que tiene Jacobo, he tenido que pasar muchas cosas. —¿Cómo es que Jacobo esta en la agencia? Sin ánimos de ofender —dijo Mario levantando las manos. —Desde pequeño a Jacobo le ha gustado el teatro, pues es un excelente bailarín. —Si, si, si. —Me gustaría verlo ¿Puedo? —Si, si, si. —Adelante pues. Jacobo se levantó de su silla, apretando sus labios, luego acomodó su garganta, y empezó a bailar muy apasionadamente, elevando sus manos para abrazar a una mujer imaginaria, era lo más bello que Mario había visto en su vida, si viera a Jacobo en algún teatro haciendo esto, jamás se enteraría que Jacobo sufría de esta condición; Jacobo movía sus piernas con mucha elegancia, mientras sus manos anticipaban la recepción de la imaginaria compañera de baile, las luces se encendieron y todo se volvió oscuro, mientras una sueve música sonó; Priya Verons estaba con un vestido dorado de lentejuelas, bailando con el joven, hasta que unos aplausos hizo que todo se desvaneciera. El anciano que estaba sentado, mágicamente se despertó, estaba aplaudiendo la actuación del joven. —Que bonito Bailas niño —dijo el anciano. —Si, si, si —dijo el muchacho mirando a todos lados, como si se le hubiese perdido algo. Mario tuvo la loca idea que estaba buscando a Priya, pero era imposible, pues Priya formaba parte de la ilusión de Mario, no de nadie más. —¡Le dije que yo estaba primero! —si ya voy con usted —dijo Mario señalando al anciano. —Si, si, si —dijo el muchacho levantándose de su silla dirigiéndose a donde estaba el anciano. —No pensará que yo me moveré de aquí. —Colabóreme, y así salimos de aquí rápido todos. —¡No, yo me voy de aquí! ¡me parece una falta de respeto esta situación! —Nosotros tambien nos vamos, creo que solo estamos causando molstias aquí. —No para nada quédense. Pero ya Jacobo iba detrás del hombre. —Si, si, si —fue lo ultimo que dijo antes de perderse. Su madre corrió tras él, saliendo de su departamento y cerrando la puerta.
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