Capitulo 11

1855 Words
Mario entró a su casa preguntándose ¿Por qué su vecina lo agobiaba tanto? Ya se estaba cansando, de su espía; no tenía muchos datos de la señora de al frente.   Mario entró a su casa sentándose en la mesa, imaginando muchos invitados, y su corazón se paralizó por un instante; gente caminaba de aquí para allá fumando finos tabacos, o levaban en su mano algún escoses de dieciocho años. Mario fue corriendo a su máquina de creación, que se encontraba en un rincón de la habitación casi invisible, a su lado había una pila de papel blanco sin usar. Mario empezó a teclear en su maquina de escribir, todo lo que estaba viendo en ese momento, narrando cada aspecto de los personajes. Las mujeres caminaban de aquí para allá con finos vestidos de seda y lino, con corses apretados, lo que marcaban sus enormes senos, por la modernidad de sus ropas, el escenario tenía pinta de situarse en parís. Los hombres llevaban sombreros altos, la barba parecía estar de moda, sus trajes negros de pingüino demarcaban el estilo de cada uno de ellos, al parecer todos habían comprado en la misma tienda. Las mujeres llevaban a los hombres tomados del brazo, se preparaban para un gran baile. Las luces se encendieron en la sinuosa sala del apartamento de Mario, dando un ambiente más agradable, las mujeres que no bailaban degustaban de la comida de Mario. Una música suave sonó, era como un vals de primavera, la pieza del piano tenía una dulce armonía que entraba en los oídos y te llevaba a épocas desconocidas. La coreografía de los danzantes era impecable, todos bailaban de la misma forma, parecía ser un espectáculo de teatro. A Mario le provocó en ese momento aplaudir en vez de escribir, pues era hermoso lo que sus ojos veían, al terminar la música, todos se voltearon a el único espectador que estaba presente. Unas lagrimas salían del rostro de Mario, pero fue interrumpido en el momento, que algo sonaba a lo lejos. Mario cerró los ojos y los abrió y el sonido de la puerta se hacía cada vez más audible. Mario se levantó de su silla, y fue directo a la puerta de su casa, al abrir la puerta había siete personas sonriendo, estaban vestidos de una forma modesta, las edades se comprendían entre unos veinte años y unos ochenta. Uno de los hombres tenía unos lentes de cristal grueso, y miraba en varias direcciones, parecía estar perdido. —Buenas noches —dijo una anciana amable, sus mejillas estaban caídas, como si se estuviese derritiendo. —Buenas noches —dijo Mario, con cara de asombro. —Usted es el señor Mario —dijo el más joven de ellos. —Si. —Muy bien, entremos todos —dijo ele enérgico muchacho. —¿Ustedes quiénes son? —Nosotros somos del albergue de Naguanagua, nos dijeron que usted nos daría de comer el día de hoy. —Gracias —dijo un hombre de unos cuarenta años, que se abalanzó sobre Mario, tratando de abrazarlo. Mario rápidamente lo esquivó, este hombre cayó al piso, con una cara de asombro, pues no se había dado cuenta lo que había pasado. —Siempre tú, te hemos dicho, que no a todas las personas les gusta que las abracen. —Lo siento, contestó. —No te preocupes. Mario se sintió algo contento, al saber que cada una de estas personas, tenía un vínculo afín con él. —Umm, que sabroso ¿Eso lo preparaste tú? —dijo una mujer, que a diferencia de los demás parecía estar muy cuerda, tenía unos cuarenta y cinco años, llevaba un bonito bolso sobre su hombro. —¿Disculpa tu también perteneces al albergue? —No, sólo acompaño a mi hermano, te aseguro que no querrás estar solo con él, si se pone de mal humor —dijo la mujer golpeando el hombre de Mario. Mario vio que la mujer parecía tener ciertos lujos, que seguramente le permitiría darle de comer a su propio hermano. —Otra pregunta. —El le gusta, este grupo de personas ¿es lo que me ibas a preguntar cierto? Mario no dijo más nada, le interesó el cerebro de esta mujer, ya que al parecer leía los pensamientos de las demás personas. —¿Qué comeremos hermana? —dijo el hombre robusto que se encontraba alejado de todos los demás. Este hombre debía pesar unos ciento ochenta kilos, y medía al menos dos metros veinte centímetros, parecía un gran gorila, de hecho, sus facciones no ayudaban a dudar de la comparación. Mario vio la comida que estaba en la mesa en ese momento preguntándose si alcanzaría para todos. —Que buena colección —dijo el joven, agarrando uno de los libros de Mario. —¡No, por favor! —grito Mario en ese momento. La habitación se llenó de silencio, todos los presentes miraban a Mario. Al joven por el susto, se le resbaló el libro de la mano, dejándolo caer en el suelo. Mario corrió inmediatamente recogiendo el libro, como si se tratara de un bebé lo tomó entre sus brazos, como si lo estuviese calmando, y lo colocó de nuevo en su sitio, dando la información veraz al resto del grupo, que su colección privada de libros, no era parte del evento social. Mario, aunque se sentía un poco apenado, igual supuso que el resto del grupo se repondría a tal situación, pero no fue así. —Bueno es hora de irse —dijo la hermana del hombre gorila. —Ya va, un momento, lo siento —dijo Mario. Julia vendría en cualquier momento y todo este espectáculo, estaba a punto de terminarse, por su propia culpa. —No, tranquilo, no es tu culpa, entendemos, es hora de que nos marchemos. Todos tenían la misma cara, sus cabezas gachas, su miraba en el suelo, o sus ojos entrecerrados, daba la sabía impresión de que la tristeza los embargaba, no había que ser un genio para notarlo, y la capacidad de Mario en ver las expresiones faciales, lo confirmaba. —Solo quédense a comer, lo siento de verdad, es que mis libros, son parte de mi familia, y no me gusta que nadie los toque que no sea yo —Mario dijo todo esto desahogándose como si estuviese en un circulo de ayuda. Todos los presentes lo miraron, y luego se miraron unos a otros, ellos compartían parte del sentimiento de Mario, quizás no eran por los libros, pero cada uno de ellos, tenía un trauma, hasta la mujer que los acompañaba. —¡Esta bien! ¡nos quedamos! —dijo la mujer, parecía ser la líder. —Disculpa ¿Cómo te llamas? —Maggie. Todos corrieron a la mesa a sentarse, como si fueran unos niños en el preescolar, Maggie estaba parada allí sonriéndole a Mario en ese momento. —Fue muy valiente lo que dijiste. —¡Oh! Gracias —dijo Mario. —No a todos les gusta ser sinceros, los trata como si fueran simple instrumentos, una vez, los llevaron a una casa, solo para tomarse fotos con ellos, para luego publicarlo en el carabobeño, que esa familia era la más generosa de Guacara. Mario se quedó callado, pues lo que él estaba haciendo, no estaba tan alejado de la misma situación en ese momento y se sintió algo culpable, por utilizarlos, solo para que Julia viera, que él ahora era un hombre diferente.   —Si la verdad, no sé cómo se puede ser en la vida tan cínico —dijo Mario, el cual se sentía muy culpable por dentro.  —¿Y tú a que te dedicas? —Soy escritor —dijo Mario mirando en todas direcciones. —¡Oh Vaya! ¿Cuál es tu apellido? —Laurent. —No me suena ¿Por qué no me suena? —No lo sé ¿Eres lectora? —Si las revistas de moda cuentan ja, ja, ja. Mario esbozó también una sonrisa en ese momento, ya no recordaba lo que se sentía reírse. sus ojos se le llenaron de lágrimas por la súbita carcajada, al cabo de unos minutos se sentaron en la mesa. —¿Puedo encargarme de servir la comida? —¡Claro! —dijo Mario, lo cual agradeció. Maggie sirvió la mesa, cuando Mario estiró la mano para tocar el pan, fue golpeado por la feroz mano del joven gorila. Cuando Mario estaba de nuevo a punto de volver a perder la cordura, y enviar a todos a sus casas o al albergue de donde habían venido, miró por el rabillo del ojo, que todos unían sus manos en símbolo de algún tipo de rezo. —¡Muy bien! ¿Quién tendrá el honor hoy de bendecir la cena? —¡Que sea el nuevo! —dijo el hombre de los lentes gruesos. Maggie sonrió de inmediato, casi que se esperaba esta respuesta. Mario miró a todos lados, pues estaba esperando el momento donde todos reían y decían que era algún tipo de broma; pero no fue así. Mario colocó sus manos juntas, como la tenían los demás, tratando de imaginar un ser supremo, al cual pudiera pedirle, pero Mario había tenía un altercado en el pasado con el señor de los cielos, y hasta ahora no habían hecho las paces; parecía que Mario estaba en un laberinto sin salida, claro que sabía rezar, pues la imaginación de Mario y la investigación sobre todo tipo de religiones y dioses estaba en su enciclopedia mental, el único problema que el tenía, era abrir una comunicación abierta con el hombre de arriba en ese momento. pero los ojos de los presentes estaban clavados en él como si fuese una presa en caza. —Gracias, por los alimentos —dijo Mario, imaginándose que le estaba hablando a Beto —yo se que te esforzaste en reunir a todas estas personas hoy aquí, solo por el simple hecho de complacerme —hasta ahora el parafraseo estaba dando resultado dijo Mario para sí, cuando abrió sus ojos, y todos tenían sus ojos cerrados —Gracias por la comida que mandaste hoy a nuestra mesa, por organizar todo este evento, para no sentirnos solos. —Amén —dijo la más anciana de todas, mirando a Mario, mientras le guiñaba el ojo. —¡Amen! Respondieron todos al unísono, menos Mario. Todos empezaron a devorar la comida ferozmente, pasando las ensaladas, las carnes y los vegetales de aquí para allá. Mario imaginó esto como si se tratara de personas invirtiendo en la bolsa, en vez de decir vendo, compro, decían: pásame la ensalada, pásame el pan, dame más refresco; lo que daba un ambiente de bullicio en la mesa, todos hablaban a la vez. La imaginación de Mario era muy amplia, pero fue de nuevo interrumpida, por un nuevo golpeteo a la puerta. Todos se quedaron callados, mirando a la puerta, Mario se levantó como si nada hubiese pasado, con cara de sorpresa. ­—¿Quién podrá ser? —dijo Mario. —¿Esperas a alguien más? —dijo Maggie. —No, dijo Mario, colocando cara de misterio, mientras veía a la puerta.
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