Capítulo 12

1653 Words
Cuando Mario abrió la puerta, Julia se encontraba frente a él, iba vestida muy extravagante como siempre, no tenía buen gusto para vestir, siempre gastaba en lo más costoso pero no tenía idea como vestirse, ese día llevaba: un vestido rojo, y encima un gran abrigo de piel gris, y encima una bufanda aterciopelada, sus labios estaba pintando de un rojo escandaloso; tenía un collar grande de perlas blancas, y unos zarcillos a juego; llevaba una pulsera de diamantes color rosa; y en cada uno de sus dedos llevaba un anillo de oro, con diferentes colores de piedras, desde esmeraldas hasta rubies que se mezclaban con el color de sus uñas carnavalesco. Julia era un poco regordeta, su cara era algo redonda, no contrastaba con su cuerpo, lo que suponía que llevaba una gran faja, que le sostenía todo su abdomen. —Hola, buenas noches —dijo ella, sacando el abrigo de su cuerpo, el cual parecía sofocado por tan espeso abrigo. Suspiro un poco, y bajo su vestido se notaba un poco las marcas de las fajas, estaba un poco roja, parecía que la sangre se le había ido a la cabeza. —¿Estas bien? —le preguntó Mario de inmediato. —Si —dijo ella recuperando el aliento. —Y bien —dijo Mario, señalando al resto de los invitados. —¿Bien qué? —¿No vas a saludar a mis invitados? —dijo señalando a la mesa con su mano extendida. Julia parpadeo un par de veces, luego paso sus manos por sus ojos, parecía que la visión se le había nublado repentinamente. —¿Qué pasa? ¿no los ves? El peor temor de Mario atravesó rápidamente por su cabeza, no se había anticipado a pensar, que sus invitados hubiesen sido quizás, producto de su imaginación. —¡Claro que sí! —¿Cuántos son? —preguntó Mario, ya ahora con un tono de duda. Julia, paso la vista por cada una de las sillas en ese momento —siete—. Mario cambio de pronto su actitud, mientras todos en la mesa, veían a la mujer en ese momento. —Bueno chicos, les presento a mi amiga Julia. —¿Amiga? ¿Ahora soy tu amiga? Julia ese día se estaba comportando de una forma despectiva, ya que no miraba a ninguno al rostro. —¿Quién es ella Mario? —preguntó Anggie. —Es mi ex esposa. Julia volteó rápidamente buscando la mirada de Mario. —¿Por qué tienes que darles explicaciones a desconocidos? —dijo Julia. —No te comportes de esa manera, no tienes que ser tan grosera. —De verdad, disculpen —dijo Mario dirigiéndose al resto de los presentes, los cuales ya habían empezado a comer de nuevo —¿Quieres comer algo? —dijo Mario mostrando la mesa dirigiéndose a Julia. —No te molestes —dijo ella, viendo la mesa y su voz sonó algo burlona. Mario se disgustó un poco, pues la mesa no era la más elegante y la más proporcionada, pero Beto se había esforzado mucho. —¡No tienes porque…! —la voz de Mario había subido al menos dos decibeles —Me tengo que ir —dijo Julia. —¿Por qué te vas? —¿Para qué quieres que me quede? ¿Mas de lo mismo contigo? —¿A qué te refieres? —A ti, y a tus amigos imaginarios. —¿Qué amigos imaginarios? ¿Tú no los ves? Pero si… tú los saludaste — dijo Mario en ese momento. —Los saludé porque me dijiste que estaban aquí. —¡Pero supiste el número exacto de personas! —dijo Mario, el cual estaba gritando un poco. —¡Es fácil! Hay siete sillas y tu estas parado allí, es decir, tienes siete invitados —dijo haciendo unas comillas con sus dedos. —Pero la comida en la mesa, ellos las están comiendo —dijo Mario, tratando de explicar lo inexplicable, sin embargo, la súbita respuesta de Julia, le colocó los pies en la tierra. —¡No hay comida! Solo hay una mesa sucia y vacía. Mario se puso inmediatamente pálido, su boca estaba abierta y sus ojos congelados, era imposible que él pudiese emitir una palabra en ese momento, sus manos estaban temblando, y su corazón estaba palpitando un poco más rápido. En su cabeza en ese momento, se jugaba una batalla de emociones, mientras que viejos recuerdos venían a su mente. No era la primera vez que Mario vivía un episodio así, su mente de nuevo lo había engañado, y era una de las razones por la cual no salía de su fortaleza. Las calles eran el sitio más propenso a vivir un episodio, pues no sabía quién podía ser real y quien imaginario. Poco a poco Mario fue dejando de salir, pues la gente lo veía raro, cuando de vez en cuando Mario hablaba con el cartero, o con el hombre de algún kiosko que vendía periódicos, pero resultaban personas imaginarias. —¿No ves a nadie? —dijo Mario en ese momento con su cabeza gacha, con su mirada perdida, ya resignado. Mario alzo la cabeza por un instante, y los que estaban en la mesa habían dejado de comer, solo lo estaban observando, esperando que el dijera algo. Anggie miraba a Mario, con un gesto no amigable y algo sorprendida por lo que estaba pasando. —¿Eso es lo que querías? —dijo Anggie en ese momento. Mario no contestó, sintió miedo. —No hay nadie aquí —dijo Julia, tocando a Mario suavemente en el hombro. —¿De verdad? ¿Vas a dejar que ella te manipule así? Mario volteó a la mesa nuevamente, esa posibilidad había pasado por su mente, que Julia estuviese disuadiéndolo de algo que no era. —¡No puedo! —dijo Mario tapándose los oídos. —¿Estas bien? —dijeron al unisonó Julia y Anggie. —Quiero estar solo —dijo Mario dirigiéndose a su habitación. Todos en la mesa, estaban algo tristes, nadie estaba hablando en ese momento. Julia acomodó su blusa en ese momento. —Bueno, es hora de marcharse —dijo sin ver a nadie en específico. Todos los que estaban en la mesa se fueron parando uno a uno, rodando las sillas con mucho cuidado. Julia fue directo a la puerta, abriendo la puerta, pero luego fue a la habitación para hablar con Mario. Los demás aprovecharon que la puerta estaba vacía, para salir del lugar, Julia estiró la mano para abrir la puerta de la habitación de Mario, pero se detuvo luego caminó a la puerta de salida nuevamente, cuando Anggie salía de allí se detuvo un poco. —Es lo mejor —dijo Julia, mirando a la salida. Antes de que Julia llegara Angie salió del lugar, Julia fue la última en salir. Mario estaba acostado en su cama, mirando su ventilador dar vueltas sin parar, imaginando muchas cosas. No iba a dejar que esto lo agobiara, Mario pensó en escribir algo en ese momento, pero su cabeza no le daba nada en ese momento. —Sabía que me necesitarías —la voz de Priya Verons, retumbó en toda la habitación. Mario no se inmutó, su rostro estaba sumido en una cálida paz en ese momento. Mario ha pasado muchos días encerrado en su apartamento, con las ventanas cubiertas para no saber si es de día o de noche. Priya ha pasado todo este tiempo acompañándolo sin decir una palabra, pues Mario ha estado sumido en muchos pensamientos. Al paso de diez días, Mario emite una palabra. —Te haré una entrevista —dijo Mario saliendo a la sala viendo el desorden a su alrededor. El hedor que había en la sala no era muy normal, pues los restos de comida que habían dejado los invitados ficticios de Mario, estaban en absoluta descomposición. Mario arrugó un poco el entrecejo al ver esto, pues normalmente sus episodios no traían consigo secuelas. —¡En verdad! —gritó Priya, como si le hubiesen dicho que había sido nominada a mejor a los premios Oscar. —No significa, que te vaya a elegir. —No, está bien —dijo ella tratando de ocultar su emoción, sonando indiferente. —Solo será una entrevista, para ver quiénes serán los personajes de mi próxima novela. —¿Cuándo empezamos? —la ansiedad de Priya, no dejaba esperar. —¡Ahora mismo! ¡siéntate! —Priya se sentó rápidamente en el sofá viejo y desgastado, donde siempre estaba leyendo revistas adolescentes y de moda. Mario buscó una silla en la mesa, y con la mano apartó un poco el hedor de su rostro, le daba mucha repulsión. Luego fue y buscó unas hojas blancas, una pluma y un libro titulado: “Los 7 dados”. Mario cruzó las piernas, quedando frente a Priya, la cual se veía algo suelta y relajada. —¿Cómo te llamas? —le pregunto Mario. —Priya Verons. —¿A qué te dedicas? —Soy actriz. —¿Qué edad tienes? —Veintidós años. —¿Quiénes son tus padres? —Mis padres son: Peter Verons y Luisa Lint de Verons. —¿Dónde se conocieron tus padres? —En Francia. —¿A qué se dedica tu padre? —Mi padre murió —una lágrima fue bajando de la mejilla de Priya. —¿Cómo murió tu padre? —¿Es necesario? —las lágrimas de Priya bajaban aún más rápido que antes. —Si vas a ser la protagonista de mi historia, sí. —Mi padre murió de cáncer, no había nada que hacer, yo tenía apenas dieciocho años, desde entonces me fui de casa y abandoné a mi madre. Priya dijo esto como si estuviese trancado en su pecho, como si llevara años sin salir. —Cuando te fuiste de casa ¿Qué hiciste para sobrevivir? 
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