Capítulo 10

1071 Words
La señora Samantha se encontraba ese día en su vivienda, estaba viendo por décima vez una película, pues su falta de memoria, hacia que cada día disfrutará la misma película como si fuese la primera vez. Paolo se encontraba en su pecera devorando comida, de alguna parte. La señora Samantha andaba elegante ese día, llevaba un vestido de lentejuelas n***o, que había usado hacía unos diez años, estaba descalza, pues había olvidado colocarse los zapatos, y cada vez que iba a su recamara a colocárselos, se le olvidaba lo que iba hacer, así pasaron varias horas, hasta que desistió de la idea. El frío se metía a su casa a través de las ventanas, lo que le hacía pensar que estaba en Francia, pues era una de las virtudes de ese mes en el país, pues un intenso frío se sumía por todos lados, y se iba expandiendo como una inmensa niebla. La bulla fuera del pasillo se hizo presente todo el día, su vecino Mario estaba haciendo quien sane que aberraciones en su casa, pues se escuchaba como el departamento se caía a pedazos. La señora Samantha no resistió más, con sus pies descalzos, abrió la puerta de su casa, y tocó ferozmente la puerta de la casa de Mario. Cuando la puerta se abrió, se encontró de frente con Mario, el cual estaba sucio y andrajoso como siempre, pero dentro de la casa, se encontraba el joven encantador que había visto la otra vez. La señora Samantha se sonrojó, pero no dejaría que eso empañara, su molestia en ese momento. Discutió por un rato, luego se fue a su casa enojada, por no haber dicho un poco más en ese momento. Toda la tarde fue un desastre en la casa vecina, se escuchaban muchas cosas moverse, quizás este de mudanza, pensó la señora Samantha, lo cual llenó un poco de alegría su impaciente día. Pasaron varias horas, cuando la puerta sonó. La señora Samantha se asomó de nuevo por su mirilla, el joven gentil se estaba yendo en ese momento y trancaba la puerta con mucho cuidado. La señora Samantha abrió su puerta rápidamente, saliendo de su casa, mirando al joven que estaba de espaldas. —Hola ¿Cómo estás? —Hola —dijo Beto colocando su mano en el pecho, pues la señora Samantha lo había asustado en ese momento. —¡Oh disculpa! Si te asuste. —No se preocupe bella dama, solo que me estaba escabullendo. —¡Oh claro! Como no escabullirse de ese hombre —dijo la señora Samantha mirando hacia la puerta con desprecio, como si mirara a través de ella. —Ja, ja, ja, son tal para cual ¡Deberían ser amigos! —Yo de ese hombre ¡Jamás! Beto, se río en ese momento, lo cual le daba gracia, estos dos, ya que tenían el mismo carácter. —¡Mario dará una fiesta! —¡Si ya lo sabía! Ese hombre, siempre hace este tipo de eventos. Beto movió la cara de lado, preguntándose, si hablaban del mismo hombre. —¿Quisieras venir? —¿Tu estarás? —preguntó la señora Samantha con algo de emoción, como si la estuviesen invitando al baile de graduación de su escuela. —Me temo que no —dijo Beto, colocando cara de pesar. —Bueno, yo tampoco iré. —Bueno, nos vemos bella dama —dijo Beto, besando el puño de la mano de la señora Samantha. —Adiós —dijo ella, pues estaba muy sonrojada, para que le saliera otra palabra de su boca. Beto caminó por el pasillo, mientras la señora Samantha pensaba, como una jovencita, de vez en cuando los recuerdos en la cabeza le jugaban sucio en su cabeza, y se olvidaba de la edad que tenía, pues en su cabeza, ella volvía a ser una linda jovencita de veinte años. La señora Samantha entró a su casa, pues su corazón estaba muy emocionado, las mariposas recorrían su estómago, como si estuviesen nadando en alguna especie de líquido. Soñaba con casarse, con algún día ir al altar, mientras muchos corazones aparecían en su cabeza dibujados por su mente. —¡Hay Paolo! Creo que estoy enamorada —dijo la anciana, mientras su reflejo en el agua, hizo que súbitamente colocará los pies en la tierra. Todo su mundo se fue desvaneciendo lentamente, cayendo como una cortina en un espectáculo vació y triste. La señora Samantha, se le empezó arrugar el corazón, cuando recordó algunos destellos de su pasado en ese preciso instante. Juan Gómez, su fiel enamorado, que murió a causa de la gripe española, ella no se pudo despedir de él, pues el estaba aislado en cuarentena, y para nada, poco después, ella también contrajo la enfermedad, pero fue una de las pocas, que sobrevivió a ese terrible contagio. Juan Gómez, fue su primer amor, aquel que le juró amor eterno a la señora Samantha, lo que sería para siempre. Pero siempre a veces es poco tiempo, solo les dejó tres maravillosos hijos, los cuales estarían con ella siempre. La señora Samantha se encontraba en ese momento en un rincón de la sala, encima de varias revistas, las cuales amortiguaban la humedad de las lágrimas que caían rápidamente como si fuese una gran cascada. A los pocos minutos la señora Samantha se encontraba allí, con sus ojos húmedos, preguntándose, donde estaba, hasta que miró a todos lados, dándose cuenta que estaba en su casa. —Hola, Paola ¿Tienes hambre? —dijo la señora Samantha, como si nada hubiese pasado, minutos antes. Se dirigió al frigorífico sacando una carne congelada, y lanzándola en la pecera. Paola se sumergió rápidamente al agua, no antes de intentar morder la mano de la señora Samantha, la cual falló solo por milímetros; al sumergirse, empezó a roer la carne, pero el hielo hacía una barrera que no dejaba penetrar la rica carne, pero Paolo era muy inteligente aguardó como un tiburón rodea a su presa. La señora Samantha que se dirigía a su habitación, se detuvo, cuando la puerta de Mario, sonó de repente, ella se asomó y eran unos hombres en corbatas, que hacían ruido en el pasillo, llevaban unas ollas, debe ser para la fiesta de Mario, pensó la señora Samantha. A los pocos segundos Mario abrió la puerta, andaba vestido dignamente para los ojos de la señora Samantha, pero sin embargo ella no dejó de verlo como de verdad era. 
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