Capítulo 9

1212 Words
Mario, comenzó a pasar la mano, por cada uno de los trajes como si estuviese tocando el pasado, con cada tacto de sus dedos. Estaba recordando su vida anterior, sintió nostalgia, recordándose, como si se mirara a un espejo en la pared. —¿Vas a pasar todo el día allí? —la voz de Beto retumbó a través de la puerta. Mario volteó, volviendo a recordar su fiesta, había quedado en una especie de trance por unos minutos. —Ya voy —gritó, como si le hubiese molestado la terrible interrupción. —Si necesitas ayuda, amigo mío, solo gritas. Ya falta poco para que vengas tus invitados. Mario agarro el traje que tenía frente a él, no porque lo había elegido, sino porque no le importó elegir cualquiera. La idea de tomar un baño, lo había agobiado los últimos minutos, pues volverse a descubrir, era uno de los tabúes que Mario enfrentaría; la suciedad en el cuerpo era como un escudo protector, que lo alejaba de la gente. Al entrar al baño, Mario veía una gota de agua caer de la ducha, y escuchaba el goteo incesante una y otra vez, mientras pensaba en cambiar de opinión, pero la imagen de Julia, venía a su mente, cuando menos lo pensó, metió un pie en las frías aguas. Cuando el agua caía al suelo, parecía barro, el cual se iba escurriendo del cuerpo de Mario. Solamente el agua había quitado parte de la suciedad. El Jabón que yacía intacto, fue tocado inmediatamente por Mario, que sintió el tacto sobre su piel, la cual parecía estar un poco grasienta, pues el jabón, no hacía espuma. Al salir de la ducha Mario era un hombre nuevo, se había quitado al menos unos años de encima. —Es la hora —dijo Beto, sosteniendo una máquina de afeitar en su mano levantada, frente a Mario. Parecía que Beto había aguardado fuera del baño varios minutos, hasta que Mario saliera para entregarle el artefacto. Mario agarró la máquina de afeitar algo extrañado, al parecer se le había olvidado la existencia del aparato plateado. Levantó el rostro viendo a Beto, que sonreía graciosamente con sus ojos asiáticos entrecerrados. —¿Podrías? —Claro, yo te ayudo. Después que Mario estaba sentado, unas grandes tijeras habían aparecido en la mano de Beto, agarrando el cabello de Mario como un gran peluquero. Mario retrocedió un poco en su silla, un poco alarmado y con inseguridades. —No te preocupes —dijo Beto, leyendo los pensamientos de Mario —confía en mí. Mario se relajó un poco, tratando de no pensar en nada en ese momento. —Gracias —dijo Mario. —No digas nada, solo espera a que termine, a ver si te gusta —respondió Beto, con un rostro algo gracioso. Mario no dijo nada, pero se pudo apreciar una mueca en su boca, como si una sonrisa se fuese despertado en su rostro como una chispa, y un brillo atravesó por completo a través de sus ojos. Los cabellos de Mario caían al suelo, mientras esté estaba sentado con sus ojos perdidos. —¡Ya está! —dijo Beto sonriendo. Mario levantó las manos, pasando Mario levantó las manos, pasando sus dedos sobre sus mejillas, tocando la suavidad de su piel, había pasado mucho tiempo, desde que Mario no se había rasurado, el abandono de Julia había sido la última gota que derramó el vaso, para que se terminara de lanzar al abandono. —Y te tengo otra sorpresa —dijo Beto, caminando un poco. Cuando Beto vino de regreso, traía en su mano un espejo un poco sucio, que había traído del baño de Mario. Lo traía en su espalda escondido, cuando llegó a dónde estaba Mario, lo saco, como si le entregará un gran regalo. Mario tomó el cuadro lentamente, para ver su rostro y vio un hombre diferente. Beto había aprovechado el momento para hacer un corte de cabello a Mario, a diferencia con el Mario del pasado, este había quedado algo más joven, se le habían caído unos diez años menos a Mario de su cabello; incluso su cabello corto, se le veía menos canoso. —Gracias Beto —dijo Mario. Beto, que había contenido la respiración, lanzó un enorme suspiro, sacando de sus pulmones, algo más que aire, estaba un poco nervioso de la respuesta de Mario. —No hay de que, ahora ve a vestirte. Mario fue a su habitación, y cambio su elección de traje, pues este nuevo personaje, necesitaba uno de sus mejores atuendos. Al verse al espejo, con sus manos en los bolsillos, era un hombre muy guapo, cabello n***o, sus lentes se veían limpios, su corta barba, lo hacía lucir atractivo y elegante. En ese momento Mario se sonrió a si mismo, se sentía a gusto. Cuando Mario salió de la habitación Beto no estaba allí, solo había un trozo de papel sobre la mesa: Amigo, me tuve que ir, tengo una celebración propia, todo está preparado, el menú llega en unos minutos al igual que tus invitados, espero todo sea de tu agrado. Aunque a Mario seguro le hubiese gustado que Beto se quedará, para así estar más cómodo; Beto le había mencionado en ocasiones anteriores, que no podía quedarse, fue la mejor decisión al final, pues seguramente se quedaría por lastima. No habían pasado ni diez minutos cuando la puerta sonó, al Mario abrir la puerta, tres hombres en corbata entraron llevando unas grandes tasas de metal, y una mesa con ruedas. —¿Usted es el señor Mario? —Si lo soy. —Nos permite —dijo uno de los hombres. —Si pase. Mario que pensó que eran sus invitados, pero no, solo se trataba de la comida que se repartiría esa noche. Los hombres entraron a la casa, ordenaron toda la comida, la mesa quedó muy bien ordenada; había degustaciones, y platos de entrada y platos fuertes, había un gran pavo en el centro de la mesa, hallacas calientes estaban en un tazón de metal, un tarro de dulce de lechosa; todo esto estaba encima de un gran mantel, y habían varias servilletas puestas sobre la mesa, habían ordenado toda la mesa de una forma elegante para ocho personas. —Bueno señor Mario, todo está en orden, si necesita algo más aquí tiene nuestro número, estaremos trabajando hoy, toda la noche —le dijo el hombre entregándole una tarjeta a Mario. —Gracias —dijo Mario guardando la tarjeta dentro del traje —espera ya te pago. Mario empezó a buscar su chequera por todos lados, abriendo las gavetas. —¡Señor Mario! —Un momento. —Señor Mario —insistió el hombre. —Dígame —dijo Mario estresado, porque no encontraba su chequera. —Ya este servicio está pago, nosotros cobramos siempre anticipado, solo nos ordenaron traer, pero si necesita algo más, puede pagar luego. —Ah si está bien —dijo Mario viendo todo el montón de comida —no creo que sea necesario. Cuando abrió la puerta para que los hombres se marcharán, vio que la mirilla de la puerta de la señora Samantha estaba abierta, la vieja espía lo estaba vigilando, Mario solo agitó la puerta, encerrándose en su vivienda, esta mujer lo ponía de muy mal humor.
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