Su mente daba vueltas, intentando descifrar lo que él quería decir, pero antes de que pudiera formular una respuesta, Nate continuó, inclinándose aún más cerca, tanto que su rostro quedó a escasos centímetros del de ella.
—Sheyla, tú eres mía —dijo en un tono que no dejaba lugar a dudas—. A partir de ahora, eres mi novia. Y nadie más va a besar tus manos, ¿me entiendes?
La revelación fue como un golpe para Sheyla. Nate había cruzado una línea que ella no esperaba.
La seguridad con la que hablaba, la convicción en sus palabras, todo en él reflejaba una determinación que la dejó sin aliento.
Su corazón latía con fuerza, y aunque una parte de ella estaba emocionada, otra parte no podía evitar sentir confusión.
—¿Tu… novia? —preguntó, como si necesitara que él repitiera las palabras.
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