Primer encuentro desastroso.
Era una mañana caótica, y Sheyla lo sabía muy bien. El tráfico la había retrasado y apenas tenía tiempo de llegar a la oficina.
Mientras corría por el vestíbulo con su bolso en una mano y su café en la otra, maldijo en silencio su suerte.
Ser la secretaria del nuevo CEO, Nate Kellerman, implicaba que la puntualidad era una exigencia, pero hoy todo parecía estar en su contra.
Subió rápidamente las escaleras para no esperar el ascensor y justo cuando giraba la esquina hacia la oficina principal, chocó de lleno contra una figura alta y sólida.
Antes de que pudiera reaccionar, su cuerpo se tambaleó, y en cuestión de segundos, Sheyla cayó sobre el hombre que había atropellado.
El contenido de su café voló por los aires y terminó directamente sobre el elegante traje gris del hombre.
—¡Oh no! —gimió Sheyla mientras se levantaba rápidamente, dándose cuenta de la gravedad del momento.
Cuando levantó la vista, su corazón se detuvo. El hombre al que acababa de derramarle el café no era otro que Nate Kellerman, su nuevo jefe.
Sus ojos, fríos y analíticos, la miraban con sorpresa y molestia. Él miró su traje empapado de café con una ceja arqueada y una paciencia que claramente estaba a punto de romperse.
—¿Está usted bien, señorita…? —preguntó Nate con voz calmada pero cargada de tensión.
Sheyla sintió que el calor subía a sus mejillas. ¡Qué forma de presentarse! No podía haber imaginado un peor primer encuentro.
Estaba a punto de disculparse cuando Nate levantó una mano, interrumpiendo su intento de hablar.
—Supongo que este es nuestro primer… encuentro oficial, ¿cierto? —dijo con un tono que mezclaba irritación y algo de ironía.
Sheyla se mordió el labio, incapaz de articular palabra alguna. Nate Kellerman, CEO de 35 años, y reconocido por su dureza en los negocios, ahora tenía un costoso traje manchado por su torpeza. No sabía si reír o llorar.
—Lo siento muchísimo, señor Kellerman —balbuceó finalmente—. Yo… el tráfico, y el café… no vi que…
—Parece que ninguno de los dos ha empezado bien esta mañana —dijo Nate, interrumpiéndola, mientras se quitaba la chaqueta con movimientos lentos pero precisos—. Aunque normalmente prefiero que mi café esté dentro de una taza, no sobre mi ropa.
A pesar de la incomodidad, Sheyla notó que su jefe no estaba del todo furioso. Había una chispa de algo más en su mirada, como si disfrutara secretamente del caos que había causado. Sin embargo, ella seguía sintiéndose humillada.
—Voy a… voy a limpiar esto —murmuró, intentando tomar la chaqueta empapada de sus manos.
Nate la observó por un momento, y luego, con un ligero suspiro, se la entregó.
—Agradecería eso, sí. Pero no te preocupes, me recuperaré. Solo asegúrate de que esto jamás vuelva a suceder.
Sheyla salió de la oficina avergonzada, fue hasta la tintorería más cercana y en menos de veinte minutos había resuelto el problema.
Mientras regresaba a la empresa, decidió tomar el ascensor, esta vez para asegurarse de no generar más caos.
—Que torpe eres Sheyla— Se dijo así misma dándose golpes en la cabeza.
Después de unos pocos minutos que parecían eternos, Sheyla finalmente entra con el traje limpio, lucía más brillante que antes.
—Señor Kellerman, su traje está limpio otra vez— Dijo avergonzada.
Nate un hombre de porte duro e intimidante, levantó la mirada y con un dedo señaló dónde debía ponerlo.
—Señor, yo organizaré su agenda, todo estará listo, no tendrá nada de qué preocuparse— Le explicaba.
—Excelente Sheyla— Dijo sin levantar la mirada del computador.
Sheyla no pudo evitar sentirse ruborizada, él había mencionado su nombre como si ya la conociera desde antes.
—¿Cómo sabe mi nombre señor?— Preguntó sin poder guardar su interés.
—Me tomo el tiempo de conocer a mi empleados, y aunque estuve fuera del país, estaré aquí ahora por mucho tiempo, y sé que eres mi secretaria, hace dos años que trabajas aquí— Le respondió aún sin levantar la mirada.
Sheyla se sintió aún más intimidada, quería decir que Nate Kellerman se había tomado el tiempo de investigarla.
Sin agregar nada más, Sheyla salió de la oficina, fingiendo una sonrisa que la hacía ver aún más tonta delante de él.
Volvió a su escritorio y no pudo evitar pensar en que su jefe podría saber su gran secreto, un secreto que podría acabar con su vida.
Sheyla no podía ocultar su preocupación, incluso su mejor amiga que estaba en su área de trabajo a unos cuantos metros, no dudó en acercarse a ella.
—¿Qué te pasa Sheyla?. ¿Te sientes mal?— Preguntó preocupada.
—Estoy bien, es solo que nuestro nuevo jefe dijo que se toma el tiempo de investigar a sus empleados, y si se entera de mi condición, seguro me va a echar— Explicó rápidamente en voz baja.
—No te preocupes, mientras no pase, no estés angustiada— Le aconsejó.
Sheyla intentó concentrarse en el trabajo, pero su mente vagaba a ser descubierta, aunque era más que claro había tenido mucho cuidado.
Aproximadamente una hora después, Sheyla entró a la oficina de Nate con la carpeta de contratos que le había pedido en la mano.
Estaba nerviosa, se trataba de su nuevo jefe con el que había iniciado con el pies izquierdo.
Era un hombre imponente, con una presencia que la hacía sentir pequeña en comparación. Mientras caminaba hacia su escritorio, sus tacones altos tropezaron con la alfombra.
Intentó mantener el equilibrio, pero fue inútil, con un jadeo de sorpresa, perdió el control y cayó directamente sobre Nate, quien se levantaba de su silla en ese mismo momento.
El impacto fue torpe y rápido. Los papeles volaron por los aires mientras el cuerpo de Sheyla chocaba contra el de Nate, cayendo sobre él.
Ambos terminaron en el suelo, con Nate tumbado de espaldas y Sheyla encima, sus cuerpos entrelazados por la caída accidental.
El corazón de Sheyla latía con fuerza, y sus ojos azules se encontraron con los de Nate, quienes la miraban con sorpresa y algo que no podía descifrar del todo.
—Lo siento… —murmuró Sheyla con la voz ahogada, mientras intentaba levantarse con torpeza, sus manos aún apoyadas sobre el pecho de Nate.
Nate, por su parte, mantenía la mirada fija en ella, sin dejar de observarla con intensidad, como si algo dentro de él hubiese cambiado en ese instante.
—los jóvenes de 20 años suelen ser torpes, sin embargo me estoy preguntado si una chica tan descuidada como usted merece trabajar aquí— Le dijo con seriedad.
Sheyla tambaleó un poco dentro de sí, no podía darse el lujo de perder su trabajo.