La noche se cernía sobre la ciudad, y Sheyla esperaba en la acera, nerviosa y ansiosa. Había decidido que necesitaba ver a Nate, así que había salido de casa con la esperanza de que él pudiera venir. Sin embargo, los minutos parecían eternos, y la idea de que tal vez no pudiera hacerlo le causaba una punzada en el estómago. De repente, un auto n***o se detuvo frente a ella. El motor ronroneaba suavemente, y el cristal oscuro se bajó lentamente, revelando el rostro de Nate, iluminado por la luz de la luna. Su mirada era intensa y sincera, y en ese instante, Sheyla sintió que el mundo exterior desaparecía. Sin pensarlo dos veces, se acercó al vehículo y se inclinó hacia él, plantando un cálido beso en sus labios. Era un gesto simple, pero estaba cargado de significado. Nate sonrió,