La mañana siguiente, Sheyla llegó a la oficina con el corazón pesado. Todavía no había tenido la oportunidad de hablar con Nate después de lo sucedido en la fiesta, y la culpa la carcomía por dentro.
Apenas se había sentado en su escritorio cuando su teléfono comenzó a sonar. Era Nate. Con el estómago revuelto por los nervios, respondió la llamada.
—Ven a mi oficina —dijo él con un tono frío y distante, sin añadir nada más.
Sheyla se quedó paralizada por un momento, tratando de procesar el cambio de actitud en su voz.
Pero rápidamente se puso de pie y se dirigió a la oficina de Nate.
Al entrar, lo encontró de pie, con la espalda hacia ella, mirando por la ventana como solía hacer cuando estaba molesto o pensativo.
Sheyla, queriendo disipar la tensión, se acercó por detrás y lo ab
