La mañana siguiente, Sheyla entró a la oficina con decisión de que las cosas no fueran como Nate las había determinado, como si la tensa conversación con Nate del día anterior jamás hubiera sucedido. Tenía en la mano un café que había pedido exactamente como le gustaba a Nate, y su rostro mostraba serenidad, aunque en su interior las emociones estaban desbordadas. Sabía que Nate estaba herido, confundido, pero también sabía que no iba a rendirse tan fácilmente. Caminó hasta su oficina con la cabeza en alto y llamó suavemente a la puerta antes de entrar. Nate estaba sentado en su escritorio, revisando unos documentos con una expresión seria, como si intentara concentrarse en su trabajo para evitar cualquier distracción emocional. Sheyla se acercó sin titubear y le dejó el café fren
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