Cuando Sheyla abrió la puerta de la oficina, encontró a Vanessa todavía sobre las piernas de Nate, besándolo apasionadamente.
Tras el beso, Vanessa se levantó con elegancia y, al notar la presencia de Sheyla, se acercó a ella con una sonrisa radiante.
—Hola, secretaria, tengo que confesar que eres una joven muy bonita, y me caes bien— dijo Vanessa con tono amistoso—. Me encantaría que vinieras a mi próxima boda.
Sheyla, sorprendida por la invitación y aún lidiando con lo que acababa de presenciar, respondió con frialdad:
—No iré. No te conozco ni a ti ni al novio.
Vanessa soltó una risa ligera, como si Sheyla hubiera dicho algo divertido, y luego, en un tono casi juguetón, agregó:
—¿De verdad? ¡Claro que conoces al novio! —Señaló a Nate con una sonrisa radiante—. Nos casamos. Nate acaba de proponerme matrimonio, y estoy tan emocionada que no puedo esperar para que todos lo sepan.
Sheyla sintió un nudo en el estómago, pero no dijo nada. Permaneció callada, evitando cualquier expresión que delatara sus emociones.
Vanessa, sin darle mucha importancia a su silencio, tomó su bolso con elegancia y se marchó de la oficina tras despedirse.
El sonido de la puerta cerrándose llenó la oficina. Nate, que había estado en silencio hasta entonces, rompió la calma.
—Sheyla, encárgate de contactar a la decoradora para la boda y asegúrate de que Vanessa tenga todo lo que necesita para los preparativos.
Sheyla, que había logrado contener su decepción hasta ese momento, no pudo evitar explotar.
—¿Vas a casarte? —dijo, su voz cargada de incredulidad—. Entonces, ¿por qué me besaste?
Nate la miró sin emoción alguna, su tono seco.
—Fue insignificante. No tiene importancia para mí, des decir el beso.
Esas palabras cayeron como un golpe frío en el pecho de Sheyla. Sin decir una palabra más, dio media vuelta, sintiendo cómo su interior se estremecía.
Al abrir la puerta para irse, se encontró con Leonardo entrando a la oficina.
—Parece que tu secretaria está enojada —dijo Leonardo, mirando a Nate con curiosidad.
Leonel se sentó frente a Nate, con la curiosidad pintada en su rostro, tras haber visto la tensión con la que Sheyla había salido de la oficina. Se recostó en su silla y, con una ligera sonrisa, comentó:
—¿Qué está pasando, Nate? Tu secretaria sale hecha una furia y ahora tienes esa mirada perdida.
Nate tomó aire profundamente y se pasó una mano por el cabello, claramente cansado, antes de soltar lo que llevaba guardado.
—Voy a casarme con Vanessa —confesó de golpe, sin rodeos.
La sorpresa en el rostro de Leonel fue inmediata.
—¿Casarte? —preguntó, arqueando una ceja—. ¿En serio? ¿Y cuándo decidiste eso?
—Hace unos minutos —admitió Nate, con una leve sonrisa irónica—. Le pedí matrimonio hace un rato, justo unos minutos después de que tú entraras.
Leonel lo miró fijamente, como si intentara descifrar sus verdaderas motivaciones. Luego, en un tono más serio, preguntó:
—¿Estás seguro de que lo haces por las razones correctas? Porque, siendo honesto, esto parece un movimiento para no pensar en Sheyla.
Nate se quedó callado por unos segundos, sus ojos mostrando un destello de incomodidad antes de volver a su habitual frialdad.
—Sheyla es demasiado joven para mí, Leo —respondió con firmeza—. Tenemos una diferencia de edad de 16 años. Eso, tarde o temprano, se convertiría en un obstáculo insalvable en cualquier relación. No puedo estar con alguien a quien la sociedad siempre vería como una niña y a mí como un depredador.
Leonel lo observó en silencio, pensando en la lógica de Nate, aunque no dejaba de notar la desconexión entre sus palabras y lo que realmente podía estar sintiendo.
—Bueno, si eso es lo que has decidido, lo respeto —dijo finalmente Leonardo, resignado—. Si estás seguro de que Vanessa es la mujer con la que quieres pasar el resto de tu vida, te apoyo.
Nate asintió con la cabeza, aunque su mente seguía en otro lugar, vagando entre los pensamientos de lo que realmente estaba sintiendo por Sheyla.
Después de un largo día de trabajo, esa noche, Sheyla estaba esperando un taxi a las afueras de la empresa, el aire fresco de la noche acariciaba su piel mientras intentaba procesar todo lo sucedido durante el día.
El beso con Nate, el anuncio de su compromiso, la orden de ayudar a Vanessa con los preparativos de la boda… Todo era un caos en su mente, y necesitaba alejarse, respirar.
Mientras miraba su teléfono, tratando de ver cuándo llegaría el taxi, escuchó el sonido de un auto que se detenía a su lado.
Levantó la mirada y, para su sorpresa, vio el lujoso automóvil de Nate. Sus ojos se encontraron por un breve instante, pero él la ignoró, desviando la mirada como si no hubiera visto nada.
El auto siguió su camino, y Sheyla soltó un suspiro, decepcionada, aunque no del todo sorprendida.
Sin embargo, apenas unos segundos después, vio cómo el auto frenaba más adelante y luego daba marcha atrás hasta detenerse nuevamente a su lado.
Nate salió del auto y caminó hacia ella, sus ojos oscuros brillando bajo las luces de la calle.
—Te llevaré a casa —dijo con su tono habitual, casi imperativo.
Sheyla lo miró sin ocultar su frustración. —No es necesario, estoy esperando un taxi —respondió con firmeza, girándose para seguir mirando hacia la calle, como si su respuesta fuera final.
Sin decir nada más, empezó a caminar lentamente, queriendo poner distancia entre ellos.
Pero, mientras se alejaba, sintió que el corazón se le aceleraba cuando oyó los pasos de Nate acercándose detrás de ella.
Antes de que pudiera reaccionar, él la alcanzó y, en un movimiento rápido, la cargó sobre su hombro como si no pesara nada.
—¡¿Qué estás haciendo?! —exclamó Sheyla, totalmente sorprendida.
Nate le dio una leve nalgada en tono juguetón.
—Eres una niña muy malcriada, Sheyla —dijo con una sonrisa que se asomaba en sus labios—. Y no te dejaré caminar sola a esta hora de la noche.
Sheyla, demasiado atónita para pelear, solo pudo quedarse en silencio mientras él la subía al auto y, con cuidado, la sentaba en el asiento del copiloto.
Nate se inclinó hacia ella para abrocharle el cinturón de seguridad, sus manos rozando suavemente su cuerpo mientras lo hacía. El contacto hizo que su corazón latiera más rápido, pero no dijo nada.
Ambos se quedaron en silencio mientras él ponía en marcha el auto. El trayecto fue breve pero cargado de una tensión palpable.
Sheyla miraba por la ventana, intentando entender lo que estaba sintiendo, mientras Nate mantenía los ojos en la carretera, su mandíbula tensa, como si estuviera luchando con sus propios pensamientos.
Cuando finalmente llegaron a su casa, Nate frenó suavemente frente a la entrada. Sheyla soltó el cinturón de seguridad, aún sin decir palabra, y bajó del auto.
Sin mirarlo, caminó hacia la puerta de su casa y entró rápidamente, sin darle una última mirada.
Nate observó cómo la puerta se cerraba detrás de ella, una sensación extraña en su pecho, aunque él no lo admitiría.
Encendió el motor de nuevo y se marchó, sin poder dejar de pensar en cómo todo parecía cada vez más complicado.