La mañana siguiente, Sheyla llegó a la oficina sintiéndose todavía desconcertada por los eventos de la noche anterior. Cada pensamiento que cruzaba por su mente volvía inevitablemente a Nate, y a la forma en que él la había besado, confesando que le gustaba. Pero ahora, él estaba ahí, al otro lado de la oficina, sentado detrás de su escritorio, con la misma expresión fría y profesional de siempre, como si nada hubiese pasado. Sheyla estaba revisando unos documentos cuando él rompió el silencio entre ellos. —Sheyla —dijo al ir directamente a su escritorio fuera de su oficina—. Esta mañana debes acompañarme. Sheyla levantó la mirada, sorprendida. No solía acompañarlo en sus asuntos personales. —¿Acompañarlo a dónde? —preguntó ella, su tono desconfiado. Nate dejó los documentos a un