Melissa sintió que un escalofrío recorrió su espalda. Nunca había sido víctima de mensajes amenazantes. Tendría que actuar con precaución. Pero ese enunciado le despejaba algunas dudas: ¡Ese derrumbe no había sido una casualidad! ¡Alguien intentaba beneficiarse con la situación!
¿En quién confiar? Después de todo era verdad que había muchas personas que tenían intereses particulares es la mina y en la empresa. Decidió ignorar el mensaje y procedió a abrir el que su investigador le había proporcionado. Luego de poner una clave empezó a leer con detenimiento cada detalle que ahí se especificaba. “Existe un testigo del derrumbe de la mina que también es testigo del accidente de la muerte de tus padres adoptivos” esas palabras la hicieron palidecer, sus manos empezaron a temblar y sintió náuseas.
Corrió al sanitario y se arrodilló delante de la taza. Pero al cabo de unos minutos pudo constatar que solo eran nervios. Se puso de pie, cepillo sus dientes y se lavó la cara.
Jamás pensaba encontrarse con una noticia de esa magnitud. El accidente de sus padres adoptivos fue tratado de forma muy protocolar y no hubo investigación al respecto. Con ese mensaje solo pudo deducir que existía la posibilidad de que el accidente de sus padres adoptivos hubiera sido provocado.
—No, ¡Eso es imposible! Si se hubiese tratado de un homicidio, los investigadores encargados lo hubiesen descubierto. ¡Melissa estás paranoica! —Se repitió. En ese momento su pequeña hermana Hannah, entra en su habitación sin llamar a la puerta y la descubre en plena crisis.
—¿Qué te sucede Melissa? Estás pálida y tu rostro demuestra espanto —dijo Hannah acercándose a ella, pero de inmediato Melissa cerró la computadora portátil. Era una situación delicada y no quería involucrarla, además una especulación de tal magnitud podría generarle angustia a su delicado corazón.
Hannah guarda en su mirada los secretos que su débil corazón no puede soportar, a pesar de ser unos años menor que Melissa, lleva una carga de heridas emocionales que le han forjado un carácter manipulador que usa como escudo para protegerse del dolor.
—¡Me he hartado de dulces y tengo una mala digestión! —dijo, pero Hannah frunció los labios y fingió sorpresa.
—¿Dulces? ¿Estás ansiosa por algo? Jamás comes “esas porquerías” o bueno, eso es lo que me haces creer —se burló considerablemente.
—Fueron algunos chocolates que me compartieron en la oficina. Pero debieron ponerles envidia en polvo o mal de ojo para que me hicieran daño. —Ambas se rieron, y Melissa intentó relajarse un poco—. ¿Qué necesitas? Porque a mi habitación solo vienes cuando necesitas algo.
—¡Me ofendes hermanita! Yo no solo vengo a pedirte cosas… bueno, casi nunca. Pero ahora quiero que me ayudes a conseguir unos pendientes de esmeraldas. ¡Robalos del taller para mí! ¿Quieres?
—¡Estás loca! —Melissa enarcó una ceja pensó un poco y añadió—: En la gaveta de la peinadora, en el fondo en un cofre dorado están los que papá me regaló cuando cumplí dieciocho. ¡Tómalos! —Aunque le dolía deshacerse de ellos, Hannah también tenía derecho a tenerlos… había sido un regalo especial del padre y por ende podía compartirlos con ella.
—¿Te vas a deshacer del regalo de papá? ¡No puedo creer que seas capaz de hacer eso! Es decir, no te importa cuánto cariño les puso papá para hacerlos… ahora tú te deshaces de ellos como si se tratara de un simple objeto. —Hannah era caprichosa y rebelde.
—También tienes derecho a tenerlos. Sé que los cuidarás tanto como yo los cuido. Porque sé el valor que tienen te los doy. Eres mi hermana y siempre voy a querer lo mejor para ti. —aclaró con delicadeza.
—¡No puedo tomar esos! No son para mí, los pienso regalar y es evidente que los que papá te dio son irremplazables. ¡Consígueme otros que no tengan algún valor sentimental! —Ahora Melissa empezó a entender un poco.
—¿A quién le regalarás esos pendientes? ¡Anda confiesa! ¿En qué negocios te estas involucrando? —interrogó Melissa.
—¡Está bien! Voy terriblemente mal en cálculo… sé que la profesora se dejará sobornar por unos pendientes caros. ¡Ayúdame! —El rostro de Melissa se llenó de decepción.
—¡Hubiese preferido que me dijeras que se los ibas a regalar a la madre de alguno de tus novios! ¿Eso fue lo que aprendiste de papá? ¿Acaso no sabes lo recta que era mamá? No me voy a prestar para tu juego, si repruebas de nuevo… pues merecido por floja, pero créeme que no te voy a ayudar con eso. —Hannah salió lloriqueando de la habitación, había perfeccionado una red de compasión por su débil estado de salud, cada lamento era un hilo sutil que influenciaría la conciencia de Melissa. Había aprendido a usar su enfermedad como una llave maestra que podía darle acceso a lo que deseara.
Melissa dejo los asuntos de su hermana por un instante y volvió de nuevo a activar la pantalla de su computador para seguir leyendo. Era un tema delicado y debía tratarlo con discreción.
Le envió un mensaje de texto al investigador:
[Necesito contactarme con el testigo personalmente]
Recibió la inmediata respuesta del investigador: [Pediré se acerque a la empresa mañana temprano]
Tras pensar un rato prefirió que se vieran en algún sitio diferente:
[Dame su contacto y le enviaré una dirección, no quiero levantar más sospechas]
Quién la había amenazado con el anónimo, de seguro, era alguien que estaba pendiente de todo lo que sucedía en la empresa. Si quería avanzar en la investigación, tenía que ser audaz.
[No te comprometas directamente con ese hombre, tampoco vayas sola a su encuentro.]
Aunque el investigador no solía involucrarse más allá de sus trabajos, esta vez le estaba regalando un consejo. ¡Algo debería haber descubierto para hacer esa advertencia!
Ahora Melissa empezó a dudar si debía o no acercarse a esa persona para conocer lo que tenía para contar. Estaba casi segura que era probable que exigiera algún tipo de compensación por la información. Pero estaba dispuesta a pagar cualquier precio con tal de saber, qué había ocurrido ese día del accidente.
Revisó su agenda y estaba ocupada toda la tarde, pero era más importante aliviar las interrogantes que tenía en su mente sobre ese suceso que la atormentaba. Así que le pidió a su secretaria que le cancelara algunas entrevistas, porque tenía algo de prioridad por hacer.
—Jefa, la s*********n en el club de Jiu-jitso se vence hoy. ¿Desea que se la renueve? ¡Este mes están de promoción! No deberías perder la oportunidad. —Añadió Soledad.
El Jiu-jitso es la disciplina que le ofrece la certeza de su propia capacidad, bajo la tenue luz del gimnasio Melissa ejecuta con determinación cada movimiento, cada bloqueo y reconoce como su cuerpo se moldea no solo por el sudor del esfuerzo, sino que consigue descubrir la fortaleza que yace dormida en su interior. Mientras aprende la complejidad del arte marcial se prepara para enfrentar los desafíos de su corazón con valentía y resiliencia.
—Por favor renueva… y paga también la s*********n para mi amiga Rebeca. Ya me iré… a quien me busque si es urgente que se comunique a mi número personal. —dijo y se dirigió a su casa para ponerse un poco más cómoda. Llevaba una blusa blanca de tiras, con una falda tipo tubo y unos tacones… se sentía expuesta para hablar con desconocidos.
Además, quería pasar desapercibida, no quería ser fotografiada por algún paparazzi que la reconociera en la calle.
Eligio la ropa que más le encantaba ponerse y que por su cargo no podía usar.
Una camiseta oversize de color negra que en el centro lleva una impresión cautivadora de Sakura Haruno emergiendo con elegancia con tonos vibrantes de rosa y verde que dan vida a la icónica ninja. También eligió un jeans de color gris y unas converse negras. Luego guardó su cabello en una pañoleta negra estampada con pequeñas calaveras blancas y unas gafas de sol.
En su ropa incorporó algunos micrófonos que transmitirían toda la conversación a una computadora donde quedaría grabado.
Se dio prisa para llegar de forma sigilosa al lugar de la cita, no podía ignorar a su corazón palpitando con una mezcla de nerviosismo y determinación.
Su preocupación hace que el viento le susurre conspiraciones del enemigo y un rayo de misterio se adhiere a cada minuto de espera. Era probable que encontrara respuestas que le afectarían sus emociones.
Pidió un café y espero a que le avisará ese hombre que ya había llegado.
[Ya estoy en el lugar acordado… llevo una camiseta amarilla.]
Leyó el mensaje y empezó a buscarlo con la mirada. Tomó la taza de su café y se acercó hasta donde estaba alguien sentado con su descripción.
—¿Puedo sentarme a su lado? —interrogó con una suave voz.
—¡No, señorita, estoy esperando a…! —Se quedó callado ante el asombroso cambio de Melissa—. ¿Es usted la Señorita Dupont?
—¡Así es! —respondió y él se apresuró a levantarse para ayudarle caballerosamente con la silla.
—¡Qué amable! —mencionó y se sentó.
—¡Es usted más hermosa de lo que parece! —dijo el hombre al ver que ella se quitaba las gafas—. Mi nombre es Agustín, señorita Dupont.
—¡Encantado de conocerlo, Agustín! —Melissa esbozó una leve sonrisa—. ¡Gracias por aceptar mi cita!
—El gusto es mío, perdone mi osadía por decirle que me sentí muy halagado, cuando dijeron que deseabas verme. No la busque antes porque tuve miedo de verme involucrado en asuntos peligrosos, pero ahora debe ser diferente. —Parecía ser un hombre sincero. Sus manos callosas estaban llenas de cicatrices, demostraba que era una persona trabajadora.
—¿Por qué dices que tuviste miedo? Acaso todo fue diferente de cómo lo describieron en el periódico. ¿Qué es lo que sabes? Perdone que sea tan directa pero como comprenderá llevo muchos años con la intriga en medio de mi pecho —interrogó sin perder el tiempo.
—El día que todo ocurrió, estaba en la mina. Pero recibí una llamada de urgencia de mi esposa. Una de mis gemelas había empezado a convulsionar y ella no sabía cómo actuar. Pedí permiso en el trabajo al jefe inmediato y me concedió la licencia. Necesitaba llegar rápido, así que le pedí a… —Bajó la mirada y se quedó callado por un largo rato.
—¡No te detengas ahora, por favor! —exclamó Melissa.
—A Johan. Un compañero que de modo amable accedió a prestarme su moto de alta cilindrada para que llegara rápido a casa. Me calcé el casco y me puse en dirección a casa. Por el camino vi como un auto de lujo empezaba a perder el control hasta chocar contra un muro. No quise involucrarme y decidí acelerar, tenía prisa por llegar a casa. Pero… unos dos mil metros más adelante la conciencia me reclamó. Detuve la marcha y regresé para ver si aún estaban con vida y prestar auxilio. Pero lo que vi me dejó petrificado, un hombre revisaba el interior del auto y luego con sus manos firmes roció combustible y encendió un fosforo y lo lanzó al interior, de inmediato las llamas emergieron borrando cualquier rastro de su presencia.
Melissa sabía que su corazón no mentía, ese accidente había sido provocado.
—¿Qué pasó luego de incendiar el auto? —interrogó.
—Cuando ese hombre se percató que yo estaba viendo lo que estaba haciendo, sacó un arma e hizo un disparo en mi dirección. No tuve más remedio que acelerar la moto y alejarme del lugar. —Melissa esperaba conocer un poco más de información, pero ese era un buen inició.
—¡Suerte qué pudiste salir de allí sin ser lastimado! —exclamó ella con un aire de tranquilidad.
—Yo sí, salí librado… pero del compañero que me prestó la moto no puedo decir lo mismo. Para mí no existe otra explicación, luego lo buscaron por las placas de la moto y lo acribillaron. Esa muerte ha quedado en mi conciencia, porque estoy seguro de que no querían testigos. También quiero aclarar que en el momento no supe que se trataban de mis jefes, fue después cuando la noticia de su muerte se expandió —Melissa se convenció aún más de que el enemigo estaba en la propia empresa.
Pero se conmovió significativamente porque era alguien que trabajaba para su empresa.
—Si conoces a la familia de ese joven, diles que me busquen en la empresa, les daré una indemnización. De la misma forma él trabajaba para mi empresa y no se verá extraño si quiero solventar económicamente a sus seres queridos. Investigaré y daremos con el asesino. ¡Te lo prometo! La muerte de tu amigo no quedará olvidada. También quiero pedirte que no converses con nadie de esto. Te expones mucho al dar tu testimonio.
Se despidió del hombre dándole un cheque con una cifra considerable por la información y regresó a su casa muy intrigada. Volvió a requerir una nueva investigación y después de estar varias horas investigando a todo el personal de la empresa, apagó el computador, se dirigió a la ducha porque en treinta minutos debía estar en el edificio deportivo.
Salió con su cuerpo envuelto en una toalla fucsia. En su casa se había prohibido el uso de toallas blancas, detestaba verlas de color amarillento, así que prefería otros colores.
Abrió la gaveta de la ropa interior y tomó una pequeña tanga roja, pero luego reaccionó y prefirió no usar ropa interior debajo de su falda shorts.
Se mordió el labio pensando en el hombre que había conocido esa noche en el bar de Rebeca.
—¡Deja de pensar en ese… hombre, Melissa! Estás casada con un tipo desagradable y hasta que esta pesadilla no termine, no podré darme una oportunidad de amar. —se reclamó a sí misma y se ajustó los zapatos deportivos.
Luego se puso un top, que, aunque era de buena calidad, no evitaba que los pezones se marcarán. No solía ser exhibicionista, así que se puso una camiseta ancha.
Por más de dos horas de combate, aunque estuvo concentrada practicando con el maestro, su mente viajaba a buscar en los recuerdos los ojos de ese apuesto hombre.
—¿Qué te sucede Melissa? —interrogó Rebeca al ver que estaba ejecutando mal algunos movimientos.
Se detuvo, tomó una toalla, secó el sudor de la frente y respondió:
—¿De dónde conoces al hombre que me presentaste en el bar? —dijo de forma directa.
—¡Upa! Yo sabía que no podías estar tan ciega para no aprovechar semejante oportunidad. Es un amigo que conocí en una fiesta de disfraces hace un año. Le invité a la inauguración y dijo que solo aceptaría si le conseguía una pareja. De inmediato pensé en ti. Y así fue como los uní. —Melissa se percató que Rebeca decía la verdad… ella sabía que ese hombre escondía algún secreto, porque cuando esos hombres le estaban asechando en definitiva lo querían matar.
—No puedo negarte que me pareció atractivo. Es misterioso y dominante. Justo lo que necesito después de haber tenido un marido fantasma, que no me puso ni un dedo encima. —Ambas se rieron y Melissa le prometió a Rebeca que en la noche lo llamaría.
Desde que regreso a casa agotada del duro entrenamiento, se tumbó en la mullida alfombra y sin poder evitarlo se quedó dormida por unos minutos. Luego tomó el teléfono y marcó.
—¡Aló! —respondió la sexi voz del otro lado de la línea.
—¡Soy yo, Melissa! —Una breve pausa indicó que lo había tomado por sorpresa.
—¡Pensé que nunca me llamarías! —exclamo con dulce voz—. ¿Puedo invitarte a cenar esta noche?
Melissa pensó de inmediato una excusa… no quería verlo, solo quería hablar con él un rato.
—¡No puedo darme el lujo de salir a cenar esta noche! Estoy trabajando en un proyecto importante que debo entregar temprano. Solo quise hacer una pausa del trabajo para distraer la mente por unos minutos —mintió mientras se tapaba la boca para que no fuese a salir algún ruido que la delatara.
—¡El trabajo en exceso es malo! Pero, acepto que me rechaces esta noche. Lo que no puedes, ni tienes derecho a rechazar, es una invitación el fin de semana a navegar en mi yate. —Los ojos de Melissa se le querían salir de impresión y se sentó rápidamente.
—¡No! No sé si recuerdas que aún estoy casada ante la ley. ¡Imposible! No puedo. —Su voz sonaba exaltada.
—No te espantes. No tengo intenciones de atraparte… no por ahora. Invita a tu amiga Rebeca y a su novio. No será un plan romántico, será de descanso y esparcimiento. Necesito aire fresco, pero no quiero ir solo.
Melissa sonrió y terminó aceptando. Sabía que Rebeca diría que si a todo.
Estuvo trabajando en los proyectos de la empresa con dedicación para dejar todo listo, por suerte en su universidad estaban en temporada de descanso, pero pronto ingresarían de nuevo, así que debía aprovechar la oportunidad.
Rebeca y su novio llegaron temprano al edificio de Melissa porque los pasarían buscando. De pronto sintieron que un helicóptero estaba dando vueltas alrededor del edificio.
—¿Qué sucede? Malkon, ¿qué hace ese helicóptero rodeando este edificio? ¡Averigua ya, quién es! —ordeno Melissa a su agente de seguridad.
—No hace falta Meli… vienen por nosotras. No iremos en auto, será en avión —aclaró Rebeca empezando a tomar las cosas para subir hasta la azotea.
—¿Vinieron por nosotros en helicóptero? ¿Qué? ¿No podría ser de una forma más discreta? Todo el edificio se tiene que enterar. —Tomó el celular y dijo—. ¡Malkon, cancela la investigación! Estaré fuera de la ciudad uno o dos días. ¡Encárgate de todo!
Se apresuró a tomar su bolso de playa y a asegurar las ventanas de su apartamento. Subieron a la azotea, ya el helicóptero había aterrizado y vio como descendía de ese aparato el elegante hombre que ahora llevaba una camiseta blanca y una bermuda de color gris.
En su pecho brillaba una placa metálica y unas enormes gafas oscuras ocultaban esos hermosos ojos.
—¡Justo a tiempo, señoritas! Permítanme ayudarles con su equipaje. ¡Nuestro destino es Hawái! Las llevaré a mi isla privada. —Melissa sintió que su pecho estaba a punto de quebrarse de tantos golpes que estaba dando su corazón.
El viaje transcurrió rápido, estaba sentada al lado de ese hombre que ni siquiera le importaba saber cómo se llamaba para sentirse a gusto.
El perfume de Michael había enviciado a su olfato y respiraba profundo para disfrutar ese aroma.
Al llegar a la isla, las dos chicas prefirieron apartarse un poco para ponerse el traje de baño y aplicar bronceador a su piel, mientras tanto los hombres sacaban unas motos de agua y les hacían mantenimiento.
—¡Estoy ansiosa por ver qué tanta sorpresa guarda tu conquista! —se burló Rebeca.
—¡Cállate el hocico! No es mi conquista, es más, ni amigos somos. Pero si me quiero disfrutar esta isla. —Y así lo hizo, cuando fueron a nadar y divertirse con las motos de agua, Melissa no dejaba de reírse y gritar emocionada.