¡Una caja reveladora!

2555 Words
El beso era intenso y a Melissa le empezaba a faltar el aire, así que volteo la cara hacia un lado. Sintió un retorcijón en su estómago, aunque ese hombre le hacía latir el corazón con fuerza, la sombra de su matrimonio aun colgaba de ella como una promesa rota. Sin ninguna duda ese beso fue un torbellino de emociones contradictorias mezclando la euforia del presente con la oscuridad del pasado. Michael pudo notar la rigidez en el cuerpo de la chica y se apresuró a disculparse: —¡Perdona, pero el susto me ha hecho reaccionar de esa manera! —dijo Michael enseñándole una estupenda sonrisa. Melissa no dijo nada y empezó a nadar para llegar hasta el yate y sentirse a salvo por completo. Michael, sin decir una palabra más, la siguió. Pero una vez en el yate, Melissa recordó lo tortuoso que era mentir. Michael buscó una jarra de agua y le agrego un buen chorro de vinagre. «¿Por qué este hombre tiene que ser tan precavido?» se interrogó Melissa mientras ponía una sonrisa falsa al recibir el agua que amablemente le ofrecía Michael y él también bebía a grandes tragos aquella preparación. —¡No sé por qué tomas el agua así! Pero debe tener un misterio que espero algún día me reveles, si lo haces porque perteneces a algún tipo de secta también quiero pertenecer a ella ja, ja, ja. —Melissa tuvo que contener la risa y le agradeció. No entendía porque tenía que ser tan intenso al recordar detalles como ese que solo uso para salir bien librada de aquella comida. Aunque estaba muriendo de sed debía tomarse esa fea solución, el sabor agrio le hacía arrugar la nariz, pero trato de disimular ofreciendo una sonrisa encantadora. Con ojos atónitos Michael comprendió que a veces algunos gestos extraños eran una llave para conquistar corazones. Melissa por su parte esperaría cualquier descuido para tomar agua pura, quitarse la acides de la boca y calmar la sed, pero ahora debía sostener la farsa. Se sentó con comodidad. Respiro profundo, agradeció al cielo por seguir viva y empezó a quitarse los instrumentos de buceo. —¡Lo que parecía diversión, por poco y termina en desgracia! Pensé que no la contaría, esto es un milagro… ¡Me salvaste la vida! —dijo y su voz temblaba de pánico al recordar lo que había vivido minutos antes. —¡Ahora me siento culpable! No debí haberte soltado la mano… tampoco llevarte a esas cuevas tan profundas. Esconden muchas bellezas, pero también infinidades de peligros. ¿Me perdonas? —dijo mientras se ponía de cuclillas para quedar a la altura de sus ojos. Michael recordó con impotencia la forma en que Melissa había sido arrastrada por esa corriente marina a la que el mismo había subestimado, la culpa se dibujaba en su rostro clavándose como un cuchillo en su conciencia, se culpaba por el peligro al que él mismo había expuesto a la única mujer que le había interesado tanto en años. —¡Tú no tuviste la culpa! Fui yo que no supe esquivar la corriente. Pero me salvaste, ahora se puede decir que te debo la vida. —bromeo—. ¿Me ayudas con la cremallera del traje? —dijo mientras se ponía de espaldas. Michael aprovechó para ver cómo se le marcaba el trasero en ese traje. Bajó la cremallera con cuidado observando su espalda perfecta, muchas ideas pasaron por su cabeza, pero de pronto Melissa lo hizo aterrizar. —¡Iré a ducharme! —dejó el traje en el piso y caminó en línea recta en dirección de las duchas. Ese bañador blanco que había elegido le sentaba a la perfección. Se le veían los glúteos redondos y perfectos. Camino detrás de ella y como Melissa no le demostró pudor, quiso meterse también a la ducha, el espacio era amplio y tranquilamente se podían bañar los dos. Pero a Michael se le ocurrió quitarse el traje quedando completamente desnudo, Melissa se escandalizó, porque sabía que, si aceptaba que él se quedará así, la situación se iba a descontrolar. —¿Qué te sucede? ¿Por qué eres tan pervertido? No soy de las que se emocionan por ver los atributos de un hombre. Desaparece de inmediato de mi vista… ¡Ya! —gritó Melissa mirando para el lado contrario de donde estaba Michael. El pobre hombre tuvo que salir despavorido a buscar ropa para ponerse y esperar a que ella terminara de ducharse para hacerlo él. Nunca había coincidido con una mujer tan difícil de seducir. Una vez que pasó el inconveniente, Melissa no podía resistir más tiempo sin una bebida, así que le pregunto si había traído algo diferente de agua. Michael se apresuró y le trajo una cerveza. Melissa se la tomó en segundos y pidió otra, se detuvo porque sabía que si tomaba un poco más terminaría ebria porque también llevaba el estómago vacío. Luego Michael le entrego una bandeja con fresas y duraznos en almíbar. Melissa los devoró y en agradecimiento le dio un beso en la mejilla. —¿Ahora que regresemos, seguirás haciéndote la difícil? ¡Mírame, estoy muriendo por ti! —exclamó Michael. En la cubierta del magnífico yate la mirada de Melissa cambió de expectante a consternada al captar la verdadera intención oculta en las acciones de Michael al invitarla. Lo que inicialmente se manifestó como un gesto amable ahora se entendía como una cruda verdad solo para satisfacer sus deseos egoístas. —¡Qué linda poesía! En ningún momento mencionaste que el plan del paseo era seducirme. Vuelvo a insistirle, estoy casada, mira, esta argolla me la tuve que comprar yo misma, para obligarme a respetar mi matrimonio fantasma. Porque mi marido ni eso tuvo la delicadeza de comprarme. ¡Bueno, no sé ni porque le digo marido! Pero si le guardo su lugar… no quiero sorpresas desagradables después. Ya le envié petición de divorcio, ¡Ojalá acepte pronto! Michael no opinaba en ese tema, la dejaba que se desahogara como quisiera. Pero si pensaba que estaba siendo muy odiosa, ella también debía sentir algo por él, ese beso apasionado se lo había confirmado. —¡Bien! Entonces regresemos. Solo espero que disfrutes las vacaciones y que te vayas de mi isla con muchas ganas de volver —dijo meneando sus cejas. Melissa suspiró y el brillo del mar reflejaba decepción en sus ojos, ya con las verdaderas intenciones de Michael expuestas se sentía desilusionada y desconfiada. Trató de manejar la situación con diplomacia y cambió el tema: —¡Ha sido una experiencia distinta! ¡Aunque casi muero! Pero bueno, todavía no era el día. —Luego Melissa le pidió que la dejara conducir el yate. Él la complació un rato. Después se acercó a proa para sentir el aire, golpeando sus mejillas y enredando su cabello. Una vez que llegaron al muelle, Michael bajo primero para amarrar el yate, Melissa se quedó recogiendo los trajes y ubicándolos en un lugar específico, tomó sus cosas para empezar a bajar, pero un grito la detuvo: —¡Quédate ahí! No te muevas. —Obedeció un poco nerviosa porque no sabía que era lo que estaba pasando. Luego él se empezó a acercar y le extendió la mano—. ¡Déjame ser yo quién te sostenga mientras desciendes! Melissa revolvió los ojos, pero estiró su mano para sujetarse de la de él. Una vez en tierra, él le besó la mano y le pidió que se adelantará. Él debía ocuparse de algunas cosas primero. Michael subió al yate para cubrir los muebles con un plástico especial que evitaba que se mancharan, se le ocurrió mirar en la ducha y allí estaba el traje de baño que Melissa había usado. Lo tomó en sus manos y le fue imposible resistirse a olerlo. Impregnó su nariz con el aroma de esa mujer y suspiró. —¡Quién diría que el peligroso padrino de la mafia, estaba enternecido por una mujer que no le prestaba atención! Ese trozo de tela era una excusa para ir hasta la habitación de Melissa, así que lo tomó con cuidado y lo puso alrededor de su cuello mientras terminaba de organizar todo en el yate. Por su parte, Melissa estaba siendo acosada fuertemente por Rebeca para conocer la verdad: —¡Dime qué avanzaron y tuvieron sexo duro y salvaje en medio del océano y a plena luz del día! —Melissa soltó una carcajada de burla. —Lo único duro que sentí fue una roca contra la que me aventó la corriente. Casi muero. ¡Abrázame porque es un milagro que esté aquí contando esto! —Rebeca se escandalizó y empezó a hacerle muchas preguntas. —No hubo avance ninguno. ¡Qué desperdicio! Yo si no puedo decir lo mismo, nos pusimos la casa de sombrero —se burló Rebeca con una sonrisa pervertida. —Seguiré firme en mi decisión, no daré mi brazo a torcer antes de haberme divorciado. Es un hombre que me atrae, no lo niego. Pero, no por eso, me dejaré llevar. No por eso permitiré abrir mi corazón a que lo lastimen. ¡No! —Negó y se lanzó en la cama. —¡Como sea te tengo un regalo! Ven, toma… ábrelo —insistió Rebeca. —Estoy muerta, fue un viaje largo y agotador. La abriré, pero primero deseo descansar unos minutos, por favor. —Rebeca no insistió y salió de la habitación con una risita maliciosa. Dejó la puerta entreabierta para ver si le ganaba la curiosidad e iba a revisar el regalo. Pero Melissa no se movió por un largo rato, así que prefirió irse a buscar a su novio, ya se enteraría cuando revisará su obsequio. Melissa cerró los ojos y se mordió el labio inferior. Recordando lo que había visto en la ducha del yate. Ese hombre estaba totalmente empalmado y eso fue lo que la hizo actuar de ese modo. Si le permitía acercarse terminaría perdiendo la compostura. Se frotaba contra las suaves sábanas de seda y sentía que su cuerpo estaba inquieto. Después de ese incidente, ella no podría volver a ver a Michael de otra manera. Sin embargo, reprimiría su sentir. Esa sensación extraña de placer dominaba los sentidos y aunque cayó en un profundo sueño, seguía fantaseando con los besos de Michael. Una vez que recuperó sus energías, el hambre la hizo despertar. Ahora debía ingeniárselas para buscar algo de comida que le gustará. No pretendía tener otra sorpresa. Sus padres siempre le insistían para que aprendiera a comer todo tipo de mariscos y pescados en diferentes preparaciones, pero ella se resistía. Solo había conseguido tolerar el pescado frito. Se dirigió hasta la ducha y se lavó la cara, se detuvo observando su reflejo en el espejo y se sintió desconocida. Llevaba casi tres años sin ser ella misma. —¡Esposo fantasma, me has enredado la vida como no tienes idea! Pero pronto dejarás de ser una puerta cerrada que me detiene. —Salió de la habitación de baño, tomó un paño y se secó las manos y la cara. Se sentó en la cama para desenredarse el cabello y recordó lo fuerte que había tenido que aprender a ser, incluso desde que quedaron en el orfanato se convirtió en la defensora de su hermana Hannah, quien solía y aún suele ser bastante susceptible por padecer una anomalía cardiópata que la obliga a llevar la vida tranquila evitando las emociones fuertes. Es por eso que le acepta todas sus malcriadeces. Recordó que no la había llamado durante el día, así que le marcó y verificó que todo estuviera en orden, le volvió a insistir por los pendientes para sobornar a su profesora y esta vez Melissa accedió a dárselos. Luego de estar meditando sobre lo fácil que esa mocosa la convencía, posó sus ojos en la caja de regalo que le había dejado Rebeca. Era una caja totalmente forrada de n***o con un moño rojo. Se levantó y fue a tomarla. Levantó la tapa y: —¡Oh por Dios! ¿Qué demonios es todo esto? —Se puso cómoda y posicionó la caja arriba de sus piernas. No tenía ni la mínima idea de cómo se usaba cada uno de esos elementos. Nunca había tenido la oportunidad de observar tales objetos. Todos eran juguetes sexuales, Rebeca le había querido dar un regalo un poco perturbador. Vibradores, anillos, masajeadores, dildos con joyas, mangas, fundas, para el m*****o del hombre, arneses, bolas chinas. «¿De dónde sacan tanta imaginación?» pensó y seguía sacando todas las cosas y distribuyéndolas en la cama, por último, tomó un disfraz de gata en encaje n***o, sus ojos estaban maravillados del acabado tan perfecto del mismo, cuando la puerta se abrió y apareció Michael. —¡Hola… perdón! —dijo y se quedó impresionado al ver el arsenal que esa mujer tenía en la cama—. Y, el pervertido soy yo. ¿Qué es todo eso? —Melissa frunció el ceño, se levantó de la cama lanzando la ropa interior al piso. —¿No te han enseñado a llamar antes de entrar? —gritó furiosa. —¡La puerta estaba entreabierta y yo solo empuje! Lo lamento… Aunque de haberlo hecho, no me habría enterado de la perversión que escondes por dentro. —Melissa lo agarró de la camisa y lo arrastró afuera de la habitación. —¡Espera! Solo venía a traerte esto —dijo y se quitó el bañador del cuello. Eso enfureció aún más a Melissa. ¿Qué clase de hombre pervertido era? —¡Dámelo y lárgate! —ordenó. Michael se encogió de hombros y salió, con una picardía en su rostro que no podía disimular. «¡No es tan santa como lo proclama!» Pensó… sabía que allí existía una posibilidad estupenda, para él una mujer pervertida valía oro. Se retiró a su habitación a ducharse, pero no podía sacar de su mente todos esos juguetes que tenía extendidos en la cama. —¿Cómo es que hizo un pedido para qué le llegará justo a este lugar? O ¿Será que a todos lados lleva esa pequeña caja del placer? ¡Esa mujer me intriga mucho! Desearía descubrir la verdad que esconde —susurró mientras el agua fría caía en su piel y esperaba que se le bajara la calentura que había agarrado en su zona baja. También pensó que, si no hacía algo de inmediato, Melissa podía sentirse muy avergonzada e intentar escapar. Así que se vistió en un santiamén y regresó a la habitación de Melissa. Esta vez la puerta seguía abierta y pudo ver cómo ella al percatarse de su presencia escondía la caja debajo de la cama. —¡Crees que puedas cenar conmigo esta noche! —Melissa se veía demasiado nerviosa, estaba actuando con torpeza y de pronto su tacón se enredó en la alfombra, pero Michael reacciono y se lanzó para evitar que se golpeara la cabeza. También perdió el equilibrio y termino acostado en el piso. Por fortuna, la alfombra evitó que sufrieran una lesión mayor. Melissa quedó arriba de Michael, le pareció tan tierno el gesto de querer evitar que se golpeara que sin pensarlo acerco sus labios a los de él y lo besó con ternura.
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