Recogiendo migajas

2107 Words
Tenía miedo. Su madre había espera mucho, demasiado tiempo para recibir la operación y, aunque fue en el tiempo límite, Nina había conseguido el dinero, pero el doctor le había dicho de los riesgos por todo el tiempo de espera. Por eso y más, tenía miedo. Mariah Blake, la única persona que le quedaba en el mundo, la mujer que había trabajado hasta el cansancio para mantenerlas a flote. Intentaba mantenerse firme, recordarse a sí misma que el dinero que había conseguido cubriría todos los gastos, que los médicos harían lo posible para salvarla. Pero la sensación de haber cruzado un límite, de haber sacrificado demasiado, la consumía como un ácido que corroía su interior. Cerró los ojos por un momento, escuchando el tic-tac del reloj en la pared, como si cada segundo se arrastrara con una lentitud dolorosa. Pasaron horas, aunque para Nina se sintieron como eternidades, minutos que se reían en su cara, segundos que no dejaba de alargarse. Cada vez que la puerta de la sala de operaciones se abría, su corazón daba un brinco, solo para luego estrellarse cuando se trataba de otro paciente. Finalmente, uno de los médicos salió, su expresión severa y las manos todavía manchadas con rastros de sangre a pesar de los guantes. Nina se levantó de un salto, sintiendo cómo sus piernas flaqueaban mientras se acercaba a él. La imagen que veía no favorecía mucho a lo que pensaba ella en ese momento. —¿Cómo está mi madre? ¿Está bien? —preguntó con la voz temblorosa, las palabras atropellándose en su boca. Sentía cómo la desesperación se desbordaba en cada una de ellas—. Doctor, ¡¿va a decirme algo o no?! El médico la miró con una seriedad que le heló el alma. La expresión en su rostro no dejaba espacio para la esperanza. Se quitó la máscara quirúrgica con un suspiro profundo, como si cada palabra que estaba a punto de decir le pesara más que la anterior. Antes de que dijera nada, ella sentía como las piernas empezaron a temblarle. No podía ser… lo que ella creía que él le iba a decir, eso… no podía ser cierto. —Lo siento mucho, señorita Blake... Hicimos todo lo que pudimos, pero hubo complicaciones durante la cirugía. Su madre no resistió. Los riegos—siguió hablando, quizás diciendo cosas importantes razones por las que aquello no funcionó, pero… ella no escuchaba nada, incluso estaba segura de que tampoco podía ver nada. Nina sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies, que todo temblaba y se colapsaba a su alrededor, creyó que era el hospital… pero era su mundo que se caía a pedazo. El aire se le escapó de los pulmones en un solo aliento ahogado, y por un instante creyó que estaba dormida, que se trataba de una pesadilla, todo eso, cada cosa que había pasado en los últimos meses, en los últimos días. Solo las palabras del médico resonaban en su cabeza, una y otra vez, como un eco interminable, una sentencia eterna: "Hicimos todo lo que pudimos". Pero no había sido suficiente, nunca lo era. Su madre había muerto. —No... no... —dijo, desesperada, negando con la cabeza mientras se tambaleaba hacia atrás—. Eso no puede ser... ella iba a... ella iba a salir de esto. Me dijo… usted me dijo que eso era lo que hacía falta, que esto… ¡que esto era la solución! —Lo siento, lamento mucho la situación por la que está pasando ahora, entiendo su dolor, su angustia… —¡Dijo que la operación sería la solución, maldición! —Ha…hace meses, señorita Blake. Era su única salida y llegados a este punto también era un riesgo. ¿Recuerda nuestra charla? —dejó una mano sobre su hombro, observando aquel rostro joven que parecía acabar de perderlo todo—Lamento mucho su pérdida —dijo, antes de alejarse con la cabeza baja, dejándola sola en ese abismo de dolor. Nina se dejó caer en la silla, el cuerpo encorvado por la fuerza de la noticia que acababa de recibir. El mundo alrededor de ella se volvió borroso, los rostros de otros pacientes y familiares se desdibujaron mientras las lágrimas le nublaban la vista. Se llevó las manos al rostro, sintiendo cómo el llanto le brotaba de una forma que no podía controlar, como un torrente que había estado conteniéndose durante demasiado tiempo. "Todo fue en vano", pensó con desesperación, sintiendo cómo las palabras se repetían en su mente, clavándose como espinas en su pecho. "Todo fue en vano". Cada sacrificio, cada humillación, cada momento en que se había aferrado a la esperanza de que su madre saliera de esa habitación con vida... todo se había desvanecido en un instante. Se aferró a los brazos del sillón, sintiendo cómo el llanto se convertía en un sollozo incontrolable que resonaba en la sala vacía. No le importaba quién la escuchara, no le importaba nada. Solo quería que ese dolor, esa sensación de vacío, desapareciera de su pecho. —Mamá... —susurró entre lágrimas, su voz quebrada por la angustia—. Perdóname... perdóname por no haber sido suficiente... por no haber llegado antes... Se abrazó a sí misma, buscando un consuelo que sabía que no encontraría, mientras la imagen de su madre, con el rostro sereno en la cama del hospital, se volvía el último recuerdo que podía aferrarse. Mariah Blake, la mujer que había sido su mundo, ahora se había ido, y Nina sentía que todo su ser se desmoronaba junto con ella. Horas más tarde, cuando la sala de espera quedó en penumbra y el hospital volvió a su calma sombría, Nina se levantó de la silla. Sus piernas apenas la sostenían, pero cada paso la llevaba más lejos de la esperanza que había tenido esa mañana. Con el rostro hinchado por las lágrimas, se acercó al mostrador de la recepción, firmó los papeles que la enfermera le entregó sin apenas escuchar lo que decía, y salió del hospital con la mirada perdida. La noche la envolvía con su frío, y el viento cortaba su piel como pequeños cuchillos, pero Nina apenas lo notaba. Solo podía pensar en una cosa: debía huir de allí. No había nada más que pudiera hacer. Con su madre muerta, ese lugar se había convertido en una cárcel de recuerdos que la asfixiaba. Tenía que escapar, dejar atrás el dolor, la vergüenza, el pasado. Se detuvo en el borde de la acera, mirando los coches pasar con rapidez, no había paso peatonal en esa zona, tampoco deseaba cruzar, solo… Respiró hondo, buscando a lo que aferrarse, pero en su agonía no encontraba nada, no había nada. (…) Todo había cambiado desde el regreso de Samuel. Desde el momento en que puso un pie en la empresa, el abuelo de Mason, William Hill, no tardó en colocar a Samuel al mando, relegando a Mason a un rincón oscuro y sin importancia. Aunque Mason había sido quien estuvo a cargo durante mucho tiempo, tomando decisiones y enfrentándose a retos que muchos pensaban que no superaría, nada de eso parecía contar ahora. Todo su esfuerzo había quedado en nada. Su abuelo ni siquiera había mencionado su trabajo; era como si Mason no hubiera existido, como si todo el sacrificio que había hecho fuera invisible. Cada día, el sentimiento de ser ignorado y despreciado crecía dentro de él, carcomiéndolo lentamente. A veces se preguntaba si alguna vez había tenido una oportunidad real de ser parte de los Hill, o si todo el tiempo había sido solo una sombra, un "casi" que nunca alcanzaba nada. No importaba cuánto se esforzara, siempre parecía estar estancado, atrapado en un rol que nadie tomaba en serio. Era una sensación de inutilidad que lo quebraba en silencio, una y otra vez. A pesar de todo, había una cosa que lo mantenía a flote: Ella Morgan. Su relación era un secreto, algo que habían decidido mantener oculto por el bien de ambos. Ella provenía de una de las empresas rivales, y si su abuelo o su padre se enteraban de su romance, no solo se pondría en riesgo la relación, sino también su posición en la empresa. Ella era la única persona en la que podía confiar, alguien que lo hacía sentir valioso. Alguien que lograba verlo por quien era. Mason llegó temprano al restaurante donde habían acordado reunirse, el mismo que frecuentaban para evitar miradas curiosas. Tomó asiento en una mesa discreta en la esquina, nervioso pero emocionado de verla. Necesitaba hablar con Ella, necesitaba que alguien lo escuchara. Y Ella siempre había estado ahí, calmando sus inseguridades, asegurándole que su esfuerzo valía la pena, incluso cuando la familia Hill se negaba a reconocerlo. Cuando Ella entró, Mason se puso de pie de inmediato, su rostro iluminándose con una sonrisa sincera que a pocas personas mostraba. Caminó hacia ella y abrió los brazos para abrazarla, pero se detuvo al ver su expresión seria, distante, casi fría. —Ella, ¿todo bien? —preguntó, con una sonrisa nerviosa, intentando desarmar la rigidez de su semblante. Ella lo miró, y durante un segundo él creyó ver una chispa de algo parecido a compasión en sus ojos. Pero rápidamente esa expresión se desvaneció, reemplazada por una determinación que Mason no reconocía. Ella dio un paso atrás, evitando el beso que él estaba a punto de darle. —Seré directa, ya no puedo estar perdiendo el tiempo contigo. Mason, esto no puede seguir así —dijo ella, con un tono firme, cortante—. Entre nosotros se acabó. ¿Se acabó? Mason se quedó inmóvil, incapaz de reconocer esas palabras que salían de los labios de su novia. —¿Qué… qué estás diciendo? —preguntó, su voz quebrándose levemente. Ella bajó la mirada por un momento, sin decir nada, como si también estuviera luchando consigo misma. Luego, con un suspiro, volvió a levantar la cabeza, y esta vez su expresión era de completa indiferencia. —Esto nunca debió empezar, Mason. Sabes que no tiene sentido. —Su tono era duro, cruel, como si lo hubiera ensayado para no mostrar emociones—. Tú y yo somos de mundos diferentes, y tú lo sabes. —¿Diferentes? ¿A qué demonios te refieres, Ella? ¿Qué tenemos de diferentes? —Soy heredera de Morgan Enterprise, Mason. Y tú… —¿Yo qué? —preguntó con la mandíbula tensa.— ¡Dime! Ella miró a ambos lados, como si midiera la reacción de las personas, dio un paso hacia atrás y sin mirar a Mason, se marchó. Él la vio marcharse, sin poder moverse, ni reaccionar. Cuando finalmente se sentó de nuevo, la realidad de su situación lo golpeó con una fuerza devastadora. Se había aferrado a Ella como un escape de todo lo que no funcionaba en su vida, como un ancla en medio de la tormenta que era su familia, la quería, la quería con todas y cada una de sus fuerzas. Pero ahora, incluso eso se había desvanecido. Lo que quedaba era una vida en la que él apenas era visible, donde no era más que una sombra en la dinastía Hill. Para la familia Hill, Mason era, en el mejor de los casos, un recuerdo incómodo. Hijo de una mujer que su abuelo jamás había aprobado, y que su padre, Sebastian, apenas consideraba con respeto. Su madre había sido despreciada por todos, vista como una mujer "oportunista" que jamás debió haberse mezclado en una familia como la de ellos. Y a él, por ser su hijo, le tocaba cargar con ese desprecio, una marca invisible que lo diferenciaba de Samuel en cada oportunidad. Con Samuel de regreso, parecía que su existencia en la familia Hill se había vuelto aún más irrelevante. Ya ni siquiera podía fingir que estaba en la misma categoría. Mientras que su abuelo y el resto de la familia mostraban una devoción casi inquebrantable hacia Samuel, a Mason solo le quedaban las migajas, el silencio y las miradas de lástima, como si el mero hecho de que aún intentara ser alguien en la familia fuera patético. Por mucho que intentara demostrar su valía, cada paso que daba parecía una lucha en vano. Había puesto su energía y tiempo en la empresa, había asumido responsabilidades mientras Samuel estaba fuera, y aun así, no importaba. No solo era Mason el rechazado; era también su madre, su historia, todo lo que representaba. Era el hijo que nunca debió existir. Un hijo no deseado, despreciado por todos, tan solo recibiendo la lástima de su padre, pero incluso por él se sentía usado. Ya no lo soportaba más.
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