Virginidad vendida
¿De verdad… he dado mi virginidad a ese hombre? La realidad parecía abrumarla.
—Me he vendido—dijo, mordiéndose el labio inferior de inmediato mientras contenía un sollozo.
Nina Blake estaba tumbada sobre la cama, la tela de las sábanas ásperas irritando su piel desnuda. Sus manos temblaban, un temblor incontrolable que le recorría todo el cuerpo, y el dolor agudo en su vientre se hacía insoportable.
Quería soltar un grito, pero sus labios permanecían sellados, tan tensos como el nudo que sentía en la garganta.
Miró hacia el hombre que se levantaba del colchón, su silueta recortada en la penumbra de la habitación. Caminó hasta el baño, y Nina siguió cada uno de sus movimientos con la mirada, sus ojos clavándose en la espalda ancha que se alejaba.
A través de la oscuridad, distinguió el tatuaje que cubría su hombro derecho, extendiéndose como alas negras mezcladas con intrincados símbolos que se deslizaban por su espalda y brazo. El diseño parecía casi vivo, la hacía estremecerse.
Un millón de pensamientos se arremolinaban en la mente de Nina. La razón por la que había llegado hasta ahí, la desesperación que la había llevado a vender su virginidad a ese hombre por una buena suma de dinero, el rostro pálido de su madre en la cama del hospital. Todo eso se mezclaba con la urgencia de las cuentas por pagar y las palabras del médico: “Tiene 48 horas para decidir antes de que no haya vuelta atrás, porque si tardas más… la operación no servirá de nada y el daño será irreparable”. Solo dos días, un reloj en marcha que martillaba en sus sienes.
Cerró los ojos, tratando de calmar la respiración que se le escapaba en jadeos cortos y rápidos. Pero todo lo que podía sentir era el ardor en su interior, la sensación punzante que la atormentaba con cada respiración.
El hombre salió del baño, con cada paso que daba hacia ella la dejaba más aterrada, mientras en su cabeza había una pregunta que se repetía de nuevo.
¿Otra vez? ¿Lo hará otra vez?
Había sentido todo su deseo como una tormenta que intentaba arrasar con ella y hasta ese momento había logrado aguantar, pero no sabía si podría de nuevo.
Nina se aferró a las sábanas con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Intentaba controlar el temblor que le recorría las piernas, el miedo que la invadía al verlo acercarse de nuevo. No quería mirarlo, no quería enfrentarse a la realidad de lo que estaba haciendo.
Pero lo vio, lo vio con claridad mientras él se colocaba el preservativo, sus manos grandes y firmes moviéndose con una precisión fría, no quería dejar que esa bestia entrara otra vez en ella, sabía que le dolería de nuevo.
Sin decir una palabra, se acercó a la cama, y antes de que Nina pudiera reaccionar, la abrazó desde atrás, pegando su cuerpo contra el de ella. Su aliento caliente le rozó la nuca, haciendo que todo su cuerpo se tensara de nuevo.
—Quiero más de ti —susurró, su voz baja, ronca, como si le costara controlarse. Las manos de Samuel recorrieron sus brazos y bajaron hasta su vientre, donde ella todavía sentía el dolor—. No puedo parar, Nina.
Ella cerró los ojos, mordiéndose el labio para ahogar un gemido. Una parte de ella quería decir que no, que ya era suficiente, que le dolía demasiado. Tenía miedo, estaba siendo una experiencia muy extraña, con un desconocido, a cambio de dinero. Su mente no estaba muy clara y… arrepentirse ya no era una opción. Pero sus palabras se ahogaron en la garganta cuando sintió las caricias suaves de sus dedos, moviéndose con una lentitud que la hizo estremecer, que casi la hace gemir. Él sabía dónde tocar, cómo hacerlo, con una exactitud que la dejaba temblando, ya no solo por el dolor.
Esas caricias… podían deshacerse de cualquier barrera que Nina Blake intentara crear frente a él.
—Me duele... —musitó ella, casi sin fuerzas, intentando apartarse de su toque. Pero su voz carecía de convicción, y Samuel lo supo.
—Te prometo que esta vez te gustará, te gustará mucho —replicó él, su tono envolvente mientras sus labios se deslizaban por el contorno de su cuello. La besó allí, lentamente, como si degustara cada centímetro de su piel. Nina sintió que el aire se le escapaba de los pulmones, su cuerpo traicionándola al responder a las caricias de Samuel , gimiendo cuando ese hombre volvía a tomar sus pechos entre sus labios, sus piernas temblando, pero ahora dándole acceso… dándole la bienvenida de nuevo—. Déjame hacerte sentir bien.
Él la inclinó hacia atrás, llevándola de nuevo contra el colchón.
Esta vez, cuando él la tomó, el dolor no fue lo único que sintió.
El placer se apoderó de su cuerpo tal como él dijo que haría, ella sentía un montón de sensaciones que la hicieron aferrarse a sus hombros mientras él la envolvía con su cuerpo.
—Nina… Solo un poco más—le dijo en su oreja, mordiéndola con cuidado.
La mente de Nina se nubló, cada pensamiento siendo reemplazado por la sensación creciente que la envolvía. No sabía si era el placer o la necesidad desesperada de olvidar el porqué estaba allí, pero su cuerpo se entregó a la sensación.
Se entregó a él, completamente, olvidándose que aquella era casi como una transacción, Samuel la había hecho gemir, suspirar y… temblar ante tanto.
—Nina…—nadie había dicho jamás su nombre de esa manera, con tanto deseo, con descaro, sin vergüenza, como si clamara por ella o como si estuviera rezando para no ir más fuerte, para no volverse loco, para no perder el control como lo hizo la primera vez… haciéndole daño.
Cuando todo terminó, la respiración de ambos llenaba la habitación en un ritmo desacompasado. Samuel se retiró con un suspiro, recostándose junto a ella por un momento, sus dedos aún acariciando su cabello. Pero Nina no podía quedarse allí. Se obligó a sentarse, a buscar el propósito que la había llevado a ese lugar.
No se permitiría rendirse una vez más al placer y dejar de lado su situación… su madre dependía de ella. Porque sabía que si él pedía una vez más… su cuerpo sería capaz de traicionarla de nuevo, sobre todo ahora, que se había sentido tan bien, demasiado completa.
—Dame el dinero —dijo, sin mirarlo a los ojos, con la voz más firme que pudo reunir. Lo necesitaba, cada billete, para pagar la deuda que colgaba sobre su cabeza y a su vez que pudieran tratar a su madre.
Samuel la miró, inclinándose hacia ella como si no quisiera dejarla ir tan fácilmente. Le acarició el rostro con el dorso de la mano, sus dedos deslizándose por la piel húmeda de lágrimas.
—Quiero verte otra vez, Nina —le dijo, sus labios rozando los de ella con tal sutileza que la hizo contener el aliento—. Esto no tiene que ser solo por el dinero. Podemos tener otros encuentros.
—No…
—Puedo darte todo lo que necesites, que no tengas que volver a hacer esto con nadie.
—¿Crees que yo…?—una mano de Samuel cubrió con delicadeza su boca.
—Di que sí, solo eso. Resolveré todos tus problemas, Nina.
Ella apartó el rostro, el frío regresando a su pecho sin dejarse envolver por los detalles del hombre. No podía permitirse pensar en otra cosa que no fuera el trato. Y no quería hacer más trato con él, ahora sentía que él creía que ella se seguiría vendiendo a otros hombres.
—No puedo decir que sí. Ese no era el trato, Samuel —insistió, la frustración y el cansancio rasgando cada palabra—. Yo solo quiero el dinero, no más. Esto acaba cuando uno de los dos salga de esta habitación y no se repetirá otra vez.
Samuel se levantó con un suspiro, caminando hasta donde sus pantalones descansaban en el suelo. Sacó un fajo de billetes, lo suficiente para que los dedos de Nina se apretaran alrededor de ellos con ansias. Pero cuando ella los contó, el corazón se le detuvo. No era suficiente.
—Fa-Falta dinero—dijo con la respiración entrecortada, a solo un par de segundos de colapsar y entrar en pánico—. ¡Falta dinero!
—Mañana te daré el resto—dijo Samuel , su tono tranquilo, como si no hubiera nada de qué preocuparse, para ella no era así, para ella se trataba de una situación muy complicada—. No pude sacar todo el dinero tan rápido. Tú fuiste quien me avisó a última hora, Nina. Y solo lo quieres en efectivo. Pensé que ya habías encontrado a otro cliente, así que no estaba listo. Me tomaste por sorpresa.
—¡Solo te lo he propuesto a ti! —gritó, pero él no creía tal cosa, tampoco es que importara mucho si ella había pensado en otros hombres o no. Lo que le importaba a Samuel era que había sido con él y necesitaba que siguiera siendo así.
—No lo tengo todo, me llamaste a las dos de la madrugada, ¿qué más podía hacer?
—¡Decirme que no tenías el dinero completo!
—Escucha… Recuerda que este no fue mi plan, fuiste quien se me acercó y me ofreció… esto. No te estoy engañando, Nina. Te estoy diciendo que no me diste tiempo para tomar todo el dinero.
La desesperación se apoderó de Nina de golpe, y sintió cómo el miedo le atenazaba la garganta. Las lágrimas comenzaron a salir, bajando por sus mejillas sin que ella pudiera controlarlo, sin que pudiera detenerlas porque ya había entregado todo a ese hombre… y ahora el dinero no estaba completo. Se giró hacia él, la voz temblando mientras le suplicaba.
—¡Me engañaste! —exclamó, su tono desgarrado—. ¡Quiero mi dinero, todo, ahora! Por favor, por favor. ¡Es importante!
Pero Samuel no perdió la calma, simplemente la miró con esa misma sonrisa segura que había mostrado desde el principio.
—No te estoy engañando, Ma Chérie—repitió, su voz como una muralla contra los sollozos de Nina—. Mañana nos veremos y te daré lo que falta. A las diez en el restaurante, te tomas un minuto de tu trabajo y nos vemos en el baño.
Nina no podía creerle. No podía confiar en él. Se levantó de la cama de un salto, corriendo hacia el baño con las piernas temblorosas. Cerró la puerta de golpe, apoyando la espalda contra la madera mientras sus lágrimas caían sin control. A través de la puerta, podía escuchar la voz de Samuel , aunque no le prestaba atención.
—Soy Samuel Hill, trabajo en Hill Couture. Podrías ir allí y hacerme un escándalo si no te p**o, ¿de acuerdo? No te he engañado. Nos veremos mañana y tendrás tu dinero.
Pero sus palabras se perdían en el remolino que era la mente de Nina. Todo a su alrededor se difuminaba, el sonido de su propia respiración era un jadeo agónico que no podía controlar. Intentó enfocar su mirada en el suelo, pero la habitación giraba y se inclinaba, como si fuera a tragársela. Su cuerpo temblaba, y el aire se negaba a llenar sus pulmones. Intentó dar un paso hacia la puerta, pero sus piernas cedieron, y todo se volvió n***o mientras se desplomaba en el suelo frío.
Samuel escuchó el golpe seco desde el otro lado de la puerta y se detuvo. Por un instante, el silencio fue absoluto, luego, un impulso lo hizo girar la manija y abrir de un tirón.
Allí, en el suelo del baño, encontró a Nina, su cuerpo desnudo, su rostro empapado en lágrimas, con la respiración errática y entrecortada.
— Ma Chérie... —masculló entre dientes, arrodillándose a su lado. La recogió en sus brazos, notando la fragilidad de su cuerpo mientras la llevaba de vuelta a la cama. La acomodó entre las sábanas, tratando de hacer que su respiración se normalizara. Pero la angustia no le daba tregua.
Buscó el móvil y marcó el número de emergencias.
—Necesito una ambulancia, ahora. Hotel Wellesley, habitación 312. Es urgente —dijo, las palabras saliendo rápidas y precisas antes de colgar. Sabía que no podía quedarse allí, no podía permitirse que alguien lo encontrara al lado de una mujer en ese estado, en una habitación de hotel.
Se vistió a toda prisa, los botones de la camisa mal abrochados, las manos apretando su cinturón con fuerza mientras trataba de ignorar la sensación de remordimiento que le arañaba las entrañas. Antes de salir de la habitación, miró a Nina una última vez. Su rostro, pálido y vulnerable, se grabó en su mente como una sombra oscura que no sabía si podría olvidar.
—¡Demonios! Ma Chérie —Era cobarde de su parte dejarla en ese estado… pero no tenía otra salida.
Samuel Hill… Recién llegaba al país. Y aquello no era una buena bienvenida si se hacía un escándalo.
Al codiciado Samuel Hill, luego de casi nueve años en Francia, heredero de una de las dinastías más poderosas en la industria de la moda, no le convenía que su nombre apareciera en un informe policial, menos aún junto a una chica desmayada en un hotel. La atención era un lujo que no podía permitirse, no cuando cada movimiento suyo era seguido de cerca por quienes esperaban un paso en falso de su parte para quitarlo del camino.
No quería darles municiones a sus enemigos, ni razones a su padre para que, de nuevo, lo hiciera a un lado.
Esta vez le llevaba ventaja a su medio hermano Mason y tenía que seguir siendo así.