Heredero

2747 Words
Todavía recordaba todo y se sentía sucia… se había vendido, era cierto. Quería aferrarse a que tenía un motivo, una situación desesperada en la que no veía otra manera de conseguir el dinero con esa rapidez. Hasta había pensado en la posibilidad de tener que recurrir a varios hombres… si vendiendo su primera vez no era suficiente para los gastos. Todas las posibilidades legales las había agotado, había extendido hasta el límite la deuda que tenía en el hospital, haciendo que cada vez sea más grande, insostenible. Decidir venderse a un hombre la decisión más importante y difícil de su vida, porque no habría vuelta atrás. Imaginó muchos escenarios malos, pero aquel era el peor de todos. Nina estaba sentada en la habitación de hospital de su madre, una silla incómoda que parecía hecha para hacerle sentir más el paso de las horas. Miró a su madre, con los ojos cerrados, un tubo conectado a la nariz y una piel que había perdido su color saludable hacía mucho tiempo. Nina se aferró a la mano de su madre, temblorosa, como si con ese simple contacto pudiera mantenerla cerca un poco más. Esperaba con miedo a la cirugía, una intervención que decidiría si su madre podría salir de ese hospital. Si todo salía bien, entonces ella podría dejar todo esto atrás. Sus dedos acariciaban el borde del sobre que aún llevaba en el bolso, ese sobre que contenía la última conexión con lo que había hecho para conseguir el dinero. No quería pensar en ello, pero las palabras del hombre seguían resonando en su mente, recordándole la humillación. "Puta", "prostituta", como si todo lo que había hecho no fuera por desesperación, sino por ambición. Un nudo se le formó en la garganta y se llevó una mano al rostro, secándose las lágrimas antes de que comenzaran a caer. Su madre no podía verla así. Con una exhalación profunda, se levantó y encendió la pequeña televisión de la habitación. Subió el volumen, buscando algo que la distrajera, algo que le permitiera pensar en cualquier cosa que no fuera la vida que había dejado atrás para estar ahí. Las imágenes en la pantalla cambiaban rápidamente: noticias sobre la ciudad, un accidente en una carretera, un evento de caridad. La mente de Nina se dejaba llevar por las palabras de la locutora, permitiendo que su atención se deslizara de un tema a otro sin realmente detenerse en ninguno. Pero entonces, un rostro conocido apareció en la pantalla, haciendo que su cuerpo se tensara de inmediato. Era Samuel Hill. Estaba allí, en la pantalla, con su porte seguro y esa mirada fría que ahora le parecía tan familiar. Sintió un tirón en el estómago, como si alguien hubiera apretado un puño alrededor de sus entrañas. Se inclinó hacia adelante y subió el volumen, apenas parpadeando mientras escuchaba lo que decían sobre él. —Samuel Hill, hijo mayor el heredero de la familia Hill, ha regresado recientemente al país para hacerse cargo del imperio de moda Hill Couture, una de las empresas más importantes en la industria de la alta costura y el lujo —anunció la presentadora con una sonrisa profesional, mientras las imágenes mostraban a Samuel rodeado de un grupo de personas. Nina lo observó, sin poder apartar los ojos de la pantalla. Junto a él, estaban sus padres, figuras imponentes que mantenían la cabeza en alto, como si el mundo les perteneciera. A su alrededor, un séquito de personas importantes, empresarios y rostros conocidos del mundo de la moda. Todos ellos estrechaban manos y sonreían a las cámaras, un círculo de poder y riqueza que parecía impenetrable. Samuel, con su traje gris, hablaba con los periodistas, y aunque ella no podía escuchar su voz entre el murmullo de las preguntas, veía la forma en que sus labios se curvaban en una sonrisa segura, esa misma sonrisa que había visto la noche en la que cerraron el trato. Ahora parecía la sonrisa del mismo diablo. —El joven Hill ha asumido oficialmente el liderazgo de la empresa, prometiendo mantener la excelencia que caracteriza a Hill Couture y liderar nuevos proyectos de expansión global. Su regreso ha sido recibido con gran expectativa por parte de la industria y sus competidores. Nina sintió un nudo en la garganta, la sensación de que su mundo se comprimía a su alrededor, haciéndola cada vez más pequeña. Se llevó las manos a la boca, sus ojos llenándose de lágrimas que no podía controlar. Se había acostado con ese hombre. Un heredero, alguien que claramente no pertenecía a su mundo. De repente, todo encajaba en su mente de una manera cruel y humillante. Por eso la había mirado de esa manera, como si ella no fuera nada. Para él, ella no era más que una chica desesperada que había vendido su cuerpo por un puñado de billetes. La comprensión la golpeó como un puñetazo en el estómago, y el dolor se transformó en una oleada de rabia e impotencia. Sus sollozos se hicieron más fuertes, tanto que tuvo que morderse los labios para no gritar, para no dejar que su madre escuchara lo rota que estaba. Apoyó el rostro contra la cama, dejando que las lágrimas empaparan la sábana blanca mientras la voz de Samuel en la televisión seguía llenando la habitación, tan calmada y arrogante que le hacía hervir la sangre. —Este es un momento importante para nuestra familia y para la marca. Agradezco la confianza que nuestros clientes han depositado en nosotros, y estoy comprometido a llevar a Hill Couture a nuevas alturas —decía Samuel, con la misma seguridad que había usado cuando le prometió que la pagaría. Nina se tapó los oídos, pero no podía dejar de escucharlo. No podía dejar de sentir que su presencia la envolvía, incluso desde la distancia, haciéndola revivir cada instante de aquella noche. No había visto a un heredero aquella vez; solo había visto a un hombre que podía salvarla, salvar a su madre, un hombre que aceptó su oferta sin dudar. Pero ahora lo veía con claridad: para él, ella no era nada más que un juego, una distracción que no tenía lugar en su mundo de lujo y poder. —Con razón... —murmuró, entre sollozos, apretando la tela de la sábana con tanta fuerza que las uñas se le hundieron en las palmas—. Con razón me trató así. El dolor era como una herida abierta que no podía cerrar, un torrente de emociones que la atravesaba sin piedad. Quería odiarlo, quería borrar cada recuerdo de lo que había pasado, pero la verdad era que él había sido la única persona que respondió cuando ella estaba desesperada, aunque fuera de la forma más fría e interesada posible. Intentó calmarse, respirando hondo, pero el nudo en el pecho solo se hacía más grande. La imagen de Samuel seguía en la pantalla, ahora conversando con alguien que ella no reconocía, pero su rostro seguía siendo el centro de la atención. Tan distante, tan inalcanzable. Un heredero que jamás habría bajado la vista a alguien como ella... si no hubiera sido por la situación que los había unido. —Voy a irme de aquí... —susurró, su voz ahogada por las lágrimas—. Cuando mamá salga de aquí, me iré lejos... Y olvidaré todo esto. Era la única manera que veía de poder pasar página. (…) Mason entró de golpe en la habitación de su medio hermano, con el rostro encendido por la furia. La puerta se estrelló contra la pared, el ruido resonando en el silencio de la mansión como un trueno. Samuel estaba junto a la ventana. No se molestó en girarse para mirar a Mason, solo esbozó una sonrisa irónica al sentir la presencia de su hermano. —¿A qué se debe esta inesperada visita, Mason? —preguntó Samuel con su tono habitual de indiferencia, sin siquiera apartar la vista del paisaje exterior. Mason se acercó a él a grandes zancadas, su rostro rojo por la indignación, los puños apretados a ambos lados del cuerpo. La mandíbula le temblaba, intentando contener la explosión de palabras que quería lanzar. —¿Qué diablos te pasa, Samuel? —espetó Mason, su voz cortante como un látigo—. ¿Tenías que humillarme delante de nuestra abuela? ¿Delante de todos en la cena? Samuel finalmente giró la cabeza, una sonrisa fría dibujándose en sus labios. Sus ojos, que parecían tan imperturbables como el océano en calma, se fijaron en su medio hermano con una mezcla de diversión y desprecio. Lo despreciaba, siempre lo hizo. No importaban las cosas que Mason hiciera para agradarle a su hermano mayor, Samuel simplemente quería mantenerlo lejos. —No fue mi intención humillarte, Mason —respondió con una suavidad que solo exacerbaba la tensión en el ambiente—. Pero si eso fue lo que sentiste, tal vez deberías plantearte por qué. Mason dio un paso más hacia él, su respiración se aceleraba, y sus manos temblaban de la rabia contenida. La figura de Samuel seguía inmóvil, su postura relajada, como si la presencia de su hermano no fuera más que una ligera molestia en su día. —Eres un arrogante de mierda, Samuel. No creas que porque el abuelo te idolatra y te hizo su heredero puedes hacer lo que te dé la gana —masculló Mason, las palabras saliendo a trompicones, cargadas de resentimiento—. Crees que el mundo gira a tu alrededor, pero algún día, Samuel, te darás cuenta de que no es así. Samuel se echó a reír, una carcajada baja y burlona que resonó en la habitación. Se llevó una mano al mentón, como si el comentario de Mason le hubiera resultado entretenido. —¿Eso es una amenaza, Mason? —preguntó con una sonrisa ladeada—. Si es así, vas a tener que trabajar en tu tono. No eres nada convincente. Mason dio un paso más, hasta quedar frente a frente con su medio hermano. Lo miró a los ojos, tratando de encontrar alguna grieta en aquella fachada de desdén, algo que le indicara que sus palabras habían tenido algún impacto. Pero lo único que encontró fue la frialdad que siempre había caracterizado a Samuel. —No me subestimes —murmuró Mason, su tono bajo, lleno de fuerza—. Puede que ahora te creas intocable, pero llegará un momento en el que tendrás algo o a alguien que realmente te importe, y entonces te lo arrebataré de las manos. Juro que lo haré. —Lo dices como si yo te he robado algo. —¡Me has quitado todo, Samuel! —¿Es que no te das cuenta? Nuca has tenido nada, jamás. Eres… algo insignificante y seguirá siendo así ahora que he regresado. Será como si nunca hubieras existido. ¿Qué…? ¿Vas a llorar? —¡Te haré pagar por todo! La sonrisa de Samuel se ensanchó, casi como si la amenaza le pareciera un chiste. Dio un paso atrás, dejando que la luz del atardecer cubriera su rostro con sombras que acentuaban la expresión de desprecio. —Tendrás que esperar demasiado, Mason —dijo con un tono despreocupado, como si le estuviera dando un consejo inútil—. Porque no soy un hombre que se apegue a nada. Las cosas y las personas vienen y van, y créeme, no me quita el sueño. Y lo que sea que creas que me quites… te darás cuenta de que yo lo dejé primero, que no tenía importancia. Samuel soltó una última risa y, con un gesto de la mano, indicó a Mason la puerta de salida, como si ya no tuviera tiempo que perder con él. Mason lo miró con odio antes de dar media vuelta y salir de la habitación, cerrando la puerta con un golpe seco. Samuel se quedó un instante más junto a la ventana, mirando el jardín de la mansión Hill extendiéndose más allá de los ventanales. La sombra de una sonrisa persistía en su rostro, pero en su mente, las palabras de Mason giraban como una amenaza lejana que no le causaba más que una leve molestia. Se enderezó y salió de la habitación, recorriendo los pasillos tapizados con el eco de las generaciones pasadas. Caminó hasta la puerta de la habitación de sus abuelos, una suite imponente donde los años parecían haberse detenido. Dentro, la voz baja de su abuelo, el señor Hill, se escuchaba, conversando con su hijo, Sebastian Hill, el padre de Samuel. —Pasa, Samuel —llamó el señor Hill al notar su presencia. La autoridad en su tono no dejaba espacio para la vacilación. Samuel cruzó el umbral y vio a su abuelo sentado en un sillón de cuero junto a una pequeña mesa, donde reposaban una copa de whisky y varios papeles. Sebastian, de pie junto a la ventana, miraba con expresión seria el exterior, sus manos entrelazadas tras la espalda. —Llegas justo a tiempo, Samuel —continuó su abuelo, haciendo un gesto hacia la silla libre frente a él—. Estamos hablando sobre tu nuevo rol al frente de Hill Couture. Hay muchas cosas que ajustar ahora que eres quien toma las decisiones. Samuel tomó asiento y cruzó una pierna sobre la otra, manteniendo la espalda recta y la expresión neutral, aunque sus ojos se encendieron ligeramente al escuchar la palabra "decisiones". Sebastian, en cambio, se giró hacia él con un ceño fruncido, la molestia dibujada en cada arruga de su rostro. —No puedes llegar aquí y cambiar todo de la noche a la mañana, Samuel —le espetó su padre, con la voz cargada de impaciencia—. Hill Couture ha sido manejada con ciertos principios y tradiciones que no puedes ignorar, así como así. Este no es tu campo de juegos. Samuel mantuvo la calma, apoyando un codo en el brazo del sillón mientras miraba a su padre con una serenidad matemática. Pero antes de que pudiera responder, su abuelo intervino, su tono era seco y tajante, como un juez dictando sentencia. —Samuel está a cargo ahora, Sebastian. Y eso significa que tiene la libertad de dirigir la empresa como considere necesario. Si ha decidido hacer cambios, confío en que serán para mejorar. Sebastian apretó la mandíbula, tragándose la réplica que se adivinaba en sus labios. La tensión en la habitación se intensificó, y Samuel no pudo evitar sentir una pequeña satisfacción al ver la expresión contrariada de su padre. Sabía que a Sebastian le costaba aceptar que el viejo Hill, tan exigente y crítico con todos, depositara su confianza solo en él. —Gracias, abuelo. No pienso defraudarte —respondió Samuel, su tono sereno, casi formal, aunque una chispa de satisfacción brilló en su mirada. —Espero que no —replicó el señor Hill, mirándolo a los ojos con una intensidad que solo él sabía manejar—. Porque el futuro de la familia depende de ti, Samuel. La empresa necesita sangre nueva, alguien que entienda el valor de la innovación y sepa mantener nuestra reputación intacta. Y no me importa cuántos enemigos hagas en el camino, siempre que mantengas a Hill Couture donde pertenece. —¿Por qué no has tomado a Mason en cuenta para nada? —la queja salió de los labios de Sebastian sin previo aviso, pero Samuel ya se lo esperaba, aunque le sorprendía que su padre lo preguntara frente a él y no a solas con el señor Hill—. Mason… lleva estos años trabajando duro por Hill Couture, de pronto dejas todo en manos de Samuel. ¿No lo ves injusto? ¿No vez mezquino que Mason haga el trabajo duro y Samuel se lleve los resultados? —Samuel es mi heredero. Nunca prometí a Mason nada. —¡Pero se esforzó! —como siempre lo había hecho para encajar en la familia que, por razones ajenas a su control, lo despreciaban. —Y tiene un buen puesto, padre—le dice Samuel—. Ha hecho un buen trabajo, se le reconoce, pero no tiene ambición, no tiene metas. Solo hace lo que se le dice. Sebastian iba a decir algo más, pero sabía que era inútil. Metió sus manos en el bolsillo y caminó hacia la puerta. —Mason también es mi hijo… tu nieto—fueron sus últimas palabras. Cuando su padre se marchó, Samuel se giró a su abuelo con una enorme sonrisa. —Estamos listos para triunfar—dijo, sosteniendo la mirada de su abuelo.
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