Hubo momentos en los que aún creía poder tener una buena relación con Samuel. Incluso antes de su regreso, todavía pensaba en un reencuentro amistoso, darle una cálida bienvenida a su hermano mayor.
Pero lo único que Samuel hizo fue humillarlo frente a sus abuelos nada más llegar.
Ni siquiera entendía por qué seguía aferrado a que podía tener una buena relación con Samuel.
Mason se detuvo frente a la puerta del lujoso penthouse de Samuel, respirando profundamente mientras intentaba reunir las fuerzas necesarias para lo que venía. Había pasado demasiado tiempo en esa lucha silenciosa, buscando algún tipo de validación, algún mínimo reconocimiento en la empresa y en su familia. Y ahora, con Samuel a la cabeza, sabía que las cosas solo iban a empeorar, a menos que lograra llegar a algún tipo de entendimiento. En el fondo, una parte de él aún esperaba que, por el simple hecho de ser hermanos, pudieran encontrar algo de paz.
¿No se daba cuenta que Samuel jamás lo había considerado un hermano?
Golpeó la puerta y esperó. No pasó mucho tiempo antes de que Samuel la abriera, su expresión de sorpresa convirtiéndose en una mirada de desaprobación al ver quién estaba del otro lado.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Samuel, cruzando los brazos y apoyándose en el marco de la puerta con esa arrogancia que siempre lo caracterizaba.
—Necesitamos hablar —respondió Mason, tratando de mantener la calma.
No estaba allí para discutir, ese no era el propósito de su visita.
—¿Vienes a hacer otra de tus amenazas infantiles? —Samuel soltó un suspiro teatral, pero se hizo a un lado, permitiéndole entrar. Mason avanzó hacia la sala de estar, el sonido de sus propios pasos resonando en el elegante, pero frío, espacio que reflejaba perfectamente la personalidad de su hermano. Cada rincón del lugar parecía gritar perfección, lujo y, sobre todo, control. Samuel cerró la puerta tras él y se acercó, con los brazos cruzados y una ceja arqueada, listo para atacar—. ¿Y bien? —preguntó, como si lo que fuera a decir Mason no pudiera interesarle menos.
Mason se giró para enfrentarlo, su mirada seria y llena de una determinación que había reunido para presentarse allí, rogando por no hacer el ridículo.
—Quiero saber cuál será mi papel en la empresa ahora que estás a cargo —comenzó, sin rodeos, intentando no irse por las ramas y no tocar de una vez el tema de su comportamiento hacia él—. He trabajado durante todo este tiempo para la empresa, he dado lo mejor de mí, y aunque tú hayas regresado, eso no borra lo que he hecho.
Samuel lo miró por un momento, como si estuviera tratando de contener la risa, pero no tardó en dejar escapar una sonrisa burlona que no hizo más que aumentar la tensión entre ellos.
—¿De qué hablas? ¿Por eso has venido hasta aquí? ¿Tu papel en la empresa? —repitió Samuel, con una ironía tan amarga que cada palabra parecía un golpe—. ¿De verdad te estás preocupando por eso, Mason? Si fuera por mí, ni siquiera tendrías un papel en la empresa. Pero ya que el abuelo ha sido generoso contigo, supongo que puedo asignarte algo... insignificante, algo que esté a la altura de tu… irrelevancia.
Mason sintió cómo su mandíbula se tensaba, pero se obligó a mantener la compostura. No estaba allí para pelear y ya debía esperarse que la reacción de su hermano al inicio fuera esa.
—Samuel, estoy hablando en serio. Soy parte de esta familia también, y por mucho que no te guste, tengo derecho a estar allí, a ser parte de lo que construimos.
Samuel soltó una carcajada seca, negando con la cabeza.
—No confundas los términos, Mason. Tú no eres parte de nada. Has estado en la empresa porque te dejaron estar allí, no porque tengas el talento o el derecho para ello. Si fuera por mí, te dejaría en un rincón, archivando papeles o haciendo algo que al menos no interfiera con el trabajo real. Además, si de verdad crees lo que dices, ¿por qué no fuiste directamente a hablar con mi abuelo para resolver esto? —Apretó la mandíbula y su mirada cayó al suelo, Samuel dio un paso a él para poder hurgar en la llaga—. No eres parte de nada, no hablo solo de la familia. En la empresa no eres nadie.
Mason lo miró con incredulidad, sin saber cómo alguien podía ser tan cruel. Durante años, había intentado acercarse a Samuel, había buscado una manera de llevarse bien con él, pensando que al menos algo de respeto entre hermanos podía existir. Pero Samuel no perdía oportunidad para recordarle que, para él, Mason no era más que un estorbo, una presencia que no quería en su vida ni en su familia.
—¿Tanto odio me tienes, Samuel? —preguntó finalmente, sin poder contenerse, era justo a ese punto donde no quería llegar, donde sus heridas abiertas lo hacían ver como alguien que mendigaba—. ¿Por qué me desprecias tanto? Por más que intento entenderlo, no logro comprender qué fue lo que hice para merecer esto.
Samuel se acercó un poco más, sus ojos gélidos y llenos de desprecio, sus labios formando una línea dura y cruel.
—¿Quieres saber por qué te odio, Mason? —levantó su mano y la dejó sobre su hombro—. Porque tú eres el símbolo de todo lo que no debería haber pasado en esta familia. Tu madre, esa mujer que intentó aprovecharse de mi padre y de nuestro nombre, fue el mayor error que él pudo cometer. Y tú, como su hijo, eres solo el resultado de esa mancha en nuestra historia. Eres como una espina que no termina de salir, alguien que está ahí, recordándonos que el apellido Hill no es intachable.
Mason apretó los puños, sintiendo cómo cada palabra de Samuel se clavaba en su pecho desgarrando todo lo que encontraba a su paso. Se esforzaba por mantenerse firme, pero por alguna razón siempre eran las palabras de Samuel las que más le afectaban.
—Eso no es mi culpa —dijo, con voz temblorosa—. Yo no elegí cómo nací ni de quién soy hijo. No tienes por qué odiarme por algo en lo que yo no tuve nada que ver.
Samuel soltó una risa amarga, su mirada cargada de un cinismo que parecía no tener fin.
—No me importa, Mason. No me importa quién eres ni por qué estás aquí. Pero, desde el momento en que llegaste, desde que tu madre intentó meterse en nuestra familia, has sido una molestia. Y ahora que yo estoy a cargo, voy a asegurarme de que tu vida sea tan irrelevante como lo ha sido siempre. Igual que la de la mujer que te trajo al mundo.
Durante años había intentado formar parte de esa familia, luchar por un lugar en la empresa, buscar algo de respeto. Pero cada palabra de Samuel dejaba en claro que nada de lo que hiciera sería suficiente.
—¿Qué es lo que…?—se mordió el labio inferior, todavía con la mirada clavada en el suelo, sus labios entreabiertos comenzaron a tomar aire, ayudando a su respiración pesada. Sus ojos ardían y aún tenía el peso de la mano de Samuel sobre su hombro. Se sentía en el suelo, aplastado, su pecho con tanto peso que no lo dejaba respirar. Tragó y continuó con esas mismas palabras—. ¿Qué es lo que tengo que hacer, Samuel?
—Dejar de existir, eso estaría bien para mí. —Dejó caer la mano que tenía en el hombro de Mason. Y le dio la espalda. Mason tomó una enorme bocanada de aire, pero eso no logró nada. Su rostro se vio rápidamente humedecido por sus lágrimas, era algo que no podía evitar—. Aceptar que no tienes un lugar entre los Hill y deja de cargar con ese apellido que tan grande te queda. Vete, a donde sea, a donde quieras, pero vete. Mientras yo esté a cargo de la empresa tú no tendrás un lugar en ella, Mason. Busca tu lugar en otro sitio, porque aquí no hay nada para ti. Eso es lo único que puedes hacer.
—Supongo que ya no hay nada más que decir —murmuró finalmente, secando rápidamente las lágrimas e intentando contener la marea de emociones que amenazaba con desbordarse, un poco tarde—. He hecho todo lo posible por… ser parte de algo, de ustedes. Nunca ha salido bien, pese a que me dieron un apellido y me criaron junto a ustedes. Es hora de marcharme. Pero te aseguro algo, Samuel: algún día vas a darte cuenta de que no puedes pisotear a las personas solo porque crees que tienes el poder. Y cuando eso pase, espero que recuerdes este momento.
—¿Es que vas a llorar? —Samuel se giró hacia él y por un segundo se sorprendió al ver los ojos enrojecidos de su hermano. Pero rápidamente se recompuso—. Lo único que recordaré es cómo un don nadie intentó imponerse en mi vida. Así que adelante, Mason, haz lo que tengas que hacer. Pero te advierto, cualquier paso que des, yo ya estaré un paso adelante. Y no dudes que te voy a hundir en cuanto tenga la oportunidad. Mejor aléjate de mí, porque mientras yo esté cerca tú nunca podrás ser alguien.
Sin decir una palabra más, Mason se giró y salió de la sala. Sabía que había llegado al límite, que no podía seguir permitiendo que Samuel lo aplastara y que su familia lo ignorara. El dolor y la humillación que sentía ya eran suficientes, simplemente no podía soportar nada más.
Había llegado el momento de irse.
[…]
Mason cerró la puerta tras de sí con un suspiro, observando la figura frágil de su madre junto a la ventana.
Su madre giró levemente el rostro al escucharlo, y una sonrisa triste apareció en su expresión cuando lo vio entrar.
—Mason —dijo, extendiendo una mano hacia él.
Él se quedó inmóvil, sintiendo un nudo de emociones que había reprimido durante demasiado tiempo. Con pasos lentos, avanzó hacia ella, pero su rostro mostraba la frustración acumulada, el dolor profundo que lo consumía. Ya no podía seguir fingiendo que todo estaba bien, que la falta de amor y aceptación no lo habían marcado.
—Mamá… —empezó, sin saber exactamente cómo expresar lo que llevaba dentro—. ¿Por qué?
Su madre lo miró, sin entender del todo, sus ojos reflejaban cierta confusión.
—¿Por que qué, hijo? —respondió ella, preocupada al notar el brillo de desesperación en su mirada.
Mason sintió que todo lo que había guardado durante años salía a borbotones, sin contención, como una herida abierta que por fin había encontrado la manera de desangrarse.
—¿Por qué tengo que ser yo el que lleve esta vida? —dijo, alzando la voz más de lo que pretendía—. ¿Por qué tengo que vivir con el rechazo de todos solo por el pecado de ser… el hijo que nunca debió nacer? —El rostro de su madre se llenó de dolor al escucharlo, pero él no le dio tiempo a responder—. ¿Sabes lo que se siente, mamá? —continuó, su voz rota—. Vivir toda una vida sin sentir que nadie te ama. Porque, al final, eso es lo que he sentido. Que nadie en el mundo me ama. Me esfuerzo y me esfuerzo, pero parece que no es suficiente para nadie. Ni para ti… ni para él.
Su madre lo miró con los ojos llenos de lágrimas, acercándose con la intención de consolarlo, pero Mason se apartó, incapaz de soportar el gesto.
—Tu padre te ama, Mason. Él… —empezó a decir ella, pero su voz se ahogó al ver la mirada desgarrada de su hijo.
—¡No! —gritó Mason, incapaz de contenerse—. ¡Eso no es cierto! No me ama. Ninguno de ustedes me ama. Lo único que he recibido es desprecio, y cada día que pasa siento que es peor. Desde que tengo memoria, siempre he sido el rechazado, el que carga con los pecados de los demás, con errores que no son míos.
Se pasó una mano temblorosa por el cabello, tratando de calmarse, pero las palabras seguían saliendo de su boca, impulsadas por el dolor que había estado guardando en silencio.
—Me siento solo, mamá. Solo y cansado. Vivo esforzándome para conseguir algo, algo que ni siquiera sé qué es… porque nunca he sentido el amor de nadie. —Había creído que Ella lo quería, pero el motivo de la ruptura dejaba en evidencia la falta de amor que había de parte de ella—. Es como si hubiera pasado toda mi vida peleando por un lugar, por algo que me haga sentir que pertenezco a este mundo. Pero todo lo que consigo son rechazos y miradas llenas de odio. Estoy harto.
Su madre lo miró, con lágrimas deslizándose por su rostro. Dio un paso hacia él y le tomó la mano, su toque suave, pero Mason estaba demasiado roto para recibir consuelo.
—Mason, yo te amo —le dijo, con un susurro ahogado—. Desde que naciste, he sido tu madre, he estado aquí para ti. ¿Cómo puedes dudar de eso?
Pero él apartó su mano, con una expresión de incredulidad amarga.
—¿Amarme? Si me amaras, mamá, me habrías criado a tu lado. No me habrías dejado crecer entre personas que nunca han hecho otra cosa que despreciarme, desde que era un niño. He tenido que cargar con la vergüenza de ser el hijo “no deseado”, de ser el error, el que ellos desprecian por ser quien soy. Nunca me he sentido parte de nada, y tú… tú solo me dijiste que fuera fuerte. ¡¿De qué sirve ser fuerte si nunca he sentido amor?!
Su madre cerró los ojos por un momento, tomando aire antes de abrirlos de nuevo, pero su silencio solo hacía que la rabia y la tristeza de Mason crecieran.
—Sabes lo que más me duele —continuó él, con la voz quebrada—, es que incluso ahora, estoy aquí buscando una respuesta, algún tipo de explicación… o tal vez solo algo de consuelo. Pero ni siquiera eso puedo obtener. Todo lo que veo es esta vida que me tocó, esta vida que he tenido que llevar, esforzándome por conseguir algo que siempre me ha sido negado. He sido fuerte, tal como me pedías. Espero que eso, al menos a ti, te sirva de algo.
Se llevó las manos a la cabeza, apretando los ojos para contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse, pero era inútil. Todo el peso de la tristeza y la soledad lo superaba, y dejó que su rostro se cubriera de lágrimas, el llanto desgarrador de un hijo que nunca se había sentido amado, ni siquiera por las personas que más debería haberlo hecho.
Su madre intentó abrazarlo, pero él se apartó una vez más, su mirada cargada de decepción y tristeza.
—No quiero tus palabras, mamá. Ya no. Si realmente me amaras, nunca me habrías dejado vivir de esta forma. Tú tampoco me has amado.