Había sido difícil, humillante, despertar desnuda en una cama de hotel mientras los paramédicos la rodeaban con sus preguntas rutinarias y miradas que parecían llenas de juicios silenciosos.
No esperó despertar y ver a Samuel allí, tampoco se enojó porque la dejara, lo único que le preocupaba era el dinero. Que le pagara. Agradecía que llamara a una ambulancia.
Aún sentía la piel fría por el aire acondicionado de la habitación, la sensación de vulnerabilidad arraigada en cada músculo tenso de su cuerpo. Con cada pregunta que le hacían, revivía el dolor en su vientre y la confusión que la había llevado a perder el sentido. Pero lo peor no era el dolor físico, sino la certeza de que la situación se había salido completamente de sus manos. No estaba en control, no cuando había vendido algo que jamás podría recuperar y que… aún no le pagaban.
Se movía con torpeza por su diminuto apartamento, intentando apagar el caos en su mente.
Miró el reloj. Tenía que ir al trabajo, un lugar que apenas podía soportar, pero que era lo único que le quedaba de estabilidad. Se dejó llevar por un ataque de ansiedad y lo pagó caro; había perdido el sentido, había dejado que el miedo la consumiera. Pero ahora, con la mente todavía nublada, debía centrarse en algo más inmediato. Samuel le prometió darle el resto del dinero hoy. Esperaba que fuera verdad. Porque si no lo era... ni siquiera quería pensar en lo que haría.
El tiempo corría y cada vez quedaba menos para el tiempo de p**o.
Nina se colocó el uniforme del restaurante, una camisa blanca de algodón ajustada, con botones que siempre terminaban estirándose un poco sobre su pecho, y una falda negra hasta las rodillas, que apenas le daba la movilidad para moverse entre las mesas. Se miró en el espejo del baño y vio su rostro pálido, las ojeras marcadas como cicatrices bajo sus ojos. Se recogió el cabello en una coleta alta, intentando ignorar las marcas rojas en su cuello que no sabía si eran de las caricias de Samuel o de su propia angustia. Apretó los labios, intentando darse valor, y salió al pasillo.
Sus dedos recorrieron las marcas y ella cerró los ojos, las imágenes de aquel hombre inundando su mente… su cuerpo, todo de ella. Sus piernas temblaron un poco, las sintió débiles por los recuerdos de ese momento, llevó su mano a su vientre y luego se tranquilizó, tenía que continuar con su rutina.
Cuando llegó a la calle, el cielo se teñía de un gris opaco, como si estuviera a punto de llover. Alzó la mano para detener un taxi y subió sin intercambiar más que un "buenos días" con el conductor y la dirección.
Se preguntaba si Samuel cumpliría su palabra, si de verdad aparecería con la otra parte del dinero. Tenía la esperanza débilmente aferrada a esa posibilidad, aunque algo en su interior ya se preparaba para la decepción.
Bajó del taxi frente al restaurante justo antes de que el reloj marcara las siete. Entró corriendo por la puerta trasera y se dirigió directamente a su taquilla. Se colocó el delantal y se forzó a dibujar una sonrisa en su rostro antes de salir al salón principal. Las mesas ya comenzaban a llenarse, y los clientes habituales se instalaban en su rincón favorito.
Se dedicó a hacer su trabajo, tomando pedidos, sirviendo platos, sonriendo cuando era necesario. Pero sus ojos no dejaban de moverse hacia la puerta de entrada, esperando que él cruzara el umbral en cualquier momento. Cada vez que la puerta se abría, su corazón daba un brinco en el pecho. Pero pasaban los minutos, las horas, y Samuel Hill no aparecía.
Recordaba por qué lo eligió. Había ido un par de veces al lugar y todas y cada una de ellas se quedaba mirándola fijamente, poco disimulaba, aunque nunca le dirigió la palabra a cosas personales, pedía, agradecía, pagaba y se iba.
—¿Todo bien, Nina? —le preguntó su compañera, Marta, mientras pasaba con una bandeja llena. Nina asintió rápidamente, fingiendo que estaba concentrada en limpiar una mesa vacía.
—Sí, solo... un poco cansada. —La mentira le supo amarga, pero era lo único que podía ofrecer.
Justo cuando pensaba que la espera sería inútil, un hombre mayor, de traje oscuro y con un semblante severo, se acercó a ella. Nina se enderezó al notar la intensidad de su mirada, la manera en que sus ojos parecían evaluar cada centímetro de su rostro.
—Nina Blake —dijo el hombre, su tono era bajo, casi un susurro, pero lleno de autoridad—. Vengo de parte de Samuel Hill.
Nina sintió que su corazón se detenía por un segundo. ¿Había enviado a alguien en su lugar? La incertidumbre le provocó un escalofrío, pero asintió, dispuesta a escuchar. El hombre señaló la salida, y ella lo siguió, intentando ignorar las miradas de curiosidad de algunos compañeros.
Una vez fuera del restaurante, el hombre le tendió un sobre grueso, casi abultado de tanto dinero como contenía. Nina miró el sobre con las manos temblorosas antes de alzar la vista al rostro inescrutable del hombre. Era mucho, mucho más de lo que ella había pedido por su virginidad.
—Esto... es demasiado —dijo, devolviéndole el sobre al hombre—. Solo necesito la cantidad que faltaba. No puedo aceptar todo.
El hombre sonrió, una mueca que no contenía nada de calidez. Dio un paso hacia ella, inclinándose para que sus palabras le llegaran directamente al oído.
—¿Quieres obtener más al hacer una denuncia contra el señor Hill? —susurró, su voz llena de una amenaza implícita—. ¿Pretendes decir mentiras sobre él? ¿Quieres chantajearle para hacerte millonaria?
Nina sintió cómo la sangre le abandonaba el rostro, dejando un frío helado en sus venas. Abrió la boca, pero las palabras se le ahogaron en la garganta. No tenía idea de lo que estaba pasando. No sabía quién era realmente Samuel Hill, solo había visto a un hombre con los recursos para salvar a su madre, alguien que aceptó su oferta de la manera más cruda posible. Jamás se imaginó que alguien pudiera verla como una amenaza.
Ella solo se fijó en un hombre con un traje costoso… una noche, una cantidad de dinero y ella resolvería su problema.
—Yo... yo no... —balbuceó, las lágrimas surgiendo en sus ojos—. Solo quiero el dinero que me prometió. No quiero más problemas.
Se limpió las lágrimas con el revés de la mano, mientras sus dedos temblaban al tomar el sobre. Sacó solo la cantidad que faltaba, las mismas que él le había prometido la noche anterior, pero antes de que pudiera devolvérselo, el hombre le sujetó ambas manos con una fuerza brutal, apretándolas hasta que Nina sintió que los huesos le crujían.
—Escucha, zorra —dijo el hombre, su voz cargada de un desprecio que la golpeó como un bofetón—. ¡Toma el maldito dinero que seguro bien que te folló! Diste un servicio… Ahora recibe tu p**o, puta. Eso es lo que dijo Samuel , que viniera a pagarle a la prostituta con la que se acostó. Aquí estoy y no me iré hasta que te quedes con el maldito dinero.
Nina sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Las palabras del hombre le retumbaban en los oídos, cada insulto arañándole la piel como un latigazo. No podía creer que Samuel hubiera dicho todo eso de ella, que la redujera a un objeto tan fácilmente desechable. No parecía ese tipo de hombre... no lo parecía.
Su mano temblando tomó el sobre completo, incapaz de sostenerle la mirada a aquel hombre. Bajó la vista, viendo cómo las lágrimas caían sin control sobre el suelo de asfalto. No podía seguir ahí, no después de aquello. Dio un paso atrás, giró sobre sus talones y corrió de vuelta al restaurante. Sus pasos eran torpes y rápidos mientras intentaba sofocar los sollozos que amenazaban con salir de su garganta.
Entró al restaurante, pasó junto a sus compañeros sin mirarlos, y fue directa a la taquilla. Sacó sus cosas, sus manos aún temblando, y se cambió de ropa a toda prisa. Se colgó la mochila al hombro, sintiendo el peso del sobre contra su pecho, y salió por la puerta trasera del restaurante.
Tenía el dinero… pero había perdido algo más.
Su dignidad.
(…)
Samuel ajustaba la corbata frente al espejo, un gesto automático que repetía sin pensar, mientras su mente seguía atrapada en la imagen de Nina Blake. El nudo de la seda le apretaba la garganta, pero no era eso lo que le impedía respirar con normalidad. Era la sensación constante de que lo que había sucedido la noche anterior no era suficiente, de que su deseo por ella seguía latente, como un veneno en su sangre.
Miró el reloj de su muñeca y frunció el ceño. Iba tarde, muy tarde. Dos horas de retraso que solo le añadirían más problemas a la ya complicada situación. Sabía que Nina estaría molesta, que seguramente lo esperaría con la misma desconfianza que había visto en sus ojos cuando se encontraron en el hotel. Y aunque le fastidiaba reconocerlo, la idea de encontrarse con ella de nuevo lo inquietaba. No era solo por el dinero que le debía, ni por la necesidad de aclarar que nunca tuvo la intención de engañarla. La verdad era mucho más simple y, a la vez, mucho más confusa: quería volver a verla. Cada segundo a su lado se le había quedado grabado, y esa sensación, ese deseo, le carcomía la mente.
Odiaba pensar que ella podía irse con otros hombres, que tendría otros clientes.
Su cuerpo deseaba que solo fuera suya. No importaba que ella pidiera más dinero, le daría lo que fuese necesario para que solo se quedara con él.
Se encontró sonriendo como un tonto al pensar en verla de nuevo.
Salió de su nuevo apartamento de lujo con paso apresurado, su chofer ya esperando a pie de calle, como siempre. Subió al coche y el motor rugió mientras se alejaban hacia el restaurante donde ella trabajaba. En cada semáforo, su mirada regresaba al reloj, maldiciendo el tráfico que no hacía más que retrasarlo.
Finalmente, el coche se detuvo frente al restaurante, y Samuel bajó de un salto, cruzando la puerta con pasos decididos, pero la mirada alerta, buscando a Nina entre los camareros que atendían las mesas.
Los minutos pasaron, y su paciencia se volvió una línea tensa. Decidió tomar asiento en una de las mesas cerca de la entrada, los ojos fijos en cada movimiento de la puerta trasera, donde ella podría aparecer en cualquier momento. Pero los camareros que entraban y salían no eran Nina, y su impaciencia crecía con cada segundo que pasaba.
Finalmente, uno de los camareros se acercó a su mesa para tomar su orden, un joven de rostro cansado que apenas le dedicó una mirada.
—Disculpa, ¿Nina está por aquí? —preguntó Samuel , tratando de mantener la voz casual, aunque la ansiedad se filtraba en sus palabras.
El camarero alzó una ceja, como si la pregunta le sorprendiera.
—Nina se fue hace un par de horas —respondió el joven, encogiéndose de hombros antes de girarse para atender otra mesa.
Samuel se quedó inmóvil por un instante, sintiendo cómo la frustración le subía por la garganta, un nudo que le hizo apretar los dientes. Se levantó de la mesa de un tirón, sacando el teléfono de su bolsillo mientras salía del restaurante. Deslizó el dedo por la pantalla, buscando el número que ella le había dado, el único contacto que tenía para ubicarla.
Marcó una vez, luego otra, pero la línea seguía muda, sin siquiera un tono de llamada.
Frustrado, se detuvo en la acera, mirando el flujo constante de coches que pasaban por la avenida. Su respiración se volvía cada vez más errática mientras volvía a marcar, una y otra vez, hasta que finalmente escuchó el tono de conexión.
—¡Nina! —exclamó apenas escuchó que la llamada se conectaba—. Veámonos, estoy aquí, ¿dónde estás? Quiero que hablemos sobre lo que pasó anoche —Pero al otro lado de la línea, el silencio era su única respuesta. Samuel apretó el teléfono contra su oído, esperando con la esperanza de que ella hablara, que le diera al menos un indicio de que estaba escuchándolo. De repente, escuchó un sollozo, uno que hizo que su piel se erizara de inmediato. No era un simple llanto, era el sonido de alguien que había sido roto por completo.
—¿Qué pasa, Nina? —preguntó, su tono más bajo, más insistente—. Dime dónde estás, yo—La voz de Nina lo interrumpió, pero no con las palabras que esperaba.
—Eres un cerdo, Samuel . Eres peor que un animal. Detesté cada segundo que pasé contigo, fue lo más asqueroso que he hecho en mi vida.
Samuel no entendía nada, ni por qué ella decía todas esas cosas. Quería interrumpirla, quería decirle que no había sido así, que no era lo que él pretendía. Pero la verdad era que no encontraba las palabras correctas. Ella seguía hablando, su voz llena de un desprecio que no dejaba lugar a la interpretación.
—Todavía siento asco de haberme acostado contigo —continuó, y Samuel sintió como si cada palabra de Nina le hicieran daño.
—Ma Chérie…
—¡No me llames así!
—No entiendo lo que sucede, Nina. ¿Es por el dinero?
—El dinero…—ella soltó un sollozo más fuerte y él se llevó la mano a la cabeza, solo deseando verla para aclarar lo que sea que esté pasando por su mente—. Te di mi cuerpo y tú el dinero. Más del que esperé. Soy… soy una prostituta, ¿no? Oh, Dios mío, Samuel . ¡Soy una prostituta! Ya pagaste por mis servicios.
Samuel dejó caer el brazo a su lado, la llamada terminada sin que él pudiera decir alguna otra cosa, y se quedó de pie en medio de la acera, creía que… a ella también le podría haber gustado estar con él, pero no. Ella solo lo aborrecía. Ni siquiera había aceptado la otra parte del dinero que él fue a llevarle.
Soltó un suspiro pesado y bajó la mirada.
Había creído que… Nina Blake era esa mujer que podía acelerar sus latidos y hacerlo sonreír como un tonto. Se había sorprendido cuando ella le hizo esa propuesta y una parte de él pensó que podía ser un sueño.
Nunca había sido un hombre de muchas mujeres, había cosas en su vida que estaban en segundo plano y esa era una de ellas, por eso mismo él también se había sorprendido al encontrarse mirando a esa mujer más del tiempo necesario, atraído por ella, como un imán que tenía que regresar, acercarse, contemplarla.
Tan solo llevaba dos semanas en el país y desde la primera vez que entró a ese restaurante y fue atendido por ella supo que volvería. Y lo hizo.
Ahora se marchaba y esperaba no volver, no mirar atrás.
Se sentía tan estúpido por haberse entusiasmado, que no creía como se sentía en ese momento. Nina Blake parecía una mujer dulce, buena, pero esa llamada había demostrado lo contrario.
Él no fue más que un cliente para ella.
Su primer cliente.