Maldita sea. Si muero por beber esto, me voy a cabrear mucho. De un mal trago, me trago la bebida de Arachno. Una terrible sensación de ardor me recorre desde la parte posterior de la lengua, baja por la garganta, se adentra en mis entrañas y luego sube por la columna vertebral, donde finalmente se instala entre mis omóplatos... en la base de mis alas. Si antes pensaba que me dolía el estómago, no es nada comparado con este dolor. Suelto un grito agónico, caigo al suelo y me retuerzo sin control. Siento como si todos los huesos de mi espalda y mis alas se rompieran como ramas secas, astillándose en mitades desiguales. El rostro de Arachno se agita ante mis ojos y tardo en darme cuenta de que está hablando. Con gran esfuerzo, me concentro lo suficiente para oírla decir: —Mételos, sácal