Prólogo
Quien iba a pensar que el sentido de la vida va en círculos, específicamente en una rueda, la rueda de la reencarnación o es como yo le digo, pensaras que loco no, bueno en lo personal pensaba que morir era mi final, pues estaba equivocada.
Al morir reencarnas nuevamente, pero no al mundo humano como todos piensan, no vuelves a ser un recién nacido, tampoco como un animal, todo ser vivo tiene un alma sin embargo bíblicamente se puede comprobar que existen tres cielos, yo le digo tres dimensiones, el metafísico, donde está la tierra y todos los seres vivos, nubes , aves y un enorme manto azul, la dimensión astral, esta es invisible al mundo humano, un limbo eterno donde todo es inexistente, intangible e inimaginable, como los fantasmas, demonios o cuerpos de luz , es donde habito.
Y el tercero es la dimensión celestial donde están todos los subtipos de ángeles, ninfas, interestelares o criaturas míticas que solo tu imaginación te permite recrear.
Y la vida es tomada como un juego de azar y reciclada en estas tres dimensiones, fatídico, fantástico, sorprendente pero sumamente injusto.
Y aquí estoy en un bar discoteca, escuchando el piropo más trillado del mundo.
—¿Hola, preciosa qué está pasando en el cielo?, ¡Se les cayó un ángel!— dice el tipo, apoyando un codo en la barra junto a la chica que lleva un vestido ceñido.
Sus ojos recorren el cuerpo de la chica como si estuviera dispuesto a participar en un concurso de miradas. La mujer se da la vuelta y le sonríe.
Pongo los ojos en blanco y suspiro.
—¿De verdad? ¿Eso va a funcionar contigo?,Qué triste— murmuro. —No caigas en la trampa, chica. Es un idiota, créeme—.
Estoy sentada a su lado, pero no me oye. Bueno, en realidad no estoy sentada a su lado. Es más como si estuviera revoloteando sobre el taburete vacío. Porque no estoy aquí físicamente.
Aunque estoy aquí lo suficiente como para molestarme cuando la mujer se pone en pie y lleva al Sr. Terrible a la pista de baile. En realidad no bailan, si te soy sincera. Sólo se frotan el uno contra el otro y dan saltitos. También se agarran mucho el trasero. Este es un hombre de retaguardias seguro. Y sí, de acuerdo, parece que es un excelente manipulador de glúteos, pero ese no es el punto. El punto es, que estuve aquí anoche, y este mismo Sr. Terrible estaba moliendo el trasero de otra persona, usando líneas igualmente horribles. Simplemente no está bien.
—¿Por qué siempre pasa esto?— Pregunto en voz alta a la multitud. Nadie me responde. Nadie me ha respondido en décadas. Supongo que no es culpa suya, ya que en realidad no pueden oírme ni verme, pero eso no me impide fulminarlos con la mirada.
—Deberías ser mejores que esto— digo, centrando mi sermón en el camarero. —Como especie. ¿No podéis evolucionar para ser mejores en el amor?, Porque esto es agotador. Y descorazonador. Y otras palabras que ahora mismo ni se me ocurren—, digo.
El camarero sigue sirviendo copas y me ignora. Me gustaría tomarme una copa. Pongo la mano delante del vaso mientras él se lo desliza por la barra a otra persona. Me atraviesa como siempre.
Levanto una mano para rascarme el picor que siento en el dorso del brazo. Es instintivo intentar rascarme. Pero, claro, la mano me atraviesa el brazo sin tocarlo.
—¡Maldita sea!— digo apretando los dientes. —¡Cinco décadas con este picor fantasma!.—
Intento golpear la barra con la mano en señal de frustración, pero también la atraviesa. Ni siquiera puedo hacer un berrinche satisfactorio. Me encantaría darle un puñetazo o una patada a algo. Luego comer y beber algo. Y luego rascarme este picor que me ha estado atormentando durante tanto tiempo. Debo de haber muerto justo cuando este maldito picor apareció en mi brazo y nunca tuve la oportunidad de satisfacerlo.
—No tienes ni idea de lo molesto que es esto—, le gimo a la persona que está a mi lado mientras sigo intentando tocarme el brazo. El hombre bebe un trago y me ignora. —Cabrón con suerte— digo, mirándole mientras sorbe su vaso.
Echo un vistazo por encima del hombro a mis alas rojas. Ojalá pudiera tocarlas yo también. Mis plumas parecen tan suaves y el color es tan vibrante, incluso en este bar oscuro. Mis alas son una de las ventajas de ser lo que soy. También el pelo rosa. Me gusta mi pelo rosa. No tengo ni idea de cómo es mi cara ni de qué color son mis ojos, ya que no tengo reflejo. Soy algo así como un fantasma. Pero no soy un fantasma, porque son una lata, y en realidad soy bastante divertida.
Supongo que no es importante lo que parezco, ya que nadie puede verme, de todos modos. Pero al menos me gusta mi vestido plateado. Resplandece sobre mis pálidas formas y, si pudiera mirarme en un espejo, creo que también me quedaría muy bien, abrazando mis curvas. Me hace sentir mejor ir bien vestida, aunque nadie pueda verme. Al menos no llevo algo vergonzoso como un pantalón de chándal sucio y una camiseta demasiado grande. O un disfraz de Halloween. O ropa deportiva de los años 80. O un atuendo de stripper. Pensándolo bien, esos podrían ser bastante divertidos.
Me pregunto si los fantasmas piensan en cosas así. No puedo preguntarle a uno, porque son una compañía terrible. No es que no lo haya intentado. Lo que pasa con los fantasmas es que están muy confundidos. No saben realmente dónde o quiénes son, así que se enfurruñan y flotan aturdidos. Es como si tuvieran demencia de ultratumba o algo así. Van de un lado para otro, completamente desconcertados, murmurando entre dientes. Si intentas entablar conversación con ellos, pierden el hilo a los pocos segundos y se olvidan de lo que estabas hablando. No son buenos conversadores.
Los fantasmas también son torpes. Siempre chocan con las cosas, a veces con la fuerza suficiente para mover algo en el plano físico. Los más salvajes suelen volar frenéticamente hasta que son absorbidos por las tuberías o los enchufes eléctricos. ¿Tuberías que golpean y luces que parpadean? Sí, sólo otro fantasma confundido. Así que sí, los fantasmas no me hacen ningún bien.
Además de la soledad, también es aburrido ser invisible. Estoy atrapada en el Velo, donde puedo ver el mundo físico, pero en realidad no formo parte de él. Soy una observadora invisible, porque estoy aquí con un único propósito: difundir el amor y el deseo.
Alguien se adelanta y se sienta en mi taburete, su cuerpo atraviesa mi regazo. —Grosero—, digo con un resoplido.
Salto del taburete y vuelo por la barra, atravesando a la gente. No notan la diferencia, así que no me siento mal por invadir su espacio personal.
Elijo un lugar contra la pared y me apoyo en él mientras observo la pista de baile, totalmente molesta. Estos humanos son tan decepcionantes a veces. Muchas veces. Casi todas las veces. —¿Dónde está la lealtad?, ¿Dónde está el amor?, ¿Dónde está el romance?— O, para ser más honesto sobre dónde está realmente mi amargura,—¿Dónde está la mía?.—
Ves, esto es lo que me pasa. Cuando morí, era una chica inocente, ingenua y romántica sin remedio. Así que cuando los ángeles me preguntaron qué trabajo quería tomar en la otra vida, elegí convertirme en Celestina.
Estúpidos ángeles.