—Creo que me salvaste porque querías. Creo que sabes que no soy tu enemigo. No me odias, No-primero. Admítelo—. Juro que se le va el color de la cara. Algunas personas tienen miedo de las bestias que gruñen en el bosque o de las amenazas de decapitación, pero no, Ronak no. No, tiene miedo de los sentimientos y de una chica sonriente. —Sí, lo sé—, dice bruscamente, moviéndose sobre sus pies. —No, no lo sabes. En el fondo, sabes que no soy ninguna de esas cosas malas de las que me acusas. No me odias—, digo, cruzándome de brazos obstinadamente, desafiándole a que lo admita. Me hace un gesto despectivo con la mano, pero yo la atrapo con la mía y se queda completamente helado. Estoy hablando de agua que se convierte en hielo. El hecho de que le toque le hace entrar en pánico. Es d